-->

Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 391
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 23 24 25 26 27 28 29 30 31 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Cesaron los cantos religiosos y se oyó la voz de un sacerdote que felicitaba respetuosamente al enfermo por haber recibido los sacramentos. El conde seguía inmóvil, como privado de vida. Todos se agitaron en derredor; se oían pasos y murmullos, sobre los que dominaba el de Anna Mijáilovna. Pierre oyó que decía:

—Es necesario llevarlo al lecho, aquí no sería posible...

Los médicos, las princesas y los criados rodearon al enfermo, de tal manera que Pierre ya no distinguía el rostro cobrizo y la melena gris que no había perdido de vista durante todo el ritual, aunque también veía otras caras. Pierre adivinó, por los movimientos cautelosos de las personas que rodeaban el sillón, que levantaban y trasladaban al moribundo.

—Sujétate a mi brazo... así lo dejarás caer— llegaba hasta Pierre el cuchicheo asustado de un sirviente, —por abajo... otro más...— proseguían las voces. La respiración forzada, el taconeo de los pies se hacían cada vez más precipitados, como si el cuerpo pesase demasiado para quienes lo llevaban.

También estaba Anna Mijáilovna entre los portadores; durante un segundo, entre las cabezas y espaldas de los hombres, aparecieron ante Pierre el ancho y robusto pecho desnudo, los gruesos hombros del enfermo, alzado por gente que lo sostenía por debajo de los brazos, y después la cabeza leonina y rizada de cabello gris. Aquella cabeza, de frente extraordinariamente amplia, pómulos marcados, boca hermosa y sensual, mirada majestuosa y fría, no se mostraba alterada por la cercanía de la muerte. Era igual a la que había visto tres meses antes, cuando el conde lo envió a San Petersburgo; pero esta cabeza se balanceaba desvalida al paso desigual de los portadores, y la mirada inexpresiva, indiferente, no sabía en qué fijarse.

Hubo unos momentos de revuelo en torno al alto lecho; los hombres que lo habían llevado se alejaron. Anna Mijáilovna tocó el brazo de Pierre y le dijo: Venez. Pierre se acercó con ella al gran lecho donde, de evidente acuerdo con los sacramentos que acababan de administrarle, habían puesto al enfermo en solemne postura. Unos cuantos almohadones mantenían erguida su cabeza y tenía las manos simétricamente dispuestas sobre la colcha de seda verde. Cuando Pierre se acercó, el conde lo miraba directamente, con una de esas miradas cuyo sentido e importancia no puede comprender el hombre. Podía no significar nada sino una mera necesidad de fijar los ojos en algo, o tal vez significaba demasiado. Pierre se detuvo sin saber qué hacer y con gesto interrogante se volvió hacia Anna Mijáilovna, que lo había guiado hasta allí. Ella le hizo una rápida señal con los ojos, indicando la mano del enfermo y haciendo el gesto de besarla. Pierre extendió prudentemente la cabeza para no enganchar la colcha, siguió el consejo y posó sus labios sobre la mano ancha y carnosa. Pero ni la mano ni siquiera un solo músculo del conde se movieron. Pierre miró de nuevo a su mentora, preguntando con los ojos qué más debía hacer. Con un nuevo gesto, Anna Mijáilovna le indicó la butaca que había junto al lecho. Pierre se sentó dócilmente y continuó preguntando con la mirada si había hecho lo que debía. Anna Mijáilovna hizo con la cabeza un gesto de aprobación. Pierre volvió a su postura ingenua y simétrica de estatua egipcia, deplorando, al parecer, que su cuerpo voluminoso y torpe ocupase tanto sitio, y hacía todos los esfuerzos posibles para no parecer tan corpulento. Miró al conde; el conde miraba hacia el lugar donde estuvo Pierre cuando se hallaba de pie. Anna Mijáilovna expresaba en su semblante que comprendía la conmovedora importancia de ese último encuentro entre padre e hijo. Todo ello duró dos minutos que a Pierre le parecieron una hora. De pronto, un estremecimiento contrajo los prominentes músculos y arrugas en el rostro del enfermo, estremecimiento que se hizo más intenso y torció la bella boca de la cual brotaban sonidos confusos y roncos (tan sólo entonces comprendió Pierre lo cerca que estaba su padre de la muerte). Anna Mijáilovna miraba fijamente a los ojos del enfermo, tratando de averiguar sus deseos. Tan pronto señalaba a Pierre como a la bebida, pronunció en un susurro el nombre del príncipe Vasili e indicó la colcha. Pero los ojos y el rostro del enfermo expresaban impaciencia. Hacía repetidos esfuerzos para mirar al sirviente que, inmóvil, no se apartaba de la cabecera.

—Quiere volverse del otro lado— murmuró el sirviente; y se acercó para volver el pesado cuerpo del enfermo de cara a la pared.

Pierre se levantó para ayudarlo.

Mientras volvían al conde, uno de sus brazos cayó hacia atrás y él hizo un vano esfuerzo por moverlo. Sea porque notara la mirada de temor que Pierre fijó sobre aquel brazo sin vida, sea por algún otro pensamiento que hubiera acudido a su mente, el conde miró su rebelde mano, la expresión atemorizada del rostro de Pierre, de nuevo el brazo, y en su rostro apareció una débil sonrisa dolorida, que desentonaba con sus rasgos y parecía burlarse de su propia impotencia. Ante aquella inesperada sonrisa, Pierre sintió que su corazón se oprimía, un picor en la nariz y las lágrimas le velaron los ojos. Una vez vuelto hacia la pared al enfermo, suspiró.

—Il est assoupi— dijo Anna Mijáilovna a Pierre viendo que una princesa se acercaba a sustituirla. —Allons. 113

Pierre salió.

XXI

Ya no había nadie en la sala de recepción, excepto el príncipe Vasili y la mayor de las princesas; sentados bajo el retrato de Catalina II, hablaban animadamente. Al ver a Pierre y Anna Mijáilovna callaron de inmediato. Pierre creyó percibir que la princesa guardaba algo susurrando:

—No puedo ver a esa mujer.

—Catiche a fait donner du thé dans le petit salon— dijo el príncipe Vasili a Anna Mijáilovna. —Allez, ma pauvre Anna Mijáilovna, prenez quelque chose, autrement vous ne suffirez pas. 114

A Pierre no le dijo nada, pero le estrechó el brazo por debajo del hombro con sentimiento. Pierre y Anna Mijáilovna pasaron al petit salon.

—Il n’y a rien qui restaure, comme une tasse de cet excellent thé russe après une nuit blanche 115— decía Lorrain con animación contenida, de pie en el saloncito circular, ante la mesa con el servicio de té y una cena fría. El médico bebía en una finísima taza de porcelana china sin asa. En torno a la mesa se habían reunido para restaurar sus fuerzas cuantos estuvieron aquella noche en la casa del conde Bezújov. Pierre recordaba bien aquel saloncito circular con sus espejos y mesitas. Cuando había alguna fiesta en casa del conde, Pierre, que no sabía bailar, prefería sentarse en aquella salita a observar cómo las damas, en traje de noche, con diamantes y perlas en los escotes desnudos, al atravesar la estancia espléndidamente iluminada se miraban en los espejos, que reflejaban varias veces sus figuras. Ahora, en esa misma sala apenas iluminada por dos velas, habían puesto en desorden, sobre una mesa, el servicio de té y diversos platos ordinarios. Las personas reunidas allí, diversas y con aspecto poco festivo, hablaban en voz baja y cuidaban de expresar en cada movimiento, en cada palabra, que ninguno olvidaba lo que estaba sucediendo y lo que iba a suceder en la alcoba del enfermo. Pierre se abstuvo de comer, aunque sentía hambre. Se volvió a su mentora en busca de consejo y vio que se dirigía, de puntillas, hacia la sala contigua donde habían quedado el príncipe Vasili y la princesa Catiche. Pierre, suponiendo que también aquello era necesario, después de unos instantes siguió sus pasos. Anna Mijáilovna estaba junto a Catiche y ambas hablaban al mismo tiempo y en voz baja, pero con tono alterado.

—Permítame, princesa; sé lo que se debe y lo que no debe hacerse— decía la mayor de las princesas, tan poco dueña de sí como cuando, poco antes, había cerrado la puerta de su habitación.

1 ... 23 24 25 26 27 28 29 30 31 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название