La Telara?a China
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Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.
Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.
El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.
H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`
En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…
Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.
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18
11 de febrero, el cruce de caminos
David y Hulan llegaron a China Land and Economics Tower a las nueve de la mañana. Una secretaria los condujo hasta el despacho de Guang, excesivamente caldeado. Les sirvieron té y dulces. Por supuesto, Guang estaba al corriente del arresto y condena de Spencer Lee.
– Estaré siempre en deuda con ustedes -les dijo en inglés-. Si hay algo que pueda hacer por cualquiera de los dos, sería un honor para mí. Por favor, permítanme empezar dando un banquete para celebrar su triunfo.
– Antes de eso, señor Guang, tenemos que hacerle unas preguntas.
– Pero el criminal ha sido arrestado… va a ser ejecutado…
– El fiscal Stark y yo no creemos que Spencer Lee fuera el responsable de la muerte de su hijo -dijo Hulan. El rostro de Guang se ensombreció mientras escuchaba-. Mientras estábamos en Los Angeles, el fiscal Stark y yo hicimos algunos hallazgos interesantes. Esperamos que usted nos ayude a comprenderlos.
– Lo que sea. Todo lo que esté en mi mano.
– Puede que esto no sea agradable para usted -le advirtió Hulan.
– La muerte de mi hijo no fue agradable para mí, inspectora. Nada de lo que pueda decirme cambiará eso.
Creemos que su hijo estaba involucrado en el tráfico…
Guang dio un respingo.
– No se trata de narcóticos -se apresuró a decir ella-, sino con medicinas ilegales en Estados Unidos y en China.
Guang rechazó la idea con protestas parecidas a las del embajador. Finalmente Hulan alzo una mano para hacer callar al empresario y explicó lo que los chicos haían estado haciendo.
– Tiene que responder a algunas preguntas -dijo.
Al oír su tono imperativo, Guang se sento obedientemente en su asiento. Demasiados años en el campo de trabajo, penso Hulan. -¿Le suenan de algo los nombres de Cao Hua, Hu Qichen o Wang Yujen? -pregunto la inspectora.
Guang parecía confuso. Hulan leyo la lista de nombres hallada en el ordenador del Servicio de Inmigracion y que correspondía a personas que viajaban las mismas fechas que Guang Henglai y Billy Watson.
Jamás he oído hablar de ellos.
– Su hijo intento conseguir que uno de sus hermanos de California vendiera bilis de oso.
– Eso no me lo creo.
Hulan no le dio oportunidad de contar historias.
– Qué relacion tiene usted con el Ave Fénix? -pregunto de pronto.
– Ya se lo he dicho, no sé nada de ellos.
– ¿Ha estado involucrado en el contrabando de personas?
– iNo!
La educada pose de Guang empezaba a desmoronarse. Hulan tenía que seguir presionándole.
– ¿Ha estado usted involucrado en el contrabando de bilis de oso?
– ¿Patrocinaba usted a Billy Watson y a su hijo en el negocio?
– ¿Cuántas veces tengo que decírselo? No sé nada de eso.
– No sabía que su hijo hacía contrabando de productos fabricados por Panda Brand, una de sus propias empresas? -inquirió Hulan.
– Soy el dueño de Panda Brand -admitio él-, pero no puedo creer que mi hijo hiciera contrabando con sus productos. Los productos de Panda Brand son absolutamente legales.
– La bilis de oso no -señaló ella.
– No lo sé todo de cada uno de mis negocios, pero sí sé que nuestra empresa farmacéutica realiza investigaciones científicas. -Pareció recobrar su aplomo ahora que el tema había derivado de nuevo hacia los negocios-. Somos una de las cinco únicas compañías de China que ha recibido permiso con el fin de investigar los usos y atributos de la bilis de oso. Estoy seguro de que hay científicos en América que llevan a Cabo investigaciones similares. China intenta salvar a sus osos de la extinción. Nuestros osos se crían en cautividad. Cuando alcanzan la madurez, extraemos la bilis. No utilizamos las formas primitivas de extracción que se usan en las granjas ilegales. Pero no me diga que desvele cuál es nuestro procedimiento -se apresuró a añadir-. Es secreto. En cualquier caso, el plan de nuestro gobierno funciona. La bilis producida anualmente por un solo oso es igual a la obtenida con la matanza de cuarenta y cuatro osos salvajes. A lo largo de un período de producción de cinco años de un oso de granja, se salvan doscientos veinte osos salvajes. Potencialmente, miles de osos salvajes serán «salvados» cada año. Así pues, tenemos osos y otros animales para investigar en Panda Brand, sí, pero eso no significa que hagamos nada malo. Por eso nuestra fábrica está abierta al público. Vienen turistas de todas partes para ver nuestro pequeño zoo.
– Entonces, ¿puede explicar por qué descubrimos que se intentaba introducir ilegalmente bilis de oso de Panda Brand en el aeropuerto de Los Angeles? -pregunto David.
– Está usted en un error -dijo Guang, pero su voz vaciló.
– Me temo que no.
– Comprueben mis registros. Jamás hemos manufacturado ese producto para use público -insistió Guang-, y mucho menos para exportarlo a Estados Unidos.
– Guang Mingyun, usted conoce nuestra política -dijo Hulan-. Clemencia para los que confiesan…
– No utilice amenazas contra mí -replico él coléricamente-. Me pasé ocho años en un campo de prisioneros escuchándolas y no hicieron cambiar mis respuestas.
– Bien. Conoce usted muy bien las injusticias que pueden darse en nuestro país -prosiguió ella-. La ejecución de Spencer Lee está prevista para dentro de dos horas. No voy a mentirle. De alguna manera está involucrado en esto, pero si lo ejecutan, toda la información morirá con él. Metió la mano en su bolso y saco una cajita que entrego a Guang-. ¿Puede decirme qué es esto?
– Son las cajas de empaquetar que usamos en Panda Brand.
– Puede leernos lo que pone en la etiqueta?
– Dice… -La voz de Guang sonaba agraviada-. Dice «Bilis de oso de Panda Brand».
– Lo repetiré -dijo Hulan-. Clemencia para los que confiesan. Los ojos de Guang estaban húmedos.
– El año pasado me llegaron informes de que alguien estaba usando nuestra fábrica para manufacturar embalajes falsos como este. Cuando iniciamos la investigación, descubrimos también que alguien había estado robando bilis de oso de nuestras existencias. Como ya le he dicho, no hay nada ilegal en lo que nosotros hacemos. Producimos bilis de oso únicamente con fines científicos.
– ¿Qué hizo cuando descubrio que faltaban existencias?
– Aumentamos las medidas de seguridad. No hubo más pérdidas.
– ¿Sospecho de su hijo?
Esta última pregunta fue más de lo que Guang pudo soportar. Un ronco gemido surgio de sus entrañas. Luego se estremeció y aspiró profundamente antes de contestar.
– No hasta que desapareció.
– Encontró algo en su apartamento,¿verdad? -dijo Hulan. Guang asintio con expresión grave.
– Su nevera estaba vacía -dijo Hulan-. Pensé que había enviado usted a alguien para que recogiera los alimentos perecederos.
– Eso hice. Cuando el hombre al que envié lo trajo todo a casa, vi la bilis de oso. No sé por qué Henglai la guardaba en la nevera.
– Seguramente los chicos pensaron que así no la vería nadie -dijo Hulan, pero Guang no la escuchaba.
– Volví al apartamento yo mismo -dijo-. Encontré mas bilis. Más de la que nosotros hemos manufacturado jamás.
David se aclaro la garganta. Los tristes ojos de Guang se volvieron hacia él.
– Ayer supimos que hay muchas granjas de osos ilegales en los aledaños de Chengdu. ¿Es posible que su hijo tuviera relación con alguna de ellas?
– No lo sé, pero no pudo hacer todo eso él solo.
– Billy le ayudaba -le recordó David.
– No, me refiero a nuestra fábrica. Alguien de dentro tuvo que ayudarle. Si quieren saber la verdad, deberían investigar allí.
– Pero primero tenemos que detener la ejecución -dijo Hulan-. Para salvar la vida de Spencer Lee, prestaría declaración ante el tribunal sobre las actividades de Henglai?
Guang Mingyun asintió lentamente.
Antes de abandonar el despacho de Guang, Hulan intento llamar a la cárcel, pero los teléfonos no funcionaban en esa zona de la Ciudad. Llamo entonces al MSP con la esperanza de hablar con Zai o con su padre, pero le dijeron que ambos se habían ausentado. No había modo de saber si la solicitud de aplazamiento de la ejecución había sido aceptada. Eran las once cincuenta. David y Hulan tendrían que ir a la cárcel en persona si querían detener la ejecución.
Peter condujo a toda velocidad por calles secundarias y callejas, intentando evitar el tráfico de mediodía en las vías principales. Después de unos treinta y cinco minutos, giraron hacia la rotonda que tenían que rodear para llegar a la cárcel. El mercado al aire libre de cada mañana estaba a punto de cerrarse. La mayoría de los buhoneros vendían sus últimas mercancías a bajo precio, mientras que otros guardaban ya sus cosas para volver a casa. Entre el mercado y las puertas de la Cárcel Municipal 5, había gente parada, bloqueando el tráfico, chismorreando, ajustando las compras en las cestas de sus bicicletas, corriendo tras un niño o dos. Esperaban algo.
Hulan se bajo del Saab, parándose el tiempo justo para pedirle a Peter que no apagara el motor. Luego se abrió paso por entre la multitud, instando a David a seguirla. No habían llegado muy lejos cuando una camioneta descubierta entro en la plaza circular. Hulan vio a Spencer Lee de pie en la parte posterior de la camioneta, con las manos atadas a la espalda y un letrero de madera, también en la espalda, en el que se enumeraban sus delitos en gruesos caracteres rojos. Era un asesino, un conspirador, un contrarrevolucionario corrupto, una mancha negra en la Republica Popular China. El tradicional «desfile» de la ejecución acababa de empezar.
La muchedumbre que había en la rotunda reacciono como si un circo acabara de llegar a la ciudad. Los buhoneros abandonaron sus puestos, sabiendo que nadie les robaría. Las madres dejaron sus cotilleos, cogieron en brazos a sus hijos y se apiñaron en torno a la camioneta, siguiendo su avance, deliberadamente lento, alrededor de la plaza. David y Hulan se abrían paso a codazos mientras la multitud se volcaba de buena gana en el papel que se esperaba de ella.
– iCorrupto!
– iMuerte al asesino!
– i0jo por ojo!
Y Spencer Lee, que jamás había rehuido dar un buen espectáculo, puso toda la carne en el asador. Grito a la muchedumbre que eran unos cobardes. Grito a una atractiva joven que era una preciosidad y que le encantaría tomarla por esposa. Su propuesta fue recibida con gritos de «Excremento de vaca!» y «Criminal!». Lee mantuvo la cabeza Bien alta y sonrió de oreja a oreja, luego empezó a cantar un aria de una opera de Pekin. Su público estaba encantado. Era uno de los mejores condenados que habían visto.