-->

Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 400
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

“¡Qué encanto es Nikolái!”, pensó Natasha.

—¡Ah! ¡Todavía hay luz en la sala!— dijo, señalando las ventanas que brillaban en la oscuridad de la noche, húmeda y aterciopelada.

VIII

El conde Iliá Andréievich había renunciado a su cargo de mariscal de la nobleza porque le imponía demasiados gastos; pero la situación no mejoraba. Con frecuencia, Natasha y Nikolái sorprendían conversaciones secretas e inquietantes de sus padres y oían hablar de la venta de la rica casa patrimonial de los Rostov y de otras propiedades en las cercanías de Moscú. El conde ya no era mariscal de la nobleza ni estaba obligado a grandes recepciones, y la vida en Otrádnoie era más modesta que en años precedentes. Pero la enorme casa de campo y los pabellones estaban siempre llenos de gente y más de veinte personas se sentaban cada día a la mesa. Todos vivían desde hacía tiempo con la familia, unos casi como miembros de ella y otros porque se consideraba que debían vivir en la casa del conde. Tal era el caso de Dimmler, el músico, y su mujer; Vogel, maestro de baile, con su familia; la vieja señorita Bielova y tantos otros; los profesores de Petia, la antigua institutriz de las señoritas y simplemente algunos que creían mejor y más conveniente vivir a expensas del conde que en su casa. No se daban ya las grandes recepciones de antes, pero en la casa se mantenía el tren de siempre, un tren sin el cual los condes no podían imaginarse la vida. Subsistían las partidas de caza, acrecentadas desde la vuelta de Nikolái; subsistían los quince cocheros y los cincuenta caballos, los valiosos regalos para las onomásticas y otras solemnidades, las comidas de gala para todo el distrito, las partidas de whisty de boston, en las que el conde, permitiendo que vieran sus cartas, se dejaba ganar todos los días cientos de rublos, por lo cual los vecinos juzgaban las partidas de juego con él como la renta más lucrativa y saneada.

Apresado en su actividad como en una enorme red, el conde se empeñaba en no creer que, a cada paso, se enredaba más y más. Le faltaban fuerzas para romper la red o para desenredarla poco a poco, con paciencia. El corazón amante de la condesa sentía que la ruina amenazaba a sus hijos; sabía que el conde no era culpable, que no podía dejar de ser corno era y que él mismo sufría por ello (aunque lo ocultara cuidadosamente) y buscaba el modo de remediar su propia ruina y la de sus hijos. Desde su punto de vista puramente femenino la única solución posible era el matrimonio de Nikolái con una rica heredera. La condesa comprendía que aquélla era la última esperanza, y que si Nikolái rechazaba el partido que ella le había buscado habría que despedirse para siempre de la posibilidad de remediar el desastre. El partido en cuestión era Julie Karáguina, hija de buenos y virtuosos padres, a quien los Rostov conocían desde la infancia y que, muerto su último hermano, era entonces una de las más ricas herederas.

Así pues, la condesa escribió directamente a la señora Karáguina, a Moscú, proponiéndole el matrimonio de sus hijos, y recibió una respuesta favorable. La señora Karáguina decía que, por su parte, consentía en dicho matrimonio, pero que todo dependía de su hija. La señora Karáguina proponía que Nikolái fuera a Moscú.

Varias veces, con lágrimas en los ojos, la condesa Rostova decía a Nikolái que, tras las bodas de sus dos hijas, todo su deseo era verlo a él casado; sólo entonces moriría tranquila. Después daba a entender que tenía en perspectiva a una muchacha excelente y trataba de conocer la opinión de su hijo sobre el matrimonio.

En otras ocasiones alababa a Julie y aconsejaba a Nikolái que fuera a Moscú a divertirse con ocasión de las fiestas. Nikolái adivinaba los propósitos de su madre y un día se los hizo confesar abiertamente. La condesa explicó a su hijo que la última esperanza de remediar la situación de la familia se fundaba ahora en su matrimonio con la señorita Karáguina.

—Mamá, y si yo amase a una muchacha sin fortuna alguna, ¿me exigiría que sacrificara mi cariño y mi honor al dinero?— preguntó sin calcular la crueldad de su pregunta, deseando tan sólo manifestar su nobleza de espíritu.

—No, no me has entendido— dijo la madre, sin saber cómo justificarse. —No me has entendido, Nikolái. Lo que yo deseo es tu felicidad— añadió, y confusa, comprendiendo que no decía la verdad, comenzó a llorar.

—Mamita, no llore. Dígame solamente que usted lo desea; sabe que yo daría toda mi vida, lo daría todo para que usted esté tranquila— dijo Nikolái. —Lo sacrificaré todo por usted, hasta mis sentimientos.

Mas la condesa no quería plantear así la cuestión. No deseaba sacrificar a su hijo: habría preferido sacrificarse ella misma por él.

—No, no me has comprendido, no hablemos más de ello— dijo enjugándose las lágrimas.

"Sí, tal vez ame a una muchacha pobre —pensaba Nikolái—; pero ¿por qué debo sacrificar mi corazón y mi honor al dinero? Me asombra que mamita haya podido decirme semejante cosa. Entonces, porque Sonia es pobre, no puedo amarla —se decía—, no puedo corresponder a su cariño devoto y fiel. Y con ella sería más feliz que con una Julie cualquiera, que no es más que una muñeca. Yo no puedo mandar en mis sentimientos. Si quiero a Sonia, ese amor es para mí lo más fuerte y para mí está por encima de todo.”

Y no fue a Moscú. La condesa no volvió a insistir en el tema del matrimonio, y con tristeza, y a veces con cólera, advertía el acercamiento cada vez mayor entre Sonia, pobre y sin dote, y su hijo. Se lo reprochaba a sí misma, pero no podía evitar su descontento con Sonia, que se manifestaba en inmotivadas reprensiones o en el uso totalmente injustificado del "usted” y "querida”. Lo que más disgustaba a la buena de la condesa era precisamente que Sonia, la pobre sobrina de los ojos negros, fuera tan dulce, tan buena y tan agradecida a sus protectores y amase con un amor tan fiel, constante y abnegado a Nikolái, que nada se le podía reprochar.

Llegaba el término del permiso de Nikolái. Se había recibido desde Roma la cuarta carta del príncipe Andréi en la que decía que ya estaría de camino hacia Rusia si de improviso, con aquel clima cálido de Italia, no se hubiese abierto de nuevo su herida, lo que lo obligaba a retrasar su vuelta hasta comienzos del año próximo. Natasha seguía igual de enamorada de su prometido, tranquila con ese amor y accesible a toda clase de alegrías. Pero al cumplirse los cuatro meses de separación, se vio asaltada por accesos de tristeza que en modo alguno podía vencer. Sentía compasión de sí misma, lamentaba que sin pena ni gloria se perdiera aquel tiempo cuando ella se sentía tan capaz de amar y de ser amada.

La alegría no reinaba en casa de los Rostov.

IX

Llegó la Navidad y, aparte de la misa solemne y de las fastidiosas felicitaciones de convecinos y domésticos y de los trajes nuevos para todos, no sucedió nada de especial. Pero aquel frío de veinte grados bajo cero, la ausencia de viento y el sol resplandeciente y cegador de día y la luz de las estrellas por la noche impulsaban la necesidad de celebrar de algún modo la fecha.

Al tercer día de fiestas, después de comer, toda la familia se dispersó por las habitaciones; eran los instantes más aburridos de la jornada. Nikolái, que por la mañana había visitado a algunos vecinos, se quedó dormido en el saloncito de los divanes; el viejo conde descansaba en su despacho; Sonia permanecía sentada ante la mesa redonda de la sala y copiaba un dibujo; la condesa hacía un solitario; Nastasia Ivánovna, el bufón, con cara triste, se había reunido con dos viejas junto a la ventana. Natasha entró en la sala; se acercó a Sonia, miró lo que estaba haciendo, luego se acercó a su madre y se detuvo, sin decir nada.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название