Psicomagia
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Psicomagia es el documento m?s completo sobre la evoluci?n de la obra creativa y terap?utica de Alejandro Jodorowsky, e incluye la versi?n ?ntegra, in?dita en Espa?a, del texto fundamental para comprender la psicomagia. El autor nos muestra el camino que le llev? a ella, desde sus primeros actos po?ticos y teatrales hasta su aprendizaje para controlar el mundo on?rico. Estos pasos imprescindibles, junto con el conocimiento que maestros, curanderos y chamanes le transmitieron, fue lo que dio origen a sus t?cnicas para sanar, conocidas como psicomagia y psicogenealog?a. El libro ofrece tambi?n al lector una reciente entrevista con Jodorowsky, en la que nos habla de la muerte, del destino, las religiones, la clonaci?n humana, su idea sobre el futuro de la humanidad o la necesidad de despertar nuestra mente. El volumen lo cierran un curso con ejercicios, donde el autor nos muestra c?mo es posible desarrollar nuestra creatividad y utilizarla para que nos libere de roles e ideas preconcebidas, y un ap?ndice con 12 casos psiqui?tricos reales cuyos pacientes fueron curados al serles prescritos actos de psicomagia.
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Algo sorprendido por pasar antes que otros -Alejandro luego me explicó que Pachita considera que los hombres deben pasar antes que las mujeres, porque soportan peor el dolor y las mujeres pueden esperar-, fui tras ella, acompañado de Valérie, que le explicaba mi caso en español.
De pronto, la viejita se vuelve hacia mí y me hace dos o tres movimientos de karate muy rápidos, mirándome con su ojo blanco. En aquel momento, si me hubiesen preguntado su edad, yo habría dicho veinte años. Luego, toma el huevo crudo que ha traído Valérie, lo casca y me lo frota por todo el cuerpo: la cara, las mangas, la camisa, el pantalón. A continuación, hace lo mismo con un líquido blanco que saca de una botella enorme que tiene detrás. Estoy embadurnado de pies a cabeza. Me toca la pierna, los bultos del desgarro. Luego se vuelve, se acerca a una especie de altarcito, como un pequeño nacimiento, con figuritas y velas, y se pone a rezar en voz baja. Yo escucho; no comprendo nada, pero escucho. La habitación está en penumbra, iluminada por tres o cuatro velas. Una mesa en la que los pacientes se acuestan para ser operados, dos o tres ayudantes que están allí para aprender o para que ella les transmita su don. Y Pachita que reza. Luego deja de rezar, se vuelve hacia sus ayudantes y les dicta una lista de productos, hierbas, plantas. Dan la lista para mí a Valérie. Yo la miro.
– Y a todo esto, ¿cuánto tengo que darle?
– Dale lo que quieras, un peso, dos…
Metí la mano en mi bolsillo y saqué lo primero que encontré, un billete que equivalía a no sé cuántos pesos, lo he olvidado, y volvimos a salir al patio. Nos fuimos a uno de esos grandes mercados mexicanos en los que todo es color, griterío y movimiento, y donde al ver la vitalidad de la gente uno piensa, al igual que en África, que no sienten el calor. En aquel mercado un poco demencial, compramos lo que necesitábamos. Cuando volvimos a casa de Alejandro, Valérie cocinó un potaje con todo e hizo una cataplasma que me puso en el muslo. La llevé puesta durante tres semanas. Con ella hacía mi vida normal e incluso entrenaba. Después de tres semanas, me la quité. ¡Había desaparecido completamente! No sentí más dolor que el tirón al quitar la cataplasma, que me arrancó el vello. El desgarro estaba curado. Y nunca más he vuelto a sentirlo. Evidentemente, aquellos que no han vivido una situación similar pueden cuestionar la veracidad de la minoría que sí lo ha hecho. Pero yo afirmo que Pachita me había curado realmente.
Éste es el testimonio de Jean-Pierre. Interesante, ¿no te parece?
¡Por supuesto! ¿Y qué puede deducirse de todo ello?
Yo nunca diría que las manipulaciones de Pachita fueran verdaderas operaciones; pero tampoco diría lo contrario. Y finalmente, saqué la conclusión de que eso no era importante. En realidad, lo que hace que estas cosas nos intranquilicen es nuestra creencia en un mundo «objetivo», nuestra mentalidad moderna autodenominada racional. Siempre pretendemos situarnos como observadores distantes de un fenómeno supuestamente externo cuyos mecanismos deben ser nítidamente delineados. En la mentalidad «chamánica», por el contrario, este problema ni se plantea. No hay ni sujeto observador ni objeto observado, sólo está el mundo, sueño hormigueante de signos y símbolos, campo de interacción en el que confluyen fuerzas e influencias múltiples. En ese contexto, saber si las operaciones de Pachita son «reales» o no resulta incongruente. ¿Qué realidad? Desde el momento en que entras en el campo energético de la bruja, te integras en su realidad y ella a su vez entra en la tuya, ambos evolucionan en una realidad donde las prácticas de curación son operantes. ¡Y el hecho es que muchas personas se han curado realmente! Por otro lado, ateniéndome al punto de vista llamado «objetivo», nunca pude descubrir el «truco», a pesar de haber estado a su lado semana tras semana durante horas… En cualquier caso, no se puede sino reconocer el genio de Pachita. ¡Si lo suyo era teatro, qué gran actriz! ¡Si era ilusionismo, esta buena mujer fue la ilusionista más grande de todos los tiempos! Y qué psicóloga…
¿Qué le enseñó? ¿Qué ha rescatado de todo ello para integrarlo luego en la práctica de la psicomagia?
En primer lugar aprendí a tratar a las personas. Gracias a ella, comprendí que todos -o casi todos- somos niños, a veces adolescentes. Lo primero que hacía Pachita era tocar con sus manos a todo el que acudía a ella, con lo que establecía una relación sensorial e infundía confianza a las personas. Se producía un fenómeno extraño: desde el momento en que sentías en ti sus manos, se transformaba para ti en una especie de madre universal y no podías resistirte. Así me sucedió también a mí, a pesar de que, por entonces, yo rechazaba a los maestros y me negaba a someterme. Sin embargo, al tocarla mi resistencia se derretía como la nieve al sol. Pachita sabía encontrar en el adulto, incluso en el más seguro, un niño dormido, ansioso de amor, y el contacto era más eficaz que las palabras para establecer confianza y abrir su estado receptivo. Este contacto también parecía permitirle hacer el diagnóstico. Recuerdo, por ejemplo, la ocasión en que le llevé a un amigo francés. Hacía tiempo que sentía dolores, y los médicos franceses habían necesitado seis meses para diagnosticarle un pólipo en el intestino. Pachita le pasó las manos por el cuerpo e inmediatamente detectó la presencia de un bulto en el intestino. ¡Mi amigo se quedó atónito!
Pero, aparte de manifestar estas facultades casi adivinatorias, aquella bruja practicaba a veces lo que hoy me parecen actos psicomágicos maravillosos: un día recibió a un hombre que estaba al borde del suicidio porque no soportaba la idea de quedarse calvo a los 30 años. Había probado todos los tratamientos posibles sin éxito. El Hermano le preguntó por boca de la anciana: «¿Crees en mí?». El hombre respondió afirmativamente, y de hecho, tenía fe en Pachita. El espíritu le dio entonces estas instrucciones: «Consigue un kilo de excrementos de rata, orina encima y mézclalo bien hasta obtener una pasta que te aplicarás en la cabeza. Este remedio te hará crecer el pelo». El hombre se quejó suavemente pero Pachita insistió, diciendo que, si quería evitar la calvicie no había más remedio. Él decidió entonces someterse a este insólito tratamiento. Tres meses más tarde volvió a visitarla y le dijo: «Es muy difícil encontrar excrementos de rata, pero al fin localicé un laboratorio en el que crían ratas blancas. Convencí a un empleado para que me guardara los excrementos. Cuando reuní el kilo, oriné encima, hice la pasta y entonces me di cuenta de que me daba lo mismo no tener pelo. Por lo tanto, no usé el ungüento y decidí aceptar mi suerte».
Yo vi en aquello un acto de psicomagia elemental. Pachita le pidió un precio que él no estaba dispuesto a pagar. Cuando se encontró ante la acción misma, comprendió que podía perfectamente aceptar su destino. Ante la exigencia real, prefirió seguir siendo calvo. Salió de su mundo imaginario para mirar de frente al mundo real. Estas instrucciones, absurdas a primera vista, le dieron ocasión de madurar, le hicieron pasar por todo un proceso al final del cual le fue posible aceptarse tal como era. Así concibo yo la psicomagia. Muchas veces, Pachita inducía a las personas a realizar un acto insólito que, a fin de cuentas, se orientaba a reconciliarlos con un aspecto de ellos mismos. Recuerdo a una persona para quien el dinero representaba un gran problema, una persona incapaz de ganarse la vida. La vieja le impuso un extraño ceremonial: el «paciente» debía orinar todas las noches en un orinal, hasta que estuviera lleno. Después, tenía que dejar el orinal debajo de la cama y dormir treinta días encima de su orina. Yo fui testigo de la consulta y, por supuesto, me pregunté cuál sería su significado. Poco a poco fui encontrando su sentido: si una persona que no sufre ninguna disminución física ni intelectual no consigue ganarse la vida es porque no lo quiere. Una parte de sí misma se opone a ello y se encuentra en conflicto con el dinero. Ahora bien, seguir las instrucciones de Pachita podía implicar exponerse a un verdadero suplicio: no hace falta mucho tiempo para que la orina conservada día tras día bajo la cama apeste. El paciente que es obligado a dormir encima del orinal queda impregnado de sus propios efluvios, descansa junto a la maceración de sus desperdicios. Por otra parte, este ejercicio requiere un espíritu de sacrificio y desarrolla la fuerza de voluntad. Porque es necesario tenerlos para soportar todas las noches el encuentro con la propia orina…
Sin duda, pero ¿qué relación tiene eso con el dinero?
En primer lugar una relación simbólica: la orina es de color amarillo, como el oro. Pero, al mismo tiempo, es un desecho… Producir desechos es una necesidad fisiológica, y la necesidad de orinar o defecar es en sí misma producto de otra necesidad, la de comer y beber. Ahora bien, para atender a esas necesidades, hay que ganar dinero. El dinero, en la medida en que representa energía, tiene que circular…, y aquella persona no se ganaba la vida porque sentía repulsión por el dinero, que consideraba sucio, vil… En esa persona, el concepto del dinero como energía estaba bloqueado. Lo necesitaba, pero no quería verse activa en su manipulación. Una parte de ella se negaba a intervenir en el movimiento que hace que el dinero entre y salga, se transforme en alimentos… Le asqueaba reconocer el legítimo lugar del «oro» en esta red que constituye toda existencia. Pachita le obligó a dominar ese miedo. Al encontrarse cada noche solo con su orina estancada, el paciente tuvo la visión de que el oro-excremento no es «sucio» si circula. Si uno se niega a verlo y lo mete debajo de la cama, empiezan los problemas… El «oro» hedía porque esa persona le había asignado un lugar vergonzoso. Finalmente, como te decía, el solo hecho de practicar el ejercicio hasta el fin le obligó a ejercer su voluntad, cualidad imprescindible para ganarse la vida normalmente.
A propósito, ¿Pachita requería algún pago a sus pacientes?
No; no exigía honorarios, pero la gente le hacía donativos. Cuando operaba, siempre tenía cerca de ella un cesto con una gran bolsa en donde los pacientes ponían lo que querían. No se podía acusar a Pachita de estar al frente de un business. Aunque, por supuesto, los que tenían dinero le pagaban bien; porque, sin duda, era una experiencia impagable hacerse atender por esa mujer… Ella no curaba para ganar dinero, ganaba dinero porque curaba.
Volvamos a su experiencia y a lo que supuso para usted ese encuentro con ella, en cuanto a la psicomagia.