Los hermanos Karamazov
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Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.
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—Czem mogie panu slut yo? [63]—preguntó el pan de escasa estatura.
—Seré breve, panie. Mire este dinero —y exhibió el fajo de billetes—. Si quiere tres mil rublos, tómelos y váyase.
El panlo miró fijamente.
—Tres tysiance, panie? [64].
Cambió una mirada con Wrublewski.
—Tres mil, panowie, tres mil. Escuche, usted es un hombre inteligente. Acepte los tres mil rublos y váyase al diablo con Wrublewski. Pero enseguida, ahora mismo y para siempre. Saldrá usted por esta puerta. Yo le traeré su abrigo o su pelliza. Engancharán una troikapara usted, y buenas noches.
Mitia esperaba la respuesta, seguro de lo que iba a oír. El rostro del pancobró una expresión resuelta.
—¿Dónde está el dinero?
—Aquí, panie. Le daré quinientos rublos por adelantado, y los dos mil quinientos restantes, mañana, en la ciudad. Le doy mi palabra de honor de que mañana tendrá ese dinero, aunque fuera preciso sacarlo de debajo de la tierra.
Los polacos cambiaron una nueva mirada. El rostro del más bajo cobró una expresión hostil.
—Setecientos, setecientos ahora mismo —dijo Mitia advirtiendo que la cosa no iba bien—. ¿No se fía de mi, panie? No le puedo dar los tres mil rublos de una vez. Volvería a su lado mañana mismo. Por otra parte, no los llevo encima.
Empezó a balbucear. Perdía el valor por momentos.
—Los tengo en la ciudad, palabra; en un escondrijo...
En el rostro del pande la pipa resplandeció un sentimiento de orgullo.
—Czynie potrzebujesz jeszcze czego? [65]—preguntó irónicamente—. ¡Qué vergüenza!
Escupió, asqueado. El panWrublewski hizo lo mismo.
—Escupes, panie—dijo Mitia, amargado por su fracaso—, porque crees que vas a sacar más de Gruchegnka. ¡Sois idiotas los dos!
— Jestem do z ywego dotkniety? [66] —dijo el pande la pipa, rojo como un cangrejo.
Y salió de la habitación, indignadísimo, con Wrublewski, que andaba contoneándose. Mitia los siguió, confuso. Temía a Gruchegnka, presintiendo que el paniba a quejarse a ella. Así ocurrió. En actitud teatral, el panse plantó ante Gruchegnka y repitió:
— PaniAgrippina, jestem do z ywego dotkniety!
Gruchegnka se sintió herida en lo más vivo, perdió la paciencia y exclamó, roja de ira:
—¡Habla en ruso! ¡No me fastidies con tu polaco! Hace cinco años hablabas en ruso. ¿Tan pronto lo has olvidado?
— PaniAgrippina...
—Me llamo Agrafena. Soy Gruchegnka. Habla en ruso si quieres que te escuche.
Sofocado, con una indignación que le hacía farfullar, el pan exclamó:
— PaniAgrafena, he venido para olvidar el pasado y perdonarlo todo hasta el día de hoy.
—¿Qué hablas de perdonar? ¿Has venido a perdonarme? —exclamó Gruchegnka irguiéndose.
—Sí, pani. Soy generoso. Pero ja bylem sdiwiony [67]del proceder de tus amantes. El panMitia me ha ofrecido tres mil rublos para que me vaya. He escupido al oír esta proposición.
—¿Cómo? ¿Te ha ofrecido dinero por mí? ¿Es eso verdad, Mitia? ¿Has tenido la osadía de considerarme como una cosa que se vende?
— Panie, panie! —exclamó Mitia—. Gruchegnka es pura y yo no he sido su amante jamás. Ha mentido usted...
—¡Qué valor tienes! ¡Defenderme ante él! No me he conservado pura por virtud ni por temor a Kuzma, sino sólo para poder llamar miserable a este hombre. ¿De veras ha rechazado el dinero que le has ofrecido?
—Al contrario: lo ha aceptado. Pero quería los tres mil rublos en el acto, y yo sólo le he ofrecido un adelanto de setecientos.
—La cosa está clara: se ha enterado de que tengo dinero, y por eso quiere casarse conmigo.
— PaniAgrippina, soy un caballero, un szlachcicpolaco y no un lajdak. He venido para casarme contigo, pero no he encontrado a la misma pani. La que ahora veo es uparty [68]y procaz.
—¡Vete por donde has venido! Diré que te arrojen de aquí. He cometido una estupidez al torturarme durante cinco años... Pero no es que me atormentara por él, sino que acariciaba mi rencor. Por otra parte, mi amante no era como es ahora. Ahora parece el padre de aquél. ¿Dónde te han hecho esa peluca? Aquél reía, cantaba y era un ciclón; tú eres solamente un pobre hombre. ¡Y pensar que he pasado por ti cinco años bañada en lágrimas! ¡Qué necia he sido!
Se desplomó en el sillón y se cubrió el rostro con las manos. En este momento, en la habitación vecina, el coro de muchachas, reunido al fin, empezó a entonar una atrevida canción de danza.
—¡Esto es detestable! —exclamó panWrublewski—. ¡Hostelero, despida a esas desvergonzadas!
Trifón Borisytch, que estaba al acecho desde hacía rato, al sospechar por los gritos que sus clientes disputaban, apareció en el acto.
—¿Qué voces son ésas? —preguntó a Wrublewski.
—¡Calla, bruto!
—¿Bruto? Dime con qué cartas has jugado. Yo he traído una baraja nueva. ¿Qué has hecho de ella? Has hecho el juego con cartas señaladas. ¿Sabes que por esto te podrían mandar a Siberia? Lo que has hecho es lo mismo que fabricar moneda falsa.
Se dirigió al canapé, introdujo la mano entre el respaldo y un cojín y sacó el juego de cartas sellado.
—Vean mi juego. Está intacto.
Levantó el brazo para que todos vieran la baraja.
—He visto a este hombre cambiar sus cartas por las mías. Tú eres un bribón y no un pan.
—Y yo le he visto hacer trampa dos veces —dijo Kalganov.
Gruchegnka enrojeció.
—¡Cómo se ha envilecido, Señor! ¡Qué vergüenza!
—Ya lo sospechaba —dijo Mitia.
Entonces, el panWrublewski, confundido y exasperado, gritó a Gruchegnka, amenazándola con el puño:
—¡Prostituta!
Mitia se arrojó sobre él, lo cogió por la cintura, lo levantó y se lo llevó a la habitación donde habían estado poco antes. Pronto regresó, y dijo jadeante:
—Lo he dejado tendido en el suelo. El muy canalla se debate, pero no podrá volver.