-->

Ciudad Maldita

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Ciudad Maldita, Стругацкие Аркадий и Борис-- . Жанр: Социально-философская фантастика. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Ciudad Maldita
Название: Ciudad Maldita
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 246
Читать онлайн

Ciudad Maldita читать книгу онлайн

Ciudad Maldita - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

El mundo deCiudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigm?tico Experimento: en ?l, todos hablan una lengua com?n que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», elleitmotiv tautol?gico que se repite a lo largo de la novela, no es m?s que la plasmaci?n del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privaci?n, la anulaci?n de la voluntad, la tiran?a policial y el cinismo de un vac?o ideol?gico y moral: y, por tanto, en la carencia de aut?ntico arte...

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 74 75 76 77 78 79 80 81 82 ... 121 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

—¿Por qué no las vamos a entender? —replicó Andrei, irritado—. ¿Qué hay que entender? Por supuesto, hacemos lo que quiere la gran mayoría. Y a esa mayoría le damos, o le intentamos dar todo, menos ciertos lujos refinados que, por supuesto, esa mayoría no necesita. Pero siempre hay una minoría ínfima que quiere precisamente eso. Sólo tienen un deseo, como una idea fija. ¡Lo que quieren es esos lujos refinados! Simplemente, porque se trata de lo que no se puede conseguir. Así surgen los maníacos sociales. ¿Qué hay que entender? ¿O de veras crees que es posible elevar a todos esos imbéciles al nivel de la élite?

—No se trata de mí —dijo Izya, haciendo una mueca—. Yo no me considero esclavo de la mayoría ni servidor del pueblo. Nunca he trabajado para el pueblo y no considero que le deba nada...

—Bien, bien —dijo Geiger—. Todo el mundo sabe que sigues tu camino. Volviendo a los suicidios: ¿acaso consideras que habrá suicidios de ese tipo, no importa cuál sea la política que llevemos a cabo?

—¡Ocurrirán, precisamente porque lleváis a cabo una política bien definida! —dijo Izya—. Y mientras más tiempo pase, más suicidios habrá, porque le quitáis a la gente la preocupación por el pan nuestro de cada día y no le dais nada a cambio. La gente se asquea y se aburre. Por eso habrá suicidios, drogadicción, revoluciones sexuales y motines estúpidos por cualquier motivo baladí.

—¡Pero qué tonterías dices! —exclamó Andrei, de todo corazón—. Piensa lo que dices, tú, experimentador piojoso. ¡Necesita algo picante en la vida, pobrecito! ¿Es eso, no? ¿Propones crear insuficiencias artificiales? ¡Medita qué saldría de ahí!

—No me sale a mí —dijo Izya, extendiendo la mano dañada por encima de la mesa para coger el cuenco de la salsa—. Te sale a ti. Y que no podéis dar nada a cambio, eso es un hecho. Vuestras grandes obras son absurdas. El Experimento por encima de los experimentadores es un delirio, es algo que a nadie le importa... Y dejad de gruñirme, no os estoy acusando de nada. Simplemente, las cosas son así. Ése es el destino de todos los populistas, y no importa que vista la toga del tecnócrata bienhechor, o que pretenda inculcarle al pueblo ciertos ideales sin los que, en su opinión, el pueblo no podría vivir... Son las dos caras de la misma moneda. Al final, o bien el motín de los hambrientos, o bien el motín de los hartos, elegid a vuestro gusto. Habéis optado por el motín de los hartos, y perfecto, ¿por qué os lanzáis contra mí?

—No manches de salsa el mantel —le dijo Geiger, molesto.

—Perdón... —Distraído, Izya extendió con una servilleta el charco de salsa sobre el mantel—. Eso se demuestra aritméticamente. Supongamos que los insatisfechos son sólo el uno por ciento. Si en la Ciudad hay un millón de habitantes, eso quiere decir que los insatisfechos son diez mil. Que sean una décima parte. Mil, entonces. Esos mil comenzarán a gritar bajo vuestras ventanas. Y además, tened en cuenta que no existen personas totalmente satisfechas. Sólo existen los totalmente insatisfechos. A cada persona le falta algo. Digamos que está conforme con todo, pero no tiene coche. ¿Por qué? Pues en la Tierra estaba habituado al coche, pero aquí no lo tiene, y lo peor, no está previsto que lo vaya a tener... ¿Os imagináis cuánta gente así hay en la ciudad? —Izya calló y se dedicó a comer macarrones, cubriéndolos con abundante salsa—. Qué comida más sabrosa —añadió—. Con mis ingresos, el único lugar donde se come de veras es en la Casa de Vidrio.

Andrei lo miraba comer. Soltó un gruñido y se sirvió zumo de tomate. Lo bebió y encendió un cigarrillo.

«Siempre es apocalíptico. Las siete plagas... Las bestias, bestias son. Por supuesto, se amotinarán, para eso tenemos a Rumer. Es verdad que el motín de los hartos es algo novedoso, casi una paradoja. Creo que eso nunca ha ocurrido en la Tierra. Al menos, durante mi vida. Y los clásicos no hablan de nada semejante. Pero un motín es un motín. El Experimento es el Experimento, el fútbol es el fútbol... ¡Puaj!»

Se volvió hacia Geiger. Fritz, recostado en su butacón, con aire distraído se hurgaba entre los dientes con un dedo, y una idea de una terrible simplicidad aturdió repentinamente a Andrei: «Dios mío, no es nada más que un suboficial de la Wehrmacht, un soldado sin estudios que no había leído en toda su vida ni diez libros, ¡y él era quien decidía! Por cierto, yo también decido».

—En nuestra situación —le dijo a Izya—, la persona decente no tiene opción. La gente pasó hambre, fue reprimida, padeció terror y tortura física; niños, ancianos, mujeres... Crear condiciones para una vida digna era nuestro deber.

—Correcto, correcto —dijo Izya—. Lo entiendo perfectamente. Habéis actuado movidos por la lástima, la caridad, etcétera. No se trata de eso. No es difícil sentir lástima de mujeres y niños que lloran de hambre, eso está al alcance de cualquiera. Pero ¿podríais sentir lástima de un tío saludable, bien comido, con un órgano sexual —Izya hizo un gesto demostrativo— de este tamaño? ¿De un tío corroído por el hastío? Al parecer, Dennis Lee podía, pero vosotros, ¿seríais capaces de ello? ¿O lo pondríais inmediatamente ante el paredón?

Calló al ver que Parker hacía su entrada acompañado por dos bellas chicas con delantales blancos. Recogieron la mesa, sirvieron el café con nata batida. Izya se embadurnó enseguida y se dedicó a relamerse hasta las orejas, como un gato.

—Y, en general, ¿sabéis qué creo? —comenzó a decir, pensativo—. Tan pronto la sociedad soluciona alguno de sus problemas, al instante surge otro de las mismas dimensiones... no, de dimensiones mayores. —Se animó—. De aquí sale una deducción muy interesante. A fin de cuentas, la sociedad se enfrentará a problemas tan complicados que su solución ya no estará en manos de las personas. Y en ese momento, el progreso se detendrá.

—Tonterías —dijo Andrei—. La humanidad no se planteará problemas que no sea capaz de solucionar.

—Y yo no hablo de los problemas que se planteará la humanidad. Esos problemas aparecerán por sí solos. La humanidad nunca se planteó el problema del hambre. Simplemente, pasaba hambre.

—¡Otra vez! —dijo Geiger—. Basta. Qué ganas de hablar y hablar. Podría pensarse que no tenemos otra cosa que hacer más que darle a la sinhueso.

—¿Y qué otra cosa tenemos que hacer? —se asombró Izya—. Por ejemplo, ahora estoy en mi hora de comida.

—Como quieras —repuso Geiger—. Yo quería hablar de tu expedición. Pero podemos dejarlo para otra ocasión, claro.

—Perdona —dijo, muy serio, Izya; se había quedado inmóvil, con la cafetera en la mano—. ¿Por qué dejarlo para otra ocasión? De eso nada, ya lo hemos hecho unas cuantas veces...

—¿Y por qué habláis tanto? —le respondió Geiger—. De oíros, se le secan las orejas a cualquiera.

—¿Qué expedición es ésa? —intervino Andrei—. ¿A buscar los archivos?

—¡La gran expedición al norte! —anunció Izya, pero Geiger lo detuvo con un gesto de su enorme mano blanca.

—Es una conversación preliminar —dijo—, pero ya he aprobado la expedición y he asignado los recursos. El transporte estará listo dentro de tres o cuatro meses. Y ahora habría que esbozar los objetivos generales y el programa de trabajo.

1 ... 74 75 76 77 78 79 80 81 82 ... 121 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название