-->

El Idiota

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El Idiota, Достоевский Федор Михайлович-- . Жанр: Русская классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 249
Читать онлайн

El Idiota читать книгу онлайн

El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 44 45 46 47 48 49 50 51 52 ... 188 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

—¡Santo Dios, qué desgracia! —quejóse Ferdychenko—. ¡Yo que contaba que el príncipe sería el primero y a continuación el general! Pero, gracias a Dios, Ivan Petrovich habrá de hacer su relato después de mí, y esto es siempre un consuelo. El caso, señores, es que yo debiera dar un ejemplo grandioso, pero lamento no tener en el momento presente ninguna cosa importante que contar, así como ser tan poca cosa como soy y no poseer siquiera una categoría notable. En consecuencia, ¿qué interés puede tener para nadie el saber que Ferdychenko ha cometido una granujada? Y, aparte eso, ¿cuál es la más mala de mis acciones? Me encuentro ante un verdadero embarras de richesse. ¿Contaré otra vez mi robo para probar a Atanasio Ivanovich que se puede robar sin ser un ladrón?

—Sólo me probaría usted, señor Ferdychenko, que cabe encontrar un placer en contar cosas vergonzosas, incluso sin que nadie le invite a ello a uno... Por otra parte... En fin, dispénseme, señor Ferdychenko.

—Empiece, Ferdychenko. No hace usted más que fanfarronear en vano. Así no acabaremos nunca dijo, airada e impaciente, Nastasia Filipovna.

Todos notaron que su alegría febril había dejado lugar, de pronto, a un humor descontento, irritado e irascible. Mas la joven persistía en su extraño capricho. Atanasio Ivanovich se sentía muy inquieto. Le indignaba ver la calma de Ivan Fedorovich, quien, paladeando, calmoso, su champaña como si todo aquello careciese de trascendencia, se preparaba probablemente a hilvanar también un relato.

XIV

—No tengo ingenio, Nastasia Filipovna —dijo Ferdychenko, a guisa de preámbulo—, y por eso hablo más de la cuenta. Si yo fuese tan ingenioso como Atanasio Ivanovich o Ivan Petrovich me pasaría el rato sin abrir la boca, lo mismo que ellos. Permítame, príncipe, solicitar su opinión. Siempre he creído que en este mundo el número de ladrones supera en mucho al de no ladrones, e incluso me inclino a creer que no hay quien haya dejado de cometer algún robo en su vida. Tal es mi criterio, sin que por eso concluya que la humanidad está enteramente compuesta de rateros, aunque a veces me sienta terriblemente impulsado a suponerlo así. ¿Qué cree usted?

—¡Qué modo tan estúpido tiene usted de contar! dijo la dama desenvuelta, que se llamaba Daría Alexievna—. ¡Qué necedades empieza usted por decir! Es imposible que todo el mundo haya tenido que robar algo. Yo, por mi parte, nunca he robado nada.

—Bien. Usted no habrá robado nada; pero quisiera saber por qué motivo se ha puesto el príncipe tan encarnado.

—Creo que hay parte de verdad en lo que usted dice, aunque lo exagera demasiado —contestó Michkin, cuyo rostro, en efecto, se había cubierto de rubor.

—¿Nunca ha robado usted nada, príncipe?

—No sea ridículo y mida sus palabras, señor Ferdychenko —intervino el general.

—Ya veo que, encontrándose acorralado, le da a usted vergüenza contar sus malas acciones y quiere mezclar al príncipe en el asunto. Tiene usted la suerte de que el príncipe es un hombre de buen carácter, porque si no... —dijo, secamente Daría Alexievna.

—Ferdychenko, —continuó la dueña de la casa, con su irritación—, cuente de una vez, o cállese y quédese con sus secretos. ¡Haría usted perder la paciencia a un santo!

—En seguida, Nastasia Filipovna... Pero, puesto que el príncipe ha confesado (ya que sus palabras y su rubor equivalen a una confesión), ¿qué diría cualquier otra persona de ser sincera? Fíjese en que no digo quién... En lo que me afecta, señores, mi anécdota no es larga ni complicada, sino muy sencilla, muy necia y muy bellaca. Únicamente les aseguro que no soy un ladrón: he robado sin saber cómo. Hace dos años yo estaba un día en la casa de campo de Semen Ivanovich Itchenko. Había varios invitados. Terminada la comida, los hombres quedaron un rato a la mesa, para beber vino. Se me ocurrió la idea de pedir a la hija del anfitrión, María Semenovna, que tocase algo al piano. Me levanté, pues, y crucé un cuartito lateral. Sobre la mesa de costura de María Ivanovna divisé un billete verde de tres rublos, sin duda dejado allí para pagar alguna compra doméstica. En la habitación no había nadie. Cogí el billete y me lo guardé en el bolsillo. ¿Por qué? Lo ignoro. No sé a qué inspiración obedecí. Volví rápidamente al comedor y reocupé mi sitio ante la mesa. Esperando el resultado de mi acción, me sentía bastante nervioso, hablaba sin cesar, contaba anécdotas, reía. Luego fui a sentarme con las señoras. Media hora después se descubrió la falta del billete y se interrogó a las criadas. Se sospechó de una de ellas, una tal Daría. Yo manifesté una curiosidad y un interés extraordinarios en el incidente. Recuerdo incluso que, viendo la turbación de Daría, la insté una vez y otra a que confesase, garantizándole la clemencia de María Ivanovna. Hablaba en voz muy alta, ante todos, con los ojos de todos fijos en mí, y experimentaba un placer vivísimo al pensar que, mientras exhortaba a la sirvienta a que confesase, los tres rublos estaban en mi bolsillo. Aquella misma noche gasté los tres rublos en beber. Entré en un restaurante y pedí una botella de «Cháteau-Laffitte». Nunca se me había ocurrido tomar una botella sin comer algo; pero tenía prisa de disipar aquel dinero. Ni entonces ni después he sentido lo que se llama un remordimiento de conciencia. Desde luego no me agradaría reincidir, créanlo o no. Eso no me importa. Y no hay más.

—Seguramente ésa no es su peor acción —dijo Daría Alexievna, con desprecio.

—Se trata de un caso psicológico y no de una mala acción —observó Atanasio Ivanovich.

—¿Y la criada? —preguntó Nastasia Filipovna, sin ocultar su vivo desagrado.

—La criada, por supuesto, fue despedida a la mañana siguiente. En aquella casa no se toleran esas bromas.

—¿Y consintió usted que la despidiesen?

—¡Esa sí que es buena! ¿Quería usted que me denunciase a mí mismo? —dijo Ferdychenko.

Pero no lograba disimular que se sentía impresionado por el mal efecto que su relato causara a todos los oyentes.

—¡Qué vergüenza! —exclamó Nastasia Filipovna.

—¡Quiere usted que un hombre cuente el acto más feo de su vida, y encima pretende que sea un episodio brillante! Las acciones viles son siempre vergonzosas, Nastasia Filipovna. Y ahora vamos a quedar muy edificados oyendo a Ivan Petrovich. Además, ¡cuántos hay que, resplandecientes de brillo externo, apoyan sólo la certeza de que son buenos en el hecho de que poseen coche! Porque gentes con coche no faltan. ¡Y hay que ver de qué medios se valen para tenerlo!

Ferdychenko, repentinamente irritado, se olvidaba de todo, pasaba los límites, incluso mostraba en su cara contraída una expresión de disgusto. Por extraño que pudiera parecer, seguramente había esperado que su narración obtuviese un éxito muy distinto. Su jactancia de mal gusto, aquellas fanfarronadas soeces, como las llamaba Totzky, le conducían a menudo a tales resultados.

Nastasia Filipovna, temblorosa de ira, miró fijamente a Ferdychenko. Él, helado de terror, calló instantáneamente. Había ido demasiado lejos.

1 ... 44 45 46 47 48 49 50 51 52 ... 188 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название