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El Idiota

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El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
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El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

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Michkin comenzó a exponer sus razones; pero Lisaveta Prokofievna le interrumpió:

—¡Todos te consideran un imbécil y te engañan! Ayer has ido a San Petersburgo: apuesto a que has visitado a aquel bribón y te has puesto de rodillas ante él para que aceptase tus diez mil rublos.

—No se me ocurrió siquiera hacerlo así. No le he visto. Y además no es un bribón. He recibido carta de él.

—¡A verla!

Michkin sacó una hoja de su cartera y la ofreció a la generala. La carta rezaba así:

« Muy señor mío: A juicio de la gente, yo no tengo, sin duda, derecho a poseer amor propio. En opinión del mundo soy demasiado insignificante para eso. Pero lo que es cierto a los ojos de los demás hombres no lo es a los de usted. Me he convencido, señor, de que acaso vale usted mucho más que los otros. Respecto a esto estoy en desacuerdo absoluto con Doktorenko; y me he separado de él, por lo tanto. Jamás aceptaré de usted ni un kopec; pero usted ha socorrido a mi madre y le estoy agradecido, aunque ello sea una flaqueza. En todo caso, he cambiado de opinión sobre usted, y me considero obligado a comunicárselo. Pero estimo, a la vez, que no pueden existir entre nosotros relaciones de ninguna clase

Antip Burdovsky.

P. S. —Los doscientos rublos que le debo le serán debidamente abonados más adelante.»

—¡Qué necedad! —dijo la generala, devolviendo la carta a Michkin con brusco ademán—. ¡No valía ni la pena de leer eso! ¿Por qué sonríes?

—Confiese que esa lectura le ha complacido.

—¿El qué? ¿Leer esa colección de tonterías vanidosas? ¿No ves que todos esos tipos están atiborrados de orgullo y vanidad?

—Pero el caso es que Burdovsky ha reconocido su error, incluso en contra de Doktorenko. Y puesto que es vanidoso, más mérito tiene que haya dominado su vanidad. ¡Es usted una niña, Lisaveta Prokofievna!

—¿Quieres que te dé una bofetada?

—No, de ningún modo. Pero, ya que la carta le agrada, ¿por qué lo oculta? ¿Por qué se avergüenza de sus sentimientos? ¡Siempre es usted la misma!

—¡Ahora sí que no volveré a permitirte poner los pies en casa jamás! —dijo ella, levantándose, pálida de ira—. ¡No quiero respirar el mismo aire que tú!

—Y de aquí a tres días vendrá a pedirme que la visite. No se avergüence de esos sentimientos, que son lo mejor de su alma. No hace usted más que atormentarse en vano.

—¡Así me muera si vuelvo a visitarte otra vez! ¡Olvidaré hasta tu nombre! ¡Ya lo he olvidado!

Y se alejó bruscamente del príncipe.

—Antes de esa prohibición, ya se me había vedado visitarla —le gritó Michkin.

—¿Queeeé? ¿Quién te lo había prohibido?

Y se volvió de repente, con un movimiento tan vivo como si se hubiese pinchado con una aguja. Michkin, comprendiendo que acababa de hablar más de la cuenta, titubeó.

—¿Quién te ha prohibido ir a nuestra casa? —insistió con irritación, Lisaveta Prokofievna.

—Aglaya Ivanovna.

—¿Cuándo? ¡Habla!

—Esta mañana me ha informado de que no debo volver a pisar su casa.

Lisaveta Prokofievna, aunque casi paralizada por el estupor, se esforzó en reunir sus ideas.

—¿Cómo te lo ha hecho saber? ¿A quién te ha enviado? ¿A ese chiquillo para que te lo dijera? ¿O te ha buscado otra persona? —preguntó precipitadamente.

—He recibido carta suya —repuso Michkin.

—¿Dónde está? ¡Dámela ahora mismo!

Tras un momento de reflexión, el príncipe sacó del bolsillo de su chaleco, no una carta, sino un trocito de papel en el que se veían escritas las líneas siguientes:

« Príncipe León Nicolaievich: Si después de todo lo sucedido se propone usted asombrarme presentándose en nuestra casa, tenga la certeza de que no figuraré entre aquellos a quienes complazca su visita.

Maya Ivanovna.»

La generala meditó un instante, luego se lanzó hacia Michkin, le aferró el brazo y le arrastró consigo.

—¡Pronto! ¡Ven! ¡Es absolutamente necesario que vengas en seguida! —dijo con energía, manifestando una impaciencia y una agitación extraordinarias.

—Pero me expone usted...

—¡Dios mío, qué necio! ¡No parece un hombre! Vamos: quiero verlo yo misma, con mis propios ojos...

—Déjeme, siquiera, coger el sombrero...

—Toma tu horroroso sombrero, y vámonos. ¡Ni siquiera has sabido elegirlo de una forma un poco más elegante! ¡Aglaya ha escrito eso! ¡Lo ha escrito después de lo sucedido anteriormente! —balbucía Lisaveta Prokofievna, mientras caminaba llevando al príncipe sujeto por el brazo y obligándole a seguirla—. Antes te he defendido y he dicho que obrabas como un imbécil no visitándonos... De otro modo, ella no habría escrito esa carta estúpida, incorrecta, indigna de una joven distinguida, bien educada, inteligente... ¡Hum! —continuó—. ¿Será que acaso...? ¿Acaso que está ofendida porque no vas? Pero no ha comprendido que no se puede escribir así a un idiota, ya que lo tomará todo al pie de la letra, como ha sucedido... ¿Por qué me escuchas con tanto interés? —le interpeló, comprendiendo que había hablado demasiado—. Aglaya necesita un tipo corno tú para reírse de él. Hace tiempo que no ha tratado otro semejante y por eso desea volver a verte. Y yo me alegraré mucho, ¡mucho!, de que ella se burle de ti... ¡Muchísimo! ¡Te lo mereces! Y ella sabrá ponerte en ridículo, ten la certeza...

PARTE TERCERA

I

En Rusia no so oyen sino quejas constantes relativas a la falta que padecemos de personas prácticas. Tenemos plétora de políticos y generales; incluso se encuentran hombres de negocios de todas clases en un caso dado; pero no poseemos hombres prácticos, o al menos siempre estamos deplorando su carencia. Dícese a todas horas que nos faltan ferroviarios eficientes; que no es posible encontrar una compañía naviera bien administrada. Con frecuencia oímos hablar de choques de trenes y de hundimiento de puentes en líneas de nueva construcción. Otras veces se trata de convoyes detenidos por la nieve en pleno campo y que permanecen parados durante cinco días, cuando el viaje debió terminar en pocas horas. O de toneladas de mercancías que se pudren durante dos o tres meses antes de ser expedidas. Y he oído decir (aunque no me parece verosímil) que el empleado de una casa comercial, al insistir en sus reclamaciones al efecto, recibió un puñetazo que le asestó en una oreja el encargado de facturaciones, quien justificó su acto diciendo que el reclamante le había hecho perder la paciencia. Existen tantas oficinas gubernativas, que uno siente vértigos al pensar en su número: todos han servido, sirven o se proponen servir al Estado, y, sin embargo, no se logra dirigir razonablemente una vía férrea o una línea de vapores.

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