Ciudad Maldita
Ciudad Maldita читать книгу онлайн
El mundo deCiudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigm?tico Experimento: en ?l, todos hablan una lengua com?n que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», elleitmotiv tautol?gico que se repite a lo largo de la novela, no es m?s que la plasmaci?n del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privaci?n, la anulaci?n de la voluntad, la tiran?a policial y el cinismo de un vac?o ideol?gico y moral: y, por tanto, en la carencia de aut?ntico arte...
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—¿Y no hay zumo de tomate? —preguntó Andrei, gruñón, examinando la mesa.
—¿Quieres zumo de tomate? —preguntó Geiger—. ¡Parker! ¡Zumo de tomate para el señor consejero!
En la puerta del comedor apareció un joven corpulento y rozagante, el ayudante personal del presidente, que se aproximó a la mesa haciendo sonar suavemente las espuelas, y con una leve reverencia colocó delante de Andrei una jarra con zumo de tomate frío.
—Gracias, Parker —dijo Andrei—. No te preocupes, yo mismo me sirvo.
Geiger asintió y Parker desapareció.
—¡Bien amaestrado! —masculló Izya con la boca llena.
—Un muchacho excelente —dijo Andrei.
—Manjuro, en la comida, ordena servir vodka —contó Izya.
—¡Chivato! —le dijo Geiger, en tono de reproche.
—¿Por qué? —se asombró Izya.
—Si Manjuro bebe vodka durante la jornada laboral, tengo que sancionarlo.
—No puedes fusilarlos a todos.
—La pena de muerte ha sido abolida —dijo Geiger—. Por cierto, no estoy seguro. Habría que preguntarle a Chachua...
—¿Y qué le ocurrió al antecesor de Chachua? —preguntó Izya con expresión de inocencia.
—Fue pura casualidad —dijo Geiger—. Un tiroteo.
—Por cierto, era un funcionario de primera —señaló Andrei—. Chachua conoce su oficio, pero aquél... era un tipo fenomenal.
—Sí, metimos la pata muchas veces... —Geiger quedó pensativo—. Novatos, inexpertos...
—Todo lo que termina bien, está bien —dijo Andrei.
—¡Todavía no ha terminado nada! —objetó Izya—. ¿De dónde sacan que todo ha terminado?
—Al menos, los tiros han terminado —gruñó Andrei.
—Los tiros de verdad todavía no han empezado —anunció Izya—. Oye, Fritz. ¿hubo un atentado contra ti?
—¿Qué idiotez es ésa? —preguntó Geiger con el ceño fruncido—. Claro que no.
—Pues los habrá —prometió Izya.
—Gracias —respondió Geiger fríamente.
—Habrá atentados —prosiguió Izya—, se incrementará el consumo de drogas. Habrá motines de gente con la barriga llena. Ya han aparecido los hippies,de ellos no te digo nada. Habrá quien proteste suicidándose, pegándose fuego, haciéndose estallar. Por cierto, de ésos ya tenemos.
Geiger y Andrei intercambiaron miradas.
—Ahí lo tienes —dijo Andrei, molesto—. Ya lo sabe.
—Me encantaría saber cómo te has enterado —masculló Geiger, mirando a Izya con ojos entrecerrados.
—¿Cómo me he enterado? —preguntó Izya con celeridad. Soltó el tenedor—. ¡Aguardad! ¡Ah! Entonces, ¿fue un suicidio de protesta? Ya me decía yo que todo eso era una idiotez. Obreros borrachos que van por ahí con dinamita... ¡Mira lo que era! Sinceramente, yo pensaba que era un atentado frustrado. Está claro. ¿Y quién ha sido?
—Un tal Dennis Lee —dijo Geiger tras un silencio—. Andrei lo conocía.
—Lee... —repitió Izya, pensativo, frotando unas salpicaduras de mayonesa en la solapa de su chaqueta—. Dennis Lee... Espera, ¿era un tipo muy flaco? ¿Periodista?
—Tú también lo conocías —dijo Andrei—. Acuérdate, en mi periódico...
—¡Sí, sí! —exclamó Izya—. ¡Exacto! Lo recuerdo.
—Por Dios, mantén la boca cerrada —dijo Geiger.
En la cara de Izya apareció su pétrea sonrisa característica, y se puso a pellizcarse la verruga.
—Eso quiere decir... —balbuceó—. Está claro... Clarísimo... Se ató explosivos al cuerpo y fue a la plaza... Seguro que mandó cartas a todos los periódicos, qué locura. Claro, claro... ¿Y qué vas a hacer ahora? —se volvió hacia Geiger.
—Ya está hecho —dijo Geiger.
—¡Sí, claro! —intervino Izya con impaciencia—. Todo es secreto, se ha hecho circular una mentira oficial, has azuzado a Rumen, pero no hablo de eso. ¿Qué piensas de todo esto? ¿O lo consideras algo casual?
—No. No considero que sea casual —dijo Geiger lentamente.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Izya.
—Y tú, ¿qué piensas? —le preguntó Andrei.
—¿Y tú? —contraatacó Izya, volviéndose rápidamente hacia él.
—Yo pienso que toda sociedad ordenada tiene sus maníacos. Dennis era un maníaco, eso no deja lugar a dudas. Tenía delirios filosóficos. Y, por supuesto, no era el único en la Ciudad...
—¿Y qué decía? —preguntó Izya, ansioso.
—Decía que se aburría. Decía que no hemos encontrado nuestro verdadero objetivo. Decía que todo el trabajo que hemos hecho para elevar el nivel de vida es una tontería y no resuelve nada. Decía muchas cosas, pero no podía proponer nada de utilidad. Un maníaco. Un histérico.
—Y, de todos modos, ¿qué quería? —preguntó Geiger.
—Los habituales delirios populistas —dijo Andrei con un ademán despectivo.
—No entiendo —repuso Geiger.
—Daba por seguro que la misión de las personas educadas era elevar al pueblo hasta su nivel. Pero, por supuesto, no tenía la menor idea de cómo hacerlo.
—¿Y por eso se suicidó? —dijo Geiger, dudando.
—Te digo que se trataba de un maníaco.
—¿Y cuál es tu opinión? —preguntó Geiger a Izya.
—Si llamamos maníaco —soltó Izya sin meditar la respuesta ni un instante— a una persona que analiza un problema sin solución, entonces sí, era un maníaco. Y tú —Izya señaló a Geiger con un dedo—, no lo entenderás. Tú eres de los que sólo se ocupan de problemas solubles.
—Supongamos —intervino Andrei— que Dennis estaba totalmente convencido de que el problema tenía solución.
—Ninguno de los dos entiende un carajo —declaró Izya rechazando la idea con un ademán—. Os consideráis tecnócratas, miembros de la élite. Para vosotros, la palabra demócrata es una injuria. Cada roto que reconozca su descosido correspondiente. Vosotros despreciáis profundamente a las masas y estáis orgullosísimos de este desprecio. Pero, en realidad, sois esclavos por completo de esas masas. Todo lo que hacéis, lo hacéis para las masas. Todo lo que os preocupa es algo que las masas necesitan en primer lugar. Vivís para las masas. Si las masas desaparecen, perderíais el sentido de vuestras vidas. Sois unos pobres albañiles que dais lástima. Y por esa misma razón nunca os convertiréis en maníacos. Todo lo que necesitan las grandes masas se consigue de manera relativamente fácil. Por eso, todas vuestras tareas tienen una solución previsible. Nunca entenderéis a las personas que se suicidan como señal de protesta.