El cirujano

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El cirujano
Название: El cirujano
Автор: Gerritsen Tess
Дата добавления: 16 январь 2020
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El cirujano - читать бесплатно онлайн , автор Gerritsen Tess

Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…

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Veintiuno

La secretaria del Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina de Emory era una radiante rubia devenida en graciosa matrona sureña al estilo de Doris Day. Winnie Bliss mantenía una jarra de café caliente junto a los casilleros del correo de los estudiantes y un recipiente de vidrio con galletitas de manteca escocesas sobre su escritorio, y Moore pudo imaginarse que un estudiante de medicina tenso encontraría ese cuarto como un bienvenido refugio. Winnie había trabajado en esta oficina por veinte años, y como no tenía hijos propios, había concentrado su instinto maternal en los estudiantes que visitaban esta oficina todos los días para recoger su correo. Ella los alimentaba con galletitas, les pasaba datos sobre departamentos desocupados, y los aconsejaba en ocasión de algún romance fallido o de notas deficientes en los exámenes. Y cada año, para la graduación, derramaba lágrimas porque ciento diez de sus muchachos la abandonaban. Todo esto se lo relató a Moore con el suave acento de Georgia mientras le ofrecía galletitas y le servía café, y Moore le creía en todo. Winnie Bliss era una rosa sin espinas.

– No podía creerlo cuando la policía de Savannah me llamó hace dos años -dijo acomodándose con delicadeza en su silla-. Les dije que debía tratarse de un error. Vi a Andrew acercarse a esta oficina todos los días en busca de su correo, y era el chico más agradable que una imaginara. Amable, y nunca escapó de sus labios una mala palabra. Acostumbro mirar a la gente a los ojos, detective Moore, sólo para que sepan que los estoy viendo en serio. Y vi a un buen muchacho en los ojos de Andrew.

«Un indicio, -pensó Moore-, de lo fácil que somos engañados por el mal».

– Durante los cuatro años que Capra fue estudiante aquí, ¿no recuerda que tuviera alguna amistad cercana? -preguntó Moore.

– ¿Usted quiere decir algo así como una noviecita?

– Estoy más interesado en sus amistades masculinas. Hablé con la ex propietaria de aquí en Atlanta. Dice que había un hombre joven que visitaba a Capra ocasionalmente. Ella piensa que era otro estudiante de medicina.

Ella se levantó y se dirigió al fichero, de donde extrajo una impresión de computadora.

– Éste es el listado del año de Andrew. Había ciento diez estudiantes en su curso de primer año. Cerca de la mitad eran hombres.

– ¿Tenía algún amigo íntimo entre ellos?

Ella recorrió las tres páginas de nombres con la vista y negó con la cabeza.

– Lo siento. De esta lista no recuerdo con exactitud a nadie que fuera particularmente íntimo de él.

– ¿Usted quiere decir que no tenía amigos?

– Digo que no recuerdo a ningún amigo.

– ¿Puedo ver la lista?

Ella se la ofreció. Moore hojeó la página pero no vio ningún nombre que le sonara familiar salvo el de Capra.

– ¿Tiene idea de dónde viven ahora todos estos estudiantes?

– Sí. Actualizo sus direcciones de correo para el boletín de ex alumnos.

– ¿Vive alguno de ellos en el área de Boston?

– Déjeme corroborar. -Con un gesto suave se volvió hacia la computadora, y sus pulcras uñas rosadas apretaron las teclas. La inocencia de Winnie Bliss la hacía verse como una mujer de una época más antigua y galante, y a Moore le pareció anacrónico verla navegar entre sus archivos de computadora con tanta destreza.

– Sólo hay uno en Newton, Massachusetts. ¿Eso es cerca de Boston?

– Sí. -Moore se inclinó hacia delante, con el pulso repentinamente agitado-. ¿Cuál es su nombre?

– Es una mujer. Latisha Green. Una chica muy agradable. Solía traerme unas enormes bolsas de nueces. Por supuesto que era bastante malvado de su parte porque sabía que yo trataba de cuidar mi silueta, pero creo que le gustaba agasajar a la gente con comida. Era su manera de ser.

– ¿Estaba casada? ¿Tenía algún novio?

– Oh, tiene un marido maravilloso. El hombre más grande que vi en mi vida. Un metro noventa y ocho y esa hermosa piel negra.

– Negra -repitió.

– Sí. Hermosa como cuero charolado.

Moore suspiró y volvió a mirar la lista.

– ¿Y no hay nadie más de la clase de Capra que viva cerca de Boston, hasta donde recuerda?

– No de acuerdo con mi lista. -Se volvió hacia él-. Oh, parece desilusionado. -Lo dijo con una nota de sincera preocupación, como si se sintiera personalmente responsable por haberle fallado.

– Hoy no es mi día -admitió.

– Sírvase un caramelo.

– Gracias, pero no.

– ¿Usted también está cuidando la silueta?

– No tengo pasión por los dulces.

– Entonces usted definitivamente no es sureño, detective.

No pudo evitar reírse. Winnie Bliss, con sus grandes ojos y su voz delicada lo había cautivado, tal como cautivaría a cada estudiante, mujer o varón, que entraba en su oficina. Moore levantó la vista hacia la pared detrás de ella, de la que colgaba una serie de fotografías grupales.

– ¿Ésas son las promociones de la facultad de Medicina?

Ella se volvió hacia la pared.

– Mi marido las toma para cada graduación. No es algo fácil juntar a esa cantidad de estudiantes. Es como arrear gatos, como le gusta decir a mi marido. Pero siempre quiero esa foto, y lo obligo a tomarlas. ¿No le parece que son un grupo de gente maravillosa?

– ¿Cuál es la división de Andrew Capra?

– Le mostraré el anuario. Allí figuran con los nombres. -Se levantó y se acercó a un estante de libros protegido por puertas vidriadas. Con mucho cuidado retiró un volumen del estante, y pasó ligeramente la mano por la tapa, como para limpiarle el polvo-. Éste es el año en que se graduó Andrew. Tiene fotos de todos sus compañeros, y aclara dónde fueron aceptados para hacer sus residencias. -Hizo una pausa, luego le alcanzó el libro a Moore-. Es mi única copia. Así que por favor, ¿podría mirarla aquí solamente, sin sacarla de la oficina?

– Me sentaré en ese mismo rincón, para no molestarla. Así me tendrá a la vista. ¿Qué le parece?

– ¡No quise decir que no confío en usted!

– Bueno, no debería -dijo él guiñándole un ojo. Ella se sonrojó como una quinceañera.

Llevó el libro a un rincón de la oficina, donde la jarra de café y el plato con galletitas estaban colocados cerca de la reducida zona de espera. Se sentó en un gastado sillón y abrió el anuario estudiantil de la Facultad de Medicina de Emory. Llegó la hora del almuerzo, y una caravana de estudiantes de rostros juveniles con guardapolvos blancos comenzaron a aparecer para revisar su correo. ¿Desde cuándo los niños se convertían en médicos? No podía imaginarse sometiendo su cuerpo maduro al cuidado de esos muchachitos. Observó sus miradas curiosas, y escuchó a Winnie Bliss susurrar:

– Es un detective de homicidios de Boston.

Sí, ese viejo decrépito sentado en el rincón.

Moore se encorvó aún más en la silla y se concentró en las fotografías. Próxima a cada una aparecía el nombre del estudiante, su lugar de nacimiento, y la residencia para la cual él o ella habían sido aceptados. Cuando llegó a la foto de Capra se detuvo. Capra miraba directo a la cámara; era un joven sonriente con una mirada severa que no ocultaba nada. Eso era lo que Moore encontraba más escalofriante; que los depredadores caminan entre las presas sin ser identificados.

Junto a la foto de Capra aparecía el nombre de su programa de residencia. «Cirugía, Centro Médico Riverland, Savannah, Georgia».

Se preguntó quién más de la clase de Capra habría hecho la residencia en Savannah, quién más habría vivido en esa ciudad mientras Capra masacraba mujeres. Recorrió las páginas con rapidez, sobrevolando los listados, y encontró que otros tres estudiantes de medicina habían sido aceptados en los programas del área de Savannah. Dos de ellos eran mujeres; el tercero era un varón asiático.

Otro callejón sin salida.

Se recostó contra el respaldo, desconcertado. El libro quedó abierto sobre sus piernas, y vio que la fotografía del decano de la facultad de Medicina le sonreía. Bajo ella habían impreso el lema de la graduación: Para curar el mundo.

Hoy, ciento ocho jóvenes notables prestan el solemne juramento que corona una larga y dificultosa trayectoria. Este juramento, como médico y terapeuta, no habrá de ser tomado a la ligera, pues está destinado a prevalecer a lo largo de toda una vida…

Moore se incorporó y releyó el discurso del decano.

«Hoy, ciento ocho jóvenes notables…»

Se levantó y volvió al escritorio de Winnie.

– ¿Señora Bliss?

– ¿Sí, detective?

– ¿Usted dijo que en el curso de primer año de Andrew había ciento diez estudiantes?

– Admitimos ciento diez por año.

– Aquí, en el discurso del decano, dice que son ciento ocho graduados ¿Qué sucedió con los otros dos?

Winnie sacudió la cabeza con un gesto de pesar.

– Todavía no logro superar lo que le pasó a esa pobre chica.

– ¿A qué chica?

– Laura Hutchinson. Estaba trabajando en una clínica, en Haití. Era uno de nuestros cursos optativos. Las carreteras allí, bien, me dijeron que son espantosas. El auto cayó en un embalse y se dio vuelta encima de ella.

– Entonces fue un accidente.

– Ella viajaba en la parte trasera del auto. No la pudieron sacar hasta diez horas después.

– ¿Y qué hay del otro estudiante? Hay uno más que no se graduó con la promoción.

La mirada de Winnie cayó sobre su escritorio, y pudo notar que no se sentía cómoda al tratar el tema.

– ¿Señora Bliss?

– Sucede cada tanto -dijo ella-, que un estudiante abandona. Tratamos de ayudarlo para que se quedara en el programa, pero ya sabe, algunos tienen problemas con los materiales.

– Entonces este estudiante… ¿cómo se llamaba?

– Warren Hoyt.

– ¿Abandonó?

– Sí, podría decirse que abandonó.

– ¿Fue un problema académico?

– Bueno… -Ella miró alrededor, como si buscara ayuda sin encontrarla-. Tal vez debería hablar con uno de nuestros profesores, el doctor Kahn. Él podrá contestar a sus preguntas.

– ¿Usted no conoce la respuesta?

– Es un asunto… algo privado. El doctor Kahn debería ser el más indicado para responderle.

Moore miró su reloj. Pensaba tomar el avión de regreso a Savannah esa noche, pero no parecía que pudiera lograrlo.

– ¿Dónde puedo encontrar al doctor Kahn?

– En el laboratorio de anatomía.

Podía oler el formol en el corredor. Moore se detuvo frente a la puerta con el letrero anatomía, preparándose para lo que le esperaba. Aunque se consideraba preparado, cuando dio un paso dentro del laboratorio quedó pasmado por unos segundos ante lo que vio. Veintiocho mesas, dispuestas en cuatro hileras, ocupaban la longitud de la sala. Sobre las mesas había cadáveres en diversos estados de disección. A diferencia de los cuerpos que Moore estaba acostumbrado a ver en el laboratorio forense, estos cuerpos parecían artificiales, con la piel como vinilo, y los vasos expuestos embalsamados en brillantes colores rojos o azules. Hoy los estudiantes trabajaban con las cabezas, separando los músculos de la cara. Había cuatro estudiantes por cada cadáver, y la sala retumbaba de voces que leían en voz alta los textos de medicina, planteando preguntas u ofreciendo consejos. De no ser por los mortecinos cuerpos sobre las mesas, estos estudiantes podrían haber sido obreros de una fábrica, trabajando con partes mecánicas.

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