Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
XXII
Tambaleándose por los empujones recibidos en aquellas apreturas, Pierre miraba en derredor.
—¡Conde Piotr Kirílovich! ¿Cómo usted por aquí?— le gritó una voz.
Pierre miró hacia atrás.
Borís Drubetskói, frotándose las rodilleras del pantalón, que se habían ensuciado (posiblemente también él había besado la imagen), se le acercó sonriente. Iba vestido elegantemente, con cierto aire marcial: llevaba una larga levita y, lo mismo que Kutúzov, la fusta a la bandolera.
Entretanto, Kutúzov se acercó a la aldea y se sentó a la sombra de la casa más próxima en un banco que un cosaco le había traído corriendo y que otro, con la misma prontitud, había cubierto con una pequeña alfombra.
Un séquito brillante y numeroso rodeaba al general en jefe.
El icono siguió su procesión acompañado de la multitud; Pierre, conversando con Borís, se detuvo a unos treinta pasos de Kutúzov.
Pierre contó a Drubetskói sus intenciones de asistir a la batalla y ver las posiciones.
—Le diré lo que le conviene— dijo Borís. —Je vous ferai les honneurs du camp. 404Lo verá mejor desde la otra parte, donde estará el general Bennigsen. Soy su asistente personal. Puedo hablarle, y, si usted quiere recorrer las posiciones, venga con nosotros. Ahora vamos al flanco izquierdo; después volveremos, y le ruego que me conceda el honor de aceptar mi hospitalidad esta noche; jugaremos una partida. Conoce a Dmitri Serguéievich, ¿verdad? Está aquí— y señaló la tercera casa de Gorki.
—Pero yo querría ver el flanco derecho. Dicen que está bien fortificado— dijo Pierre. —Me gustaría ver toda la posición, empezando por el río Moskova.
—¡Oh, eso lo puede hacer más tarde! Lo principal es el flanco izquierdo...
—Bien, bien. ¿Y dónde está el regimiento del príncipe Bolkonski? ¿Podría usted indicármelo?— preguntó Pierre.
—¿De Andréi Nikoláievich? Pasaremos delante; puedo llevarlo.
—¿Qué pasa con el flanco izquierdo?
—A decir verdad y entre nous, Dios sabe en qué situación se encuentra nuestro flanco izquierdo— dijo Borís, bajando confidencialmente la voz. —El conde Bennigsen tenía pensado algo muy distinto; tenía la intención de fortificar aquel otro túmulo, de manera muy distinta... pero— y Borís se encogió de hombros— el Serenísimo no lo quiso... O tal vez le dijeron algo...
Borís no terminó de hablar porque en aquel momento se acercaba Kaisárov, ayudante de campo de Kutúzov.
—¡Ah! ¡Paisi Serguéievich!— exclamó con una sonrisa desenvuelta Borís, volviéndose a Kaisárov. —Aquí estoy tratando de explicar al conde la posición. Es asombroso cómo pudo el Serenísimo adivinar los planes de los franceses.
—¿Se refiere al flanco izquierdo?
—Sí, así es. Nuestro flanco izquierdo es ahora mucho más fuerte.
A pesar de que Kutúzov había expulsado del Estado Mayor a todo el personal superfluo, Borís encontró el modo de quedarse en el Cuartel General, colocado a las órdenes del conde Bennigsen, quien, como todos aquellos que lo conocían, lo consideraban inapreciable.
En el mando del ejército había dos partidos muy definidos: el de Kutúzov y el de Bennigsen, jefe del Estado Mayor. Borís pertenecía al segundo y nadie sabía mejor que él, sin dejar de mostrar un servil respeto hacia Kutúzov, hacer ver que el viejo lo hacía mal y que el peso de todo lo llevaba Bennigsen.
Ahora llegaba el momento decisivo de la batalla, que debía o bien acabar con Kutúzov y dar el poder a Bennigsen o, si Kutúzov vencía, demostrar que había sido Bennigsen quien lo había preparado todo. En cualquier caso, al día siguiente se distribuirían grandes recompensas, habría cambios, ascensos, promoción de nuevos oficiales; por esta causa Borís se hallaba en un estado de extremado nerviosismo.
Después de Kaisárov se acercaron otros conocidos de Pierre, a quien le faltaba tiempo para contestar a las preguntas que se le hacían sobre Moscú y escuchar cuanto le contaban. En todos los rostros había animación o inquietud. Pero a Pierre le pareció que aquella animación se debía a motivos de orden personal. No se le iba de la cabeza la expresión que había observado en otros rostros que no reflejaban intereses personales, sino cuestiones generales relacionadas con la vida y la muerte.
Kutúzov reconoció a Pierre entre el grupo que lo rodeaba.
—Díganle que venga a verme— le dijo a un ayudante de campo.
Éste transmitió el deseo del Serenísimo y Pierre se aproximó al banco donde Kutúzov estaba sentado. Antes de que Pierre llegara, se acercó al general en jefe un soldado de milicias: era Dólojov.
—¿Cómo está ése aquí?— preguntó Pierre.
—Es un bribón que se mete en todas partes— le contestaron. —Ha sido degradado y tiene que hacerse valer: ha traído unos proyectos. Ayer noche estuvo en las avanzadas enemigas... Desde luego es un valiente...
Pierre se descubrió y se inclinó respetuosamente ante Kutúzov.
—He pensado que si exponía este proyecto a Su Alteza, podía despedirme o decirme que ya sabe de qué se trata— decía Dólojov. —Yo nada pierdo con ello...
—Bien, bien.
—Y si tengo razón, seré útil a la patria, por la que estoy dispuesto a morir.
—Bien... bien...
—Si Su Alteza necesita un hombre dispuesto a perder el pellejo, acuérdese de mí... Tal vez pueda ser útil a Su Alteza...
—Bien... bien...— repitió Kutúzov mirando a Pierre con el ojo fruncido y sonriente.
En aquel instante, Borís, con su habilidad cortesana, se colocó al lado de Pierre, cerca del general en jefe, y, con el aire más natural, como prosiguiendo una conversación, le dijo:
—Los milicianos se han puesto sus camisas limpias y blancas para prepararse a morir. ¡Qué heroísmo, conde!
Borís Drubetskói decía esto con el propósito evidente de que lo oyera el Serenísimo. Sabía que Kutúzov prestaría atención a sus palabras; y, en efecto, se volvió hacia él.
—¿Qué estás diciendo de los milicianos?
—Se preparan para morir mañana, Serenísimo; y se han puesto sus camisas blancas.
—¡Ah!... ¡Qué pueblo maravilloso, incomparable!— dijo Kutúzov; y cerrando su ojo, movió la cabeza. —¡Gente incomparable!— repitió suspirando.
—¿Y usted quiere oler la pólvora?— preguntó a Pierre. —Sí: el olor es agradable. Tengo el honor de ser admirador de su esposa. ¿Está bien? Mi campamento está a su disposición— y como ocurre con frecuencia a los viejos, Kutúzov se puso a mirar en derredor como si hubiera olvidado lo que tenía que decir.
Acordándose de pronto de lo que buscaba, llamó a Andréi Serguéievich Kaisárov, hermano de su ayudante.
—¿Cómo son aquellos versos de Marín? Esos que escribió sobre Guerákov: “Serás maestro en el Cuerpo de...”. Recítalos, recítalos— dijo Kutúzov con evidente intención de divertirse.
Kaisárov los declamó... El Serenísimo, sin dejar de sonreír, movía la cabeza siguiendo el ritmo de los versos.
Cuando Pierre se apartó de Kutúzov, Dólojov se acercó a él y lo cogió del brazo.
—Me alegro mucho de verlo aquí, conde— dijo en voz alta con especial resolución y gravedad, sin preocuparse de la presencia de extraños. —En vísperas de un día en que sólo Dios sabe quién de nosotros quedará con vida, me siento dichoso de poder decirle que lamento el equívoco ocurrido entre nosotros y desearía que no me guardase rencor. Le ruego que me perdone.
Pierre miraba con una sonrisa a Dólojov, sin saber qué decir. Dólojov, con los ojos llenos de lágrimas, lo abrazó y besó.
Borís cambió unas palabras con su general, y el conde Bennigsen, volviéndose a Pierre, lo invitó a ir con él hasta la línea de combate.
—Le será muy interesante verla— dijo.
—Sí, muy interesante— repitió Pierre.
Media hora después, Kutúzov salía para Tatárinovo, y Bennigsen, con su séquito, entre el cual iba Pierre, se dirigió a inspeccionar las posiciones.