El cirujano

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El cirujano
Название: El cirujano
Автор: Gerritsen Tess
Дата добавления: 16 январь 2020
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El cirujano - читать бесплатно онлайн , автор Gerritsen Tess

Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…

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Veintidós

Catherine se detuvo frente a la puerta de la oficina de Peter. Él se sentó frente a su escritorio, sin notar que ella lo observaba, y comenzó a rasguñar una planilla con su pluma. Nunca antes se había tomado el tiempo suficiente para observarlo con detenimiento, y lo que veía ahora le produjo una tenue sonrisa en los labios. Trabajaba con una feroz concentración, la imagen misma del médico dedicado, salvo por un toque caprichoso: el avión de papel que se destacaba en el piso. Peter y sus tontas máquinas voladoras.

Ella golpeó en el marco de la puerta. Él levantó la vista por encima de los lentes, sorprendido de verla allí.

– ¿Puedo hablar contigo? -preguntó ella.

– Desde luego. Pasa.

Ella se sentó en una silla frente al escritorio. Él no dijo nada, sólo esperaba con paciencia a que hablara. Ella tenía la impresión de que, sin importar cuánto tiempo le tomara, él seguiría allí esperándola.

– Las cosas han estado… tensas entre nosotros -dijo.

Él asintió.

– Sé que te fastidia tanto como a mí. Y a mí me fastidia muchísimo porque siempre me gustaste, Peter. Puede no parecer así, pero lo es. -Tomó una bocanada de aire, esforzándose por encontrar las palabras indicadas-. Los problemas entre nosotros no tienen nada que ver contigo. Todo fue culpa mía. Hay tantas cosas que suceden en mi vida en este momento. Me resulta difícil de explicar.

– No tienes que hacerlo.

– Es sólo que veo que lo nuestro se está arruinando. No sólo nuestra sociedad, sino nuestra amistad. Es gracioso que nunca haya advertido que estaba allí, entre nosotros. Que no haya advertido lo mucho que significa para mí hasta que lo dejé estropearse. -Se puso de pie-. De todos modos lo siento. Eso es lo que vine a decirte. -Se dirigió a la puerta.

– Catherine -dijo con suavidad-. Sé lo que sucedió en Savannah.

Ella se dio vuelta y lo miró a los ojos. Él le sostuvo la mirada con firmeza.

– El detective Crowe me lo contó -dijo.

– ¿Cuándo?

– Hace un par de días, cuando hablé con él a raíz de la irrupción en nuestra oficina. Él supuso que ya lo sabía.

– No me dijiste nada.

– No era el mejor momento para sacarlo a relucir. Quería que te sintieras preparada para contarme. Sabía que necesitabas tiempo, y estaba deseoso de esperar tanto tiempo como te llevara a ti confiar en mí.

Ella resopló con energía.

– Está bien, entonces. Ahora conoces lo peor de mí.

– No, Catherine. -Se puso de pie para enfrentarla-. Conozco lo mejor de ti. Sé lo fuerte que eres, lo valiente que eres. Todo este tiempo no tenía idea de lo que estabas enfrentando. Podrías haberme contado. Podrías haber confiado en mí.

– Pensé que eso cambiaría todo entre nosotros.

– ¿Cómo pudiste pensar eso?

– No quiero que me tengas lástima. No quiero que nunca nadie me compadezca.

– ¿Te compadezca por qué? ¿Por luchar contra lo que te sucedió? ¿Por salir con vida de una situación francamente imposible? ¿Por qué carajo crees que te compadecería?

Ella despejó sus lágrimas con un pestañeo.

– Otros hombres lo harían.

– Entonces ellos no te conocen en realidad. No como yo te conozco. -Dio una vuelta alrededor del escritorio, de modo que ya no los separara-. ¿Recuerdas el día que nos conocimos?

– Cuando vine para la entrevista.

– ¿Qué recuerdas de ese momento?

Ella sacudió la cabeza con una expresión de asombro.

– Hablamos acerca de la práctica. Acerca de cómo encajaría yo aquí.

– De modo que lo recuerdas sólo como una reunión de trabajo.

– Eso es lo que era.

– Gracioso. Yo pienso en ella de un modo totalmente distinto. Apenas recuerdo algunas de las preguntas que te hice, o lo que tú me preguntaste. Lo que recuerdo es haber levantado la vista de mi escritorio y verte entrar en mi oficina. Y yo estaba impactado. No podía pensar en nada que decir sin que sonara estúpido o trillado, o sencillamente común. No quería ser común, no quería parecerlo frente a ti. Pensé: ésta es una mujer que lo tiene todo. Es perspicaz, es hermosa. Y está parada frente a mí.

– Oh, Dios. Estabas tan equivocado. No lo tenía todo. -Ella apartó sus lágrimas con más pestañeos-. Nunca lo tuve. Apenas trato de mantener funcionando un par de cosas…

Sin decir palabra él la tomó en sus brazos. Todo sucedió de forma tan natural, tan fácil, sin la incomodidad de un primer abrazo. Él simplemente la abrazaba, sin exigirle nada. Un amigo que consuela a otro amigo.

– Dime qué puedo hacer para ayudar -dijo-. Lo que sea.

Ella suspiró.

– Estoy tan cansada, Peter. ¿Podrías acompañarme a mi auto?

– ¿Eso es todo?

– Es lo que necesito en este momento. Alguien en quien confiar y que pueda acompañarme.

Él se hizo a un lado y le sonrió.

– Entonces soy definitivamente el hombre que necesitas.

El quinto piso del estacionamiento del hospital estaba vacío, y el concreto devolvía los ecos de sus pasos como el sonido de fantasmas que les pisaban los talones. De haber estado sola, hubiera tenido que mirar por encima del hombro durante todo el trayecto. Pero Peter estaba junto a ella, y no sentía miedo. Él la acompañó hasta su Mercedes. Permaneció a un costado mientras ella se sentaba al volante. Luego él cerró la puerta y le señaló la traba.

Con un gesto de asentimiento, ella apretó el botón para trabar las puertas y escuchó el clic tranquilizador una vez que todas las puertas estuvieron cerradas.

– Te llamaré más tarde -dijo.

Mientras manejaba hacia la salida, lo vio por el espejo retrovisor, con la mano levantada en un saludo. Luego desapareció de su vista cuando ella bajó por la rampa.

Se encontró sonriendo mientras manejaba de vuelta a su casa en Back Bay.

«Algunos hombres son verdaderamente confiables», le había dicho Moore.

«Sí, pero ¿cuáles?»

«Nunca lo sabes hasta que llega el momento. Será el que esté a tu lado cuando lo necesites».

Bien como amigo o como amante, Peter podría ser unos de esos hombres.

Bajando la velocidad en la avenida Commonwealth, dobló en la calle de su edificio y apretó el control remoto del estacionamiento. La puerta de seguridad se levantó con unas sacudidas y ella entró. Por el espejo retrovisor vio que la puerta se cerraba tras ella. Sólo entonces se dirigió al sector asignado a ella. La precaución era en ella una segunda naturaleza, y éstos eran rituales que nunca dejaba de llevar a cabo. Controló el ascensor antes de entrar. Miró a un lado y a otro del pasillo antes de salir del ascensor. Trabó la puerta con todas las cerraduras apenas entró en su departamento. Seguridad de fortaleza. Sólo entonces podía permitirse que los últimos restos de tensión se desvanecieran.

Parada frente a su ventana sorbía té helado y disfrutaba de la frescura de su departamento mientras miraba hacia abajo a la gente que pasaba por la calle, con el sudor brillando en sus frentes. Sólo había dormido tres horas en las últimas treinta y seis. «Me he ganado este momento de comodidad, -pensó mientras presionaba el vaso lleno de hielo contra su mejilla-. Me he ganado una noche para meterme temprano en la cama y no hacer nada de nada». Y no pensaría en Moore. No se permitiría sentir el dolor. No todavía.

Vació su vaso y acababa de depositarlo sobre la mesada de la cocina cuando sonó su localizador. Una llamada del hospital era lo último que quería tolerar en este momento. Cuando llamó a la operadora del Centro Médico Pilgrim, no pudo disimular la irritación de su tono de voz.

– Habla la doctora Cordell. Sé que acaban de llamarme al localizador, pero esta noche no estoy de guardia. De hecho, voy a desconectar el localizador ahora mismo.

– Lamento molestarla, doctora Cordell, pero recibimos una llamada del hijo de Herman Gwadowski. Insiste en encontrarse con usted esta tarde.

– Es imposible. Ya estoy en casa.

– Sí, le dije que usted se tomaría todo el fin de semana. Pero él dice que es su último día en la ciudad. Quiere verla antes de consultar con un abogado.

«¿Un abogado?»

Catherine se encorvó contra la mesada de la cocina. Dios, no tenía fuerzas para enfrentarse a algo así. No ahora. No cuando se sentía tan cansada que apenas podía pensar con propiedad.

– ¿Doctora Cordell?

– ¿El señor Gwadowski le dijo cuándo quería tener la reunión?

– Dice que la esperará en la cafetería del hospital hasta las seis.

– Gracias. -Catherine colgó, mirando como hipnotizada los mosaicos blancos del piso. ¡Qué meticulosa era ella con la limpieza de esos mosaicos! Pero no importaba lo duro que los fregara, o lo mucho que organizara cada aspecto de su vida, no podía anticiparse a los Ivan Gwadowski del mundo. Tomó su cartera y las llaves del auto, y una vez más abandonó el santuario de su departamento.

En el ascensor miró el reloj y se sintió alarmada al ver que eran ya las cinco y cuarenta y cinco. No llegaría a tiempo al hospital, y el señor Gwadowski asumiría que ella lo había dejado plantado. En el momento en que se deslizó dentro del Mercedes, tomó el teléfono del auto y llamó a la operadora del Pilgrim.

– Habla de nuevo la doctora Cordell. Necesito ubicar al señor Gwadowski para hacerle saber que llegaré tarde. ¿Sabe desde qué extensión estaba hablando?

– Déjeme revisar el registro de llamadas… Aquí está. No era una extensión del hospital.

– ¿Un celular, entonces?

Se produjo una pausa.

– Bueno, esto es extraño.

– ¿Qué sucede?

– Estaba hablando del número que usted está utilizando ahora.

Catherine se quedó quieta, con el miedo recorriendo su médula como un viento frío. «Mi auto. La llamada fue hecha desde mi auto».

– ¿Doctora Cordell?

Entonces lo vio por el espejo retrovisor, alzándose como una cobra. Ella tomó aire para gritar, y su garganta se quemó con los vapores del cloroformo.

El auricular cayó de su mano.

Jerry Sleeper lo esperaba en la acera, fuera del sector del aeropuerto donde se recogía el equipaje. Moore arrojó su maleta con ruedas en el asiento de atrás y se metió en el auto, cerrando la puerta con un golpe fuerte.

– ¿La encontraste? -fue lo primero que preguntó Moore.

– Todavía no -dijo Sleeper mientras se alejaba del cordón-. Su Mercedes desapareció, y no hay evidencias de ningún forcejeo en su departamento. Sea lo que fuese lo que sucedió, fue rápido, y dentro o cerca del vehículo. Peter Falco fue el último en verla, alrededor de las cinco y cuarto, en el estacionamiento del hospital. Cerca de media hora más tarde, la operadora del Pilgrim la llamó al localizador y habló con ella por teléfono. Cordell la llamó de vuelta desde su auto. La conversación se cortó en forma abrupta. La operadora alega que fue el hijo de Herman Gwadowski el que hizo la llamada original al localizador.

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