Diario de la Guerra de Espana
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Esta es la traducci?n castellana de la edici?n definitiva. Koltsov, corresponsal extraordinario de Pravda en Espa?a, fue testigo ocular de los acontecimientos que narra. Estrechamente ligado a la pol?tica contempor?nea del partido comunista ruso y periodista fuera de lo com?n, uni? a una gran valent?a personal dotes pol?ticas y militares excepcionales, una innegable profundidad de an?lisis y una lengua exacta y po?tica. Su papel en Espa?a fue mucho m?s importante que el que se puede esperar de un simple corresponsal de guerra, y sus actividades le situaron en m?s de una ocasi?n en el plano m?s elevado de la acci?n pol?tica. Su maravillosa fuerza descriptiva es patente en los pasajes m?s duros del Diario: la muerte de Lukacs, la conversaci?n con el aviador moribundo, el tanquista herido, el asalto frustrado al Alc?zar... Pero nada supera, sin duda, la maestr?a de los retratos de Koltsov. Su pluma arranca los rasgos esenciales de los nombres m?s significativos del campo republicano: Largo Caballero, Durruti, Alvarez del Vayo, Rojo, Malraux, Garc?a Oliver, Kleber, La Pasionaria, Casares Quiroga, L?ster, Checa, Aguirre, Jos? D?az, junto a gentes de importancia menos se?alada, con frecuencia an?nimas: oficiales, soldados, mujeres, ni?os... Es ?ste, en definitiva, un documento literario y pol?tico de un periodo crucial —1936-1937—, que ayuda no s?lo a revivirlo sino a comprenderlo.
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Paralelamente a la línea aérea francesa, sobre el territorio de Francia pasa la línea alemana Stuttgart-Burgos, formalmente denominada Stuttgart-Lisboa. Cada día, los aviones fascistas alemanes, procedentes de Stuttgart, hacen escala en Marsella; luego vuelan sobre todo el sur de Francia, pasan por encima de Biarritz y de Hendaya, aterrizan tranquilamente en San Sebastián o van directamente hasta Burgos. Nadie les pone el menor obstáculo ni los retiene en lo más mínimo. Y si alguien lo intentara, los fascistas alemanes obtendrían una custodia de sus intereses mayor que la del Aire pirenaico.No iban a aguantar tanto.
A las seis de la tarde, me presenté en el aeródromo. Allí estaban ya todos reunidos —madame, el oficial finlandés, el corresponsal de la agencia Hayas, el propio jefe del aeródromo y aún un buen grupo de gente—. Faltaba sólo un individuo: Laporte. Yo estaba allí, como el más tonto de los tontos, junto al avión, junto a mi idiota maleta blanca; era a todas luces evidente que Laporte no acudiría, pero yo, a pesar de todo, allí estaba. Alguien llamó por teléfono y comunicó que Laporte había ido a San Juan de Luz a esperar al herido Gali, a quien había traído un torpedero inglés. A las ocho nos separamos. Laporte, después de su entrevista con Gali, renunció definitivamente al viaje a Bilbao. «No seas suicida —le dijo Gali—. Vuelas desarmado e indefenso. Tu propio gobierno no te defiende y ni siquiera protesta contra tu asesinato. Te pagan bien, es cierto, pero la cabeza vale más. ¿A qué santo perderla?»
Esta conversación me la transmitió madame, a la que vi a las diez. Al fin y al cabo, también ellos tienen razón a su modo, tanto Gali como ese cerdo de Laporte.
—No tengo más pilotos —dijo madame—. La línea interrumpe su trabajo. Han logrado lo que querían.
—Me parece que le encontraré un piloto —le dije.
—¿Francés?
—Sí, francés. Hay franceses que son unos valientes, madame.
Nos hemos despedido, probablemente por última vez. No he volado a Bilbao. Será difícil que pueda llegar allí, a pesar de que aún lo intentaré una y otra vez. El 15 de junio se abre en Valencia el Congreso Internacional de Escritores, he de estar allí unos días antes, icómo encontrar tiempo para ir a ver a los vascos! Bilbao está ya casi rodeado por todas partes. La gente está en una situación difícil. Yo no estoy allí. No he ido a Bilbao. No soy un atrevido. Tengo una idea demasiado elevada de mí mismo.
29 de mayo
Bayona es ahora el principal centro de ayuda a las zonas septentrionales del territorio de Franco. Desde Bayona se mandan en poderoso torrente provisiones, gentes y armas. Desde luego, todavía es más cómodo hacerlo a través de Portugal. Es más cómodo, pero exige más tiempo. Y la guerra tiene prisa. Hay objetos que tardan demasiado en llegar si se ha de dar una vuelta.
La base está en Bayona. En Biarritz, en Hendaya, en Behovia, están los puntos de transmisión. Existe, además, Nacho Enea. ¡Palabras mágicas!
Estas palabras afloran aquí, a todo lo largo de la zona fronteriza, no bien la conversación recae sobre el control de la frontera, sobre los voluntarios, sobre el abastecimiento de Franco con armas, sobre todo cuanto se refiere al territorio español fascista.
—Este hombre está relacionado con Nacho Enea...
—Basta con dirigirse a Nacho Enea...
—Estas noticias son de Nacho Enea...
—¡Ándese con cuidado, Nacho Enea se ha fijado en usted!...
Nadie cree que no sepas quién es Nacho Enea y que no sepas dónde se encuentra. ¡Naturalmente, en San Juan de Luz!
Fui en busca de Nacho Enea.
San Juan es una pequeña ciudad recalentada por el sol. Una de sus partes está formada por gente del pueblo, pescadora. En la bahía se ven centenares de barcazas, allí huele a resina, a cáñamo, a pescado. Desde las barcas echan a mojados capazos la argentífera y pesada pesca. Aquí se encuentran las pesquerías de sardina más importantes de Francia. Por el otro extremo, cerca de la playa, unas cuantas manzanas de aristocráticas y elegantes villas. En la rada se balancean suavemente las moles grises de unos barcos de guerra: británicos, franceses y americanos.
En los grandes cristales del quiosco de información, se ven seductoras inscripciones: «Visitad España, región de maravillosa naturaleza y maravillosas gentes, descansad en sus balnearios de verano y de invierno.» Naturalmente, las inscripciones datan de hace mucho. Ahora la señorita del quiosco explica tranquilamente que no es posible ir a San Sebastián. No está abierta la temporada. Por causa de la guerra. ¿Y por tres días? No, tampoco por tres días. La guerra, la no intervención, el control. El turismo está interrumpido temporalmente. Monsieur es turista, ¿no? Naturalmente, ahora todos son turistas...
Intercambio de sonrisas.
—Monsieur es un turista de...
—De Holanda, naturalmente.
La señorita se ríe.
—¿Por qué ha de ser forzosamente de Holanda? Los hay que vienen directamente de Alemania. Pero usted, probablemente sabe adonde debe dirigirse.
—He olvidado... Unas dos palabras incomprensibles.
La señorita es coquetamente severa:
—Si las ha olvidado, no voy a recordárselas yo. Tenía que haberlas escrito. Es a la derecha, pasado el Bar Vasco, y luego hacia arriba por la avenida, a lo largo del parque.
En la plaza, para no extraviarme, pregunto a un policía por Nacho Enea.
—Hacia arriba, pasado el Bar Vasco, por la avenida.
Un ciclista, una niñera con un cochecito y una dama de pobladas cejas me dirigen amablemente hacia el mismo lugar. Un sacerdote español, a la misma pregunta, responde brevemente:
—Sígame. Yo me dirijo allí mismo.
A la puerta, pese a la tórrida hora del mediodía, se ve animación, hay cinco coches; de uno de ellos sale gente; a otro, suben. En el portal, una inscripción lacónica: Nacho Enea.En vasco, esto significa: «En mi casa.» Tras un muro de piedra, al fondo de un jardín, se halla escondida una gran casa, a la que conducen unas flechas e inscripciones. En la casa no moran vascos, sino fascistas españoles. Pero aquí están en su casa.
En el interior, hay unas auténticas oficinas de embajada o consulares. En la sala, se ve a mucha gente esperando; en las paredes, carteles y banderas fascistas y monárquicas, huchas para donativos en favor del ejército faccioso y de Falange Española, prospectos de los hoteles de San Sebastián, Sevilla y Burgos. Sobre la chimenea, está prendida una instrucción acerca del paso de la frontera. Hace falta: 1) tener visado francés de salida o de tránsito, 2) recibir permiso de las autoridades militares, 3) presentar el bagaje a inspección en la aduana, 4) pasar a pie el puente...