El cirujano
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Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…
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Veintitrés
– Va a mantenerla con vida por un tiempo -dijo el doctor Zucker-. De la misma forma en que mantuvo a Nina Peyton viva por un día entero. Ahora tiene la situación bajo su absoluto control. Puede tomarse todo el tiempo que quiera.
Rizzoli sintió un escalofrío mientras consideraba lo que eso significaba, «todo el tiempo que quiera». Consideró cuántas terminaciones nerviosas sensibles poseía el cuerpo humano, y se preguntó cuánto dolor puede soportarse antes de que la muerte muestre su compasión. Recorrió con la mirada la sala de conferencias, y vio que Moore dejaba caer la cabeza entre sus manos. Se veía enfermo, agotado. Era pasada la medianoche, y los desconcertados rostros que veía alrededor de la mesa de conferencias estaban pálidos. Rizzoli estaba parada fuera de ese círculo, con la espalda contra la pared. La mujer invisible, a la que nadie reconocía; la dejaban escuchar, pero no participar. Restringida a efectuar únicamente tareas administrativas, privada de su arma de servicio, ahora era poco más que una observadora en un caso que conocía mejor que cualquiera de los que estaban sentados a la mesa.
La mirada de Moore voló en dirección a ella, pero miraba a través de ella, no a ella. Como si no quisiera mirarla.
El doctor Zucker resumía todo lo que sabían sobre Warren Hoyt. El Cirujano.
– Ha estado trabajando para esta meta exclusiva por largo tiempo -dijo Zucker-. Ahora que la ha alcanzado, va a prolongar el placer todo lo posible.
– ¿Entonces Cordell fue siempre su meta? -dijo Frost-. ¿Las otras víctimas sólo fueron un ejercicio?
– No, también le brindaron placer. Lo mantuvieron controlado, ayudándolo a liberar la tensión sexual mientras trabajaba en la conquista de su premio. En cualquier cacería, la excitación del depredador es más intensa cuanto más dificultosa es la presa. Y Cordell probablemente no era una mujer fácil de atrapar. Siempre estaba alerta, siempre era cuidadosa con la seguridad. Se atrincheraba detrás de cerraduras y sistemas de alarma. Evitaba las relaciones íntimas. Pocas veces salía por la noche, salvo para trabajar en el hospital. Era la presa más desafiante que persiguió, y la que más deseaba. Hizo aún más difícil la cacería haciéndole saber que ella era la presa. Utilizó el terror como parte del juego. Quería que ella lo sintiera acercándose. Las otras mujeres sólo constituyeron una fachada. Cordell era el acontecimiento principal.
– Es -dijo Moore con la voz tensa de furia-. No está muerta todavía.
La sala de pronto quedó en silencio, con todos los ojos puestos en Moore.
Zucker asintió, con su calma gélida intacta.
– Gracias por corregirme.
Marquette dijo:
– ¿Ha leído los reportes de su trayectoria?
– Sí -dijo Zucker-. Warren era hijo único. Aparentemente un niño adorado, nacido en Houston. El padre era científico espacial; y no bromeo. Su madre provenía de una antigua familia dedicada al petróleo. Ambos están muertos ahora. De modo que Warren fue bendecido con estos inteligentes genes y el dinero de la familia. No hay registros de conducta criminal durante su niñez. No hay arrestos ni multas de tránsito, nada que resaltara demasiado. Salvo por ese único incidente en la Facultad de Medicina, en el laboratorio de anatomía, no encontré otros signos de advertencia. No hay pistas que me digan que estaba destinado a ser un depredador. En todos los sentidos era un muchacho perfectamente normal. Amable y confiable.
– Promedio -dijo Moore en voz baja-. Común.
Zucker asintió.
– Éste es un muchacho que nunca llamó la atención, que nunca alarmó a nadie. Es el más temible asesino de todos, porque no hay patología, ni diagnóstico psiquiátrico. Él es como Ted Bundy. Inteligente, organizado, y en la superficie, bastante funcional. Pero tiene una peculiaridad personal: disfruta torturando mujeres. Es alguien con quien uno podría trabajar todos los días. Y nunca sospecharíamos nada cuando nos mira a los ojos, sonriéndonos, mientras piensa en alguna forma nueva y creativa para arrancarnos las tripas.
Temblando ante el siseo de la voz de Zucker, Rizzoli miró alrededor de la sala. «Lo que dice es verdad. Veo a Barry Frost todos los días. Parece ser un tipo agradable. Felizmente casado. Nunca una actitud desagradable. Pero no tengo idea de lo que está pensando en realidad».
Frost captó su mirada, y se ruborizó.
Zucker continuó.
– Tras el incidente en la Facultad de Medicina, Hoyt fue forzado a retirarse. Ingresó en una programa de entrenamiento de técnica médica, y siguió a Andrew Capra hasta Savannah. Según parece, su sociedad se prolongó por varios años. Los registros de las aerolíneas y las tarjetas de crédito indican que viajaron juntos en varias oportunidades. A Grecia e Italia. A México, donde ambos ofrecieron servicio voluntario en una clínica rural. Era la alianza de dos cazadores. Hermanos de sangre que compartían las mismas fantasías violentas.
– La sutura catgut -dijo Rizzoli.
Zucker le devolvió una mirada intrigada.
– ¿Cómo?
– En los países del Tercer Mundo, todavía se utiliza sutura catgut en cirugía. Así es como consiguió su reserva.
Marquette asintió.
– Puede que ella tenga razón.
«Tengo razón», dijo Rizzoli, aguijoneada por el resentimiento.
– Cuando Cordell mató a Andrew Capra -dijo Zucker-, ella destruyó al equipo asesino perfecto. Borró a la única persona de la que Hoyt se sentía cerca. Y es por eso que ella se convirtió en su principal meta. En su principal víctima.
– Si Hoyt estaba en la casa la noche en que Capra murió, ¿por qué no la mató en ese momento? -preguntó Marquette.
– No lo sé. Hay muchas cosas de esa noche en Savannah que sólo Hoyt sabe. Lo que nosotros sí sabemos es que se mudó a Boston hace dos años, al poco tiempo que Catherine Cordell vino para aquí. Al año, Diana Sterling aparecía muerta.
Por fin Moore habló con una voz poseída.
– ¿Cómo lo encontraremos?
– Podemos mantener su departamento bajo vigilancia, pero no creo que regrese allí pronto. No es su guarida. No es allí donde se deja llevar por sus fantasías. -Zucker se recostó contra el respaldo, con la mirada perdida. Tratando de encontrar las palabras e imágenes para lo que sabía de Warren Hoyt-. Su verdadera guarida debe de ser un lugar que mantiene al margen de su vida cotidiana. Un lugar al que se retira en el anonimato, posiblemente bastante alejado de su departamento. Puede ser que no esté alquilado a su nombre.
– Si alquilas un lugar, tienes que pagar por él -dijo Frost-. Podemos rastrear el dinero.
Zucker asintió.
– Sabrán que es su guarida cuando la encuentren, porque allí estarán sus trofeos. Los recuerdos que tomó de sus asesinatos. Es posible que incluso haya preparado su cubil como un lugar para llevar eventualmente a sus víctimas. La última cámara de tortura. Es un lugar donde la privacidad debe estar asegurada, donde no será interrumpido. Un edificio apartado. O un apartamento que esté bien aislado de ruidos.
«Así nadie podrá escuchar a Cordell gritar», pensó Rizzoli.
– En este lugar puede convertirse en la criatura que realmente es. Puede sentirse relajado y desinhibido. Nunca dejó semen en ninguna de las escenas del crimen, lo que me indica que tiene la capacidad de retrasar su gratificación sexual hasta que está en un lugar seguro. Su guarida parece ser ese lugar. Probablemente la visita de tanto en tanto, para volver a experimentar el estremecimiento de la carnicería. Para mantenerse controlado entre un asesinato y otro. -Zucker miró alrededor de la sala-. Allí es donde llevó a Catherine Cordell.
Los griegos lo llaman dere, lo que señala la parte delantera del cuello, o la garganta, y es la parte más hermosa y más vulnerable de la anatomía de una mujer. En la garganta laten la vida y el aliento, y bajo la lechosa piel blanca de Ifigenia, las venas azules deben de haber palpitado presionadas por la punta del cuchillo de su padre. ¿Acaso Agamenón se habrá detenido a admirar las delicadas líneas del cuello de su hija mientras Ifigenia yacía sobre el altar? ¿O por el contrario estudió los puntos posibles para elegir el mejor donde su filo debía penetrar la piel? Si bien angustiado por el sacrificio, en el instante en que su cuchillo se hundió, ¿no habrá sentido apenas el levísimo hormigueo en sus entrañas, una vibración de placer sexual mientras hundía la hoja en su carne?
Hasta los antiguos griegos, con sus horrendas historias de padres que devoran a sus hijos o hijos que se acuestan con sus madres, no mencionan tales detalles de depravación. No necesitan hacerlo; es una de esas secretas verdades que todos comprendemos sin ayuda de palabras. De todos aquellos soldados que permanecían con expresiones pétreas y los corazones endurecidos frente a los gritos de una doncella, de aquellos que observaban a Ifigenia desnuda, y su cuello de cisne preparado para recibir el cuchillo, ¿cuántos soldados habrán sentido un inesperado calor placentero fluyendo entre sus entrañas? ¿Cuántos habrán sentido que su miembro se ponía duro? ¿Cuántos de ellos volverían a mirar el cuello de una mujer sin sentir la necesidad de cortarlo?
Su garganta es tan pálida como debe de haberlo sido la de Ifigenia. Se ha protegido del sol, como toda pelirroja debe hacerlo, y sólo aparecen unas cuantas pecas que arruinan la traslúcida cualidad de su piel de alabastro.En estos dos años, ha mantenido su cuello impecable para mí. Es un gesto que aprecio.
He esperado pacientemente a que recobrara el conocimiento. Sé que ahora ella está despierta y pendiente de mí, porque su pulso se ha acelerado. Toco su garganta, en el hueco justo encima del esternón, y ella aspira profundamente. No libera el aire mientras tanteo el costado de la garganta, siguiendo el curso de su arteria carótida. Su pulso aumenta, levantando la piel con temblores rítmicos. Siento la textura de su transpiración bajo mi dedo. Ha florecido como niebla sobre su piel, y su cara resplandece con su brillo. Mientras recorro con la mano el ángulo de su mandíbula, ella finalmente deja escapar el aliento; surge como un lloriqueo sofocado por la tela adhesiva que le tapa la boca. No es característico de mi Catherine ese lloriqueo. Las otras eran estúpidas gacelas, pero Catherine es una tigresa, la única que devolvió el golpe e hizo correr sangre.
Ella abre los ojos y me mira, y compruebo que finalmente entiende que he ganado. Ella, la más valiosa de todas, ha sido conquistada.
