-->

Los hermanos Karamazov

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Los hermanos Karamazov, Достоевский Федор Михайлович-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 301
Читать онлайн

Los hermanos Karamazov читать книгу онлайн

Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

—Tú tampoco crees en Dios —dijo Iván, con una sonrisita de odio.

—¿Hablas en serio?

—¡Contesta! —exclamó Iván, furioso—. ¿Existe Dios, o no existe?

—Ya veo que hablas en serio. Amigo mío, Dios es testigo de que de eso no sé nada. Es todo lo que puedo decirte.

—¡Tú sí que no existes! ¡Eres yo mismo y nada más! ¡Eres una quimera!

—Reconozco que mi filosofía es la misma que la tuya. Je pense, donc je suis. Pero, respecto a los demás, a esos otros mundos..., a Dios, al mismo Satán, no tengo ninguna prueba. ¿Poseen una existencia propia o son únicamente una emanación de mi ser, una expansión de mi yo, que existe temporalmente como persona?... No sigo, porque veo en tu cara que sientes deseos de pegarme.

—Será preferible que me cuentes una anécdota.

—Precisamente tengo una que se ajusta perfectamente al tema de nuestra conversación, pues es más una leyenda que una anécdota. Me reprochas mi incredulidad, pero no soy el único incrédulo. En mi mundo todos están trastornados a causa del progreso de vuestras ciencias. Cuando sólo se habla de átomos, de los cinco sentidos, de los cuatro elementos, la cosa podía pasar. Los átomos ya eran conocidos en la antigüedad. Pero últimamente habéis descubierto la molécula química, el protoplasma, y sabe el diablo cuántas cosas más. Al enterarse de todo esto, los nuestros se asustaron y hubo una verdadera epidemia de chismes y supersticiones. Tuvimos tantos como vosotros o más. Tampoco faltaron las delaciones. Y organizamos una sección de investigaciones secretas, en la que eran bien recibidas las informaciones de los particulares. Pues bien, esta leyenda de nuestra época medieval, de la nuestra, no de la vuestra, sólo halla algún crédito entre los comerciantes poderosos, los nuestros, no los vuestros. Todo lo que existe entre vosotros, lo tenemos nosotros también. Te revelo este secreto por amistad, rompiendo una rigurosa prohibición. La leyenda se refiere al paraíso. En la tierra había cierto filósofo que lo negaba todo: las leyes, la conciencia, la fe y, esto especialmente, la vida futura. Cuando murió, creyó que se iba a encontrar en las tinieblas de la nada, y he aquí que se vio ante la vida futura. Se asombró y se indignó. «Esto va contra mis convicciones», dijo. Y se le condenó por estas palabras... Perdóname, pero te lo cuento como me lo contaron a mí... Se le condenó a recorrer en las tinieblas un cuatrillón de kilómetros (también nosotros medimos por kilómetros ahora). Y cuando haya acabado este recorrido, las puertas del paraíso se le abrirán y se le perdonará todo.

—¿Qué tormentos hay en el otro mundo además del «cuatrillón»? —preguntó Iván con una animación extraña.

—¡No me hables! Antes los había para todos los gustos; ahora se recurre cada vez más al sistema de las torturas morales, al remordimiento y otras trivialidades por el estilo. Esto es lo que debemos a vuestra ocurrencia de suavizar las costumbres. ¿Quién se beneficia de ello? Sólo los que no tienen conciencia, ya que se ríen del remordimiento. En cambio, las personas rectas, las que poseen el sentimiento del honor, padecen. Éste es el resultado de esas reformas realizadas sin la debida preparación y copiadas de instituciones extranjeras. Es un sistema sencillamente lamentable. Era preferible el fuego de antaño. Pues bien, el condenado al «cuatrillón» mira en todas direcciones y luego se echa en el camino. «Por principio, me niego a andar.» Toma el alma de un ateo ruso esclarecido, mézclala con la del profeta Jonás, que estuvo tres días y tres noches gruñendo en el vientre de una ballena, y obtendrás el tipo de nuestro recalcitrante pensador.

—¿Sobre qué se echó?

—Puedes estar seguro de que encontró algo en donde echarse.

—¡Bien! —exclamó Iván, que seguía muy animado y escuchaba con inusitada curiosidad—. ¿Y estará siempre echado?

—No. Mil años después, se levantó y echó a andar.

—¡Qué tonto!

Sonrió nervioso, y quedó pensativo.

—¿Acaso no es igual estar echado eternamente que recorrer un cuatrillón de kilómetros? En esto se tardaría un billón de años.

—Tal vez más. Si tuviéramos lápiz y papel, podríamos calcularlo. Terminó su viaje hace ya mucho tiempo. Y aquí empieza la anécdota.

—¿Pero cómo ha podido llegar? ¿De dónde ha sacado el billón de años?

—Hablas como si sólo hubiera existido la tierra actual. La tierra se ha reproducido lo menos un millón de veces. Se heló, se agrietó, se disgregó, se descompuso en sus elementos y de nuevo la cubrieron las aguas. Después volvió a ser un cometa, y luego un sol, de donde salió el globo. Este ciclo se ha repetido infinidad de veces del mismo modo, con todos sus detalles. Esto es horriblemente tedioso...

—Bueno, ¿qué ocurrió cuando el pensador hubo recorrido el cuatrillón de kilómetros?

—Entró en el paraíso, y apenas habían transcurrido dos segundos, reloj en mano (aunque creo que su reloj se descompondría en sus elementos durante el viaje), exclamó que por aquellos dos segundos se podían recorrer no sólo un cuatrillón de kilómetros, sino un cuatrillón de cuatrillones. En una palabra, que cantó el hosannay exageró hasta el punto de que los pensadores más austeros le negaron el saludo durante algún tiempo. Se había pasado al conservadurismo con demasiada rapidez. Así es el temperamento ruso. Te repito que esto es una leyenda. Ya ves las ideas que corren sobre esas materias en nuestro país.

—¡Ya te tengo! —exclamó Iván con alegría infantil y como si recobrase de pronto la memoria—. ¡Esa leyenda del cuatrillón de kilómetros la ideé yo mismo! Entonces tenía diecisiete años y se me ocurrió en el colegio. En Moscú se la conté a un camarada llamado Korovkine. Es una leyenda muy característica. La había olvidado, pero la he recordado inconscientemente. No ha salido de ti. Algo semejante ocurre a los que van al suplicio y a los que sueñan: un aluvión de hechos pasados acude a su memoria. Tú eres sólo un sueño.

—La violencia de tus negaciones prueba que crees en mí —dijo el caballero alegremente.

—¡De ningún modo! ¡No te concedo ni una centésima de crédito!

—¿Tampoco una milésima? Las dosis homeopáticas son a veces muy fuertes. Confiesa que me concedes, por los menos, una diezmilésima.

—¡No! —replicó Iván, irritado—. Sin embargo, quisiera creer en ti.

—¡Eso es toda una confesión! Como soy generoso, voy a ayudarte. Yo sí que te tengo a ti. Te he contado esta leyenda para desengañarte definitivamente respecto a mí.

—Mientes. La finalidad de tu aparición ha sido convencerme de tu existencia.

—Precisamente. Pero las vacilaciones, las inquietudes, la lucha entre la duda y la fe suelen ser tan atormentadoras, que pueden llegar a hacer desear la muerte a un hombre tan escrupuloso como tú. Al saber que crees un poco en mi, te he contado esta leyenda para sumirte definitivamente en la duda. Tengo mis motivos para hacerte oscilar entre la incredulidad y la fe. Es un nuevo método que he adoptado. Te conozco y sé que cuando dejes de creer en mí por completo, empezarás a decir que no soy un sueño, que existo verdaderamente. Entonces habré alcanzado mi objetivo. Un objetivo noble, pues depositaré en ti un minúsculo germen de fe, del que nacerá una encina, una encina tan grande que será tu refugio. Entonces cumplirás tu vivo y secreto deseo de ser un anacoreta. Y vivirás en el desierto y te dedicarás de lleno a la salvación de tu alma.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название