Shanna
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– No puedo. No me lo pidas.
– Te lo pido.
– No. No puedo. Debo volver a casa, Ruark. Déjame ir. -Shanna sintió vértigos bajo el asalto de los besos de él y su voz se hizo más débil-. Por favor… Ruark…
– Te has propuesto atormentarme -suspiró él.
Durante un largo momento él la besó apasionadamente en la boca. Después, súbitamente, la soltó y se incorporó de la cama con un rápido despliegue de elásticos músculos. Con los labios todavía palpitándole en demanda de los de él, Shanna se levantó de mala gana de la cama, habiendo perdido mucho de su deseo de marcharse. Lentamente caminó delante de él cuando dejaron la cabaña. De tanto en tanto él le acariciaba ligeramente el brazo desnudo.
Caminaron por la oscuridad hacia la mansión. Los pájaros ya estaban despertándose con las brisas refrescantes del inminente amanecer y probaban sus voces para la obertura, como las notas vacilantes de flautas, oboes y otras maderas de una orquesta. Shanna caminaba silenciosamente junto a Ruark. La hierba húmeda estaba fresca debajo de sus plantas desnudas y los árboles los rociaban con gotas de lluvia cuando la brisa agitaba el follaje mojado.
Manteniéndose en las sombras más densas, rápidamente cruzaron el claro hasta la casa y pronto estuvieron debajo del balcón de Shanna.
– Ahora será mejor que te vayas -murmuró ella-. Yo daré la vuelta y subiré por la escalera.
Ruark miró hacia la veranda.
– No sería difícil izarte hasta allí, si deseas aventurarte por este camino.
Shanna lo miró dubitativa.
– Probablemente me rompería el cuello -dijo.
– Confía en mí, amor mío -rió Ruark-. No eres muy grande. Puedo subirte en un momento. -Dobló levemente la rodilla-. Vuélveme la espalda, dame tus manos y pon tu pie aquí, sobre mi muslo. Puedes sentarte sobre mi hombro y estarás a mitad de camino.
Shanna hizo con hesitación lo que le decía y quedó sorprendida por la facilidad con que se realizó la maniobra. Lo miró desde arriba y el sonido de su alegría burbujeó en la quietud del alba.
Con cierto atrevimiento, comentó:
– Para ser un siervo, siempre pareces darme una mano en mis momentos de necesidad. Creo que te conservaré cerca por tus servicios.
Ruark le mordió jugando el muslo y provocó una apagada protesta de Shanna, quien se apresuró a terminar de subir. Con una mano en una nalga y la otra sosteniéndole una pierna, él la levantó hasta que ella pudo asirse de la parte inferior de la balaustrada; después la levantó más y ella apoyó un pie en la enredadera. Cuando estuvo segura en el balcón, Shanna rió suavemente y se inclinó para despedirlo agitando una mano.
– Muchas gracias, señor dragón -dijo en voz baja. Ruark rió por lo bajo y le hizo una profunda reverencia.
– Siempre a su servicio, señora mía -dijo.
Ruark se alejó con ese andar lento y elástico que a ella le hacía pensar en un animal silvestre. Fascinada, Shanna siguió mirándolo hasta que él se perdió entre los árboles. Se volvió lánguidamente, se levantó el cabello sobre la nuca y sonrió para sí misma, con los ojos soñadores e iluminados por un radiante resplandor. Entró en el dormitorio tirando de los lazos de su blusa y quedó paralizada cuando una figura se adelantó desde atrás de las cortinas.
– ¡Señor dragón, por supuesto! -La voz estaba cargada de disgusto.
– ¡Hergus! -exclamó Shanna y trató de aquietar el atemorizado palpitar de su pecho-. ¡Me asustaste terriblemente! ¿Qué haces levantada a esta hora y en mi habitación?
– Estaba preocupada por usted. Sé que teme a las tormentas y vine a acompañarla hasta que pasara.
Cuando vi que no estaba, aguardé, temerosa de que también viniese su padre. Estaba decidida a meterme en la cama y hacerle creer que era usted, profundamente dormida, como hubiera debido estarlo si tuviera algo de buen sentido.
Shanna, ansiosa por quedarse a solas con sus pensamientos y los recuerdos de las horas pasadas, no estaba de humor para discutir con la mujer.
– Me voy a la cama -declaró con firmeza-. Quédate o vete. No hay ninguna diferencia. Pero de cualquier modo frena tu lengua. No te escucharé a esta hora de la mañana.
Shanna pasó junto a Hergus y fue hasta la cama, donde había dejado su camisón. En el horizonte empezaba a romper el día pero ella se quitó sus ropas campesinas y le volvió la espalda a Hergus, quien la miraba con expresión agraviada, los brazos en jarras y el ceño fruncido. Por primera vez en su vida, Shanna se sintió incómoda, hasta avergonzada de su propia desnudez en presencia de la criada, aunque la escocesa la había ayudado a vestirse casi desde su primer vagido. ¿Eran las tonalidades magenta del sol naciente lo que pintaba, de rosa sus pechos y muslos, o era una marca dejada por el cuerpo de Ruark? Al recordar los momentos pasados, Shanna enrojeció intensamente y se apresuró a ponerse el breve camisón.
– Me iré -dijo Hergus, disgustada-. Pero no quedaré contenta hasta que haya terminado completamente esta locura. Qué vergüenza, dormir con un hombre, dejar que él haga 1o que quiera sin votos
Matrimoniales que los unan. Sí, sabía, que las cosas saldrían mal cuando quedó viuda tan poco tiempo después de- casarse, hermosa y de sangre caliente como es… eso puedo verlo claramente. Usted y el señor Ruark, los dos son iguales. Demasiados fuegos para apagar.
Shanna, sin decir palabra, se acomodó en el medio de la cama y observó a Hergus con los ojos entrecerrados mientras la mujer recogía las ropas descartadas y las guardaba en el armario. Cuando la criada se marchó, Shanna lanzó una última mirada de fastidio en dirección a la puerta. Después se volvió, se deslizó entre las sábanas de seda y se hundió feliz en el sueño, con el recuerdo de unos brazos vigorosos que la estrechaban y unos labios insistentes que la besaban en la boca fundiéndose con sus sueños.
CAPITULO DIEZ
Llegó el domingo. En la isla, una capilla servía a quienes se sentían inclinados a reunirse para rendir culto a Dios. Era costumbre de la familia Trahern asistir a los servicios y en ese aspecto este día no fue diferente. Esta mañana, la excepción era que Ruark estaba allí. Cuando entró en la iglesia rozó a Shanna al pasar y ella, por un instinto extraño, supo quién era antes de volverse. Su mirada se posó, como a la fuerza, en la espalda del hombre alto y esbelto vestido de seda color verde selva.
– Oh, señor Ruark -dijo jovialmente el hacendado y Ruark se volvió y lo miró como si se sintiera sorprendido de encontrarse tan cerca de la familia Trahern. Shanna admiró su frialdad. El se mostraba tan despreocupado acerca de todo que nadie, con la posible excepción de Hergus quien estaba varios pasos más atrás, hubiera podido adivinar que él había procedido con gran deliberación.
Ruark devolvió el saludo de Trahern antes que su mirada se posara en Shanna y se regalara, un momento fugaz con su belleza iluminada por un rayo de sol y vestida de linón color verde claro. Ella le sonrió fríamente debajo del ala de su sombrero.
– Vaya, señor Ruark, creo que usted está volviéndose civilizado ¿Vestido adecuadamente y viniendo a la iglesia? Apenas puedo creer lo que ven mis ojos.
El sonrió con picardía.
– No quise disgustar indebidamente al ministro con mis ropas escasas.
– ¿Sí? -repuso Shanna-. No creía que nada le importara, señor Ruark. Ciertamente, usted no ha mostrado ninguna vacilación en ponerse esas ropas, esos espantosos calzones, en la aldea, donde todas las muchachas lo miran boquiabiertas. Si fuera usted modesto, se diría que es la aldea el lugar más conveniente para empezar, a fin de no herir demasiado a mentes inocentes.
Trahern se apoyó en su bastón y los observó a los dos, preguntándose si la discusión terminaría en más palabras hirientes. No podía entender la irritación de su hija con ese hombre.
– Señora -dijo Ruark, apoyando una mano atezada sobre su corbatín de encaje blanco y en tono levemente burlón-, yo no quise herir a mentes inocentes. -La miró directamente a los ojos…,.-. Tampoco deseo confundir a las mentes sencillas. Pero siempre he respetado a un hombre de sotana y he creído debidamente en las palabras y los votos pronunciados en una iglesia.
Shanna entre cerró ligeramente los ojos. ¡El canalla! Ahora que el pacto estaba cumplido, él la reclamaría por derecho de matrimonio. Bien, eso creería él, pero ella tenía otras cosas en la mente y no sería la esposa de un siervo..
– Siéntese con nosotros, señor Ruark -invitó Trahern, tratando de evitar una escena en público. Shanna pareció fulminado con la mirada..
– Estoy segura de que el señor Ruark preferiría sentarse con Milly Hawkins -replicó secamente Shanna, y agitó el abanico en dirección a la joven, quien estiraba el cuello para ver a Ruark por encima del hombro de su madre-. Ella parece estar fascinada con sus nuevas ropas, señor Ruark.
Ruark miró fugazmente en dirección a la muchacha y Milly sonrió con expresión radiante.
– Muchas gracias, señor -dijo él, dirigiéndose a Trahern e ignorando a Shanna-. Me gustará muchísimo.
El hacendado los precedió con una risa suave que le hacía temblar la barriga. Ruark caminó a su lado y asintió cuando Trahern hablaba. En el banco de la familia, Shanna se ubicó silenciosamente al lado de su padre y se dedicó a ignorar a Ruark pues se vio severamente observada por Hergus.