El cirujano

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El cirujano
Название: El cirujano
Автор: Gerritsen Tess
Дата добавления: 16 январь 2020
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El cirujano - читать бесплатно онлайн , автор Gerritsen Tess

Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…

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Abrió la primera carpeta acordeón y comenzó a leer.

Cuando finalmente se levantó de su silla tres horas más tarde y estiró su espalda encorvada, ya era el mediodía y apenas comenzaba a escalar esa montaña de papel. Ni siquiera había captado un soplo del olor del Cirujano. Caminó alrededor de la mesa, mirando las etiquetas de las cajas que todavía no había abierto, y localizó una que decía: 12 Fox-Torregrossa-Voorhees-Cordell. Recortes de Diario-Videos-Misc.

Abrió la caja y encontró media docena de cintas de video encima de una gruesa pila de carpetas. Sacó un video rotulado: Casa de Capra. Estaba fechado el 16 de junio. El día posterior al ataque de Catherine.

Encontró a Singer en su escritorio, comiendo un sandwich. Uno especial con una abultada montaña de roast beef. El escritorio solo le decía bastante sobre Singer. Estaba ordenado a la enésima potencia; las pilas de papel alineadas con las esquinas perfectas. Un policía seguramente grandioso para los detalles pero con quien trabajar debía de ser un verdadero martirio.

– ¿Hay alguna reproductora de video que pueda utilizar? -dijo Moore.

– La tenemos bajo llave.

Moore esperó, sin molestarse en pronunciar su siguiente pedido a causa de su obviedad. Con un suspiro dramático, Singer buscó en su escritorio las llaves y se puso de pie.

– Supongo que la necesita ahora, ¿no es verdad?

En el cuarto de almacenamiento, Singer sacó el mueble con la reproductora y la televisión y la empujó hasta la sala en la que Moore estaba trabajando. Enchufó los cables y apretó los botones de encendido con un gruñido de satisfacción cada vez que algo funcionaba.

– Gracias -dijo Moore-. Es probable que la necesite por unos días.

– ¿Ya tenemos grandes revelaciones? -No había manera de confundirse acerca de la nota de sarcasmo en su voz.

– Apenas comienzo.

– Veo que tiene el video de Capra. -Singer sacudió la cabeza-. Hombre, sí que había cosas raras en esa pocilga.

– Pasé por esa dirección anoche. Ahora sólo hay un descampado.

– El edificio se quemó hace un año. Después de Capra, la propietaria no consiguió alquilar el departamento de arriba. Así que comenzó a cobrar las visitas, y aunque no lo crea hubo una buena cantidad de interesados. Ya sabe, los enfermos que siguen a Anne Rice y van a adorar la guarida de un monstruo. Diablos, hasta la propietaria misma era extraña.

– Necesitaría hablar con ella.

– No podrá a menos que sepa hablar con los muertos.

– ¿El incendio?

– ¡La criatura chamuscada! -Singer se rió-. El fumar es perjudicial para la salud. Seguro que ella lo comprobó.

Moore esperó a que Singer saliera. Luego insertó la cinta de la Casa de Capra en la ranura de la reproductora.

Las primeras imágenes eran del exterior, a la luz del día, tomadas desde el frente de la casa donde había vivido Capra. Moore reconoció el árbol con la mata de musgo. La casa en sí era poco agradable: una caja de dos pisos que necesitaba una mano de pintura. La voz invisible del camarógrafo daba la fecha, la hora y el lugar. Se identificó como el detective de Savannah Spiro Pataki. A juzgar por la cualidad de la luz, Moore adivinó que el video había sido tomado a primeras horas de la mañana. La cámara recorrió la calle, y vio pasar a un corredor que miró con curiosidad hacia la lente. El tránsito era pesado (¿la hora pico de la mañana?) y unos pocos vecinos estaban parados en la acera, mirando fijo al camarógrafo.

Ahora la lente volvía meciéndose a la casa y se acercaba a la puerta principal con los consabidos saltos de las cámaras manuales. Una vez dentro, el detective Pataki recorría brevemente el primer piso, donde vivía la propietaria, la señora Poole. Moore entrevió unas alfombras descoloridas, muebles oscuros, un cenicero rebasado de colillas. El hábito fatal de una futura criatura chamuscada. La cámara avanzó por unas escaleras estrechas, y a través de una puerta con una enorme cerradura que daba al departamento de Andrew Capra.

Moore sentía claustrofobia con sólo mirar. El segundo piso había sido dividido en dos cuartos chicos, y quienquiera que hubiese hecho ese arreglo debía de tener un acuerdo especial con la fábrica de paneles de madera. Todas y cada una de las paredes estaban cubiertas con paneles oscuros. La cámara avanzaba por un pasillo tan estrecho que ésta parecía abrirse paso dificultosamente a través de un túnel.

– Dormitorio a la derecha -dijo Pataki a la cámara, adelantando la lente por la puerta para captar una breve imagen de dos camas de una plaza prolijamente tendidas, una mesa de luz y una cómoda. Todo los muebles que cabían en esa borrosa cueva.

– Vamos hacia la parte de atrás de la sala -dijo Pataki mientras la cámara saltaba una vez más hacia el túnel. Emergió a un cuarto más amplio donde circulaban otras personas con aspecto sombrío. Moore divisó a Singer junto a un armario. Allí estaba la acción.

La cámara enfocó a Singer.

– Esta puerta estaba cerrada con candado -dijo Singer, apuntando al candado roto-. Tuvimos que hacer saltar las bisagras. Adentro encontramos esto. -Abrió la puerta del armario, y tiró de la cadenita de la luz.

La cámara se desenfocó por unos instantes, y luego volvió a ajustarse abruptamente, de modo que la imagen volvía a llenar la pantalla con sorprendente nitidez. Era una foto en blanco y negro de la cara de una mujer, los ojos muy abiertos y sin vida, el cuello cortado tan profundamente que el cartílago traqueal quedaba al descubierto.

– Creo que es Dora Ciccone -dijo Singer-. Está bien, ahora enfoca esto.

La cámara se movió a la derecha. Otra fotografía, otra mujer.

– Éstas parecen ser fotografías tomadas post mórtem a cada una de las cuatro víctimas. Creo que estamos viendo las imágenes de la muerte de Dora Ciccone, Lisa Fox, Ruth Voorhees y Jennifer Torregrossa.

Era la galería de fotos privada de Andrew Capra. Un retiro en el que podía revivir el placer de sus matanzas. Lo que Moore encontraba más perturbador que las imágenes mismas eran los espacios blancos que quedaban libres en la pared, y el pequeño paquete de tachuelas que descansaba sobre el estante. Había espacio de sobra para más cosas.

La cámara saltó de forma mareante fuera del armario, y volvió nuevamente al cuarto más grande. Pataki recorría lentamente el lugar, capturando con la cámara un sillón, un televisor, un escritorio y un teléfono. Estantes llenos de libros de medicina. La cámara continuaba su recorrida hasta llegar al lugar de la cocina. Enfocó la heladera. Moore se adelantó, con la garganta repentinamente seca. Ya sabía lo que contenía la heladera, pero de todos modos advirtió cómo se aceleraba su pulso, y el estómago se le revolvió de pánico mientras veía a Singer caminar hasta la heladera. Singer se detuvo y miró a la cámara.

– Esto es lo que encontré adentro -dijo, y abrió la puerta.

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