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El Idiota

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El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
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El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

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—¿Es Gabriel Ardalionovich el que acaba de salir? —preguntó súbitamente.

Gustábale lanzar en medio de la conversación bruscas preguntas, no dirigidas a nadie en particular.

—Sí —repuso el príncipe.

—No le hubiera reconocido. Está muy cambiado... y favorablemente.

—Me alegro mucho de oírla hablar así —dijo Michkin.

—Gania ha estado muy enfermo —añadió Varia, con acento de conmiseración, mixta de contento.

La observación de Aglaya había sorprendido y casi inquietado a su madre.

—¿En qué sentido ha ganado? —preguntó con irritación—. ¿De dónde sacas eso? No ha ganado nada. ¿Qué encuentras de mejor en él?

—No hay cosa más admirable que el «hidalgo pobre» —intervino Kolia, que se apoyaba en el respaldo del sillón de la generala.

—Lo mismo creo —dijo, riendo, el príncipe Ch.

—Soy de igual opinión —acrecentó Adelaida con solemnidad.

—¿De qué «hidalgo pobre» hablan? —inquirió la generala, molesta. Y mirando con desagrado a todos los que acababan de hablar, continuó, con irritación, al ver que Aglaya se ruborizaba—: ¡Alguna absurdidad debe de ser! ¿Quién es ese «hidalgo pobre»?

Aglaya, con una indignación mezclada de desprecio, respondió:

—¿Acaso es la primera vez que ese mozalbete, favorito tuyo, desvirtúa el sentido de las palabras del prójimo?

La joven tenía excesiva costumbre de estas salidas, pero aun en ellas, tan violentas al parecer, se expresaba un fondo tan infantil que a veces, mirándola, resultaba imposible conservar la gravedad. Esto, naturalmente, aumentaba la exasperación de Aglaya en tales casos, pues no comprendía ni por qué se reían de ella, ni «cómo podían u osaban reírse». En el momento presente, su ira excitó la hilaridad de sus hermanas y del príncipe Ch. Kolia, triunfante, estalló en carcajadas. Aglaya se enfureció definitivamente, y ello le hizo parecer doblemente hermosa. Su ira y agitación le sentaban maravillosamente.

—¿Acaso —continuó— no ha desvirtuado muchas veces sus palabras?

Kolia replicó con viveza:

—Yo me apoyaba en una opinión manifestada por usted misma. Hace un mes, hojeando usted el «Don Quijote», dijo textualmente: «No hay cosa más admirable que el «hidalgo pobre». No sé de quién hablaba usted, ni si era de Don Quijote, de Eugenio Pavlovich, o de cualquier otro; lo cierto es que se refería a alguien. Luego hubo una larga conversación...

—Veo, querido, que vas demasiado lejos en tus conjeturas —interrumpió, casi colérica, la generala.

—¿Soy el único en hacerlo? —repuso, audazmente, Kolia—. Todos hablaron de ello entonces y hablan aún. Hace un momento, el príncipe Ch., Adelaida Ivanovna y los demás se han declarado admiradores del hidalgo pobre. Luego el hidalgo pobre existe, debe necesariamente existir, y creo que, de no ser por Adelaida Ivanovna, sabríamos todos hace rato quién es.

—¿Qué culpa tengo yo de que no lo sepan? —dijo Adelaida, sonriendo.

—La de no querer pintar su retrato. Aglaya Ivanovna le rogó que reprodujese los rasgos del «hidalgo pobre», y hasta le dio las detalles del cuadro tal corno ella los concebía. ¿Se acuerda del tema? Y usted no quiso...

—Pero ¿cómo hacer un retrato así? ¿A quién iba a representar? Por los datos que teníamos, ese «hidalgo pobre».

De su yelmo la visera

no alzó ante nadie jamás.

¿Qué rostro podía yo pintar, pues? ¿Iba a pintar una visera? ¿Un semblante anónimo?

—No entiendo una palabra de nada. ¿Qué visera es ésa? —dijo la generala, con enfado.

Pero, para sí, comenzaba a adivinar de lo que se hablaba en términos embozados. El «hidalgo pobre» era una denominación convencional que sus hijas tenían costumbre de emplear entre ellas desde hacía tiempo. Aquella broma desagradaba tanto más a Lisaveta Prokofievna cuanto que advertía la turbación de Michkin, que aparecía más confuso a la sazón que un niño de diez años.

—¿Va a durar indefinidamente esa necedad? —prosiguió la generala—. ¿Me explicaréis alguna vez quién es ese «hidalgo pobre» o no? ¿Es un secreto tan terrible que no puede revelarse a nadie?

Sólo obtuvo como contestación nuevas carcajadas. El príncipe Ch. aclaró al fin con notorio deseo de cambiar de conversación:

—Se trata sencillamente de una poesía rusa titulada El hidalgo pobre, un fragmento carente de principio y de fin. Hace un mes, después de comer, mientras hablábamos, se puso sobre el tapete la cuestión de cuál había de ser el tema del futuro cuadro de Adelaida Ivanovna. Usted sabe que ésta es desde hace tiempo tarea común a toda la familia. Todos votaron por el «hidalgo pobre». No recuerdo quién fue el primero en proponerlo...

—¡Aglaya Ivanovna! —exclamó Kolia.

—Tal vez. No lo niego, pero no me acuerdo —repuso el príncipe Ch— Unos se rieron de la propuesta, otros dijeron que no cabía encontrar motivo más elevado, pero que para presentar al hidalgo pobre hacía falta buscar un semblante. Se hizo memoria de todas las amistades, mas ninguna convenía, y la cosa quedó en suspenso. Eso es todo. No comprendo cómo Nicolás Ardalionovich ha tenido la ocurrencia de evocar aquel caso. Lo que entonces era divertido y oportuno, ahora no lo es.

—Acaso encierre alguna nueva necedad; alguna nueva broma de mal género —dijo, con severidad, la generala.

—No hay nada de eso, sino una muestra de profundo aprecio —dijo de repente Aglaya, con gravedad inesperada.

Toda huella de su agitación anterior había desaparecido. A juzgar por ciertos indicios, la joven parecía ver con agrado el desenvolvimiento que adquiría la broma. Aquel cambio se produjo en la joven precisamente en el momento en que aumentaba más la confusión de Michkin.

—Primero ríen como locos y luego manifiestan de pronto un aprecio profundo, no sé a quién... ¡Esto no tiene sentido común! ¿Por qué ese aprecio? Contesta en seguida. ¿Qué quieres decir con eso del aprecio profundo? —inquirió, con acento áspero, la generala.

—Repito mis palabras; aprecio profundo —repuso Aglaya con idéntica gravedad—. En ese poema se representa a un hombre capaz de sentir un ideal y de consagrarle toda su vida. Y ello no se encuentra a menudo en nuestra época. El poema no nos dice concretamente en qué consistía el ideal del hidalgo pobre, pero sí se sabe que era una imagen radiante, una imagen llena de «belleza pura». Y también nos consta que el enamorado caballero llevaba un rosario al cuello, en vez de gorguera... Además, existía una divisa enigmática grabada en su escudo: las letras A. N. B.

—A. M. D. —rectificó Kolia.

—Digo A. N. B. y quiero decirlo así —respondió Aglaya, con energía—. Una cosa resulta clara en todo caso, y es que, quien quiera que fuese su dama, e hiciese lo que hiciera, ello, importaba poco a ese hidalgo pobre. La había elegido, la creía su «belleza pura» y eso bastaba para que no cesase de inclinarse ante ella, para que, puesto que se había declarado su servidor, rompiese lanzas por ella, aun cuando a continuación la viera convertirse, por ejemplo, en una ladrona. Parece que el poeta quiso encarnar así la noción del amor platónico, tal como lo concebían los caballeros de la Edad Media, en un tipo extraordinario. Naturalmente, todo eso es mero ideal. En el «hidalgo pobre», tal sentimiento llega al máximo grado: alcanza el ascetismo. Preciso es confesar que la facultad de amar así habla mucho en pro de quien la posee. Es un rasgo de carácter que denota un alma sublime y, en cierto sentido, es cosa muy loable. El «hidalgo pobre» es un Don Quijote, pero un Quijote serio y no cómico. Al principio yo no comprendía al personaje y me reía de él de buena gana, pero ahora le admiro y sobre todo, respeto sus altas proezas...

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