Shanna

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Shanna
Название: Shanna
Автор: Woodiwiss Kathleen
Дата добавления: 16 январь 2020
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Shanna читать книгу онлайн

Shanna - читать бесплатно онлайн , автор Woodiwiss Kathleen

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Los asientos de la familia Trahern eran macizos, con altos respaldos, y estaban juntos de modo que todos los apoyabrazos tallados se tocaban, excepto el perteneciente al mismo Trahern. Los asientos restantes y unos más pequeños ubicados adelante, obviamente hechos para niños, estaban destinados a Shanna, su esperado esposo y sus descendientes. Shanna hubiera preferido ahogarse antes de revelar a Ruark que el asiento que él eligió estaba destinado a su marido.

El ya había reclamado demasiados derechos conyugales. Al mirarlo de soslayo, Shanna vio que la mirada de Ruark se posaba en los asientos más pequeños y que después pasaba sobre los tres asientos grandes ocupados por ellos. Como había una segunda hilera de asientos detrás de ellos reservados para los huéspedes y ella se encontraba entre su padre y él, sólo podía extraerse una conclusión. Shanna captó la sonrisa conocedora de él cuando miró los asientos.

Shanna bajó la vista y observó subrepticiamente la mano que descansaba cerca de la suya. Era oscura y contrastaba con el blanco deslumbrante del puño pero estaba limpia, con las uñas bien cortadas y cuidadas, fuera de carácter para un siervo ordinario. Sí, John Ruark era un hombre totalmente diferente de cualquiera que ella hubiera conocido. Aunque conocido como siervo, hubiera podido pasar como par en cualquier círculo de nobles y señores.

– ¿Cómo es que no ha encontrado esposa en las colonias, señor Ruark? -;-preguntó Shanna deliberadamente-. ¿Hay escasez de mujeres allí?

– No hay escasez, señora mía… Ciertamente, allí hay abundancia de mujeres hermosas. -Sonrió y sus ojos se encontraron con los de ella en cálida comunicación-. Aunque ninguna igual a usted, señora. Sucedió que el trabajo me dejaba muy poco tiempo libre para buscar la compañía de una dama. Ello no hacía muy feliz a mi padre, quien creía que yo me dedicaba demasiado a mis tareas. pero después, en Inglaterra, una joven muy dulce y hermosa me conquistó. Espero convencerla algún día de que yo puedo ser un buen marido.

– Aquí hay espacio suficiente para una familia grande -comentó Trahern, señalando los asientos-. Pero todavía tengo que ver estos bancos ocupados. Si ella llegara a encontrar un marido adecuado sería un milagro.

Shanna prestó poca atención a las palabras de su padre ya su mirada sugerente y hasta se negó a reconocer haber escuchado el comentario de Ruark.

– Todavía soy joven -dijo recatadamente-. y sin duda te daré muchos nietos en tu ancianidad, padre.

– Hum -replicó Trahern-. Ya soy viejo. Encuentra un marido, hija, y te ruego que lo hagas pronto.

– ¡Papá! -Shanna dirigió a su padre una rápida sonrisa que él aceptó más como una mueca de irritación-. Estoy segura de que estás aburriendo al señor Ruark. Ciertamente, él parece muy falto de descanso.

El hacendado miró a su siervo, quien trataba de ocultar su regocijo detrás de lo que parecía un penoso bostezo.

Salvada de más agravios por la iniciación del culto, Shanna agradeció la prontitud del ministro. Durante toda la ceremonia, sin embargo, fue consiste de la presencia de él a su lado. Cuando tocaron el clavicordio y la congregación cantó, la voz profunda y rica de barítono de Ruark le produjo un cosquilleo y ella pudo hacer poco más que seguir cantando.

Sólo después que hubieron abandonado la pequeña iglesia Shanna, respiró finalmente tranquila y se relajó un poco. La tensión de tener que cuidar cada mirada y tratar de no parecer afectada por la proximidad de Ruark y mostrarse 'a1 mismo tiempo cortés, en beneficio de su padre, había resultado muy desagradable. En el birlocho, cuando regresaban a la casa, llegó a cuestionar su propia cordura por haber tomado como esposo a Ruark Beauchamp. El era como una bestia salvaje, atrapado y domesticado en apariencia pero peligroso para los desprevenidos. Su una vez firme creencia de que podría controlarlo estaba siendo rápidamente reemplazada por un insístete temor de haber cometido un tremendo error.

Poco después del almuerzo, sintiendo necesidad de hacer ejercicio para cansar tanto su mente como su cuerpo, Shanna ordenó que ensillaran a Attila. Fue a buscar a su padre al estudio para invitarlo al paseo.

– Un trozo de cuero asegurado al lomo de un caballo -dijo él no tiene nada que atraiga a mi sentido de la comodidad. No tengo el menor deseo de molerme el trasero galopando por esta isla cada vez que tú decides hacerlo. -Pero para suavizar sus palabras, añadió-: Ve y diviértete, muchacha. Pitney vendrá pronto para jugar otra partida de ajedrez.

Así Shanna partió sola y cabalgó subiendo la colina hacia el lugar donde estaban construyendo el trapiche. En una de las estrechas calles de la aldea se cruzó con Ralston, pero cuando él se detuvo y se llevó la mano al sombrero a manera de saludo, Shanna hizo que su cabalgadura apurara el paso e ignoró al hombre.

El día era agradable, casi fresco, con ráfagas de viento que hinchaban la falda de su traje de amazona color gris paloma y agitaba los rizos de pelo alrededor de su cara. Cuando se acercaban al lugar de la construcción, Attila empezó a encabritarse. Shanna era una amazona experimentada pero esta tarde no prestó mucha atención al animal, cuyo nerviosismo, en cualquier otro día, hubiera sido una advertencia para ella. El sonido de una campanilla y un ruido entre los arbustos junto al camino resultaron ser una cabra que se había soltado de sus ataduras. Attila se asustó, se alzó sobre las patas delanteras, y Shanna soltó las riendas. Tuvo que luchar para no caer.

El caballo se lanzó a la carrera pero en seguida surcó el aire un silbido claro y agudo. Attila se detuvo de repente y empezó a caminar hacia el molino, tan tranquilo como un potrillo recién destetado.

El caballo respondía de esa manera solamente a una persona. ¡Ruark! Shanna se tomó de las crines de Attila, miró a su alrededor y lo vio aguardándola junto a una pared a medio construir. Una vez más vestía los calzones cortos y su torso musculoso y atezado contrastaba marcadamente con la blancura de la prenda. Al ver esos pantalones, Shanna sintió deseos de gritar de cólera.

Ruark tomó las riendas y las ató a un poste. Su propia ira se notó en su voz.

– Si tiene que montar este animal, señora, podría hacerlo poniendo más cuidado por su seguridad. Si prefiere cabalgar distraída y soñando despierta, búsquese una montura más mansa.

La reprimenda fastidió a Shanna y le resultó más irritante porque sabía que él decía la verdad. Attila no era lo que la mayoría de las jóvenes elegirían para cabalgadura. El animal era brioso, e inquieto y necesitaba en las riendas una mano firme y atenta.

– ¿Mi padre es un amo tan duro que lo obliga a trabajar en un domingo? -dijo Shanna-. ¿Qué esta haciendo aquí?

– Quería ver unas pocas cosas sin que estén aquí los obreros -dijo Ruark.

Se acercó más, la tomó de la cintura y la hizo bajar deslizándola contra su torso desnudo.

– Hasta que tú apareciste, amor mío, estaba seguro de que mi día estaba perdido.

La depositó en el suelo y se inclinó para besarla. Pero Shanna, como indiferente a su proximidad, se quitó el sombrero y lo puso entre ellos.

– ¿y cómo fue, señor, que yo le he salvado el día? -replicó ella fríamente. Se apartó un paso de él y puso su sombrero en el arzón de la montura. Todavía sentía en su cintura la presión de las manos de él-. Vine solamente para ver los progresos del trapiche. Si hubiera sabido que estarías aquí habría buscado un placer diferente.

Ruark sonrió y se alisó el cabello con una mano.

– Ah, amor mío, ¿es que todavía me temes? -dijo él. Shanna se irguió indignada y se apartó más.

– Es que prefiero no ser maltratada y ultrajada como parece que te sientes inclinado a hacerlo. El cumplimiento del pacto parece que no te bastó.

– Sí, amor, no me basta -confesó ligeramente Ruark y la atrajo hacia sí-. En realidad, ello ha aumentado mis deseos.

Shanna puso entre los dos su fusta de montar pero las manos de Ruark la tomaron con firmeza y ella no pudo impedir el temblor que le recorrió el cuerpo.

– Trata de controlarte, Ruark -advirtió ella-. No vine a acostarme contigo, sólo a ver el trapiche. Ahora me pregunto si debo quedarme. Tú nunca pareces conforme.

Los ojos de Ruark brillaron como ascuas doradas entre sus pestañas oscuras.

– Ah, tú me tientas irresistiblemente, Shanna.

La mirada de él hizo que se aceleraran los latidos de su corazón y Shanna apartó rápidamente los ojos. Nadie antes que Ruark la había hecho temblar por ninguna razón y mucho menos con una mirada o con meras palabras. ¿Qué tenía este colonial que la afectaba tan intensamente? Había habido otros hombres apuestos, algunos muy brillantes y atrevidos que le pidieron galantemente la mano. Esos la aburrían. A otros ella los había considerado inteligentes pero había admirado sus mentes y nada más. Otros eran muy jóvenes y faltos de madurez, aunque la idea de tener a un anciano como esposo le causaba repugnancia. Ruark era joven y de mente ágil, y el solo recuerdo de la forma en que le había hecho el amor la llenaba de una deliciosa excitación.

Turbada por sus propios pensamientos, Shanna se apartó. ¿Sería ella una zorra hambrienta de amor?

– ¿Me mostrarás el trapiche? -dijo desviando la mirada-. ¿Y te comportarás como un caballero?

– Te mostraré el trapiche -replicó Ruark, pero no hizo ninguna promesa acerca de la segunda pregunta.

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