La Leyenda de Camelot I – La Magia Del Grial

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу La Leyenda de Camelot I – La Magia Del Grial, Hohlbein Wolfgang-- . Жанр: Прочие приключения. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
La Leyenda de Camelot I – La Magia Del Grial
Название: La Leyenda de Camelot I – La Magia Del Grial
Автор: Hohlbein Wolfgang
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 153
Читать онлайн

La Leyenda de Camelot I – La Magia Del Grial читать книгу онлайн

La Leyenda de Camelot I – La Magia Del Grial - читать бесплатно онлайн , автор Hohlbein Wolfgang

Como todos los chicos de su edad, Dulac sue?a con una vida de caballero legendario. Pero lo m?s probable es que siga siendo siempre un mozo de cocina de la corte del rey Arturo. Sin embargo, cuando encuentra en un lago una vieja armadura y una espada oxidada, su vida cambia por completo. La representaci?n del Santo Grial que decora el escudo transforma al joven en el valiente h?roe de sus sue?os. Como Lancelot, el Caballero de Plata, marcha en el ej?rcito del rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda a la guerra contra las huestes del malvado Mordred. El destino de Britania est? en juego.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 37 38 39 40 41 42 43 44 45 ... 63 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Lancelot aprovechó la pausa para guiar al unicornio en un gran arco que le permitiera coger carrerilla y atacar con fuerzas renovadas. Mordred se levantó, se tiró hacia un lado y propinó un golpe a las patas delanteras del animal. No consiguió su propósito. La espada podría haber partido en dos una de las patas, pero su punta se limitó a arañarla de arriba abajo, provocándole un corte sangrante hasta casi la rodilla. El unicornio relinchó de dolor y rabia, trastabillando, y Lancelot perdió el equilibrio y salió despedido sobre el cuello del animal. Cayó con tanto ímpetu sobre su espalda que por un momento lo vio todo negro. Si hubiera perdido la conciencia, tal vez no la habría recuperado nunca más.

Un momento después, la venda desapareció de sus ojos y logró respirar sin ahogarse. Con los dientes apretados y gimiendo de dolor, se puso en pie y miró a su alrededor.

En aquel instante, Mordred estaba levantando la espada y el escudo. Por alguna razón que Lancelot no pudo comprender, acababa de desaprovechar la oportunidad de rematar a su indefenso contrincante.

Lancelot se incorporó despacio y con movimientos sincopados, que no tenían más meta que ganar tiempo para que la armadura le proporcionara nuevas fuerzas.

Echó un vistazo a su entorno. El unicornio se había alejado un trecho y cojeaba de la pata, y Arturo seguía apoyado en el altar, totalmente extenuado. La batalla había terminado. Los pictos estaban muertos o habían huido, pero de los caballeros de la Tabla Redonda tampoco quedaba ninguno en pie. Sólo estaban Mordred y él. Mordred, sin decidirse a atacar todavía, lo observaba con detenimiento. Se había levantado la visera de su máscara de dragón. Y, de pronto dijo:

– Ya dije que volveríamos a encontrarnos, amigo mío. Pero ni yo mismo creía que sería tan pronto. ¿Qué tal va tu hombro?

Lancelot permaneció en silencio. Se aproximó a un paso de Mordred y levantó espada y escudo, un desafío que era imposible que el otro no comprendiera. De todas formas, Mordred no se movió, sólo añadió:

– Por lo que veo, has decidido de qué parte quieres estar. No es que me sorprenda. Para ser sinceros, casi deseaba que tu decisión fuera ésta.

Lancelot titubeó. No tenía miedo de él, pero sabía que era el enemigo más peligroso con el que se había enfrentado hasta entonces. Mordred era un maestro del arte de la espada.

– Todavía tienes tiempo de cambiar -continuó éste-. Camelot caerá de una manera o de otra. La pregunta es si tú quieres vivir o morir.

– Ya me he decidido -dijo Lancelot.

– Sí, eso esperaba -respondió Mordred.

Su ataque llegó tan pronto que Lancelot ni siquiera tuvo tiempo de prepararse. Fue como si Mordred se hubiera transformado en un espectro negro, que estaba tan pronto aquí como allá, y a Lancelot no le quedó otra que tambalearse bajo el nuevo golpe que cayó sobre su escudo con tanto ímpetu que a punto estuvo de romperle el brazo. A pesar de ello, lo devolvió con la misma fuerza y esa vez no hubo dudas: vio cómo el filo de la espada rúnica acertaba en el brazo de Mordred y, sin embargo, rebotaba en el hierro negro, provocándole sólo un arañazo.

¡Porque Mordred también iba enfundado en una armadura mágica!

Por un momento, aquel descubrimiento puso a Lancelot al borde del pánico. La armadura negra de Mordred era justo lo contrario que la suya, pero Lancelot supo de pronto que le confería a su dueño la misma invulnerabilidad que a él la suya y, lo más seguro, que le otorgara también la misma fuerza inagotable.

Mordred se lanzó sobre él sin piedad. Sus golpes caían sobre Lancelot cada vez más atropelladamente. El joven se defendía tan bien como podía, pero tras breves instantes comprendió que iba a perder. No estaba a la altura de Mordred. Ahora que ambos peleaban con las mismas armas, sólo contaban fuerza y experiencia, y Mordred no sólo era mucho más fuerte que él, sino que llevaba toda la vida ejercitándose en el arte de la espada. Lancelot se vio obligado a mantenerse a la defensiva y no consiguió ya atacar por su cuenta. Sus fuerzas se debilitaban. Cada envite de Mordred le restaba más energía de la que la armadura de plata le proporcionaba. Unos segundos más y la pelea terminaría. La vitalidad de Lancelot iba mermando paso a paso.

Mientras retrocedía ante Mordred, su vista se fijó en Arturo y el altar de piedra. El rey se había quitado el yelmo y seguía apoyado, agotado, en la piedra negra. Su rostro estaba cubierto de sangre y demudado por el esfuerzo, y sus ojos tenían la mirada perdida. El cuerpo de Merlín continuaba como dormido sobre el altar.

De pronto una luz extraña iluminó el área. Únicamente era un reflejo tan pálido que casi no se veía; no se trataba sólo de luz ni sólo de niebla, sino más bien de una mezcla misteriosa de las dos que, por un instante, se onduló como el vaho brumoso de la mañana… y adoptó una forma. La forma de un cáliz. Una suntuosa copa de oro…

Era el Grial.

Lancelot lo reconoció sin ningún signo de duda. Sobre el cuerpo sin vida de Merlín flotaba el Santo Grial, el mismo que adornaba también su armadura y su escudo, y del que de repente emergió un dedo fino y tembloroso, que sin hacer el más mínimo ruido, se tensó y rozó a Lancelot. Desapareció enseguida y, en el mismo momento, se evaporó también el Grial, pero Lancelot sintió que una nueva fuerza arrolladora recorría su cuerpo.

La próxima vez que Mordred embistió, ni siquiera intentó defenderse del golpe; lo recibió sin más, sin sentirlo, y golpeó a su vez.

La armadura de Mordred rechinó cuando la espada rúnica penetró en ella. Salieron chispas e, inmediatamente, un chorro de sangre se abrió camino entre el hierro negro. Mordred jadeó, trastabilló dos o tres pasos hacia atrás y miró incrédulo su brazo herido. Luego bramó de rabia, levantó la espada y se lanzó hacia Lancelot.

Este contraatacó con un único golpe, que alcanzó la espada de Mordred y la hizo añicos como si fuera de cristal. El Caballero Negro se tambaleó, observó atónito la empuñadura inservible que restaba en su mano y dio la vuelta para salir corriendo de allí.

Lancelot iba a seguirlo con pasos tambaleantes cuando sus rodillas se doblaron y sólo le dio tiempo a alargar el brazo para no caerse del todo. La fuerza que el Grial le había prestado se estaba diluyendo tan rápidamente como había llegado. De pronto, sentía cada uno de los golpes que Mordred le había infligido. El cansancio se cerraba sobre él como una ola negra y pegajosa, y tuvo que reunir toda su voluntad para no retirarse a un lado y cerrar los ojos sin más.

Cuando volvió a la realidad, Mordred se había marchado y también había desaparecido aquella extraña luz sobre el altar. Arturo temblaba apoyado en la piedra negra y parecía luchar con todas sus fuerzas para no desplomarse. En el aire quedaba el recuerdo de los quejidos y el olor dulzón de la sangre, y había algo más: aquel halo irreal, que se había extendido por todo el cromlech, todavía estaba presente pero se había transformado. Si hasta aquel momento, Lancelot había tenido la intensa sensación de que se encontraban en un lugar sagrado, ahora sentía plenamente que aquel lugar sagrado había sido profanado. Se había vertido sangre en un sitio consagrado a la paz y a las almas de otro mundo.

Levantó la cabeza con dificultad y buscó con la mirada el lugar donde se le había aparecido el Grial. El cáliz ya no estaba allí, claro. Tal vez no había estado nunca. No quería saberlo, en realidad. Había tantas preguntas y tan pocas respuestas. Quizá era bueno que no las supiera. Quizá era bueno tratar de engañarse a sí mismo pensando que no había sido nada más que un espejismo, una alucinación motivada por el agotamiento y el miedo a la muerte. Porque si aquello que había visto había ocurrido realmente, entonces significaba que…

No. Se negaba, incluso, a que aquel pensamiento llegara a su fin.

Lancelot se levantó con esfuerzo, introdujo la espada en su vaina, dejó el escudo sobre la hierba y se aproximó con pasos inseguros hacia Arturo.

El rey lo miraba con serenidad. Tenía el rostro pálido. El dolor y la extenuación habían grabado profundos surcos en él. Parecía mucho más viejo e infinitamente cansado.

– Vos tenéis que ser Lancelot -dijo. Su voz tenía tan poca fuerza como su mirada, no era más que un susurro.

– Es cierto. Y vos sois Arturo.

Lancelot inclinó la cabeza e iba a hincarse sobre una rodilla, pero Arturo se lo impidió sujetándole con un gesto rápido.

– Os lo ruego, Sir Lancelot. Soy yo el que tendría que arrodillarme ante vos, no al revés. Si no hubierais venido, ahora estaría muerto.

Lancelot no pudo contradecirle. Algo incómodo, dijo:

– Tendría que haber llegado antes, entonces quizá habría podido evitar lo peor. Tan sólo unos minutos…- Tal vez el tiempo que había dudado en volver a ponerse la armadura.

– Habéis venido, eso es lo que cuenta -dijo Arturo-. Así que estoy por segunda vez en deuda con vos. Confío en que, en esta ocasión, me dejaréis agradecéroslo de la manera adecuada y no saldréis huyendo inmediatamente.

Lancelot se sintió más incómodo todavía. Tendría que haberse ido ya. Era un error el simple hecho de hablar con Arturo. Sin responder directamente a la pregunta del rey, se giró y miró a su caballo. El animal se había retirado al borde del círculo de piedra y escarbaba el suelo con la pata herida. Sangraba abundantemente.

– Me temo que en estas circunstancias me iba a resultar difícil -dijo.

– Un animal maravilloso -comentó Arturo-. No os preocupéis. Le proporcionaremos los cuidados adecuados. ¿Y vos? ¿Estáis herido?

– Sólo en mi orgullo -respondió Lancelot sacudiendo los hombros-. Ese Caballero Negro no tendría que habérseme escapado.

Pronunció aquellas palabras con pesar para estudiar la reacción de Arturo, pero cuando la tuvo no supo muy bien a qué atenerse.

– No habéis luchado contra un hombre, sino contra la magia negra, Sir Lancelot -dijo-. Agradezco a Dios que todavía viváis.

– Vuestro Dios -replicó Lancelot con énfasis- no tiene mucho que ver con eso.

Mientras lo decía, miró a Arturo fijamente a los ojos, pero de nuevo reaccionó el rey de manera diferente a como él esperaba.

– Sea como sea -dijo-, nunca hasta ahora he visto a un hombre luchando como vos. Ginebra no exageró.

– ¿Lady Ginebra? ¿La viuda del rey Uther?

– Y mi prometida -respondió Arturo. El corazón de Lancelot se contrajo como una piedra-. Me informó de vuestra lucha contra los pictos. Y para ser sinceros: no la creí del todo. Lo que decía de vuestros actos me resultaba excesivo. Pero ahora… -sacudió la cabeza-. Estoy en deuda con vos, si alguna vez pudiera hacer algo por vuestra persona…

1 ... 37 38 39 40 41 42 43 44 45 ... 63 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название