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Los hermanos Karamazov

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Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
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Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

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Por el camino, María Kondratievna recordó haber oído, a eso de las nueve, un grito agudo. Este grito fue el de «¡Parricida!» proferido por Grigori en el momento de coger la pierna de Dmitri Fiodorovitch, que ya estaba en lo alto del muro.

Cuando llegaron junto a Grigori, lo levantaron entre las dos mujeres y Foma y lo transportaron al pabellón. Al encender la luz vieron que Smerdiakov seguía presa de su ataque, los ojos en blanco y la boca llena de espuma. Lavaron la cabeza del herido con agua y vinagre, y esto lo reanimó enseguida. Lo primero que preguntó fue si Fiodor Pavlovitch estaba todavía vivo. Las dos mujeres y el soldado volvieron al jardín y vieron que no sólo la ventana, sino también la puerta de la casa, estaba abierta de par en par, siendo así que, desde hacía una semana, el barine se encerraba por las noches con dos vueltas de llave y no permitía ni siquiera a Grigori que le llamara bajo pretexto alguno. No se atrevieron a entrar, por temor «a las complicaciones». Por orden de Grigori, María Kondratievna corrió a casa del ispravnikpara dar la voz de alarma. Llegó cinco minutos antes que Piotr Ilitch, de modo que éste, al aparecer, fue como un testigo de cargo que confirmó con sus declaraciones las sospechas contra el presunto autor del crimen, al que el funcionario se había resistido a considerar culpable.

Se decidió obrar con energía. Las autoridades judiciales se trasladaron al lugar de los hechos y realizaron una investigación en toda regla. El doctor del zemstvo, principiante en el ejercicio de su cargo, se ofreció a acompañarlos. Voy a resumir los hechos. Fiodor Pavlovitch tenía la cabeza abierta. ¿Pero qué arma había empleado el agresor? Seguramente la misma que había servido poco después para abatir a Grigori. Éste, una vez recibidos los primeros cuidados, hizo, a pesar de su debilidad, un relato coherente de lo que le había sucedido. Se buscó con una linterna en las cercanías del muro del jardín, y se encontró la mano de mortero de cobre en medio de una avenida. En la habitación de Fiodor Pavlovitch todo estaba en orden, pero detrás del biombo, cerca del lecho, se encontró un gran sobre de papel fuerte, con esta inscripción: «Tres mil rublos para Gruchegnka, mi ángel, si viene.» Y Fiodor Pavlovitch había añadido más abajo: «Para mi pichoncito.» El sobre tenía tres grandes sellos de lacre, pero estaba abierto y vacío. También se encontró en el suelo la cinta de color de rosa con que había estado atado.

Del relato de Piotr Ilitch, lo que más llamó la atención a los magistrados fue la sospecha de que Dmitri Fiodorovitch se iba a suicidar a la mañana siguiente, según él mismo había declarado y como parecían confirmar la pistola cargada, la nota que Mitia había escrito y otros detalles. Piotr Ilitch añadió que le amenazó con denunciarlo para evitar que se suicidase, y que Dmitri le respondió con una sonrisa: «No tendrás tiempo.» Por lo tanto, había que dirigirse a toda prisa a Mokroie para detener al asesino antes de que se quitara la vida.

—¡La cosa está clara, clarísima! —exclamó el procurador, acalorado—. Todos esos locos proceden así: se divierten antes de poner fin a sus días.

Al enterarse de las compras que había hecho Dmitri, se enardeció más todavía.

—Acuérdense, señores, del asesino del traficante Olsufiev, que robó a su víctima mil quinientos rublos. Lo primero que hizo fue rizarse el pelo. Después se dedicó a divertirse con las chicas y no se preocupó de ocultar el dinero.

Pero las formalidades de la investigación requerían tiempo. Se envió a Mokroie al ispravnikMavriki Mavrikievitch Chmertsoy, que había llegado a la ciudad para cobrar su sueldo. Se le encargó la vigilancia del «asesino» hasta que llegasen las autoridades competentes. Debía procurarse la ayuda necesaria, etc., etc. Ocultando que obraba oficialmente, enteró de parte del asunto a Trifón Borisytch, conocido suyo desde hacía mucho tiempo. Entonces fue cuando Mitia, al dejar la galería, se encontró con el dueño del parador, que lo buscaba, y observó un cambio en su semblante y en su modo de hablar.

Mitia y sus compañeros ignoraban la vigilancia de que eran objeto. En cuanto a la caja de las pistolas, hacía rato que Trifón la había escondido en lugar seguro.

Hasta las cinco, o sea casi al amanecer, no llegaron las autoridades. Ocupaban dos coches. El médico se había quedado en casa de Fiodor Pavlovitch para hacerle la autopsia y, sobre todo, porque el estado de Smerdiakov le interesaba extraordinariamente.

—Un ataque de epilepsia tan violento y largo como éste, que ya dura dos días, es sumamente raro e interesante desde el punto de vista científico —dijo a sus compañeros cuando los vio partir.

Y todos lo felicitaron, entre risas, por la oportunidad que se le había presentado inesperadamente. El médico afirmó que Smerdiakov no llegaría con vida a la mañana siguiente.

Tras esta digresión un tanto extensa, pero necesaria, reanudamos nuestra historia en el punto en que la dejamos.

CAPITULO III

Las tribulaciones de un alma. Primera tribulación

Mitia paseó por todos los presentes una mirada atónita, sin comprender lo que decían. De pronto se irguió, levantó los brazos al cielo y exclamó:

—¡Yo no soy culpable de ese crimen! ¡Yo no he derramado la sangre de mi padre! Quería matarlo, pero soy inocente. ¡No he sido yo!

Apenas había terminado de decir esto, Gruchegnka salió de detrás de la cortina y se arrojó a los pies del ispravnik.

—¡Soy yo la culpable! —exclamó tendiendo hacia él los brazos y bañada en lágrimas—. Lo ha matado por culpa mía. He torturado a ese pobre viejo que ya no existe. Soy yo la principal culpable.

—¡Sí, criminal: tuya es la culpa! —vociferó el ispravnikamenazándola con el puño— ¡Eres una mala mujer, una libertina!

Lo hicieron callar enseguida. El procurador incluso lo cogió por la cintura para contenerlo.

—¡Su actitud está fuera de toda regla, Mikhail Makarovitch! ¡Está usted dificultando la investigación! ¡Lo echa todo a perder!

La indignación lo ahogaba.

—¡Hay que tomar medidas, hay que tomar medidas! —exclamó Nicolás Parthenovitch—. ¡Esto no se puede tolerar!

—¡Juzgadnos juntos! —continuó Gruchegnka, que seguía arrodillada—. ¡Ejecutadnos juntos! ¡Estoy dispuesta a morir con él!

—¡Grucha! ¡Mi vida, mi corazón, mi tesoro! —dijo Mitia arrodillándose junto a ella y rodeándola con sus brazos—. ¡No la crean! ¡Es inocente!

Los separaron a viva fuerza y se llevaron a la joven. Mitia perdió el conocimiento y, cuando lo recobró, se vio sentado ante una mesa y rodeado de personas que ostentaban placas de metal [74]. Frente a él, sentado en el diván, estaba Nicolás Parthenovitch, el juez de instrucción, que le invitaba con toda cortesía a beber un poco de agua.

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