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Palido Fuego

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Palido Fuego
Название: Palido Fuego
Дата добавления: 15 январь 2020
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Palido Fuego - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

Esto me recuerda el grotesco relato que le hizo al Sr. Langton del estado lamentable de un joven de buena familia. "Se?or, lo ?ltimo que he sabido de ?l es que andaba por la ciudad matando gatos a tiros". Y entonces, en una especie de dulce fantaseo, pens? en su gato favorito y dijo: "Pero a Hodge no lo matar?n, a Hodge no lo matar?n". James Boswell, Vida de Samuel Johnson

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Ciertas noches, cuando la casa quedaba oscura por tres lados, mucho antes de la hora habitual en que sus habitantes iban a acostarse, yo podía montar guardia desde mis tres puestos de observación, y esa misma oscuridad me decía que estaban en casa. El coche quedaba cerca del garaje, pero yo no podía creer que hubiesen salido a pie, pues en ese caso habrían dejado encendida la luz de la galería. Consideraciones y deducciones posteriores me han convencido de que la noche de la gran necesidad en que decidí verificar la cuestión fue la del 11 de julio, fecha en que Shade completó su Canto Segundo. Era una noche ventosa, calurosa, negra. Me deslicé furtivamente por entre los arbustos hasta la parte posterior de la casa. Al principio pensé que ese cuarto lado también estaba a oscuras, cerrando así la cuestión, y tuve tiempo de experimentar una extraña sensación de alivio antes de descubrir un débil cuadrado de luz debajo de la ventana de un saloncito trasero donde nunca había estado. Se hallaba abierta de par en par. Una lámpara alta con pantalla de imitación pergamino iluminaba el fondo de la habitación donde yo podía ver a Sybil y a John, ella a horcajadas sobre el borde de un diván, dándome la espalda, y él sentado en un cojín cerca del diván donde parecía recoger lentamente y apilar unos naipes esparcidos después de un solitario. Sybil se estremecía y se sonaba la nariz alternativamente; la cara de John estaba manchada y húmeda. No sabiendo en aquel momento el tipo exacto de papel que mi amigo usaba para escribir, no pude menos de preguntarme qué era lo que podía provocar tantas lágrimas al final de una partida de naipes. Como me esforzara por ver mejor, metido hasta las rodillas en un seto de boj horriblemente elástico, hice caer la sonora tapa de un recipiente de basuras. Desde luego, se podía haber pensado erróneamente que esto era obra del viento, y Sybil odiaba el viento. De inmediato abandonó su pértiga, cerró la ventana con un gran golpe y bajó la persiana estridente.

Volví furtivamente a mi triste domicilio con el corazón oprimido y el espíritu desconcertado. Mi corazón siguió oprimido pero el desconcierto desapareció pocos días después, probablemente el día de San Swithin, pues encontré en mi pequeña agenda, debajo de la fecha, la nota anticipatoria en zemblano " promnad vespert mid J. S." tachada con una petulancia que rompió la mina del lápiz en mitad del trazo. Después de esperar y esperar a mi amigo en el camino hasta que el rojo de la puesta del sol se convirtió en ceniza crepuscular, fui hasta su puerta, vacilé, sopesé las tinieblas y el silencio y eché a andar alrededor de la casa. Esta vez no me llegó el menor reflejo desde el salón de atrás, pero a la brillante y prosaica luz de la cocina percibí el extremo de una mesa pintada de blanco y a Sybil sentada a ella con una expresión de encantamiento en la cara como si acabase de inventar una nueva receta. La puerta trasera estaba entrecerrada, la abrí anunciándome y mientras iniciaba alguna frase desenvuelta, me di cuenta de que Shade, sentado al otro extremo de la mesa, estaba leyéndole algo que supuse era una parte del poema. Los dos se sobresaltaron. Una maldición impublicable se le escapó y lanzó sobre la mesa la pila de fichas que tenía en la mano. Después atribuiría este estallido de cólera al hecho de haber confundido, con sus lentes de leer, a un amigo siempre bienvenido con un vendedor inoportuno; pero debo decir que la cosa me chocó, me chocó enormemente, y me dispuso en ese momento a descubrir un feo sentido en todo lo que siguió. -Bueno, siéntese -dijo Sybil- y tome una taza de café -(los vencedores son generosos). Acepté porque quería ver si el recitado proseguía en mi presencia. No fue así. -Pensé -dije a mi amigo-, que usted vendría a hacer una caminata conmigo. -Se disculpó diciendo que no se sentía muy bien y siguió limpiando el hornillo de la pipa con la misma ferocidad que si estuviera escarbando en mi corazón.

¡No sólo comprendí entonces que Shade leía regularmente a Sybil las partes que se acumulaban de su poema, sino que ahora me doy cuenta de que, con la misma regularidad, ella lo obligaba a atenuar o a suprimir de la copia en limpio todo lo relacionado con el magnífico tema zemblano que yo seguía proporcionándole y que, por no saber gran cosa de la obra en curso, creía ingenuamente que se convertiría en el rico hilo conductor de su trama!

Más arriba, en la misma colina boscosa, se encontraba y se encuentra» todavía, creo, la vieja casa de madera del Dr. Sutton y, justo en la cima, la eternidad no desalojará la villa ultramoderna del Profesor C. desde cuya terraza se podía distinguir, al sur, el más grande y más triste de los tres lagos reunidos que recibían el nombre de Omega, Ozero y Zero (nombres indios mutilados por los primeros colonos a fin de acomodar especiosas derivaciones y alusiones triviales). Del lado norte de la colina, Dulwich Road se une cotí el camino principal que lleva a la Universidad Wbrdsmith a la que dedicaré aquí sólo unas pocas palabras, en parte porque debería haber toda clase de folletos explicativos para el lector que escriba a la Oficina de Publicidad de la Universidad, pero sobre todo porque, al hacer esta referencia a Wordsmith más breve que las notas sobre las casas de Shade y Goldsworth, deseo subrayar el hecho de que el College está mucho más lejos de ellas que una de la otra. Probablemente es la primera vez que el sordo dolor de la distancia se expresa a través de un esfuerzo del estilo y que una idea topográfica encuentra su expresión verbal en una serie de frases abreviadas.

Después de serpentear durante unas cuatro millas en dirección general al este, a través de un barrio residencial magníficamente fumigado y regado, con extensiones de césped de diversa inclinación que descienden por ambos lados, el camino se bifurca: una rama dobla a la izquierda en dirección a New Wye y su ansiado aeropuerto; la otra continúa al campus. Ahí están las grandes mansiones de la locura, los dormitorios impecablemente planeados -loqueros de música salvaje-, el magnífico palacio de la Administración, las paredes de ladrillo, las arcadas, los patios de honor contorneados de terciopelo verde y crisopracio, Spencer House y su estanque de nenúfares, la Capilla, la nueva Sala de Conferencias, la Biblioteca, el edificio como una cárcel donde están nuestras aulas y oficinas (en adelante llamado Shade Hall), la famosa avenida con todos los árboles mencionados por Shakespeare, un zumbido lejano, un atisbo de bruma, la cúpula turquesa del Observatorio, jirones y pálidos plumajes de cirrus, y la cancha de fútbol en forma de anfiteatro romano rodeado por una cortina de álamos, desierta los días de verano, salvo que un muchachito soñador vaya a remontar -en el extremo de una larga cuerda en un círculo zumbante- un avión de modelo reducido propulsado por un motor. Jesús mío, haz algo.

Verso 49: nogal

Un nogal americano. Nuestro poeta compartía con los maestros ingleses el noble don de transplantar a sus versos árboles con su savia y su sombra. Hace muchos años Disa, la Reina de nuestro Rey, cuyos árboles favoritos eran el Jacaranda y ginkgo, copió en su álbum una cuarteta de una compilación de poemas cortos de John Shade, Copa de Hebe, que no puedo dejar de citar aquí (de una carta que recibí el 6 de abril de 1959, desde el sur de Francia):

EL ÁRBOL SAGRADO

La hoja de ginkgo, de dorado matiz, al caer,

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