Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
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—Sí, claro... probaremos juntos— respondió Nikolái, viendo en Erzay en el rojo Rugaidel tío dos rivales con los cuales no había tenido ocasión de enfrentar sus perros.
Mientras se acercaba a la liebre, con su tío e Ilaguin, Nikolái pensó: “¿Y si mi Milkaqueda en ridículo?”
—¿Es grande?— preguntó Ilaguin acercándose al cazador que había visto la liebre; y con cierta inquietud miró y silbó a su Erza.
—¿Y usted, Mijaíl Nikanórovich?— preguntó al tío.
El interpelado, que caminaba con gesto de mal humor, le respondió:
—¿Cómo voy a meterme yo en eso? Ustedes, las cosas claras y adelante, pagan un pueblo por cada perro: son animales de mil rublos. Midan ustedes las fuerzas, que yo me conformo con mirar. ¡Rugai!— gritó a su perro, — ¡Rugáiushka!— repitió, expresando sin querer con ese diminutivo su cariño al perro y la esperanza que en él depositaba.
Natasha sentía la emoción oculta de los dos viejos y de su hermano, y ella misma estaba nerviosa.
El cazador seguía en la ladera con la fusta en alto; los amos se acercaron al paso; apartaron a las jaurías de la liebre; también los cazadores habituales se apartaron respetuosos. Todos se movían lentamente y en silencio.
—¿Hacia dónde mira?— preguntó Nikolái, acercándose a cien pasos del cazador que la había visto primero.
Pero antes de que el otro tuviera tiempo de contestar, la liebre, presintiendo la helada del día siguiente, saltó fuera de su madriguera.
Los galgos se lanzaron en su persecución desde las alturas; otros acudían desde todas partes. Los cazadores encargados de las jaurías detuvieron a sus animales, mientras que los encargados de los galgos azuzaban a los suyos. El impasible Ilaguin, Nikolái, Natasha y su tío se lanzaron al galope sin saber adonde, procurando no perder de vista a los perros y a la liebre, vieja y rápida, que corría a pequeños saltos, atenta a los gritos y ruidos que de todas partes le llegaban. Saltó unas cuantas veces, un poco perezosa al principio, dejando que los perros se acercaran y, por último, tras haber elegido bien la dirección y comprendiendo el peligro que se le venía encima, bajó las orejas y salió disparada a increíble velocidad. Iba por un sembrado, pero más allá había un terreno de malezas encharcadas. Los dos perros del cazador que había sido el primero en ver la liebre eran los más próximos y se lanzaron en su persecución. Pero aún se encontraban lejos cuando apareció la roja Erzade Ilaguin, que llegó a la altura de la liebre y, creyendo poder hacer presa en la cola, dio un salto en falso y salió rodando. La liebre enarcó el espinazo y siguió más veloz todavía. Tras Erzasaltó la negra y ancha Milka, aproximándose veloz a la liebre.
—Milushka, preciosa— se oyó la voz triunfante de Nikolái.
Milkaestaba a punto de caer sobre la liebre y apoderarse de ella; pero la pasó de largo: la liebre había frenado en seco. De nuevo la hermosa Erzaacortó el espacio, tratando, para no errar otra vez el golpe, de hacer presa en una pata trasera.
—¡Erzinka, hermanita!— gritaba lloroso Ilaguin con la voz descompuesta.
Pero Erzano atendió las súplicas de su amo; en el mismo instante en que parecía que ya la tenía en su poder, la liebre se escabulló hábilmente y apareció en el límite de las malezas y el sembrado. De nuevo Erzay Milka, como dos caballos emparejados, reanudaron la persecución. La liebre parecía más segura en la linde y a los perros no les era tan fácil acercarse a ella.
—¡Eh, Rugai! ¡Rugáiushka!¡Las cosas claras y adelante!— gritó entonces una nueva voz.
Y el rojo Rugai, el perro macho, rojo y jorobado del tío, estirándose y arqueando el espinazo, corrió hasta alcanzar a los otros dos animales y los dejó atrás, acercándose con velocidad increíble a la liebre y lanzándola a los matorrales de las charcas; aún atacó otra vez con más rabia entre los sucios hierbajos, hundido hasta las corvas; únicamente se vio cómo caía rodando, sin soltar la liebre, todo cubierto de fango. Un segundo después lo rodeaban los otros perros y a los pocos instantes todos los jinetes se hallaban junto a aquel remolino. El tío, el único feliz, descabalgó y cobró la liebre. La sacudió para que cayera la sangre y miró inquieto, con los ojos errantes, sin saber qué hacer de sus pies y sus manos, mientras hablaba sin darse cuenta de sus palabras y sin dirigirse a nadie: "Vaya, vaya... esto sí que es un perro... Los ha vencido a todos, a los de mil rublos y a los de uno... Esto sí que es un perro —y miraba en derredor, jadeante e irritado, como insultando a alguien, como si los demás fueran sus enemigos, como si todos lo hubiesen ofendido y sólo ahora hubiese podido justificarse—. Ahí tienen los perros de mil rublos”.
—¡Toma, Rugai!— añadió. —¡Te lo has ganado!— y echó al perro una pata que había cortado a la liebre.
—Estaba cansada; ha corrido tres veces ella sola— dijo Nikolái, sin oír a nadie y sin fijarse en si los demás lo escuchaban o no.
—Pero, ¡eso es cazar de través!— comentó el palafrenero de Ilaguin.
—¡Sí, de esa manera, en cuanto ella falló, cualquier perro vulgar lo consigue!— decía Ilaguin, jadeante por la emoción y la carrera.
Natasha, entretanto, entusiasmada y alegre, chillaba de tal manera que aturdía a los cazadores; a su modo expresaba lo mismo que los demás manifestaban con palabras. Y sus chillidos eran tan estridentes que en otras circunstancias ella misma se habría avergonzado y los demás habrían quedado estupefactos. El tío colgó la liebre del arzón y, como reprochando a todos no se sabe qué y con el aire de no querer hablar con nadie, montó de nuevo y marchó solo. Los demás se separaron malhumorados y ofendidos, y sólo pasado bastante tiempo lograron recobrar el aire de fingida indiferencia. Largo tiempo estuvieron mirando a Rugaique, manchada de barro la joroba y con el aire tranquilo de un vencedor, seguía tras el caballo de su amo haciendo tintinear la plaquita de su collar.
A Nikolái le pareció leer en la expresión del perro: “Soy como los demás cuando no se trata de cazar, pero, entonces, no me perdáis de vista”.
Cuando, al cabo de un buen rato, el tío se acercó a Nikolái y le dirigió la palabra, el joven se sintió halagado de que, después de lo sucedido, se dignara todavía hablar con él.
VII
Al atardecer, cuando Ilaguin se despidió de Nikolái, el joven conde se hallaba tan distante de su casa que aceptó la invitación que le hacía el tío de dejar la jauría y todo el equipo de la caza en su aldea de Mijáilovna.
—Y si vinierais a mi casa, las cosas claras, siempre adelante, tanto mejor— dijo el tío. —El tiempo está húmedo; podríais descansar y llevarían a la condesita en coche.
Aceptaron la propuesta del tío; enviaron un cazador a Otrádnoie en busca del coche y Nikolái, Natasha y Petia se dirigieron a la casa de Mijaíl Nikanórovich.
En el porche de la entrada principal esperaban al amo cinco criados, unos grandes y otros chicos. Decenas de mujeres, jóvenes y viejas, se asomaron por la entrada de servicio a ver a los cazadores que llegaban. La presencia de Natasha, una señorita a caballo, despertó la curiosidad de los criados hasta tal punto que muchos, sin turbación alguna, se aproximaron para verla de cerca y, en su presencia, expresaban sus opiniones como si se refirieran a un fenómeno extraño o a un objeto expuesto que no pudiera comprender los comentarios que suscitaba.
—Fíjate, Arinka, va sentada de lado. Y le cuelga la falda... ¡Hasta lleva un cuerno!
—¡Por todos los santos! ¡Y un puñal...!
—¡Debe ser tártara!
—¿Cómo no te caes?— preguntó la más atrevida, volviéndose a Natasha.
El tío echó pie a tierra en el porche de su casita de madera, rodeada de jardín; miró a la gente y dio órdenes imperiosas de que se fueran quienes estaban de más y se preparara lo necesario para recibir dignamente a sus huéspedes y al acompañamiento.