Psicomagia
Psicomagia читать книгу онлайн
Psicomagia es el documento m?s completo sobre la evoluci?n de la obra creativa y terap?utica de Alejandro Jodorowsky, e incluye la versi?n ?ntegra, in?dita en Espa?a, del texto fundamental para comprender la psicomagia. El autor nos muestra el camino que le llev? a ella, desde sus primeros actos po?ticos y teatrales hasta su aprendizaje para controlar el mundo on?rico. Estos pasos imprescindibles, junto con el conocimiento que maestros, curanderos y chamanes le transmitieron, fue lo que dio origen a sus t?cnicas para sanar, conocidas como psicomagia y psicogenealog?a. El libro ofrece tambi?n al lector una reciente entrevista con Jodorowsky, en la que nos habla de la muerte, del destino, las religiones, la clonaci?n humana, su idea sobre el futuro de la humanidad o la necesidad de despertar nuestra mente. El volumen lo cierran un curso con ejercicios, donde el autor nos muestra c?mo es posible desarrollar nuestra creatividad y utilizarla para que nos libere de roles e ideas preconcebidas, y un ap?ndice con 12 casos psiqui?tricos reales cuyos pacientes fueron curados al serles prescritos actos de psicomagia.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
Formidable. Pero ahora volvamos a ese sueño que se llama realidad. ¿Podemos, como afirman algunos sabios, ver nuestra vida como un sueño del que habría que despertarse?
Yo diría más bien que de este sueño inconsciente que suele ser nuestra vida hay que hacer un sueño lúcido. Hubo un tiempo en que, antes de dormir, tenía la costumbre de pasar revista a todos los sucesos del día. Visualizaba la película de mi jornada, primero de principio a fin y, después, a la inversa, según el consejo de un viejo libro de magia. Esta práctica de la «marcha atrás» tenía el efecto de permitir ubicarme a cierta distancia de los sucesos del día. Después de haber analizado, juzgado y tomado partido en el primer examen, volvía a repasar el día en sentido inverso y entonces me encontraba distanciado. La realidad así captada presentaba las mismas características que un sueño lúcido. ¡Entonces me di cuenta de que, al igual que todo el mundo, en buena medida yo soñaba mi vida! El acto de pasar revista a la jornada por la noche equivalía a la práctica de rememorar mis sueños por la mañana.
El solo hecho de acordarme de un sueño es ya como organizarlo. Yo no veo el sueño completo, sino aquello que he seleccionado de él. Análogamente, al repasar las últimas veinticuatro horas, no tengo acceso a todos los actos del día, sino a los que he retenido. Esta selección constituye ya una interpretación sobre la cual baso luego mis juicios y apreciaciones. Para hacernos más conscientes, podemos empezar por distinguir nuestra percepción subjetiva del día de aquello que constituye su realidad objetiva. Cuando ya hemos dejado de confundirlas, somos capaces de asistir como espectadores al desarrollo de la jornada, sin dejarnos influir por juicios y apreciaciones. Desde esta actitud de testigo se puede interpretar la vida como se interpreta un sueño. Por ejemplo: un día Guy Mauchamp, un alumno mío, me pidió consejo; no sabía qué hacer para que unos inquilinos jóvenes y desaprensivos desalojaran una casa que era de su propiedad. Después de expresar mi extrañeza porque no hubiera acudido a la policía, puesto que la ley estaba de su parte, le dije: «En cierto modo, esta situación te conviene. Gracias a ella, expresas una vieja angustia. Te propongo este planteamiento: considera esta situación como un sueño que hubieras tenido y trata de interpretarla como interpretarías un sueño de la noche anterior. ¿Tienes un hermano menor?». Me contestó que sí, y entonces le pregunté si, de niño, no se sentía postergado cuando ese nene captaba toda la atención de sus padres, y él respondió que así era, efectivamente. Después le interrogué sobre las relaciones que ahora mantenía con su hermano. Como yo imaginaba, Guy me confesó que no mantenían buenas relaciones ni se veían nunca. Entonces le expliqué que era él mismo quien propiciaba la invasión de los inquilinos, a fin de exteriorizar la angustia que en su niñez le causaba la presencia de su hermano. Añadí que, si quería que se resolviera la situación, era preciso que perdonara a su hermano, que lo tratara bien e hicieran las paces. Le di un consejo de psicomagia y, al cabo de una semana, recibí una postal de Estrasburgo («Fuegos artificiales en la catedral, explosión de sagrada alegría») con el siguiente mensaje: «En respuesta a mi consulta, me prescribió un acto de psicomagia y, para concluirlo, le doy el resultado. Tenía que ofrecer un ramo de flores a mi hermano y almorzar con él, a fin de establecer una relación fraternal y dejar a un lado el pasado en el que me sentía desplazado por su causa. El objetivo era conseguir la marcha de los inquilinos ilegales de mi casa. Envié las flores a mi hermano y hablé con él el viernes a mediodía. El viernes por la noche los dos inquilinos se marchaban… ¡llevándose mis muebles! Pero, en fin, se fueron, y pude recuperar mi casa. Gracias». Interesante, ¿no? Llevarse los muebles era como llevarse una parte de su pasado.
Es decir, usted indujo a ese joven a interpretar una situación real como si se tratara de un sueño lleno de símbolos que descifrar…
Exactamente. Puesto que soñamos nuestra vida, vamos a interpretarla y descubrir lo que trata de decirnos, los mensajes que quiere transmitirnos, hasta transformarla en sueño lúcido. Una vez conseguida la lucidez, tendremos libertad para actuar sobre la realidad, sabiendo que si sólo tratamos de satisfacer nuestros deseos egoístas seremos arrastrados, perderemos la ecuanimidad, el control y, por lo tanto, la posibilidad de hacer un acto verdadero. Para lograr divertirnos actuando, tanto en el sueño nocturno como en este sueño diurno que llamamos vida, hemos de estar cada vez menos implicados.
Ese distanciamiento que no impide ni la acción ni la compasión, pero no autoriza ni la codicia ni la sensiblería, se parece mucho a la sabiduría.
¡Desde luego! ¿De qué puede servirte vivir con tus sueños y hacer un esfuerzo para conseguir la lucidez sino para encontrar la sabiduría? La realidad es un sueño en el que debemos trabajar a fin de pasar progresivamente del sueño inconsciente, carente de toda lucidez, y que puede ser una pesadilla, a lo que yo llamo el sueño sabio.
¿Y el Despertar? Las tradiciones espirituales hablan de los que han despertado…
Despertar es dejar de soñar, desaparecer de ese universo onírico para convertirse en aquel que lo sueña.
El acto mágico
Para empezar, ¿qué es el acto mágico según Jodorowsky? ¿Cómo pasar del acto onírico al acto mágico?
Bueno, como ya he dicho, fue en México donde adquirí cierto dominio del acto onírico. Si Chile era un país poético, México es un país totalmente onírico en el que el inconsciente no cesa de aflorar. Cualquier persona un poco sensible percibirá allí esta dimensión, sentirá la presencia del sueño en la textura misma de la realidad mexicana. Aunque también se puede vivir diez años allí sin captar siquiera el México mágico. En la misma ciudad de México hay todo un mundo de brujos al que a los extranjeros desinformados les cuesta mucho entrar. Cuando la gente no se encuentra bien, o tiene dificultades en los negocios, acude a una bruja que realiza una especie de limpieza purificadora. Con ese fin, te frota todo el cuerpo con hierbas empapadas en agua bendita. Es una práctica muy corriente, y no solamente entre gentes del pueblo. Intelectuales y políticos no dudan en entregarse a ella, puesto que la brujería forma parte de la vida mexicana. Entre estos brujos pueden encontrarse, desde luego, curanderos expertos en hongos alucinógenos y plantas medicinales. Los hay que conocen hasta tres mil hierbas. Otros utilizan exclusivamente excrementos de animales. Existen también criaturas extrañas que provocan fenómenos tan peculiares que no se sabe si son magia o superchería. Por ejemplo, recuerdo a una mujer de un pueblecito remoto que se presenta siempre apenas cubierta con una camiseta, mostrando unas puntas de acero que brotan de todo su cuerpo. También se practica la magia negra y hay muchos brujos que hacen maleficios. Si quieres echar una maldición a tu enemigo, puedes recurrir a ellos. He sido testigo de cosas curiosas. Por ejemplo, en una función, me burlé de una mujer muy influyente a la que todos llamaban la Tigresa y que, según se afirmaba, era amante del presidente. Los artistas de mi compañía no querían salir a escena pues estaban convencidos de que la Tigresa había echado una maldición contra el teatro. Entonces me fui a buscar al ayudante de una bruja para que deshiciera el maleficio. Confieso que me reía al verle rociar todo el teatro con agua bendita. Pero, después, mientras tomábamos café, el hombre empezó a quejarse, porque le estaba saliendo un furúnculo inmenso en el ano. Aquella erupción repentina adquirió tales proporciones que el hombre tuvo que ir al hospital. Él no tenía la menor duda de que su cuerpo había absorbido el maleficio lanzado contra el teatro.
¿Puede haber sido una reacción psicosomática?
Es posible. Pero, de todos modos, a veces ocurren cosas extrañas… Un día, el director de una escuela de Bellas Artes con el que acababa de firmar un contrato me dijo: «Eres un ingenuo. Estás enamorado de México, todo te parece maravilloso. Pero si te atreves a mirar en este cajón descubrirás otro aspecto del país». Me acerqué al cajón, lo abrí e inmediatamente sentí un dolor de cabeza atroz.
¿Qué contenía ese cajón infernal?
Horribles figuritas de cera, utilizadas por las brujas para torturar a distancia a las víctimas indicadas por sus consultantes. Eran tan espantosas que sólo verlas me produjo malestar. Si las expusieran en el Centro Pompidou o en el Louvre, el público descubriría cuál puede ser el poder benéfico o maléfico de una obra de arte. Un objeto tan cargado de energía afecta directamente al organismo de quien lo contempla. Aunque en sí misma la experiencia fue desagradable, tuvo la virtud de hacerme reflexionar. Me preguntaba dónde estaría el artista bienhechor; el mago bueno cuyas obras estuvieran cargadas de una fuerza positiva tan grande que llevara al éxtasis al espectador. Es un principio del que me he servido después en psicomagia.
¿Podría citar un ejemplo?
Un día recibí la visita de una mujer que tenía un hijo homosexual. Aquella mujer no había podido superar el hecho de que su hijo fuera diferente. Aunque seguía manteniendo hacia él un gran cariño, al mismo tiempo sentía una profunda vergüenza. El hijo quería ser pianista, pero, cada vez que se presentaba a un examen o daba un concierto, su madre sentía pánico de que fracasara. El pobre muchacho lo notaba, y eso lo afectaba a tal punto que finalmente fracasaba. Enseguida comprendí que la carrera de pianista representaba para aquella mujer una actividad afeminada, de carácter homosexual. Entonces le indiqué un ejercicio. Los brujos que hacen maleficios confeccionan figuritas con la efigie de la víctima que después acribillan con alfileres. Pedí a aquella madre que utilizara el mismo procedimiento. Fabricó una figura a imagen de su hijo y le puso trocitos de uña, cabellos y retales de ropa del muchacho, a fin de que el objeto estuviera realmente impregnado de su energía. Siguiendo mis instrucciones, la mujer pegó un luis de oro debajo de cada pie y vertió una gotita de oro sobre cada uno de los siete chakras o centros vitales del cuerpo. Después roció la figura con agua bendita, la puso al lado de un piano que tenía las teclas untadas de miel -símbolo de dulzura y suavidad-, dejó en la habitación una vela encendida y rezó allí una hora cada día por el éxito de su hijo. El concierto siguiente fue un éxito, y las relaciones entre madre e hijo cambiaron positivamente.