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El Idiota

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El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
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El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

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—Con Gabriel Ardalionovich Ivolguin —articuló Nastasia Filipovna, recalcando mucho cada sílaba.

Siguió, una pausa de algunos minutos. Dijérase que el pecho del príncipe se hallaba abrumado por un peso terrible que le impedía emitir sonido alguno.

—No... no se case usted —murmuró Michkin al fin, respirando con dificultad.

—Así se hará —declaró Nastasia Filipovna. Y luego, con acento autoritario, como de triunfo, se dirigió a Gania—: Ya ha oído usted la decisión del príncipe. Eso es lo que le contesto, Gabriel Ardalionovich. No volvamos a hablar más de este asunto.

—¡Nastasia Filipovna! —profirió Atanasio Ivanovich, con voz temblorosa.

—¡Nastasia Filipovna! —dijo el general con tono apremiante, que dejaba traslucir su inquietud. Toda la reunión se sentía trastornada.

—¿Qué sucede, señores? —preguntó la dueña de la casa, mirando, asombrada al parecer, a sus invitados—. ¡Qué caras tienen ustedes! ¿Por qué esa emoción?

—Pero... recuerde, Nastasia Filipovna —balbució Totzky— que había hecho usted una promesa... con toda libertad, desde luego... Mas podía usted haber evitado... Me siento confuso... y me cuesta trabajo explicarme... pero, con todo... En resumen, terminar ahora y ante... ante todos... un asunto tan serio sirviéndose de un petit-jeu... Sí... un asunto de honor, y en el que el corazón... un asunto del que depende...

—No le comprendo, Atanasio Ivanovich. Realmente no sabe usted lo que se dice. En primer lugar, ¿qué significan las palabras «ante todos»? ¿Acaso no estamos en una reunión selecta e íntima? Además, ¿qué es eso de petit-jeu? Yo quería hacerles conocer un episodio de mi vida y ya lo conocen. ¿No lo encuentra agradable? Y ¿a qué viene el decir que esto no es serio? ¿Por qué no lo es? Usted me ha oído decir bien claramente al príncipe: «Haré lo que usted me aconseje.» De haber dicho «sí», me habría casado; ha dicho «no» y no me casaré. ¿No es serio esto? Toda mi vida pendía de un cabello. ¡Dígame si puede existir mayor seriedad!

—Pero, ¿a qué hacer intervenir al príncipe? ¿Quién es el príncipe al fin y al cabo? —dijo el general, reprimiendo a duras penas la indignación que le producía el ver atribuir tanto valor a la opinión de Michkin.

—Yo le diré lo que es el príncipe para mí: el primer hombre cuya sincera adhesión me ha inspirado confianza. He creído en él desde el primer instante y sigo creyendo.

Gania, pálido y con los labios crispados, tomó la palabra.

—Sólo me queda agradecer a Nastasia Filipovna la extrema delicadeza de que ha dado pruebas respecto a mí. Sin duda lo que ha resuelto es lo más conveniente... —Y añadió, con voz temblorosa—: Pero el príncipe... su intervención en este asunto...

—Echa a rodar un negocio de setenta y cinco mil rublos, ¿no? —interrumpió bruscamente Nastasia Filipovna—. ¡Eso es lo que quiere usted decir! No lo niegue: sus palabras no significan otra cosa. Atanasio Ivanovich: tengo algo más que agregar. Y es que se guarde sus setenta y cinco mil rublos. Sepa que le devuelvo su libertad gratuitamente. ¡Ya era hora! ¡También tiene usted derecho a respirar al fin! ¡Nueve años y tres meses! Mañana iniciaré una vida nueva. Pero hoy es el día de mi cumpleaños y esta es la primera vez que soy dueña de mí misma desde que existo. General: tome sus perlas y déselas a su esposa. Se han acabado estas veladas, señores. Desde mañana dejo este piso.

Y después de hablar así se levantó, como para marcharse.

—¡Nastasia Filipovna, Nastasia Filipovna! —se oyó exclamar por doquier.

Reinaba una agitación febril general. Todos los visitantes, abandonando sus asientos, rodeaban a la joven escuchando con inquietud sus palabras impetuosas, febriles, delirantes. Ninguno comprendía nada de lo que ocurría y el desconcierto era absoluto. En medio de la confusión resonó, un campanillazo tan violento como el que horas antes había sembrado la extrañeza en casa de Gania.

—¡A... já! ¡El desenlace! ¡Por fin! —dijo Nastasia Filipovna—. Son las once y media. Siéntense, señores. ¡El desenlace!

Y, mientras hablaba, se sentó a su vez. Una extraña sonrisa tembló en sus labios. Miraba hacia la puerta con silenciosa ansiedad.

—Rogochin y sus cien mil rublos —murmuró Ptitzin para sí.

XV

Katia, la doncella, apareció muy alarmada.

—Nastasia Filipovna: ahí viene una gente que no sé quiénes son. Diez hombres borrachos han entrado en el piso y quieren verla a usted. Han dado el nombre de Rogochin, diciendo que ya le conoce.

—Es cierto. Haz pasar a todos, Katia.

—¿A todos, Nastasia Filipovna? ¡Si son personas de muy mal aspecto!

—No tengas miedo, Katia. Hazles entrar a todos, hasta el último. Además, si quisieras impedirles el paso no lo conseguirías. ¡Qué escándalo arman! ¡Lo mismo que antes! Señores —añadió, dirigiéndose a los invitados—, quizá encuentren ustedes de mal tono que reciba semejante compañía. Lo siento mucho y les presento excusas; pero no tengo más remedio, ya que quiero que asistan ustedes al desenlace. En todo caso, hagan lo que les parezca.

Los reunidos se miraron con sorpresa, cuchicheando entre sí. Una cosa era evidente para todos: que aquello estaba planeado de antemano y que Nastasia Filipovna, aunque loca sin duda, no se dejaba desconcertar por nada. Todos se sentían muy curiosos. Por ende no existía motivo de inquietud. De todos los invitados, sólo dos eran mujeres. Daría Alexievna y la bella y silenciosa desconocida. La primera conocía bien todos los aspectos de la vida y no se asustaba por tan poco. Y la taciturna extranjera difícilmente podía comprender lo que pasaba, ya que no entendía una sola palabra de ruso. Era, en efecto, una alemana que llevaba corto tiempo en Rusia y para colmo parecía tan boba como linda. Sus amistades la invitaban a sus veladas sencillamente porque era muy decorativa. Se la exhibía en las reuniones, suntuosamente vestida, como se exhibe un cuadro valioso, una escultura, un ánfora o una pantalla de mérito.

En cuanto a los hombres, Ptitzin era amigo de Rogochin; Ferdychenko se encontraba en aquella situación como el pez en el agua; Gania no había reaccionado aún de su estupor, y además sentía un íntimo deseo de asistir a su ignominia hasta el final; el viejo profesor no acertaba a desentrañar lo que sucedía y, testigo de la excepcional agitación que dominaba a la dueña de la casa y a todos los otros, ardía en deseos de llorar y temblaba literalmente de miedo, pero, aun así, habría preferido la muerte a abandonar a Nastasia Filipovna en situación semejante. A Totzky le repugnaba mezclarse en aventuras de tal estilo, pero el asunto le interesaba mucho, a pesar del estrambótico giro que adquiría; por ende, dos o tres de las palabras pronunciadas por Nastasia Filipovna le habían intrigado de tal manera, que no quería marcharse antes de obtener una explicación de su significado. Resolvió, pues, esperar hasta el fin, en actitud de espectador silencioso, la sola que le parecía acorde con su dignidad. El único que no parecía dispuesto a soportar por más tiempo aquellas extravagancias era el general Epanchin, ya muy dolido por la forma descortés en que se le había devuelto su regalo... Si hasta entonces, influido por la pasión, se había dignado sentarse en aquella casa al lado de Ptitzin y de Ferdychenko, ahora despertaban en él su respeto propio, el sentimiento del deber, la conciencia de la seriedad a que le obligaban su categoría social y su posición en el servicio. En resumen, no ocultó que un hombre como él no podía alternar con gentes como Rogochin y sus compañeros.

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