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Iacobus

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Iacobus
Название: Iacobus
Автор: Asensi Matilde
Дата добавления: 16 январь 2020
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Iacobus читать книгу онлайн

Iacobus - читать бесплатно онлайн , автор Asensi Matilde

La novela narra las peripecias de Galcer?n de Born, caballero de la orden del Hospital de San Juan, enviado por el papa Juan XXII a una misi?n secreta: desvelar la posible implicaci?n de los caballeros templarios, clandestinos tras la reciente disoluci?n de su orden, en el asesinato del papa Clemente V y el rey Felipe IV de Francia. Tras este encargo, se esconde en realidad la intenci?n de encontrar los lugares secretos, situados a lo largo del Camino, donde los templarios albergar enormes riquezas y que Galcer?n de Born debe encontrar.

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– Como tengo muy buena memoria, en el cenobio me elegían siempre para ayudar en los Oficios y me los aprendí todos de principio a fin -dijo orgulloso-. Ahora ya no me acuerdo muy bien, pero antes podía recitarlos completos, sin equivocarme en nada. La parte que más me gustaba era el Dies Irae.

– Entonces no te será difícil explicar este aenigma.

– Sólo sé que ese árbol es el Árbol de Jesé, que describe la genealogía de Jesucristo, los cuarenta y dos reyes de Judá, basándose en la profecía de Isaías cuyo primer versículo he recitado.

– Puesto que conoces a fondo los Oficios Divinos, dime: ¿en cuál de ellos se recitan los nombres de los cuarenta y dos reyes de Judá?

Jonás hizo memoria.

– En Nochebuena, en el primer Oficio después de la medianoche, el que se celebra para conmemorar el nacimiento de Jesús.

– ¿Aún no caes…? -pregunté viendo su cara de extrañeza-. Bueno, pues dime cómo se conoce popularmente esa primera misa que se celebra después del nacimiento de Jesús.

Su rostro se iluminó con una gran sonrisa.

– ¡Ah, ya! ¡Misa del gallo!

– ¿Del gallo? -inquirió Sara mirando alternativamente al animalito dibujado en el suelo y al dibujado en el cuero.

– Ya vais comprendiendo.

– Pues no -dejó escapar ella con un bufido-. No comprendo nada.

– ¿No…? Pues mirad. Me coloqué en el centro de la cámara y levanté la cabeza hacia la oscuridad que reinaba sobre mi, estirando el cuello como hacía el gallo de los dibujos.

– Liber generationis Iesu Christi, filii David, filii Abraham -comencé a recitar con voz vigorosa. En mi fuero interno rogaba para que no se me olvidara ningún nombre, pues hacia muchos años que no recitaba la genealogía de Jesús, uno de los ejercicios de memoria habituales en los estudios de los muchachos-. Abraham genuit Isaac, Isaac autem genuit Jacob, Jacob autem genuit Iudam et fratres eius, Judas autem genuit Phares et Zara de Thamar, Phares autem genuit Esrom, Esrom autem genuit Aram, Aram autem genuit Aminadab, Aminadab autem genuit Naasson, Naasson autem genuit Salmon, Salmon autem genuit Booz de Rachab, Booz autem genuit Obed ex Ruth, Obed autem genuit Iesse, Iesse autem genuit David regem…

Acababa de terminar el primer grupo de catorce reyes -la genealogía de Cristo siempre se enumera en tres grupos de catorce, tal como la refiere san Mateo en su Evangelio-y me detuve para serenar mi pulso y mi respiración. Nada singular ocurría de momento.

– ¿Habéis acabado ya? -quiso saber Sara con tonillo de ironía.

– Aún le quedan dos grupos de reyes -le explicó Jonás.

Yo continué.

– David autem rex gen uit Salomonem ex ea quaefuit Uriae, Salomon autem genuit Roboam, Roboam autem genuit Abiam, Abias autem genuit Asa, Asa autem genuit Iosaphat, Josaphat autem genuit Ioram, Joram autem genuit Oziam, Ozias autem genuit Joathas, Joathas autem genuit Achaz, Achaz autem genuit Ezechiam, Ezechias autem genuit Manassem, Manasses autem genuit Amon, Amon autem genuit Iosiam, Josias autem genuit Iechoniam et fratres eius in transmigratione Babylonis.

Volví a detenerme después de terminar el segundo grupo, entre las generaciones nacidas antes y después de la deportación a Babilonia. Pero seguía sin ocurrir nada especial.

– Et post transmigrationem Babylonis -continué, un poco desanimado-, Jechonias genuit Salathihel, Salathihel autem genuit Zorobabel, Zorobabel autem genuit Abiud, Abiud autem gen uit Eliachim, Eliachim autem gen uit Azor, Azor autem genuit Saddoc, Saddoc autem genuit Achim, Achim autem genuit Eliud, Eliud autem genuit Eleazar, Eleazar autem genuit Matt han, Matthan autem genuit Jacob, Jacob autem genuit Joseph, virum Mariae, de qua natus est Jesus qui vocatur Christus [46].

Un ruido sordo, como el de un mecanismo que se pone lentamente en marcha, se empezó a escuchar sobre nuestras cabezas en cuanto pronuncié el nombre de Maria. Por más que alcé la antorcha, la luz que ésta irradiaba no llegaba hasta el techo, así que no pudimos ver qué estaba sucediendo allá arriba hasta que una cadena de hierro, gruesa como el brazo de un hombre, entró en el reducido círculo de claridad. Descendía lentamente, desenroscándose con pereza en alguna parte alta de la bóveda. Cuando estuvo al alcance de mi mano la sujeté con vehemencia y, una vez que se hubo detenido, tiré de ella con fuerza. Otro ruido extraño, como de ruedas dentadas que colisionan entre sí, se escuchó en alguna parte tras la pared de roca que teníamos enfrente. Sara dio un paso atrás, cohibida, y se pegó a mi costado.

– ¿Cómo pueden las palabras poner en marcha un ingenio mecánico? -preguntó sobrecogida.

– Sólo puedo deciros que existen ciertos lugares en el mundo en los que losas gigantescas y piedras descomunales, misteriosamente transportadas por el hombre en el pasado más remoto y colocadas en equilibrio sobre zócalos a veces inverosímiles, vibran y braman ante determinados sonidos, o cuando se pronuncian ante ellas unas palabras concretas. Nadie sabe cómo, quién o por qué, pero el caso es que ahí están. En vuestro país se las llama rouleurs y aquí piedras oscilantes. He oído hablar de dos lugares en los que pueden encontrarse, uno en Rennes-les-Bains, en el Languedoc, y otro en Galicia, en Cabio.

La pared de roca se deslizaba suavemente hacia abajo, sin otro ruido que el chasquear de las piezas del artilugio que la movía. El paso quedó al fin libre. Al otro lado vimos una cámara idéntica a la que nos encontrábamos con la única diferencia de presentar unas escaleras que ascendían a un nivel superior.

– Jonás, ¿recuerdas la segunda escena del capitel de Eunate? -dije de pronto evocando el remate de aquella columna navarra.

– ¿Esa en la que el ciego Bartimeo llamaba a gritos a Jesús?

– Exacto. ¿Recuerdas el mensaje de la cartela, que reproducía las palabras de Bartimeo?

– ¡Huum!… Filii David miserere mei.

– ¡Filii David miserere mei! «Hijo de David, ten misericordia de mí», ¿te das cuenta?

– ¿De qué? -preguntó sorprendido.

– Filii David, Filii David… -exclamé-. Bartimeo grita «Hijo de David», que es la expresión utilizada para afirmar la ascendencia real del Mesías, su genealogía. Y el versículo del Evangelio de Mateo comienza Liber generationis Jesu Christi, filii David… ¿No lo ves? Todavía no sé cómo enlazarlo con la puesta en marcha del mecanismo que ha abierto esta pared de roca, pero no dudo que dicha relación existe.

De nuevo comenzó la andadura a través de interminables galerías e interminables pasadizos. Nuestras sandalias habían adquirido el tono rojizo de la tierra y nuestros ojos habían aguzado sus capacidades hasta permitirnos ver en la oscuridad. Ya no necesitábamos inclinarnos para distinguir las marcas en las bocas de los túneles; una ojeada al pasar nos bastaba para apreciarlas con nitidez.

Comenzaba a preocuparme gravemente el hecho de no hallar patrullas de templarios por ningún lado. Había partido de la mazmorra convencido de que antes o después tendríamos que ocultarnos o enfrentarnos a los freires, y el hecho de llevar más de una hora de escapada sin tropezar con un alma viviente empezaba a ponerme nervioso. Ni pasos, ni sombras, m ruidos humanos…

– ¿Qué es eso que se escucha al fondo? -preguntó de repente Sara.

– Yo no oigo nada -afirmé.

– Yo tampoco.

– Pues es un murmullo, como un mosconeo.

Jonás y yo prestamos mucha atención, pero sin éxito. Lo único que se escuchaba era el leve crepitar de la antorcha y el eco de nuestros pasos. Sara, sin embargo, volvió a insistir al cabo de poco:

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