Psicomagia
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Psicomagia es el documento m?s completo sobre la evoluci?n de la obra creativa y terap?utica de Alejandro Jodorowsky, e incluye la versi?n ?ntegra, in?dita en Espa?a, del texto fundamental para comprender la psicomagia. El autor nos muestra el camino que le llev? a ella, desde sus primeros actos po?ticos y teatrales hasta su aprendizaje para controlar el mundo on?rico. Estos pasos imprescindibles, junto con el conocimiento que maestros, curanderos y chamanes le transmitieron, fue lo que dio origen a sus t?cnicas para sanar, conocidas como psicomagia y psicogenealog?a. El libro ofrece tambi?n al lector una reciente entrevista con Jodorowsky, en la que nos habla de la muerte, del destino, las religiones, la clonaci?n humana, su idea sobre el futuro de la humanidad o la necesidad de despertar nuestra mente. El volumen lo cierran un curso con ejercicios, donde el autor nos muestra c?mo es posible desarrollar nuestra creatividad y utilizarla para que nos libere de roles e ideas preconcebidas, y un ap?ndice con 12 casos psiqui?tricos reales cuyos pacientes fueron curados al serles prescritos actos de psicomagia.
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Supongo que su práctica del sueño lúcido habrá pasado por distintas fases…
Comencé dirigiendo un juego. Me decía: «Quiero ver pasar elefantes en África». Y a los pocos segundos estaba en África, viendo pasar una manada de elefantes. Podía cambiar de decorado, desear ir al Polo Sur y luego ver miles de pingüinos… Esto me producía tanta felicidad que acababa por despertarme. Después he experimentado todo tipo de vivencias sobre mí mismo. Una vez quise saber qué era morir: me arrojé desde lo alto de un edificio y me estrellé contra el suelo. Inmediatamente, me encontré vivo en otro cuerpo, entre la multitud que miraba el cadáver del suicida. Así descubrí que el cerebro desconoce la muerte. Otra vez decidí dejarme poseer por un dios mítico.
¿Tuvo un orgasmo femenino?
La experiencia de esta penetración fue más completa que la de una relación sexual corriente. No olvides que yo trabajaba con imágenes oníricas que sobrepasan los límites de la realidad. Para que entiendas mejor mi práctica te puedo leer el sueño tal como lo anoté detalladamente en mi cuaderno, con fecha 9 de abril de 1978: «Estoy en un dormitorio, tendido en el suelo entre dos camas gemelas. Tengo la espalda apoyada en la pared. Delante de mis pies aparece un imbunche…».
¿Un imbunche?
Sí, te lo explico: la tarde anterior al sueño yo había estado en un café con un exiliado chileno al que pregunté sobre el folklore mapuche. Él me contó que, según la leyenda, los brujos de Chiloé robaban niños y los mutilaban para que, convertidos en monstruos, les sirvieran de ayudantes con el nombre de «imbunches». Continúo: «… un enano ciego, desnudo, con piel de pollo desplumado, pico de pájaro, muñones que hacen las veces de brazos, el torso contrahecho y las piernas arqueadas: una especie de feto grande, tan horrible como inquietante. Y entonces pienso: "Es un dios con el que tengo que entrar en relación. Su fealdad debe engendrar algo en mi espíritu". Ahora sé que estoy soñando y que tengo el poder de orientar mi sueño. Decido trabajar en ese monstruo con el objeto de transformarlo en divinidad positiva. Y lo consigo. El imbunche adquiere buena estatura, facciones regulares y se convierte en un ser bellísimo, indescriptible, como una estatua viva. Salgo de entre las camas y me tiendo boca arriba en el centro de la habitación. Sé que debo ser inseminado por el dios. Busco mi feminidad y por eso levanto mis piernas. Un tubo transparente, de unos cuarenta centímetros de largo, sale de entre las piernas del dios. Decido entregarme sin resistencia para que él me introduzca el tubo entre el sexo y el ano, ese lugar del perineo que el tantra llama chakra muladhara. Sé que no tengo vagina, y no pretendo experimentar una penetración anal. El dios se arrodilla entre mis piernas abiertas y empieza a penetrarme. Su órgano sube por mi columna vertebral hasta que lo siento entrar en mi cerebro. Mi conciencia estalla».
Impresionante…
Si llamas «orgasmo -femenino» a esta explosión cataclísmica, entonces sí, Gilles, lo he experimentado, y fue una sensación maravillosa. Me sentí muy emocionado dejándome poseer por este dios creado a partir de mi propia monstruosidad. Después me dediqué a realizar deseos no alcanzados en el estado de vigilia, especialmente deseos sexuales, por supuesto. En sueños me entregué a orgías fantásticas con mujeres semihumanas, semipanteras. Permíteme leerte otra de las anotaciones que hice después de uno de estos sueños. Aunque quisiera insistir en un punto: antes de lograr el sueño lúcido, en el que yo controlaba las imágenes, tenía que vencer una serie de obstáculos que aparecían como otras tantas pruebas de iniciación. Sólo una vez superados merecería el derecho de ser dueño y señor de mis sueños. Este pasaje, extraído de mi cuaderno, muestra bien este aspecto del proceso: «Estoy en un mundo industrial, sin naturaleza, únicamente compuesto por inmuebles. Es una frontera. No tengo documentos de identidad. Tres soldados me impiden el paso. Salto la barrera y echo a correr, perseguido por los militares. Tras abrir las puertas de un garaje, me encuentro frente a un pozo de miles de kilómetros de profundidad. Al borde de este abismo, me doy cuenta de que estoy soñando. Los perseguidores han dejado de existir. Decido arrojarme al fondo, sabiendo ya que nada puede ocurrirme. Salto y caigo a gran velocidad. No siento miedo. Siento el deseo de detener la caída. La caída cesa. En la pared aparece una puerta. Entro, y ahora estoy en el pórtico de una catedral. Comprendo que tengo el poder mágico de hacer surgir ante mis ojos lo que yo quiera. Entonces siento el deseo de realizar una experiencia erótica. Creo tres mujeres-bestia, mitad panteras mitad hembras humanas, que están en cuclillas o a cuatro patas. Beso a una en la boca, y sus labios largos parecen ninfas de vulva. Pruebo a introducirles mi dedo índice en el sexo, bajo la cola. Poseo a una mientras las otras me arañan de modo agradable y trato de llegar al orgasmo. Pero inevitablemente dejo de estar lúcido, y el sueño me absorbe y, finalmente, se transforma en pesadilla. Despierto con palpitaciones…».
¿Dónde reside en estas experiencias la dimensión iniciática?
En la particularidad de que, en el momento en que empezaba a hacer el amor con esas mujeres animales, el deseo se apoderaba de mí, haciendo que perdiera la lucidez y el sueño escapara a mi control. Olvidaba que estaba soñando. Me pasaba lo mismo con la riqueza. Cuando me dejaba fascinar por el dinero, mi sueño dejaba de ser lúcido. Cada vez que trataba de satisfacer mis pasiones humanas, el guión me absorbía y perdía la lucidez. Fue un gran aprendizaje: comprendí finalmente que, en la vida como en el sueño, para permanecer lúcido es necesario distanciarse, no identificarse con la acción. Es un viejo principio espiritual que el sueño lúcido me hizo recordar. El deseo y el miedo son las dos caras de nuestra identificación, así lo afirman todas las tradiciones.
El sueño me enseñó también a actuar frente a mis temores. Hubo un tiempo en el que frecuentemente tenía la misma pesadilla: estaba en un desierto y desde el horizonte surgía, como una nube inmensa de negatividad, un ente psíquico decidido a destruirme. Me despertaba gritando y empapado en sudor… Un día me cansé y decidí ofrecerme en sacrificio al ente. En el apogeo del sueño, en un estado de terror lúcido, me dije: «De acuerdo, voy a dejar de querer despertarme. No tienes más que venir a destruirme». El ente se acercó y, de repente, desapareció. Desperté unos segundos y volví a dormirme plácidamente. Entonces comprendí que somos nosotros mismos quienes alimentamos nuestros terrores. Aquello que nos atemoriza pierde toda su fuerza en el momento en que dejamos de combatirlo. Es una de las enseñanzas clásicas del sueño lúcido. Varias veces he logrado controlar el miedo al tránsito final atravesando mi propia muerte.
¿Podría añadir otros ejemplos de ese proceso?
Sólo tengo que buscar en mi cuaderno… Por ejemplo: «Tengo unas ganas enormes de orinar. Siento mi vejiga llena. En una bañera blanca, orino un grueso chorro de sangre. Me digo: "El líquido es rojo porque hago demasiado esfuerzo. No puedo parar de orinar; pero me relajo y, por mi voluntad, transformo el rojo en amarillo". En ningún momento me dejo dominar por la angustia. Poco a poco, transformo el color. Después, la pesadilla me domina nuevamente y otra vez orino sangre. Retomo el control del sueño, sin perder la serenidad, y el chorro adquiere definitivamente su color ámbar».
Otro sueño: «Me encuentro en un café, en una plaza pública, sentado en un rincón entre otros clientes. De pronto, en medio de la terraza, un muchacho barbudo, loco y agresivo, saca una pistola. Con una carcajada estremecedora, apoya el arma en la sien de un camarada. Furioso, me levanto y le grito que debería ser más delicado. Le recuerdo que, hace poco, su amigo ha intentado suicidarse disparándose a la cabeza y que, por esa razón, su pesada broma podría traumatizarlo. Me mira entonces y me apunta, murmurando en tono sádico: "Muy bien, ¿y ahora qué?". Él espera que yo comience a temblar, pero no siento miedo. Da una vuelta a mi alrededor pero yo no me inmuto. Sé que no disparará y se lo digo: "Sé que no lo harás." "¿Y por qué no?", me pregunta. "Porque soy muy pequeño para tus delirios de grandeza", le digo. Y efectivamente, sé que este loco, ofuscado, absorto en su propio espíritu, no podrá interesarse verdaderamente en mí lo bastante como para aniquilarme. Despierto feliz: lo que podría haber sido una pesadilla no me ha causado miedo».
Otro sueño en el que domestico a mi monstruo: «Camino por un descampado y llego a un agujero circular parecido a una inmensa boca de alcantarillado. De él surge un monstruo gigantesco, espantoso, de unos veinte metros de altura. Controlo rápidamente mi sentimiento de repugnancia porque entiendo que esa criatura horrible es una parte de mí, una oscura energía de mi espíritu. Decido no destruirla sino transformarla. Entonces, en ese mismo instante, se cubre de plumas blancas, se hace luminosa, abre seis alas y se eleva. Convertido en una bellísima entidad angélica, se ofrece a llevarme consigo al Cosmos. Pero controlo igualmente esa tentación. El ángel es una energía luminosa de mi espíritu que tengo que absorber. Hago que me cubra y lo aspiro por todos los poros de la piel. Ahora soy yo el que, convertido en un ser pleno de energía y luz, se eleva tranquilamente. Despierto, dichoso».
Ahora voy a leer un sueño muy poético en el que me veo entrando con los ojos abiertos en el reino de los muertos: «Estoy en la antesala de la muerte. Sentado en un banco, frente a mí, está el cantante Carlos Gardel, muerto hace cuarenta años. Lo saludo diciendo: "Vamos, ten valor; decídete a morir…". Entramos en otra sala en la que diviso una puerta por la que se va directamente a la muerte. Un tétrico portero nos palpa a todos los presentes y decide quiénes van a franquear o no la última puerta. Llegan antes que nosotros dos adolescentes. Después de cachearlos, el portero los rechaza y ellos se van, desolados por tener que seguir viviendo. Gardel es declarado muerto, ahora me toca a mí. El portero me palpa y me declara difunto. Carlos Gardel vacila, tiene miedo. Le digo: "¿Qué importa? ¡Mejor! ¡Ahora sabremos por fin qué hay detrás de esa puerta!". Con decisión y firmeza, lo empujo para que entre conmigo en esa otra dimensión. Al cruzar la puerta, el cantante desaparece en una explosión de luz. Apenas he cruzado la frontera de la muerte, me encuentro en un paisaje de colinas verdes. Estoy en compañía de personas muy agradables. Lanzo al aire sobres de papel vacíos que caen llenos de golosinas y objetos preciosos. Puedo hacer milagros, porque domino esta dimensión y sé que los sobres que lance al aire caerán siempre llenos. Hago regalos a las personas que me rodean y despierto muy feliz».