Ciudad Maldita
Ciudad Maldita читать книгу онлайн
El mundo deCiudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigm?tico Experimento: en ?l, todos hablan una lengua com?n que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», elleitmotiv tautol?gico que se repite a lo largo de la novela, no es m?s que la plasmaci?n del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privaci?n, la anulaci?n de la voluntad, la tiran?a policial y el cinismo de un vac?o ideol?gico y moral: y, por tanto, en la carencia de aut?ntico arte...
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—¿Eso quiere decir que será una expedición compleja? —preguntó Andrei.
—Sí, Izya tendrá sus archivos, y tú podrás llevar a cabo observaciones del sol y todo lo demás que te haga falta.
—¡Gracias a Dios! —dijo Andrei—. ¡Por fin!
—Pero tendréis, al menos, un objetivo adicional —dijo Geiger—. Exploración en profundidad. La expedición debe llegar lo más lejos posible al norte. Lo más lejos posible. Hasta donde alcancen el agua y el combustible. Por eso, hay que seleccionar con especial cuidado, con mucha atención, a las personas que formarán parte del grupo. Sólo voluntarios, y los mejores entre los voluntarios. Nadie sabe a ciencia cierta qué puede haber allí, al norte. Es totalmente posible que no sólo tengan que buscar papeles y mirar por el telescopio, sino que además haya que disparar, asediar, escapar de un cerco y cosas así. Por eso, habrá militares en el grupo. Quiénes y cuántos serán, lo precisaremos más tarde...
—¡Los menos posible! —dijo Andrei, arrugando el gesto—. Conozco bien a tus militares, será imposible trabajar... —Molesto, apartó la taza—. Y, la verdad, no entiendo. No entiendo con qué objetivo irán los militares. No entiendo qué tiroteos puede haber allí. Se trata del desierto, de ruinas, ¿quién nos va a disparar?
—Hermanito, allí puede haber de todo —dijo Izya, divertido.
—¿Qué significa «de todo»? Pudiera ser que aquello estuviera lleno de demonios, y entonces ¿tendríamos que llevar sacerdotes?
—¿Me dejáis que termine de hablar? —preguntó Geiger.
—Habla —masculló Andrei, molesto.
«Siempre sale así —pensó—. Como cuando lo acarician a uno con la pata de un mono. Si el deseo se cumple, lo hace con una carga adicional tal que hubiera sido mejor que no se cumpliera. De eso, nada. No pondré la expedición en manos de los señores oficiales. El jefe de la expedición es Quejada. Jefe de la parte científica y de todo el grupo. De otra manera, idos a hacer puñetas, no tendréis datos cosmográficos y que los cabos le den órdenes a Izya. La expedición es científica, y por tanto será dirigida por un científico.» En ese momento recordó que Quejada no gozaba de confianza política, y el recuerdo lo enojó tanto que pasó por alto una parte de lo que decía Geiger.
—¿Qué, qué? —preguntó, con una sacudida de alarma.
—Te pregunto: ¿a qué distancia de la Ciudad puede hallarse el fin del mundo?
—Más exactamente, el principio —intervino Izya.
Andrei, molesto, se encogió de hombros.
—¿Lees mis informes? —le preguntó a Geiger.
—Los leo. En ellos se dice que al alejarse hacia el norte, el sol se acerca al horizonte. Es obvio que en un punto lejano del norte, baja a la altura del horizonte y más adelante se pierde de vista. Entonces, te pregunto: ¿puedes decir qué distancia hay hasta ese sitio?
—No lees mis informes —dijo Andrei—. Si los hubieras leído, te habrías dado cuenta de que he organizado esta expedición precisamente para aclarar dónde se encuentra el lugar en el que comienza el mundo.
—Eso lo he entendido —dijo Geiger con paciencia—. Y te pregunto la distancia aproximada. ¿Puedes darme aunque sea una estimación de ese dato? ¿De cuánto estamos hablando, de mil kilómetros? ¿Cien mil? ¿Un millón? Estamos definiendo los objetivos de la expedición, ¿entiendes? Si ese objetivo se encuentra a un millón de kilómetros de distancia, deja de ser un objetivo válido. Pero si...
—Está claro, está claro —dijo Andrei—. Debiste formularlo así. Veamos... La dificultad consiste en que no conocemos la curvatura del mundo ni la distancia hasta el sol. Si contáramos con muchas observaciones a lo largo de toda la Ciudad, no de la actual, sino desde el principio hasta el día de hoy, entonces podríamos calcular esa magnitud. Necesitamos un arco grande, ¿entiendes? Al menos, varios centenares de kilómetros. Pero sólo tenemos material para un arco de cincuenta kilómetros. Por eso, la precisión es ínfima.
—Dame el mínimo y el máximo —insistió Geiger.
—El máximo es el infinito, en caso de que el mundo sea plano. Y el mínimo es del orden de mil kilómetros.
—Sois unos vividores —dijo Geiger, con gesto despectivo—. He invertido tanto dinero en vosotros, y como resultado...
—No digas eso —replicó Andrei—. Llevo dos años intentando conseguir que se lleve a cabo la expedición. Si quieres conocer en qué mundo vives, dame dinero, transporte, gente... De otra manera, no tendrás nada. Sólo necesitamos un arco de unos quinientos kilómetros. Mediremos la gravitación, la variación de brillo, los cambios según la altura...
—Está bien —lo interrumpió Geiger—, dejemos eso para otro día. Son detallitos. Sólo quiero que os quede bien claro que uno de los objetivos de la expedición es llegar hasta el principio del mundo. ¿Lo habéis entendido?
—Lo hemos entendido —dijo Andrei—. Pero no entiendo qué falta te hace eso.
—Quiero saber qué hay allí. Y allí hay algo. Algo de lo que dependen muchísimas cosas.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, la Anticiudad.
—La Anticiudad... —Andrei soltó un bufido—. ¿Aún crees en eso?
Geiger se levantó, cruzó las manos a la espalda y comenzó a pasearse por el comedor.
—Creer, no creer... Debo saber con toda seguridad si existe o no.
—Personalmente —dijo Andrei—, hace mucho tiempo que considero que la Anticiudad no es nada más que un invento de los antiguos dirigentes.
—Como el Edificio Rojo —dijo Izya quedamente, soltando una risita.
—El Edificio Rojo no viene al caso —replicó Andrei frunciendo el ceño—. El propio Geiger ha asegurado que la antigua dirección preparaba una dictadura militar, que les hacía falta una amenaza exterior, y ahí tenéis la Anticiudad.
—¿Y por qué tú te manifiestas en contra de que la expedición llegue hasta el final? —preguntó Geiger, deteniéndose delante de ambos—. ¿Acaso no sientes curiosidad por saber qué puede haber allí? ¡Qué consejeros me ha dado el cielo!
—¡Allí no hay nada! —dijo Andrei, presa de cierta contusión—. Un frío terrible, la noche eterna, un desierto de hielo. El lado oculto de la Luna, ¿entiendes?
—Dispongo de otros datos —dijo Geiger—. La Anticiudad existe. No hay allí ningún desierto helado, y si existe, es posible atravesarlo. Allí hay una ciudad igual que la nuestra, pero no sabemos lo que ocurre en ella ni qué quieren sus habitantes. Y se cuenta, por ejemplo, que allí todo funciona al revés. Cuando nos va bien, a ellos les va mal... —Se interrumpió y volvió a pasearse por el comedor.
—Dios mío. ¿Qué fantasía delirante es ésa?
Miro a Izya y calló. Izya estaba sentado cómodamente, con las manos cruzadas tras el espaldar del butacón, la corbata debajo de una oreja, rutilante, con un brillo aceitoso, mirando a Andrei con expresión victoriosa.