El cirujano

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El cirujano
Название: El cirujano
Автор: Gerritsen Tess
Дата добавления: 16 январь 2020
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El cirujano - читать бесплатно онлайн , автор Gerritsen Tess

Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…

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Diecinueve

Dio una vuelta alrededor de la manzana, y esta vez apenas notó el calor; tantos escalofríos le habían producido las imágenes de la cinta. Se sintió aliviado por el solo hecho de salir de la sala de conferencias, ahora íntimamente asociada con el horror. Savannah misma, con su aire almibarado y su suave luz verde, lo hacían sentir inquieto. La ciudad de Boston tenía ángulos agudos y voces irritantes, donde cada edificio, cada rostro con el entrecejo fruncido aparecía nítida y ásperamente en foco. En Boston sabías que estabas vivo sólo por estar tan irritado. Aquí, nada parecía enfocado. Veía a Savannah como a través de una gasa, una ciudad de sonrisas amables y voces adormiladas, y se preguntó cuál era la oscuridad que yacía oculta a la vista.

Cuando regresó al cuarto de la brigada, encontró a Singer escribiendo en una computadora portátil.

– Espéreme un minuto -dijo Singer mientras apretaba el botón del control ortográfico. Que Dios no permitiera ninguna palabra mal escrita en sus informes. Satisfecho, miró a Moore-. ¿Sí?

– ¿Encontró la libreta de direcciones de Capra alguna vez?

– ¿Qué libreta de direcciones?

– La mayoría de las personas tienen una agenda cerca del teléfono. Yo no vi ninguna en el video de su departamento, y tampoco la encontré en la lista de bienes que hizo usted

– Está hablando de dos años atrás. Si no estaba en nuestra lista, entonces na tenía ninguna.

– O fue sustraída de su departamento antes de que usted llegara allí.

– ¿Qué intenta averiguar? Pensé que había venido a estudiar la técnica de Capra, no a resolver el caso de nuevo.

– Me interesan los amigos de Capra. Todo el que lo conociera bien.

– Diablos, nadie lo conocía. Entrevistamos a los médicos y las enfermeras con quienes trabajaba. A la propietaria de su departamento, a los vecinos. Me fui manejando hasta Atlanta para hablar con su tía. Su único pariente vivo.

– Sí, leí las entrevistas.

– Entonces sabrá que los engañó a todos. Sigo escuchando los mismos comentarios: «¡Qué médico tan compasivo! Un muchacho tan educado». -Singer lanzó un bufido.

– No tenían idea de quién era Capra en realidad.

Singer giró nuevamente hacia su computadora portátil.

– Diablos, nadie llega a saber nunca quiénes son los monstruos.

Era el momento de ver la última cinta. Moore la había cortado justo en el final, porque no se había sentido preparado para enfrentarse con las imágenes. Se las había arreglado para observar las primeras con distanciamiento, tomando notas y estudiando los dormitorios de Lisa Fox, Jennifer Torregrossa y Ruth Voorhees. Había visto, una y otra vez, el patrón de manchas de sangre, los nudos de la cuerda de nailon alrededor de las muñecas de las víctimas, el barniz de la muerte en sus ojos. Podía mirar las cintas con un mínimo de emoción porque no conocía a estas mujeres, no tenía el eco de sus voces en la memoria. Estaba concentrado no en las víctimas, sino en la malévola presencia que había pasado por sus habitaciones. Sacó la cinta de la escena del crimen de Voorhees y la dejó sobre la mesa. De mala gana tomó la cinta que quedaba. En la etiqueta se leía la fecha, el número de caso, y las palabras: Casa de Catherine Cordell.

Pensó en pasarla de largo y esperar a la mañana siguiente, cuando estuviera más descansado. Eran ahora las nueve de la noche, y había estado en ese cuarto todo el día. Sostuvo la cinta, sopesando qué hacer.

Pasó un momento hasta que advirtió que Singer estaba de pie en el umbral, observándolo.

– Caramba, todavía aquí -dijo Singer.

– Tengo mucho que ver todavía.

– ¿Ya vio todas las cintas?

– Todas excepto ésta.

Singer echó una mirada a la etiqueta.

– Cordell.

– Sí.

– Adelante, véala. Tal vez yo pueda completar algunos detalles.

Moore la insertó en la ranura y apretó reproducir.

Se veía el frente de la casa de Catherine. Era de noche. La luz de la galería estaba encendida, y otro tanto las luces de adentro. En el audio escuchó al camarógrafo dar la fecha y la hora -dos de la mañana- y su nombre. Una vez más se trataba de Spiro Pataki, que por lo visto parecía ser el camarógrafo favorito de todos. Moore escuchó mucho ruido de fondo, voces y el aullido declinante de una sirena. Pataki llevó a cabo su recorrido habitual del lugar, y Moore vio una lúgubre reunión de vecinos curiosos que miraban la escena del crimen, sus rostros iluminados por las luces de varios patrulleros de policía estacionados en la calle. Esto lo sorprendió, considerando la hora de la noche en que había sido filmado. Debe de haber representado una considerable molestia despertar a tantos vecinos. Pataki se volvió hacia la casa y se acercó a la puerta principal.

– Disparos -dijo Singer-. Ése es el informe inicial que tenemos. La mujer de enfrente escuchó el primer disparo, luego una larga pausa, y por fin un segundo disparo. Llamó al nueve once. El primer oficial de la escena estaba allí a los siete minutos. La ambulancia fue llamada dos minutos después.

Moore recordaba a la mujer de enfrente, que lo había mirado desde la ventana.

– Leí la declaración de la vecina -dijo Moore-. Dijo que no vio salir a nadie por la puerta delantera de la casa.

– Es correcto. Sólo escuchó los dos balazos. Se levantó de la cama al primero y miró por la ventana. Luego, tal vez cinco minutos después, escuchó el segundo disparo.

«Cinco minutos, -pensó Moore-. ¿Cómo se justificaba ese lapso?»

En la pantalla, la cámara entraba por la puerta principal y ahora paseaba dentro de la casa. Moore vio un armario con la puerta abierta que revelaba unos pocos abrigos sobre perchas, un paraguas y una aspiradora. El visor saltó ahora, meciéndose alrededor para mostrar el living. Sobre la mesa ratona próxima al sillón había dos vasos, uno de ellos todavía lleno con algo que se veía como cerveza.

– Cordell lo invitó a pasar -dijo Singer-. Tomaron un par de tragos. Ella fue al baño, volvió, terminó su cerveza. En el lapso de una hora el Rohypnol hizo efecto.

El sillón era de color durazno, con un sutil diseño floral tejido en la tela. Moore no veía a Catherine como el tipo de mujer que compra telas floreadas, pero allí estaba. Flores en las cortinas, en los almohadones de las sillas. Color. En Savannah había vivido con mucho color. La imaginó sentada en ese sillón con Andrew Capra, escuchando con interés sus preocupaciones acerca del trabajo, mientras el Rohypnol pasaba lentamente de su estómago hacia la corriente sanguínea. Mientras las moléculas de la droga giraban en su camino hacia el cerebro. Mientras la voz de Capra comenzaba a desvanecerse.

Ahora avanzaban hacia la cocina, la cámara registrando con un movimiento panorámico la casa, cada cuarto tal como había sido encontrado a las dos de la mañana de ese sábado. En la pileta de la cocina vio un solo vaso de agua.

De repente Moore se inclinó hacia delante.

– Ese vaso… ¿Hicieron el ADN de la saliva?

– ¿Por qué deberíamos haberlo hecho?

– ¿No saben quién bebió de ahí?

– Sólo había dos personas en la casa cuando llegó el primer oficial. Capra y Cordell.

– Dos vasos fueron encontrados sobre la mesa del living. ¿Quién bebió de ese tercer vaso?

– Diablos, pudo haber estado en la pileta de la cocina todo el día. No era relevante para la situación que encontramos.

El camarógrafo terminó su recorrida de la cocina y ahora se encaminaba al pasillo.

Moore tomó el control remoto y apretó rebobinar. Retrocedió la cinta hasta el comienzo del segmento de la cocina.

– ¿Qué? -dijo Singer.

Moore no respondió. Se acercó aún más, observando las imágenes que la pantalla reproducía de nuevo. La heladera, salpicada con llamativos imanes con forma de frutas. Los frascos de harina y azúcar sobre la mesada de la cocina. La pileta, con ese único vaso de agua. Luego la cámara pasó por la puerta de la cocina, hacia el pasillo.

Moore volvió a apretar rebobinar.

– ¿Qué está buscando? -preguntó Singer.

La cinta volvió al vaso de agua. La cámara comenzó su paneo hacia el pasillo. Moore apretó pausa.

– Esto -dijo-. La puerta de la cocina. ¿Hacia dónde da?

– Eh… al patio de atrás. Da al patio de atrás.

– ¿Y qué hay tras el patio?

– Un patio adyacente. Otra fila de casas.

– ¿Habló con el propietario de ese patio adyacente? ¿Él o ella escucharon los disparos?

– ¿Qué diferencia hay?

Moore se levantó y se acercó al monitor.

– La puerta de la cocina -dijo, golpeando con un dedo la pantalla-. Allí hay un pasador. No está puesto.

Singer hizo una pausa.

– Pero la puerta estaba trabada. ¿Ve la posición del botón del picaporte?

– Correcto. Es la clase de botón que se puede apretar al salir, dejando trabada la puerta desde afuera.

– ¿Y lo que quiere decir es…?

– ¿Por qué ella habría apretado el botón sin colocar el pasador? Si una persona cierra las puertas por la noche lo hace todo al mismo tiempo. Oprimen el botón y colocan el pasador. Ella omitió el segundo paso.

– Quizá sólo se olvidó.

– Hubo tres asesinatos previos en Savannah. Ella estaba lo bastante preocupada como para tener un revólver bajo la cama. No creo que se haya olvidado. -Miró a Singer-. Tal vez alguien salió por esa puerta de la cocina.

– Sólo había dos personas en esa casa. Cordell y Capra.

Moore consideró lo que diría a continuación. Lo que tenía para ganar o perder si era perfectamente directo.

Para entonces Singer ya sabía a dónde se dirigía esta conversación.

– Usted quiere decir que Capra tenía un socio.

– Sí.

– Ésa es una conclusión grandiosa para sacar de una cadena sin pasar.

Moore tomó aire.

– Hay más aún. La noche en que Catherine Cordell fue atacada, escuchó otra voz en la casa. Un hombre que hablaba con Capra.

– Ella nunca me dijo eso.

– Surgió durante una sesión de hipnosis forense.

Singer explotó en una carcajada.

– ¿Se consiguió a un psíquico para respaldar esa versión? Porque, entonces, ahora sí que estoy convencido.

– Eso explica por qué el Cirujano sabe tanto sobre la técnica de Capra. Los dos hombres eran socios. Y el Cirujano está llevando adelante su legado, al punto de acosar a la única víctima sobreviviente.

– El mundo está lleno de mujeres. ¿Por qué concentrarse en ella?

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