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Los hermanos Karamazov

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Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
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Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

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Aquel inesperado visitante parecía más cortés que bondadoso, un hombre presto a ser amable si así lo exigían las circunstancias. No llevaba reloj, pero si unos lentes de concha sujetos con una cinto negra. El dedo cordial de su mano derecha ostentaba una sortija de oro macizo con un ópalo barato. Iván Fiodorovitch callaba, evidentemente dispuesto a no abrir conversación. El visitante esperaba, como el parásito que llega a la hora del té a una casa para hacer compañía a su dueño y encuentra a éste pensativo y preocupado. El parásito está dispuesto a entablar una amable charla, pero siempre que sea el dueño de la casa el que la inicie. De pronto, su semblante se ensombreció.

—Óyeme —dijo—. Perdona, pero quiero recordarte que has ido a casa de Smerdiakov para informarte de la visita de Catalina Ivanovna y te has marchado sin averiguar nada. Seguramente te has olvidado.

—¡Ah, sí! —exclamó Iván, preocupado—. Lo olvidé... Pero no importa: lo dejaré todo para mañana.

De pronto, se encaró con el visitante y le dijo, irritado:

—A propósito: hace un momento me ha inquietado esa idea. Ahora que te veo, comprendo que me la has sugerido tú.

—No lo creas —dijo el caballero, sonriendo amablemente—. La fe no se puede inculcar a la fuerza. En este terreno, incluso las pruebas materiales son ineficaces. Santo Tomás creyó porque quería creer, y no porque vio a Cristo resucitado. Algo así hacen los espiritistas. Yo les tengo verdadera estimación. Creen hacer un servicio a la fe, porque de vez en cuando el diablo les muestra sus cuernos. «He aquí una prueba material de la existencia del otro mundo», se dicen. ¡El otro mundo en estado material!: peregrina idea. En fin de cuentas, esto demostraría la existencia del diablo y no la de Dios. He pensado introducirme en una sociedad idealista para oponerme a sus teorías.

—Escucha —dijo Iván Fiodorovitch, poniéndose en pie—, me parece que estoy delirando. Di lo que quieras, pues no me importa lo que digas. No me irritarás tanto como la otra vez. Lo único que siento ahora es vergüenza... Voy a pasear por la habitación... A veces, no te veo ni te oigo, pero percibo todo lo que tú quieres decir, pues soy yo el que habla y no tú... No sé si la vez anterior te vi en realidad, o en sueños, por haberme dormido... Voy a ponerme en la cabeza un paño húmedo para ver si desapareces.

Iván buscó un paño a hizo lo que había dicho. Después empezó a pasear.

—Estoy encantado de que nos tuteemos —dijo el visitante.

—¿Esperabas que te hablara de usted, imbécil? Estoy dispuesto a conversar... El único inconveniente es que me duele la cabeza... Pero no te pongas a filosofar como la otra vez. Si no quieres marcharte, lo menos que puedes hacer es hablar de cosas alegres. Cuéntame chismes, ya que no eres más que un parásito... ¡Tenaz pesadilla!... Pero no te temo. Lograré imponerme a ti. ¡No me encerrarán en un manicomio!

—«¡Parásito!» C'est charmant. En efecto, lo soy. Un parásito de la sociedad... Pero oye: estoy asombrado de oírte. Empiezas a ver en mí un ser real y no un producto de tu imaginación, como afirmabas la última vez.

—¡Nunca te he considerado como un ser real! —exclamó Iván, furioso—. Eres un fantasma, una visión de mi mente enferma. Pero no sé cómo deshacerme de ti. Ya veo que tendré que soportarte algún tiempo. Eres una alucinación, la encarnación de una parte de mi ser; la parte más vil de mis pensamientos y mis sentimientos. Si pudiera dedicarte algún tiempo, incluso podrías llegar a interesarme a pesar de tu condición.

El caballero replicó, con una sonrisa:

—Te voy a confundir. Hace un rato, cuando estabas con Aliocha junto al farol, le has dicho: «¿Cómo sabes que viene a verme? Sólo por él puedes haberte enterado.» Te referías a mí. Por lo tanto, hablabas de mí como de un ser real.

—Fue un momento de ofuscación. No puedo creer en ti. Acaso la última vez te vi solamente en sueños.

—¿Por qué has sido tan duro con Aliocha? Es un muchacho encantador. He cometido alguna torpeza con él por culpa del staretsZósimo.

—¿Cómo te atreves a hablar de Aliocha, canalla? —dijo Iván entre risas.

—Me insultas alegremente. Buena señal. Desde luego, eres más amable conmigo que la vez anterior. Comprendo el motivo: tu noble resolución...

—No me hables de eso —exclamó Iván, indignado.

—Ya sé, ya sé... C'est noble, c’est charmant. Mañana defenderás a tu hermano; te sacrificarás. C'est chevaleresque...

—O te callas o te echo a puntapiés.

—En cierto modo, eso no me disgustaría, pues procediendo así, demostrarías que ves en mí un ser real, ya que no se dan puntapiés a los fantasmas... ¡Bueno, basta de bromas! Tienes derecho a insultarme, pero no estaría de más que me trataras con un poco de cortesía. ¡Que soy un imbécil, que soy un canalla! ¡Qué palabrotas!

—Cuando te insulto, me insulto, pues tú eres yo, yo mismo bajo un aspecto diferente. Expresas mis propios pensamientos. Por lo tanto, no puedes decirme nada que yo no sepa.

—Esta coincidencia mental es un honor para mí —dijo el caballero.

—Pero escoges mis peores pensamientos. Eres estúpido y trivial. No puedo soportarte. No sé qué hacer —dijo finalmente Iván, como hablando consigo mismo.

—Amigo mío, quiero seguir siendo un caballero y que se me trate como tal —dijo el visitante, herido en su amor propio, aunque con acento bondadoso y conciliador—. Soy pobre, pero..., no, no puedo decir que sea honrado. Sin embargo, se admite generalmente como un axioma que soy un ángel caído. Confieso que no puedo imaginarme a mí mismo como ángel. Si realmente lo fui, ha pasado ya tanto tiempo, que no es raro que lo haya olvidado. Actualmente, lo único que me preocupa es mi reputación de hombre bien educado. Vivo de la generosidad ajena; por lo tanto, he de procurar ser agradable. Quiero de veras a los hombres. Me han calumniado mucho. Cuando vengo a la tierra, mi vida cobra una apariencia de realidad, y esto es una delicia para mí. Lo fantástico me inquieta tanto como a ti. Adoro la realidad terrestre. Aquí todo es concreto. Fórmulas..., geometría... Entre nosotros, en cambio, todo son ecuaciones indeterminadas... Aquí paseo, sueño... sí, me gusta soñar... Y me vuelvo supersticioso. No te rías: la superstición me encanta también. Adopto todas vuestras costumbres. Me complace ir a los baños públicos y mezclarme con los mercaderes y los popes. Mi sueño es encarnarme definitivamente en algún comerciante obeso y compartir todas sus creencias. Mi mayor anhelo es ir a la iglesia para encender un cirio. Lo haré de todo corazón, palabra. Entonces terminarán mis sufrimientos. También admiro vuestros medicamentos. La primavera pasada hubo una epidemia de viruela. Fui a vacunarme, y no puedes imaginarte la alegría que esto me produjo. Di diez rublos para «nuestros hermanos eslavos»... No me escuchas. Hoy no te sientes bien.

El caballero hizo una pausa.

—Sé que ayer fuiste a consultar con ese médico famoso. ¿Qué te dijo?

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