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Iacobus

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Iacobus
Название: Iacobus
Автор: Asensi Matilde
Дата добавления: 16 январь 2020
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Iacobus читать книгу онлайн

Iacobus - читать бесплатно онлайн , автор Asensi Matilde

La novela narra las peripecias de Galcer?n de Born, caballero de la orden del Hospital de San Juan, enviado por el papa Juan XXII a una misi?n secreta: desvelar la posible implicaci?n de los caballeros templarios, clandestinos tras la reciente disoluci?n de su orden, en el asesinato del papa Clemente V y el rey Felipe IV de Francia. Tras este encargo, se esconde en realidad la intenci?n de encontrar los lugares secretos, situados a lo largo del Camino, donde los templarios albergar enormes riquezas y que Galcer?n de Born debe encontrar.

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– ¡Bien pensado! Buscad, por favor, aquella nota.

– La puse por aquí -afirmó levantándose del asiento y dirigiéndose hacia una esquina del comedor donde, de los alfardones del techo, colgaban algunas vasijas y embutidos puestos a secar. Con esfuerzo, se subió a una de las sillas y sacó una de las jarras de su gancho. Pero no, no era aquélla. Bajó de nuevo resoplando, arrastró la banqueta un poco más allá y volvió a subir. La segunda jarra sí contenía lo que buscaba, porque sonrió contento y sacó del interior, con dos dedos, un papelillo grasiento.

– ¡Aquí está!

Me levanté y me acerqué hasta él para cogerle el papelito de la mano. Subido en aquella banqueta el mesonero me llegaba sólo hasta el cuello.

Con la infame letra de un comerciante que ha aprendido lo imprescindible para llevar su negocio, en el papelito estaba escrito:

ADAB AL-ACSA

y

FAT AL-YEDOM

– ¿Esto es todo? -pregunté-. ¿Puedo quedarme con el papel?

– Eso es todo -confirmó el grueso y sudoroso mesonero-. Y sí, podéis quedároslo.

– Bien, pues dejadnos pagar nuestra comida y nos marcharemos de aquí mi escudero y yo, felices y agradecidos por el día de hoy.

– ¡Por Dios, caballero! ¿No habéis pagado suficiente salvando mi alma de Satanás? No me debéis nada, en todo caso soy yo quien queda en deuda con vos.

– Sea. El dinero de esta comida lo entregaré a los sacerdotes de mi iglesia en Valencia, para que digan misas por el alma de mi primo.

– Dios os recompensará ampliamente por vuestro noble corazón. Esperad un momento y enseguida os traeré a la puerta vuestros caballos.

Miré a Jonás, esperando encontrar un profundo reproche en su mirada, pero tenía las mejillas coloradas por la excitación y sus ojos centelleaban de entusiasmo.

– Tengo mil preguntas que haceros -susurro.

– En cuanto nos alejemos de este lugar.

Unas tres horas después de salir de Roquemaure detuvimos nuestras caballerías en un recodo protegido del camino, un lugar perfecto a la orilla del Ródano -cuyo cauce seguíamos hacia el norte, hacia su nacimiento- para hacer un buen fuego, cenar y dormir, ya que hasta el día siguiente no llegaríamos a Vienne. Esas tres horas las había empleado en contar a Jonás la misión encargada por el papa Juan, así como los pormenores de la historia que, por su edad y tipo de vida, no podía conocer, y que estaban directamente relacionados con el problema. Mientras encendíamos el fuego, comentó:

– Creo que el Papa tiene tanto miedo a morir, frere, que si le decís que, en efecto, fueron los templarios quienes mataron a su antecesor, aprobará la petición del rey Don Dinis para no vivir amenazado; y si le decís que no, que no fueron ellos, la denegará para quitarse de en medio a los templarios para siempre.

– Puede que tengas razón, muchacho. En cualquier caso vamos a tener que averiguarlo.

– Y ya sabéis algo, ¿verdad? Todas esas mentiras y pecados contra el primero de los Mandamientos han dado algún fruto, ¿no es cierto?

– Lo único que sabemos con certeza es que dos médicos árabes examinaron a Clemente V antes de morir. Nada más.

– ¿Y qué me decís del remedio, las esmeraldas?

– Es muy común entre los que pueden permitírselo consumir piedras preciosas para luchar contra las enfermedades.

– ¿Y es cierto, surten algún efecto?

– La verdad es que no, debo reconocerlo. Pero con el tiempo aprenderás que no sólo los verdaderos preparados curan los padecimientos. ¿No te has fijado en la mejoría del Papa en cuanto tomó la pócima?

– Pero ¿qué dolencia tenía? He visto que hacíais muchas preguntas a este respecto.

– Por lo que he podido averiguar, deduzco que Su Santidad no tenía la conciencia muy limpia… Imagínate, Jonás, que tú eres Clemente V. El decimonoveno día de marzo del año de Nuestro Señor de 1314 asistes al horrible espectáculo de ver morir en la hoguera a un par de hombres a quienes conoces de muchos años atrás, hombres importantes, poderosos, cuya culpabilidad no está demostrada y que, además, como monjes, son súbditos tuyos, exclusivamente tuyos, y no del monarca francés. Como Papa, has intentado débilmente protegerles de las iras y ambiciones del rey, el soberano que te dio el papado y que te mantiene en él, pero Felipe te ha amenazado con nombrar un Antipapa si no accedes a sus pretensiones. Así que estás allí, sabiendo que los ojos de Dios te miran y te juzgan y, en ese momento, cuando el fuego empieza a morder sus carnes, el gran maestre de la Orden Templaria, te maldice y te emplaza ante el Tribunal de Dios antes de que se cumpla un año. Tú, naturalmente, te asustas, intentas no pensar en ello pero no lo puedes evitar; tienes pesadillas, te obsesionas… Quieres seguir con tu vida cotidiana como Pastor de la Iglesia pero sabes que una espada pende sobre tu cabeza. Entonces los nervios te traicionan. No todas las naturalezas son iguales, Jonás, hay gente que soporta con fortaleza las mayores desgracias físicas y que, sin embargo, se desploma ante un pequeño problema del alma; otros, por el contrario, sobrellevan grandes problemas con entereza pero braman como animales ante el menor dolor. Seguramente nuestro Papa era un hombre débil y crédulo, y empezó a padecer las torturas del infierno sin haber llegado a morir. La fiebre es un síntoma que podrás observar en pacientes enfermos y sanos; los nervios también pueden producir fiebre y, muy frecuentemente, vómitos o «estómagos cerrados», ¿recuerdas la negativa del Papa a comer algo en la posada…? También la respiración afanosa es signo de diferentes dolencias, pero descartado un problema de corazón, puesto que sus labios tenían buen color y no manifestaba dolor en ninguna parte de su cuerpo, sólo quedaban como causa los pulmones o, de nuevo, los nervios. En el caso de Clemente, creo que todo podría reducirse a un caso grave de excitación.

– ¿Por eso en cuanto ingirió las esmeraldas mejoró?

– Se sintió mejor porque creyó que se estaba curando.

– ¿Y era cierto?

– Las pruebas demuestran que no -declaré riendo.

– Pero la sangre negra… las hemorragias por arriba y por abajo…

– Bien, podemos elegir dos explicaciones: una, la que parece más probable por la forma de la muerte, es que el Papa sufrió cortes internos en el estómago y las tripas con cristales mal triturados de esmeralda que le provocaron las hemorragias, y otra, puramente especulativa, que aquellos dos médicos árabes eran en realidad dos templarios disfrazados que le administraron algún tipo de veneno en la pócima.

– ¿Y cuál creéis vos que es la verdadera?

– Vamos, Jonás, piensa un poco. He simplificado al máximo tu trabajo; ahora demuéstrame tus capacidades deductivas.

– ¡Pero yo no sé! -exclamó irritado.

– Está bien, pero sólo te ayudaré porque acabamos de empezar. Después serás tú quien tenga que ayudarme a mí.

– Haré lo que pueda.

– Veamos… Alguien como el Papa, acostumbrado a una vida cómoda, que no sabe lo que es el frío, ni el hambre, que tiene decenas de personas pendientes de sus deseos, cocineros que guisan exclusivamente para él, Padres Conciliares que le sirven como lacayos, y otras muchas cosas más de igual talante, alguien así, digo, ¿crees que bebería una pócima en la que unas esmeraldas capaces de cortarle los intestinos le pasaran antes por la boca y la garganta?

– Desde luego que no -confirmó, mordisqueándose el labio inferior y mirando las llamas de la hoguera con atención-. Alguien así habría protestado en cuanto un minúsculo cristal le hubiera arañado la lengua.

– En efecto. De modo que nos quedamos con el veneno de los templarios. Debes saber que existen miles de venenos y miles de elementos que, sin ser veneno, se convierten en tal una vez combinados con otras sustancias igualmente inocentes. Muchos de los preparados que utilizamos para curar enfermedades contienen veneno en cantidades que los herbolarios y los físicos debemos controlar muy bien para no producir el efecto contrario al deseado. Por lo tanto, si esos dos médicos eran templarios, y dados los amplios conocimientos que poseía su Orden en estas materias, por sus muchos años de contacto con Oriente…

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