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La Mirada De Una Mujer

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La Mirada De Una Mujer
Название: La Mirada De Una Mujer
Автор: Levy Marc
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Mirada De Una Mujer - читать бесплатно онлайн , автор Levy Marc

Philip y Susan son amigos desde la infancia, y aunque su relaci?n es muy estrecha ella se ha mantenido siempre un poco distante. La muerte de los padres de Susan en un accidente de coche es al causa principal que la lleva a tomar una dr?stica decisi?n: partir hacia Honduras para prestar ayuda humanitaria. Antes de emprender viaje, se re?ne con Philip para despedirse y acuerdan encontrarse en ese mismo sitio a su regreso, dos a?os despu?s.

El tiempo pasa lenta e inexorablemente. Ambos avanzan en direcciones distintas, pero su relaci?n se mantiene viva gracias a las cartas que con frecuencia se escriben. Hasta que llega el d?a del reencuentro. En la misma mesa junto a la ventana que compartieron dos a?os atr?s, Susan le comunica a Philip que ha venido para verlo… pero que regresa a Honduras. Volver? el a?o siguiente, pero tampoco ser? para quedarse. Y as?, a?o tras a?o…

Hasta que una noche, una llamada a la puerta de Philip cambiar? para siempre el curso de los acontecimientos.

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Por la languidez que se adueñó de Lisa al aproximarse las vacaciones de verano Mary adivinó que el amor había hecho mella en el corazón de la chica. Los meses estivales son detestables a esa edad cuando se está enamorada, y las cartas que los jóvenes se prometen intercambiar no logran colmar ese vacío que se descubre por primera vez en la vida.

Había ido a buscarla a la escuela para pasar con ella la tarde del miércoles en Manhattan. Sentadas a una mesa del pequeño jardín de la parte trasera del restaurante Picasso, situado en el Village, compartían una ensalada Caesary y unas pechugas de pollo a la plancha.

– Así que ya lo echas de menos y aún no os habéis separado. ¿No es cierto?

– ¿También tú has pasado por esto?

– Durante demasiado tiempo.

– ¿Por qué duele tanto?

– Porque amar es ante todo arriesgarse. Es peligroso abandonarse al otro. Abrir esa pequeña puerta de nuestro corazón. Puede provocar el dolor indescriptible que ahora sientes. Puede incluso tomar la forma de una obsesión.

– ¡Sólo pienso en él!

– No hay ninguna medicina para esa enfermedad del corazón. Es así como comprendí que una se equivoca sobre la relatividad del tiempo. Un día puede ser más largo que todo un año cuando se añora a la otra persona, pero al mismo tiempo ése es uno de los placeres del tema. Hay que aprender a dominar ese sentimiento.

– ¡Tengo tanto miedo de perderlo! ¡De que encuentre a otra chica! Se va a un campamento de vacaciones en Canadá.

– Puede suceder. Comprendo tu mieditis. Es detestable, pero a esa edad los chicos son muy volubles.

– ¿Y más tarde?

– En algunos casos, los menos, el tema se arregla.

– Si me traicionase, no lo resistiría.

– Sí, lo harías. Yo tengo experiencia. Sé que en tu estado es muy difícil creer que una lo pueda resistir.

– ¿Qué hay que hacer para que se enamoren de una?

– Con los chicos, todo consiste en guardar la distancia y mostrarse reservada y misteriosa. ¡Eso les vuelve locos!

– Ya me había dado cuenta.

– ¿Qué es eso de que ya te habías dado cuenta?

– Ser reservada en mí es algo natural.

– Y luego vigila tu reputación. Es importante para el día de mañana, se trata de una cuestión de equilibrio.

– ¡No te entiendo!

– Creo que tu padre me mataría si me oyera decir estas cosas, pero aparentas más edad de la que tienes.

– ¡No te burles de mí! -dijo Lisa pataleando.

– Si rehúyes la compañía de los chicos, pasarás por ser una mojigata y no te tomarán en consideración. Pero si estás con ellos demasiado tiempo, creerán que eres una chica fácil y apreciarán tu compañía por otros motivos, lo cual tampoco conviene.

– ¡También me había dado cuenta de eso! ¡Mi amiga Jenny debió de perder el equilibrio!

– Y tú, ¿dónde estás?

– En la frontera. He logrado mantenerme.

– Lisa, el día en que estas cosas adquieran mayor importancia en tu vida, quiero que te sientas libre para que me hagas todas las preguntas que se te pasen por la cabeza. Estoy aquí para eso.

– ¿Y a ti quién te lo explicó todo cuando tenías mi edad?

– Nadie, y es mucho más difícil entonces no tener vértigo.

– ¿A qué edad tuviste tu primer novio?

– No a la tuya, desde luego. Pero era otra época.

– De todas maneras, tengo un poco de miedo a todo eso.

– ¡Espera un poco y verás cómo cambias de opinión!

Después del almuerzo, prosiguieron su conciliábulo por las calles del Village, donde desordenaron las estanterías de las tiendas de modas en las que entraron a la búsqueda de la ropa fatal que remataría al jovencito de marras.

– Debes entenderlo -dijo Mary-. Se suele decir que en el amor la apariencia no cuenta. ¡Pero en materia de seducción es fundamental! Todo consiste en encontrar el look adecuado.

Cuando la vendedora del Banana Republic le dijo a Lisa, dubitativa en su fuseau negro, que su figura le permitía llevar lo que quisiera, y cuando poco después, mientras estaba en el probador, la misma vendedora le dijo a la madre que su hija era sublime, el sentimiento que tuvo Mary no guardaba relación alguna con los celos, sino con el orgullo.

Ya en la acera, cargadas de paquetes, Lisa besó a Mary y le dijo al oído que el chico en cuestión se llamaba Stephen.

– ¡Está bien, Stephen! -contestó Mary en voz alta-. Aquí empiezan tus problemas; vas a pasar el verano deseando que acaben las vacaciones. Nosotras nos ocuparemos de ello.

Durante el verano, que de nuevo pasaron todos juntos en Hampton, Lisa escribía en secreto dos veces por semana al citado Stephen. Eran cartas cuyas palabras le aseguraban que pensaba mucho en él, pero también que conocía a muchos chicos SIMPÁTICOS y que estaba pasando una vacaciones GENIALES HACIENDO MUCHO DEPORTE. Ella esperaba que él se divirtiese en su campamento de vacaciones y añadía que estas dos palabras le parecían contradictorias. «Un poco de vocabulario no le hará daño», había respondido Mary a Lisa, que se había decidido a preguntarle si el término «contradictoria» no resultaba un poco pomposo.

De regreso en la escuela, Lisa volvió a encontrar a Stephen, en su clase y en su vida.

Al llegar el mes de noviembre la languidez volvió a emerger a la superficie, y Mary supo que Stephen se marchaba, esta vez con su familia, a esquiar a Colorado. Sin consultar con nadie, en el curso de la siguiente comida Mary decidió que sería formidable que Lisa aprendiese a esquiar bien.

La invitación de Cindy, la hermana de Stephen, para que pasase las vacaciones con ellos venía al pelo. A Philip no le gustaba la idea de que la familia estuviese separada el día de Navidad, pero Mary sostuvo firmemente su punto de vista, puesto que el viaje estaba previsto para el día 27. En la Nochevieja se telefonearían. Había que aprender a ser mayor, ¿no?

El movimiento de su ceja izquierda probablemente logró la adhesión final.

Sólo recibieron una tarjeta postal la víspera de su regreso, y Mary tuvo que explicar a diario a Philip que había que celebrarlo. Por el contrario, si Lisa hubiese escrito cada día, sí que habría sido un motivo para inquietarse.

Pasaron el Fin de Año los tres solos, y bien decidida a asumir esta separación ante los demás, Mary preparó una suntuosa cena. Sin embargo, una vez a la mesa la silla vacía la atormentó durante toda la velada. La ausencia llamaba a esa pequeña puerta abierta de la que le hablara a Lisa a mediados de verano.

La jovencita volvió bronceada, feliz y con dos medallas ganadas en las pistas. Mary conoció por fin al famoso Stephen en unas fotografías de grupo. Un poco más tarde, en la habitación de Lisa, antes de que ésta se acostase, lo vio de nuevo en una foto de fotomatón en la que ambos jóvenes sonreían.

Durante los siguientes dos meses a Mary le venía a la cabeza cada vez con mayor frecuencia la idea de reanudar su carrera profesional. Había comenzado a redactar crónicas «sólo por el gusto de hacerlo». Por curiosidad desayunó con el nuevo redactor jefe del Montclair Times , al que había conocido en la facultad, y para su gran sorpresa él la invitó a que le hiciera llegar un texto. Seguramente necesitaría algo de tiempo para ponerse al día con la pluma, pero le dejaba elegir el tema. Antes de despedirse, le prometió ayuda, en la medida de sus posibilidades, si realmente deseaba reincorporarse al oficio. «¿Y por qué no?», se dijo Mary mientras regresaba a casa.

Philip estaba sentado a su mesa de trabajo y contemplaba por la ventana el sol que se iba poniendo ese día de mayo. A su regreso de la biblioteca municipal, Mary subió e interrumpió su trabajo.

Cuando ella entró, él levantó los ojos y le sonrió, a la espera de que ella hablase.

– ¿Crees que se puede tomar posesión de la felicidad a los cuarenta años?

– En cualquier caso, se puede tomar conciencia.

– ¿Es posible cambiar las cosas a estas alturas de la vida?

– Se puede aceptar madurar y vivir las cosas en vez de luchar contras ellas.

– Es la primera vez desde hace mucho tiempo que tengo la impresión de sentirte cerca de mí, y eso me hace feliz.

En aquella primavera del año 1995 Mary sabía que la felicidad se había instalado en su casa, y allí se quedaría por mucho tiempo.

Arregló la habitación de Lisa y, como ya hacía calor, decidió dar la vuelta al colchón y ponerlo del lado de verano. Es así como encontró el gran cuaderno de tapas negras. Dudó un momento, pero a continuación se sentó ante el escritorio y empezó a hojearlo. En la primera página, pintada con acuarelas, estaba la bandera de Honduras. Página tras página, el nudo que se le había formado en la garganta se estrechaba cada vez más. Todos los artículos aparecidos en la prensa sobre los ciclones que padeciera el planeta en el curso de los últimos años habían sido recortados y pegados en aquel álbum secreto. Todo lo que trataba de forma directa o indirecta sobre Honduras aparecía ordenado por fechas. Era como el cuaderno de bitácora de un marinero que se hubiera alejado de tierra firme y soñase día y noche con volver al lado de los suyos para contar su increíble periplo.

Mary cerró el cuaderno y lo volvió a colocar en su sitio. Durante los siguientes días guardó silencio sobre el descubrimiento. Y, si bien la familia notó que su humor había cambiado, nadie pareció adivinar que un corazón se puede marchitar en pocos segundos.

En cuatro ocasiones ya desde el comienzo del verano y sin previo aviso, había preguntado a Philip qué deberían hacer para celebrar como era debido los diecinueve años de Lisa. Cuando él le respondía divertido que tenían dos buenos años para pensarlo, ella replicaba, molesta, que a veces el tiempo pasa tan deprisa que apenas se da uno cuenta de ello.

Aquella mañana, después del desayuno, mientras Lisa acompañaba a Thomas al estadio de béisbol, ella sacó el tema una vez más.

– ¿Qué tienes, Mary? -preguntó Philip.

– Nada, estoy un poco cansada.

– Tú nunca estás cansada. ¿Hay algo que no me quieres decir?

– Es la edad. ¿Qué quieres que te diga? El cansancio tenía que llegar alguna vez.

– Dentro de treinta o cuarenta años, eso será verdad, pero de momento no me lo creo. Dime, ¿qué pasa?

– ¡Sígueme, tengo que mostrarte una cosa!

Lo llevó a la habitación de Lisa y metió la mano debajo del colchón. También él hojeó meticulosamente las páginas del álbum.

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