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Iacobus

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Iacobus
Название: Iacobus
Автор: Asensi Matilde
Дата добавления: 16 январь 2020
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Iacobus читать книгу онлайн

Iacobus - читать бесплатно онлайн , автор Asensi Matilde

La novela narra las peripecias de Galcer?n de Born, caballero de la orden del Hospital de San Juan, enviado por el papa Juan XXII a una misi?n secreta: desvelar la posible implicaci?n de los caballeros templarios, clandestinos tras la reciente disoluci?n de su orden, en el asesinato del papa Clemente V y el rey Felipe IV de Francia. Tras este encargo, se esconde en realidad la intenci?n de encontrar los lugares secretos, situados a lo largo del Camino, donde los templarios albergar enormes riquezas y que Galcer?n de Born debe encontrar.

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– Eso también se podría decir de los hospitalarios.

– …por sus muchos años de contacto con Oriente, repito, es casi imposible saber qué sustancia echaron en el almirez del mesonero mientras trituraban las esmeraldas. Lo que sí podemos deducir es que era muy poderosa y muy rápida. El posadero nos dijo que la sangre era negra, oscura… Si la sangre hubiera salido de los cortes infligidos por las esmeraldas, hubiera sido roja.

– ¿Por qué?

– Hay cosas del cuerpo que constituyen grandes misterios, y la sangre es uno de ellos. Simplemente, no se sabe. Lo cierto es que, según de la zona del cuerpo de la que provenga, la sangre parece tener una coloración diferente. Por eso sé que las esmeraldas no cortaron sus tripas, porque, si lo hubieran hecho, la sangre, igual que la que saldría de tu brazo si yo te cortara ahora mismo con mi cuchillo, hubiera sido roja, roja y brillante. Sin embargo, la sangre era negra, es decir, no procedía de incisiones, lo cual confirma que tenía alguna sustancia que mudaba su color, que la ensuciaba. Pero nunca sabremos qué sustancia fue.

– ¿Y los templarios? ¿Cómo pudieron hacerse pasar por moros?

– Acabo de decirte que los templarios tuvieron un conocimiento muy profundo del mundo musulmán y de sus sectas (la de los sufíes, por ejemplo, y la de los ismailíes…›. Hacerse pasar por físicos sarracenos era sencillo para ellos. Aceptemos, pues, que eran dos templarios. En primer lugar, se cumple el precepto cabalístico de los dos iniciados…

– ¿A qué os referís…?

– Ya lo irás aprendiendo poco a poco, Jonás. No puedes pretender adquirir en un solo día los conocimientos más profundos, secretos y sagrados del hombre y de la Madre Naturaleza. Baste decir que los templarios siempre van de dos en dos: su sigillum, incluso, representa a dos templarios cabalgando juntos en un mismo caballo, montura alegórica del conocimiento que conduce al adeptus por la vía de la Iniciación.

– No comprendo nada de lo que decís -suspiró.

– Y así debe ser por el momento, muchacho. Pero prosigo con mí argumento. Eran dos, y fingían ser árabes con una fidelidad tal que, incluso, hicieron creer al inocente hijo del mesonero que les había descubierto por casualidad mientras oraban en dirección a La Meca. Todo irreprochable. Pero los templarios son vanidosos. Están tan convencidos de su superioridad, de su eficacia y valentía, que acostumbran a dejar pequeños rastros, minúsculas señales que duermen durante años en espera de que alguien las desvele.

– ¿Y qué rastros han dejado esta vez, frere? -preguntó Jonás, exaltado.

– Sus falsos nombres, ¿los recuerdas?

– Si. Eran Adab Al-Acsa y Fat Al-Yedom.

– Recuérdame que una de las primeras cosas que debo enseñarte son las lenguas árabe y hebrea. Sin ellas no se puede ir hoy en día por el mundo.

– Seguramente esos nombres encierran algo que yo no soy capaz de comprender.

– En efecto. Verás, lo primero es escuchar su sonido. Debes darte cuenta que sólo disponemos de la trascripción hecha por un hombre ignorante cuyos oídos no están acostumbrados a la cadencia de la lengua árabe. Por tanto, lo primero es escuchar.

– Adab Al-Acsa y Fat Al-Yedom.

– Muy bien. Ahora, vayamos palabra por palabra: Adab; Adab es, sin lugar a dudas, Ádâb, que significa «Castigo», así que ya ves que vamos por buen camino. En cuanto a Al-Acsa, no ofrece ningún problema, se trata, evidentemente, de la mezquita de Al-Aqsa, que significa «La Única», situada dentro del recinto del Templo de Salomón y que los templarios utilizaron como residencia, como casa presbiterial o casa-madre, desde los tiempos del rey Balduino II hasta la pérdida de Jerusalén. Por lo tanto, y aunque parezca un poco enmarañado, la traducción de Adab Al-Acsa sería «Castigo de La Única» o, por aproximación, «Castigo de los templarios».

– ¡Asombroso!

– Pero aún nos queda el segundo nombre: Fat Al-Yedom. Fat, como Adab, no tiene demasiados problemas. Se trata de Fath, que significa «Victoria», pero ¿victoria de quién? Lo cierto es que no conozco, ni recuerdo haber leído nada sobre un hombre o un lugar llamado Al-Yedom, pero el mundo es muy grande, y, como demostró Al-Juarizmí, cuyo verdadero nombre era Muhammad ibn Musá, la Tierra es un inmenso globo redondo que puede recorrerse eternamente sin principio ni fin. Quizá haya en él algún lugar que lleve ese nombre.

– ¿Que la Tierra es redonda? -se escandalizó Jonás, abriendo mucho los ojos-. ¡Menuda majadería! Todo el mundo sabe que la Tierra es plana y que se sostiene sobre dos columnas situadas al este y al oeste, y que si quisiéramos avanzar más allá de sus extremos caeríamos en un abismo infinito.

– De momento, y hasta que estudies suficientes matemáticas y astronomía, dejaremos que sigas creyendo esa tontería.

– ¡Es la verdad que explica la Iglesia!

– ¡Magnífico! Ya te dije que no pienso discutirlo en este momento. Me interesa mucho más resolver el enigma encerrado en las palabras Al-Yedom. Si nuestra pareja de templarios quería que sus huellas pudieran ser seguidas con apenas media luz, como es el caso del primer nombre, la solución del segundo también tiene que estar a nuestro alcance y sólo debemos desandar el camino que ellos recorrieron para elegir sus apelativos árabes. El primero significa algo así como «Castigo de los templarios», y el segundo empieza por «Victoria de», ¿de quién? ¿De una persona, de otro lugar, de un símbolo…? Al-Yedom, Al-Yedom -repetí incansablemente buscando una pista en el sonido-. No puede ser tan difícil, ellos querían que alguien lo descubriera… Empecemos suponiendo que sea «Victoria de» alguien, en ese caso ese alguien sería Al-Yedom… -me detuve en seco, deslumbrado por la brillantez del recurso-. ¡Pues claro! ¡Demonios, si lo teníamos delante! ¡Si era tan fácil que incluso debieron reírse mucho cuando lo prepararon!

– Pues yo no lo comprendo.

– Piensa, Jonás. ¿Cuál es la primera regla para ocultar un mensaje?

– No lo sé, aunque me encantaría saberlo. -¡Jugar con el orden de las letras, Jonás! ¡Simplemente, jugar con el orden de las letras y de las palabras! Hace años, por razones que ahora no vienen al caso, tuve que leer algunos tratados sobre la utilización de alfabetos secretos y lenguajes cifrados, y en todos ellos se recomendaba siempre el sistema más simple: los juegos de palabras, el retruécano, la asonancia, el anagrama y el jeroglífico. Por definición, el intruso siempre andará al acecho de un sistema o un código complejo e imposible y pasará por alto lo más sencillo y evidente.

– ¿Queréis decir que las letras de Al-Yedom son también las letras de otra palabra? -inquirió Jonás bostezando y dejándose caer lentamente sobre su manto. A pesar de su apariencia, no era más que un muchacho demasiado cansado.

– ¡Piensa, Jonás, piensa! ¡Es sencillísimo!

– No puedo pensar, sire… Me estoy durmiendo.

– ¡Molay, Jacques de Molay, el Gran Maestre! Ha sido la «Y» de Yedom la que ha llamado mi atención, ¿comprendes? Bailando las letras construyeron Al-Yedom con De Molay. «Victoria de Molay»… ¿Qué te parece, eh? Ingenioso… «Castigo de Al-Aqsa», es decir, «Castigo de los templarios» y «Victoria de Molay». Querido muchacho, creo que vamos a…

Pero Jonás dormía profundamente al calor del fuego, con la cara apoyada sobre el brazo.

Descansamos una noche en Vienne y de allí pasamos a Lyons, y fuimos subiendo hasta La Chaise Dieu, Nevers, Orleans y, por fin, París. Un largo viaje de diez días durante los cuales enseñé a Jonás mis exiguos conocimientos de la lengua francesa que yo, por mi parte, procuré ampliar en cada ocasión que el camino me presentaba, hablando con unos y con otros hasta sentirme moderadamente seguro de mis expresiones. Nunca he comprendido a esas personas que se dicen incapaces de aprender una lengua; las palabras son instrumentos, como los del herrero o los del cantero, y no encierran más secreto que cualquier otro arte. Las lecciones, que tanto para el maestro como para el alumno mejoraban jornada a jornada, me permitieron también abordar para Jonás los primeros y rudimentarios conocimientos en materias tales como filosofía, lógica, matemáticas, astronomía, astrología, alquimia, cabalística… Jonás embebía todas y cada una de mis palabras y era capaz de repetir punto por punto lo que yo le había dicho. Tenía una memoria portentosa, pero no sólo portentosa por su capacidad para retener, sino también por su asombrosa capacidad para olvidar todo aquello que no le interesaba.

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