Habla memoria
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Vladimir Nabokov no pod?a escribir una autobiograf?a corriente, y Habla, memoria lo demuestra. A trav?s de una serie de relatos largos, Nabokov, con el pretexto de contar su vida, construye un libro tan ameno, original, divertido y estilizado como sus novelas. Nabokov rememora aqu? sus meditaciones infantiles en el retrete, sus vacaciones en la finca campestre de la familia, sus amor?os adolescentes con Tamara en los museos de San Petersburgo. narra las peripecias de su huida de las huestes de Lenin y de su exilio europeo. escribe un homenaje a la honestidad pol?tica de su padre y a la belleza y ternura de su madre. pero lo que menos importa son los temas, porque de lo que se trata al fin y al cabo es de celebrar un fest?n de ingenio e inteligencia, de mordacidad despiadada y de nostalgia desgarradora, y en el que Nabokov es fiel a los consejos que daba a sus estudiantes de literatura: «?Acariciad los detalles! ?Los divinos detalles!»
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Durante el verano de 1953, en un rancho cercano a Portal, Arizona, en una casa que alquilé en Ashland, Oregon, y en varios moteles del Oeste y del Medio Oeste, conseguí, en los ratos libres que me dejaba la caza de mariposas y la redacción de Lolitay de Pnin, traducir, con la ayuda de mi esposa, Speak, Memoryal ruso. Debido a la dificultad psicológica que suponía volver a tratar un tema desarrollado en Dar( The Gift), omití un capítulo entero (el undécimo). Por otro lado, revisé muchos pasajes e intenté remediar los defectos amnésicos del original: puntos en blanco, zonas confusas, solares sombríos. Descubrí así que a veces, por medio de la concentración intensa, podía forzar ciertos tiznones neutros hasta enfocarlos maravillosamente bien e identificar la repentina visión, y darle su nombre al anónimo criado. Para esta edición definitiva de Speak, Memoryno solamente he introducido cambios esenciales y copiosas adiciones al texto inglés original, sino que me he servido de las correcciones que fui haciendo mientras lo traducía al ruso. Esta re-anglificación de una nueva rusificación de lo que había sido un recontar en inglés lo que al comienzo fueron recuerdos rusos resultó ser una tarea diabólica, pero obtuve cierto consuelo pensando que esta múltiple metamorfosis, tan familiar para las mariposas, no había sido intentada anteriormente por ningún ser humano.
De entre las anomalías de esta memoria, cuyo poseedor y víctima jamás hubiese debido tratar de convertirse en autobiógrafo, la peor es su tendencia a identificar en el recuerdo mis años con los del siglo. Esto produjo una serie de bastante coherentes meteduras de pata cronológicas en la primera versión del libro. Yo nací en abril de 1899, y, naturalmente, durante el primer tercio de, por ejemplo, 1903 tenía cerca de tres años; pero en agosto de ese mismo año, el «3» exacto que me fue revelado (tal como lo describo en «Pretérito perfecto») no se refería de hecho a mis años, que eran «4», y tan cuadrados y elásticos como una almohada de caucho, sino a los del siglo. Del mismo modo, a comienzos del verano de 1906 —el verano en el que empecé a coleccionar mariposas— tenía siete años y no seis como afirmé inicialmente en el catastrófico párrafo segundo del Capítulo sexto. Mnemosina, hay que admitirlo, ha demostrado ser una muchacha muy descuidada.
Doy todas las fechas según el calendario gregoriano: en el siglo XIX llevábamos un retraso de doce días en relación con el mundo civilizado, y de trece a comienzos del siglo XX. Según el calendario juliano nací el 10 de abril, al amanecer, en el último año del siglo pasado, y ese día era (si hubiese podido colarme inmediatamente por la frontera) el 22 de abril en, por ejemplo, Alemania; pero debido a que mis aniversarios fueron celebrados, con menguante pompa, en el siglo XX, todo el mundo, yo incluido, al ser desplazado por la revolución y la expatriación del calendario juliano al gregoriano, se acostumbró a sumar trece días, en lugar de doce, al 10 de abril. El error es grave. ¿Qué se puede hacer? En mi pasaporte más reciente leo «23 de abril» en el apartado «fecha de nacimiento», y ésa es también la fecha de nacimiento de William Shakespeare, de mi sobrino Vladimir Sikorski, de Shirley Temple y de Hazel Brown (que, además, comparte mi pasaporte). Este es, pues, el problema. Mi ineptitud para el cálculo me impide tratar de resolverlo.
Cuando, después de veinte años de ausencia, regresé por mar a Europa, renové lazos que habían quedado desatados antes incluso de irme de allí. En estas reuniones familiares Speak, Memoryfue sometido a juicio. Hubo comprobaciones de detalles, fechas y circunstancias, y averiguamos que en muchos casos había errado, o no había examinado con la suficiente profundidad algún recuerdo oscuro pero no insondable. Ciertos asuntos fueron descartados por mis consejeros como leyendas o rumores o, cuando eran auténticos, quedó demostrado que tenían que ver con acontecimientos o períodos que no coincidían con aquellos a los que mi frágil memoria los vinculó. Mi primo Sergey Sergeevich Nabokov me proporcionó valiosísimas informaciones sobre la historia de nuestra familia. Mis dos hermanas protestaron furiosamente por mi descripción del viaje a Biarritz (comienzo del Capítulo séptimo) y apedreándome con detalles concretos me convencieron de que hice mal en dejarlas a un lado («¡con las nodrizas y las tías!»). Todo aquello que todavía no he sido capaz de elaborar de nuevo a falta de documentación específica, he preferido tacharlo en pro de la verdad del conjunto. Por otro lado, han aparecido cierta cantidad de datos referidos a mis antepasados y otros personajes, que han sido incorporados a esta versión definitiva de Speak, Memory. Confío en llegar algún día a escribir un «Sigue hablando, memoria» que abarque el período 1940-1960, que he vivido en los Estados Unidos: en mis serpentines y crisoles siguen evaporándose ciertos gases y fundiéndose ciertos metales.
El lector encontrará en esta obra referencias dispersas a mis novelas, pero en conjunto me pareció que bastaba con los esfuerzos que tuve que hacer para escribirlas, y que debían permanecer en el primer estómago. Mis recientes introducciones a las traducciones inglesas de Zashchita Luzhina, 1930 ( The Defense, Putnam, 1964), Otchayanie, 1936 ( Despair, Putnam, 1966), Prigla-scheine na kazn', 1938 ( Invitation to a Beheading, Putnam, 1959), Dar, 1952, publicada por entregas en 1937-38 ( The Gift, Putnam, 1963) y Soglyadatay, 1938 ( The Eye, Phaedra, 1965) dan una relación harto detallada, y picante, del aspecto creador de mi pasado europeo. Para los que deseen una lista más completa de mis publicaciones, existe la minuciosa bibliografía elaborada por Dieter E. Zimmer ( Vladimir Nabokov Bihliographie des Gesamt-werks, Rowolt, 1.a ed., diciembre, 1963; 2.a ed. revisada, mayo, 1964).
El mate en dos movimientos descrito en el último capítulo ha sido publicado de nuevo en Chess Problems, de Lipton, Matthews y Rice (Faber, Londres, 1963, p. 252). Mi invento más divertido, sin embargo, es un problema en el que «las blancas retiran su última jugada y dan mate» que dediqué a E. A. Znosko-Borovski, el cual lo publicó en los años treinta (¿1934?) en el diario de emigrados Poslednie Novostide París. No recuerdo las posiciones con la suficiente lucidez como para anotarlas aquí, pero es posible que algún amante del «ajedrez de fantasía» (categoría a la que pertenece este problema) lo encuentre algún día en una de esas benditas bibliotecas en las que se conservan periódicos microfilmados, tal como habría que hacer con todos nuestros recuerdos. Los críticos no leerán esta versión tan descuidadamente como leyeron la primera: sólo uno de ellos se fijó en mi «maliciosa pulla» contra Freud en el primer párrafo de la segunda parte del Capítulo octavo, y ninguno descubrió el nombre del gran dibujante al que rindo tributo en la última frase de la segunda parte del Capítulo undécimo. Resulta sobremanera embarazoso que el escritor se vea obligado a señalar personalmente estas cosas.
Para evitar ofensas a los vivos o molestias a los muertos, ciertos nombres propios aparecen cambiados. En el índice quedan destacados todos ellos con el uso de signos de interrogación. El principal propósito del índice es el de establecer una útil, para mí, lista de algunas de las personas y temas relacionados con mi pasado. Su presencia fastidiará a los vulgares pero puede que satisfaga a los perspicaces, aunque sólo sea porque
Por la ventana de ese índex