La Telara?a China
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Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.
Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.
El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.
H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`
En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…
Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.
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– Ni hablar, nunca -espetó Watson-. Lee ha sido hallado culpable de matar a mi hijo. Tiene que pagarlo.
Cuanto más intentaban David y Hulan convencer a Watson de que estaba en un error, más firme era su decisión, pero David no se dejó amilanar.
– Puedo conseguir una orden del Departamento de Estado. Entonces tendrá que iniciar una investigación oficial sobre los visados.
– Para entonces -masculló el embajador-, el asesino de mi hijo estará muerto y todo esto habrá terminado.
Phil Firestone entró para decir que el presidente se hallaba al teléfono.
– Tendremos que seguir con esto más tarde -dijo el embajador.
– Sólo una cosa más -dijo Hulan, poniéndose en pie-. Su hijo tenía negocios con Guang Henglai. ¿Está seguro de que usted no lo sabía?
Las duras facciones del embajador se habían convertido en las de un viejo.
– No sé qué decir, inspectora. Supongo que no conocía a mi hijo demasiado bien.
– ¿ Señor embajador? -le apremió Firestone-. El presidente.
Cuando David y Hulan se dirigieron a la puerta, el embajador Watson hizo una última petición con el dedo preparado para apretar el botón que le permitiría oír la voz del presidente.
– Por favor, no cuenten nada de todo esto a mi esposa. Elizabeth ha sufrido mucho. Esto la mataría.