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Guerra y paz

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Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

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—¿Qué ordena, Excelencia?— preguntó Danilo con voz de sochantre, ronca a fuerza de excitar a los perros. Los ojos negros del montero miraron de soslayo al amo, que seguía callado. "¿Qué, ya no puedes resistir?”, parecía decirle aquella mirada.

—¡Un día magnífico, eh!— dijo Nikolái, rascando a Milkadetrás de las orejas. —Para perseguir y para correr.

Danilo no contestó, se limitó a parpadear.

—He mandado a Uvarka en cuanto amaneció, para escuchar— dijo con su ronca voz de bajo después de un minuto de silencio. —Dice que se han pasadoal bosque de Otrádnoie y que aúllan por ahí abajo. (Decir “se han pasado” significaba que la loba y sus crías, de la cual ambos tenían referencia, se encontraba en el bosque de Otrádnoie, a dos kilómetros de distancia de la casa en una pequeña reserva de terreno.)

—¿Habrá que ir, eh?— dijo Nikolái. —Llama a Uvarka y subid los dos.

—Como usted mande.

—Mientras tanto no des de comer a los perros.

—Está bien.

Cinco minutos después Danilo y Uvarka estaban en el amplio despacho de Nikolái. A pesar de que Danilo no era muy alto, en la habitación y entre los muebles —un ambiente normal de vida humana— hacía el efecto de un caballo o un oso. Él mismo debía comprenderlo, y de ordinario procuraba quedarse al lado de la puerta, trataba de hablar en voz baja y no se movía, como si temiera romper alguna cosa en las habitaciones señoriales. Procuraba despachar lo más pronto posible para salir al aire libre, bajo el cielo, y perder de vista el techo.

Cuando hubieron terminado las preguntas y conseguida la opinión de Danilo de que los perros estaban dispuestos (el hombre tenía verdaderos deseos de participar en la cacería), Nikolái mandó que ensillaran los caballos. Pero cuando Danilo se disponía a cumplir sus órdenes entró rápidamente Natasha en la estancia, sin arreglar ni peinar, envuelta en una gran toquilla de la niñera. Petia corría tras ella.

—¿Te vas?— preguntó Natasha. —Me lo imaginaba. Sonia decía que no iríais. Pero yo sabía que en un día como hoy era imposible no ir.

—Sí, vamos— replicó Nikolái de mala gana; tenía la intención de emprender una cacería en serio y no quería llevar consigo ni a Natasha ni a Petia. —Pero vamos al lobo y te aburrirías.

—Ya sabes que es lo que más me gusta— dijo Natasha. —Tú te vas, mandas que ensillen y a nosotros no nos dices nada. No está bien lo que hiciste.

—No hay trabas para los rusos. ¡Vamos!— gritó Petia.

—Pero tú no puedes ir. Mamá ha dicho que tú no debes ir— dijo Nikolái, volviéndose a su hermana.

—Iré— replicó Natasha con firmeza. —Iré sin falta. Danilo, da órdenes de que ensillen nuestros caballos y que Mijailo traiga mi jauría.

Estar, sin más, en una habitación le parecía a Danilo incómodo y penoso; pero tener que tratar con la señorita le resultaba imposible. Bajó los ojos y se apresuró a salir como si todo aquello no tuviera ninguna relación con él, procurando no causar involuntariamente ningún daño a Natasha.

IV

El viejo conde siempre había mantenido un gran equipo de caza; últimamente había pasado la dirección a su hijo. Aquel 15 de septiembre se había levantado de muy buen humor y se preparó a salir también él.

Una hora después toda la comitiva se encontraba frente al porche de la casa. Nikolái, serio y severo, como demostrando que en aquellos momentos no estaba para bromas, pasó de largo ante Natasha y Petia, que deseaban contarle algo. Inspeccionó todos los preparativos, envió por delante una jauría y un grupo de ojeadores, montó su alazán del Don y silbando a sus perros, salió a través de las eras al campo, en dirección al coto de Otrádnoie. El caballo del viejo conde, un pequeño bayo oscuro de cola y crin blanquecina, Viflianka, iba conducido por su palafrenero, porque el conde se dirigiría en tílburi hasta el puesto asignado.

Iban cincuenta y cuatro perros de rastreo, conducidos por seis monteros; detrás, con los amos, otros ocho monteros y cuarenta galgos, de manera que, contando las jaurías de los amos, salían para cazar unos ciento treinta perros y veinte jinetes.

Cada perro conocía a su dueño y respondía a su nombre. Cada cazador sabía bien su oficio, conocía su puesto y la misión asignada. En cuanto salieron de la finca, sin ruido y sin hablar, todos, con paso uniforme y tranquilo, se extendieron por el camino y los campos que conducían al bosque de Otrádnoie.

Los caballos iban por los campos como sobre una blanda alfombra, chapoteando a veces en los charcos al atravesar un camino. El cielo, encapotado, seguía descendiendo insensiblemente hacia la tierra. El aire tibio era apacible y silencioso. De vez en cuando se oía el silbido de un cazador, el relincho de algún caballo, un trallazo o el gañido de un perro que no iba en su sitio.

Habrían recorrido un kilómetro cuando en dirección a ellos vieron venir a otros cinco jinetes con sus perros. Por delante cabalgaba un hombre entrado en años, guapo, bien conservado, de grandes bigotes blancos.

—¡Buenos días, tío!— saludó Nikolái cuando el viejo se acercó a él.

—¡Claridad y siempre adelante!— respondió el tío recién llegado con su muletilla predilecta. —Bien sabía yo, bien sabía que no resistirías la tentación; y haces bien. Entra en seguida en el coto, porque mi Guirchik me ha dicho que los Ilaguin están en Korniki. Te van a quitar las piezas en tus propias narices.

—Ahí vamos. ¿Juntamos las jaurías?— preguntó Nikolái.

Los galgos fueron reunidos en una sola jauría y Nikolái y su tío siguieron juntos. Natasha, envuelta en chales, brillantes los ojos y un rostro cada vez más animado, se les acercó, acompañada de Petia, del montero Mijailo y un caballerizo que tenía la misión de cuidar de ella. Petia reía por algo, espoleaba y tiraba de las riendas de su caballo. Natasha montaba con seguridad y elegancia su negro Arabchik, y lo detuvo sin esfuerzo, con mano firme.

El tío miró con reprobación a Petia y Natasha. No le gustaban las bromas en una cosa tan seria como la caza.

—¡Buenos días, tío! ¡También vamos nosotros!— gritó Petia.

—Buenos días, buenos días. Pero tened cuidado, no acabéis con los perros— dijo severamente el viejo.

—Nikóleñka, ¡qué perro tan encantador es Trunila! Me ha reconocido— exclamó Natasha, refiriéndose al perro predilecto de su hermano.

“Ante todo, Trunilano es un perro, sino un rastreador”, pensó Nikolái, y miró severamente a su hermana, tratando de hacerle comprender la diferencia que había entre ellos y la distancia que debía mantener. Natasha lo comprendió.

—Tío, no crea que vamos a molestar— dijo; —nos quedaremos en nuestro puesto y no nos moveremos.

—Y harán muy bien, condesita— contestó el tío, —pero tenga cuidado de no caerse del caballo— añadió, —porque aquí, bien cierto es, no hay donde agarrarse.

El coto de Otrádnoie estaba a unos doscientos pasos y los ojeadores habían llegado a sus inmediaciones. Rostov decidió con su tío desde dónde lanzar a los galgos, mostró a Natasha el lugar donde debía quedarse, para evitar la llegada de algún animal, y se dirigió al coto rodeándolo por el barranco.

—Ten cuidado, sobrino, estás en la pista del lobo— dijo el tío. —No te eches muy encima.

—Ya veremos— dijo Nikolái. Y después gritó: — ¡Karai, hey!— respondiendo así a las palabras del tío. Karaiera un viejo perro rojizo, muy feo, capaz de ir solo al encuentro de un lobo viejo. Todos ocuparon sus puestos.

El viejo conde, que conocía el ardor de su hijo en la caza, se dio prisa para no llegar tarde; los ojeadores no estaban aún en su sitio cuando Iliá Andréievich llegaba al lugar señalado. Había hecho el camino alegre con las mejillas sonrosadas y temblorosas al compás de los traqueteos del tílburi tirado por sus caballos negros. Se despojó del abrigo, vistió sus atuendos de caza y montó su Viflianka, animal manso, apacible, bien cuidado y viejo como él. El coche fue enviado hacia atrás. El conde Iliá Andréievich no era un cazador apasionado, pero conocía bien las leyes de la cacería. Llegó al lindero de los matorrales donde tenía su puesto, arregló las riendas, se acomodó en la silla y, ya dispuesto, miró, sonriendo, en derredor.

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