La Tabla De Flandes
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A finales del siglo XV un viejo maestro flamenco introduce en uno de sus cuadros, en forma de partida de ajedrez, la clave de un secreto que pudo cambiar la historia de Europa. Cinco siglos despu?s, una joven restauradora de arte, un anticuario homosexual y un exc?ntrico jugador de ajedrez unen sus fuerzas para tratar de resolver el enigma.
La investigaci?n les conducir? a trav?s de una apasionante pesquisa en la que los movimientos del juego ir?n abriendo las puertas de un misterio que acabar? por envolver a todos sus protagonistas.
La tabla de Flandes es un apasionante juego de trampas e inversiones -pintura, m?sica, literatura, historia, l?gica matem?tica- que Arturo P?rez- Reverte encaja con diab?lica destreza.
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– Yo nunca bromeo -dijo por fin, como si hubiese estado considerando la conveniencia de precisar aquello-. Y menos cuando se trata de ajedrez -hizo el gesto de golpear con el índice la tarjeta-. Le aseguro que es exactamente eso lo que hace: proseguir la partida en el punto en que la dejó el pintor.
Miren el tablero:
– … Observen -Muñoz indicó la cartulina-. Tb3?… Pd7-d5Æ. Ese Tb3 significa que las blancas mueven la torre que está en B5 y la llevan a B3. Lo acompaña un signo de interrogación, que yo interpreto como que se nos sugiere ese movimiento. Eso permite deducir que nosotros jugamos con blancas y el adversario con negras.
– Muy apropiado -comentó César-. En el fondo es adecuadamente siniestro.
– No sé si es siniestro o dejar de serlo, pero es exactamente lo que hace. Nos dice: «yo juego con negras y os invito a mover esa torre a B3»… ¿Comprenden? Si aceptamos el juego, tenemos que mover como nos sugiere, aunque podríamos escoger otra jugada más oportuna. Por ejemplo, comernos el peón negro que está en B7 con el peón blanco de A6… O la torre blanca de B6… -se detuvo un instante, absorto, como si su mente se hubiera internado automáticamente por las posibilidades que ofrecía la combinación que acababa de mencionar, y después parpadeó, retornando con visible esfuerzo a la situación real-. Nuestro adversario da por sentado que aceptamos su reto y hemos movido la torre blanca a B3, para proteger nuestro rey blanco de un posible movimiento lateral hacia la izquierda de la dama negra y, al mismo tiempo, con esa torre apoyada por la otra torre y el caballo blanco, amenazar de mate al rey negro que está en la casilla A4… Y de todo esto deduzco que le gusta el riesgo.
Julia, que seguía sobre el tablero las explicaciones de Muñoz, levantó los ojos hacia el ajedrecista. Estaba segura de haber detectado en sus palabras un rastro de admiración hacia el jugador desconocido.
– ¿Por qué dice eso?… ¿Cómo puede saber lo que le gusta y lo que no?
Muñoz hundió la cabeza entre los hombros, mordiéndose el labio inferior.
– No sé -respondió tras un titubeo-. Cada uno juega al ajedrez según es. Creo que ya les expliqué eso una vez -puso la tarjeta sobre la mesa, junto al tablero-. Pd7-d5Æ significa que las negras escogen ahora jugar avanzando el peón que tienen en D7 a D5, y amenazan con un jaque al rey blanco… Esa crucecita junto a las cifras significa jaque. Traducido: estamos en peligro. Un peligro que podemos evitar comiéndonos ese peón con el blanco que está en E4.
– Sí -dijo César-. En lo que se refiere a las jugadas, de acuerdo. Pero no entiendo qué tiene eso que ver con nosotros… ¿Qué relación hay entre esas jugadas y la realidad?
Muñoz hizo un gesto ambiguo, como si le estuviesen pidiendo demasiado. Julia vio que los ojos del jugador de ajedrez buscaban los suyos, desviándose apenas un segundo después.
– No sé cuál es la relación exacta. Tal vez se trata de un aviso, de una advertencia. Eso no puedo saberlo… Pero la siguiente jugada lógica de las negras, tras serles comido el peón en D5, sería dar un nuevo jaque al rey blanco, llevando el caballo negro que está en D1 a B2… Así las cosas, sólo hay una jugada que puedan hacer las blancas para evitar el jaque, manteniendo al mismo tiempo su posición de cerco al rey negro: comerse el caballo negro con la torre blanca. La torre que está en B3 se come el caballo en B2. Observen ahora la posición en el tablero:
Se quedaron los tres en silencio, inmóviles, estudiando la nueva posición de las piezas. Julia comentaría más tarde que en aquel momento, mucho antes de comprender el significado del jeroglífico, presintió que el tablero había dejado de ser una simple sucesión de cuadros blancos y negros para convertirse en un terreno real que representaba el curso de su propia vida. Y como si el tablero se hubiera tornado espejo, descubrió algo familiar en la pequeña pieza de madera que representaba a la reina blanca, en su casilla E1, patéticamente vulnerable en la proximidad amenazadora de las piezas negras.
Pero fue César el primero que se dio cuenta.
– Dios mío -dijo. Y aquello sonó tan extraño en sus agnósticos labios que Julia lo miró, alarmada. El anticuario tenía los ojos fijos en el tablero y la mano que sostenía la boquilla detenida a escasos centímetros de la boca, como si la comprensión le hubiese llegado de golpe, paralizando el gesto apenas iniciado.
Volvió Julia a mirar el tablero mientras sentía la sangre batirle sordamente en las muñecas y las sienes. No era capaz de ver más que la indefensa reina blanca, pero sentía el peligro como un pesado lastre sobre su espalda. Entonces levantó los ojos hacia Muñoz en demanda de auxilio, y vio que el jugador de ajedrez movía pensativo la cabeza, mientras una profunda arruga vertical le dividía la frente. Después, la sonrisa vaga que ella había visto otras veces le rozó un instante los labios, pero no había rastro de humor en ella. Era una mueca fugaz, algo resentida; la de quien, muy a su pesar, se ve forzado a reconocer el talento de un adversario. Y Julia sintió estallar un miedo oscuro, intenso, pues comprendió que incluso Muñoz estaba impresionado.
– ¿Qué ocurre? -preguntó, incapaz de reconocer su propia voz. Los escaques del tablero se movían ante sus ojos.
– Ocurre -dijo César, cambiando una grave mirada con Muñoz- que el movimiento de la torre blanca enfila ahora a la reina negra… ¿No es eso?
El jugador de ajedrez inclinó el mentón, en señal de asentimiento.
– Sí -dijo al cabo de un instante-. En la partida, la dama negra, que antes estaba a salvo, queda al descubierto… -se detuvo un momento; aventurarse por el camino de las interpretaciones extraajedredísticas era algo en lo que no parecía moverse a sus anchas-. Eso puede significar que el jugador invisible nos comunica algo: su certeza de que el misterio del cuadro ha sido resuelto. La dama negra…
– Beatriz de Borgoña -murmuró la joven.
– Sí. Beatriz de Borgoña. La dama negra que, según parece, ya mató una vez.
Las últimas palabras de Muñoz quedaron en el aire como si no esperasen respuesta. César, que había permanecido en silencio, alargó la mano y deshizo delicadamente la brasa de su cigarrillo en un cenicero, con el gesto meticuloso de quien necesita hacer algo para mantenerse en contacto con la realidad. Después miró a su alrededor como si en alguno de los muebles, cuadros u objetos de su tienda de antigüedades se hallase la respuesta a las preguntas que todos se formulaban.
– La coincidencia es absolutamente increíble, queridos míos -dijo-. Esto no puede ser real.
Alzó las manos y las dejó caer a los costados, en un gesto de impotencia. Muñoz se limitó a encoger hoscamente los hombros bajo la arrugada gabardina.
– Aquí no hay coincidencia que valga. Quien ha planeado esto es un maestro.
– ¿Y qué pasa con la reina blanca? -preguntó Julia.
Muñoz sostuvo unos segundos su mirada y movió una mano hacia el tablero, deteniéndola sólo a unos centímetros de la pieza, como si no se atreviera a tocarla. Después señaló con el dedo índice la torre negra en C1.
– Pasa que puede ser comida -dijo con calma.
– Ya veo -Julia se sentía decepcionada; había creído experimentar una impresión más fuerte cuando alguien confirmase sus aprensiones en voz alta-. Si lo he entendido bien, el hecho de haber descubierto el secreto del cuadro, es decir la culpabilidad de la dama negra, se refleja en esa jugada de torre a B2… Y la dama blanca está en peligro, pues debió retirarse a lugar seguro en vez de andar por ahí complicándose la vida. ¿Es la moraleja, señor Muñoz?
– Más o menos.
– Pero todo ocurrió hace cinco siglos -protestó César-. Sólo la mente de un loco…
– Tal vez se trate de un loco -opinó Muñoz, ecuánime-. Pero jugaba, o juega, condenadamente bien al ajedrez.