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Guerra y paz

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Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

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XXIII

Desde Gorki, Bennigsen bajó por el camino general hacia el puente que el oficial había indicado a Pierre, desde lo alto del túmulo, como centro de la posición junto al que había montones de hierba cortada que olía a heno. Por el puente entraron en la aldea de Borodinó; desde allí giraron hacia la izquierda y, dejando atrás una gran concentración de tropas y cañones, llegaron a un alto montículo donde los milicianos cavaban trincheras. Era un reducto al que aún faltaba el nombre, y que después fue llamado reducto de Raievski o batería del túmulo.

Pierre no prestó especial atención a ese lugar; ignoraba que para él sería el más memorable de todo el campo de Borodinó. Después, cruzando un barranco, se dirigieron a Semiónovskoie, de donde los soldados se llevaban las últimas vigas de las isbas y cobertizos; seguidamente, tras nuevas subidas y bajadas a través de los campos de centeno que parecían arrasados por el granizo, salieron a un camino nuevo, abierto por la artillería, hacia las fortificaciones que todavía se estaban haciendo en los surcos de los campos.

Bennigsen se detuvo ante esas obras para ver el reducto de Shevardinó (que el día anterior era todavía ruso), donde se veían algunos jinetes. Los oficiales afirmaban que allí estaba Napoleón o Murat. Todos miraban ávidamente aquel grupo de jinetes. Pierre también miraba, tratando de adivinar quién de aquellos hombres, apenas visibles, era Napoleón. Por último, los jinetes descendieron del túmulo y desaparecieron.

Bennigsen se volvió a un general que se le había acercado y comenzó a explicarle la posición de los rusos. Pierre prestó oídos a las palabras de Bennigsen, aguzando toda su inteligencia para comprender el plan de la próxima batalla, pero advirtió acongojado que sus facultades intelectivas no alcanzaban a tanto. No comprendía nada. Bennigsen dejó de hablar y, dándose cuenta de la atención de Pierre, le dijo:

—Me imagino que esto no le interesa...

—¡Oh, no! Al contrario, me parece muy interesante— replicó Pierre, no del todo sincero.

Desde allí siguieron más hacia la izquierda por un camino serpenteante entre el espeso bosque de abedules pequeños. En medio de aquel bosque, una liebre de lomo oscuro y blancas patas saltó al camino delante del grupo; asustada por el ruido de tantos caballos, corrió aturdida, dando saltos por el camino, entre la atención y la risa de todos; por fin, cuando algunos gritaron tras ella, se apartó de otro salto y desapareció en el bosque. Después de caminar dos kilómetros entre el boscaje, salieron a un claro donde se hallaban las tropas del cuerpo de ejército de Tuchkov, encargadas de defender el ala izquierda.

Allí, en el extremo del flanco izquierdo, Bennigsen habló mucho y con gran ardor dio una orden que a Pierre le pareció muy importante.

Delante de las tropas de Tuchkov se elevaba una colina, no ocupada por los soldados; Bennigsen criticó en voz alta aquel error, diciendo que era una locura no ocupar un punto que dominaba el territorio y colocar las tropas debajo. Algunos generales expresaron la misma opinión. Especialmente uno, con gran ardor bélico, dijo que los habían enviado al matadero. Bennigsen, bajo su propia responsabilidad, ordenó que se ocupara la altura.

Esta orden referida al flanco izquierdo hizo dudar todavía más a Pierre sobre su capacidad para entender el arte militar. Comprendía a Bennigsen y a los generales que criticaban la posición de los soldados al pie de aquella altura y participaba de su opinión; pero precisamente por eso no podía comprender cómo aquel que había colocado a los soldados al pie de esa altura fuera capaz de cometer un error tan grande y evidente.

Pierre ignoraba que aquellas tropas no habían sido puestas allí para defender la posición, como creía Bennigsen: fueron situadas en un lugar escondido para tender una emboscada y debían permanecer allí sin ser vistas, de manera que pudieran lanzarse de improviso sobre el enemigo cuando éste avanzara. Bennigsen tampoco lo sabía y colocó las tropas según sus particulares consideraciones, sin informar de ello al general en jefe.

XXIV

Aquel claro atardecer del 25 de agosto el príncipe Andréi yacía, apoyado en un codo, en un cobertizo derruido de la aldea de Kniazkovo, en un extremo de la posición ocupada por su regimiento. Por un hueco de la pared destrozada contemplaba la hilera de añosos abedules, con las ramas inferiores taladas, los campos con haces de avena esparcidos, los arbustos y, por encima de ellos, el humo de las hogueras de las cocinas de campaña.

Aunque su vida le pareciera ahora mezquina, inútil y penosa, se sentía tan conmovido y nervioso como siete años antes, en vísperas de la batalla de Austerlitz.

Había ya recibido y transmitido las órdenes para el combate del día siguiente. No le quedaba más por hacer. Pero los pensamientos más simples, los más claros y, por tanto, más angustiosos, no lo dejaban en paz. Sabía que la batalla del día siguiente iba a ser la más terrible de todas en las que participara; y por primera vez en su vida, sin relación alguna con nada terrenal, sin importarle nada cómo repercutiría sobre otros, pensando tan sólo en sí mismo, en su vida, la idea de morir se le presentó con una certidumbre sencilla y aterradora. Y desde la altura de esa idea, todo cuanto antes lo preocupaba y torturaba se iluminó de pronto con una luz fría y blanca, sin sombras, sin perspectivas ni contornos definidos. Toda su vida le parecía ahora como proyectada en una linterna mágica, que contempló siempre como a través de un sencillo cristal, con luz artificial. Ahora, de pronto, veía sin cristal, a la luz clara del día, todas esas imágenes burdamente pintarrajeadas. “Sí, sí, ésas son las imágenes falsas que me han conmovido, me han entusiasmado y me han hecho sufrir”, se decía reviviendo en su imaginación las principales escenas de la linterna mágica de su vida y observándolas ahora a esa fría y blanca luz del día, a la luz de la idea clara de la muerte. “Esas son las imágenes burdamente pintadas que yo creí algo bello y misterioso: la gloria, el bien público, el amor de la mujer, la patria misma. ¡Cuán grandes me parecían! ¡Qué llenas de sentido! Y ahora, qué sencillas, pálidas y vulgares son a la luz blanca de esta mañana que siento que empieza para mí.” Tres penas principales de su vida atraían especialmente su atención: el amor por una mujer, la muerte de su padre y la invasión francesa, que se había adueñado de media Rusia. “¡El amor!... Aquella chiquilla me parecía llena de fuerzas misteriosas. ¡Cómo la amaba! Hacía poéticos proyectos basados en el amor, en la felicidad con ella... ¡Oh, qué chiquillo era!— dijo de pronto en voz alta, colérica. —¡Cómo no! Creía en un amor ideal, creía que iba a serme fiel durante un año entero de ausencia. Como la tierna paloma de la fábula, debía mustiarse al verse separada de mí. ¡Pero todo fue mucho más sencillo!... ¡Todo fue horriblemente simple y repugnante!

"También mi padre edificaba en Lisie-Gori; pensaba que todo aquello era suyo, su tierra, su vida, que eran sus mujiks, pero llegó Napoleón, y sin conocer su existencia, lo apartó del camino de un empujón como una astilla y hundió su obra y su vida entera. Y la princesa María dice que es una prueba enviada por el cielo... ¿Para qué esa prueba, cuando él ya no existe ni existirá más? ¡Él ya no está!..., ¿para quién es la prueba entonces? La patria... la pérdida de Moscú. Y mañana me matarán: tal vez ni siquiera sea un francés, sino uno de los nuestros, como el que ayer descargó su fusil junto a mi oreja. Y vendrán los franceses, me cogerán por los pies y la cabeza y me arrojarán a cualquier fosa para que no los apeste. Después surgirán nuevas formas de vida, que otros conocerán; pero no yo, pues habré dejado de existir.”

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