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El Idiota

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El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
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El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

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—¡Pero si Nastasia Filipovna no ha vivido nunca ahí! Además, papá no ha estado jamás en su casa. Me extraña que se haya confiado usted a él. Nastasia Filipovna habita cerca de la calle Vladimirsky, en Cinco Esquinas, que es un sitio mucho más cercano. Ahora son las nueve y media. Si quiere, le acompañaré.

Y Kolia y el príncipe salieron. Michkin no tenía siquiera dinero para tomar un coche y hubieron de encaminarse a pie.

—Quisiera —dijo Kolia— haberle presentado a Hipólito, que es el hijo mayor de la señora que acaba usted de conocer. Está enfermo y ha pasado en cama todo el día. Pero como es muy sensible, me ha parecido que le disgustaría verse con usted. Ha llegado en tan mal momento... A mí eso me avergüenza menos que a él, porque se trata de mi padre, y en el caso de Hipólito, de su madre. La cosa es distinta; pues lo que deshonra a una mujer no afecta al honor de un hombre. Quizá la sociedad haga mal condenando en un sexo lo que disculpa en el otro. Hipólito es un muchacho muy inteligente, pero esclavo de ciertos prejuicios.

—¿Dice que está tuberculoso?

—Sí, y creo que le valdría más morir cuanto antes. Yo, en su lugar, desearía la muerte con toda mi alma. Sufre mucho pensando en la suerte de sus hermanos, que son los niños que ha visto usted. Si él y yo tuviésemos dinero, abandonaríamos los dos a nuestras familias y nos instalaríamos en una casa para los dos. Ése es nuestro sueño. A propósito, ¿sabe una cosa, príncipe? Hace poco, cuando le hablé de su caso con Gania, Hipólito se ha enojado, y dice que ha perdido usted el honor, pues cree que quien recibe una bofetada y no lleva a su agresor al terreno es un cobarde. Y como es muy irascible he dejado de discutir con él... ¿Así que está usted invitado por Nastasia Filipovna?

—A decir verdad, no.

—Entonces, ¿cómo va a visitarla? —exclamó Kolia, deteniéndose, sorprendido, en medio de la acero—. Y además ¿piensa presentarse en una reunión con ese traje?

—Realmente, no sé cómo me arreglaré para entrar. Si me reciben, bien. Y si no, habrá sido un asunto fracasado. En cuanto a mi traje, ¿qué le parece que puedo hacer?

—¿Tiene algo que resolver en casa de Nastasia Filipovna? ¿O no va más que pour passer le temps en buena compañía?

—Mi visita tiene por objeto... Es decir, voy por un asunto que... Es difícil explicarlo, pero...

—Sea lo que fuere, no tengo por qué entrar en ello. Lo importante para mí es saber que no va usted allí por el mero placer de pasar el rato en una fascinadora reunión de mujeres fáciles, generales y usureros. De ser así, permítame que le diga, príncipe, que me parecería usted ridículo y comenzaría a despreciarle. Aquí las personas honradas escasean terriblemente. Incluso no hay una que merezca absoluta estimación. Uno no puede prescindir de mirar a todos con desdén, aunque todos exigen el mayor respeto, empezando por Varia. ¿Ha notado usted, príncipe, que en nuestra época no se encuentran más que aventureros? Y sobre todo en Rusia, nuestra querida patria. Cómo se haya organizado todo esto, no lo sé. Los cimientos de las cosas parecen firmes, pero ¿qué sucede? Se descorren todos los velos, se pone el dedo sobre todas las llagas, asistimos a una orgía de relaciones escandalosas. Los padres son los primeros en rectificar sus principios, sintiéndose avergonzados de su moral a la antigua. En Moscú ha habido un padre que exhortaba a su hijo a no retroceder ante nada para ganar dinero. La Prensa lo ha hecho público. Fíjese en mi padre, y vea en lo que se ha convertido. Aunque, por otra parte, le tengo por un hombre honrado. Se lo digo de verdad. No se le puede reprochar más que su afición al vino y a las irregularidades. ¡Sí; es como le digo! Papá incluso me da lástima, aunque no me atrevo a decirlo, porque todos se burlan de mí; pero me da lástima. ¿Y qué son los demás, los que se juzgan inteligentes? ¡Todos usureros, del primero al último! Hipólito elogia la usura, afirmando que es necesaria, hablando de movimiento económico, de afluencia y reflujo de capitales y del diablo sabe qué más. Me duele mucho oírle decir esas cosas, pero como sé lo amargado que está... ¡Imagine que su madre obtiene dinero para papá y luego se lo presta a intereses semanales exorbitantes! ¿No es una vergüenza? ¿Y sabe usted que mamá proporciona a Hipólito toda clase de auxilios, dinero, ropa blanca, vestidos? También a través de Hipólito ayuda a los pequeños, en vista de que su madre los desatiende en absoluto. Varia hace lo mismo.

—Usted decía que no existen más que usureros. Vea, sin embargo, que hay también personas de carácter vigoroso: su madre y Varia. Socorrer al prójimo en tales condiciones, ¿no es acaso una prueba de fuerza moral?

—Varia obra así por amor propio, por ostentación, por no ser menos que mi madre. En cuanto a mamá... sí, realmente, mamá merece respeto por ello. La apruebo y estimo su conducta en lo que vale. El mismo Hipólito lo reconoce por muy endurecido que tenga el corazón. Al principio se burlaba diciendo que eso era una bajeza por parte de mamá, pero ahora hay veces en que se siente realmente enternecido. ¡Hum! ¿Llama usted a eso fuerza moral? Lo tendré en cuenta. Gania no cree lo que usted. Diría que eso es favorecer el vicio.

—¿Gania no cree lo que yo? Parece que hay varias cosas que Gania no cree —dejó escapar Michkin, que había quedado pensativo oyendo la última frase de Kolia.

—Usted, príncipe, me agrada mucho. No se me va de la cabeza el modo que ha tenido de proceder antes.

—También usted me es muy simpático, Kolia.

—Dígame: ¿qué propósitos tiene para en adelante? Yo pienso buscar pronto ocupación y ganar algo. Si quiere, podemos vivir los tres juntos, usted, Hipólito y yo. Alquilaremos un piso y nos llevaremos a mi padre con nosotros.

—Sería un gran placer para mí... En fin, ya veremos... Yo ahora me siento muy... muy confuso.., ¡Ah! ¿Ya hemos llegado? ¡Qué magnífica escalinata! Y veo un portero... No sé qué va a resultar de aquí, Kolia.

Michkin parecía muy inquieto.

—Ya me lo contará usted mañana. No se asuste. Le deseo mucho éxito. Yo comparto las opiniones de usted. Adiós. Voy a referir a Hipólito la proposición que le he hecho hace poco, príncipe. En cuanto a que le reciban, no tema: le recibirán. Nastasia Filipovna es originalísima. Suba esa escalera; es en el primer piso. El portero le orientará mejor...

XIII

Michkin, muy inquieto mientras subía la escalera, se esforzaba en infundirse valor.

«Lo peor que puede pasar —pensaba— es que no me reciban, o que me juzguen mal, o que sólo me permitan la entrada para reírse en mis barbas. Pero ¿qué importa?»

Aquella posibilidad no era, en efecto, lo más temible de todo, ya que Michkin se preguntaba también: «¿Qué voy a hacer? ¿Por qué visito esta casa?» Y no hallaba respuesta satisfactoria a su pregunta. Podía lograr, en un aparte, decir a Nastasia Filipovna: «No se case con Gania, porque ese hombre haría la desgracia de usted. No la ama, sólo quiere su dinero; él mismo me lo ha dicho y Aglaya Epanchina me ha hablado en el mismo sentido. He venido para advertírselo.» Pero aun admitiendo que lograse esto ¿podría considerar correcta su actitud en algún sentido? La contestación era asaz dudosa. Aún faltaba resolver otra cuestión, tan importante que el príncipe no quería pensar en ella, ni aun osaba planearla. Cada vez que acudía a su mente, el rostro de Michkin enrojecía y su cuerpo temblaba. Pero, pese a todas sus vacilaciones e inquietudes, acabó subiendo y preguntando por Nastasia Filipovna.

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