La Telara?a China
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Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.
Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.
El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.
H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`
En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…
Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.
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13
Esa misma tarde, Silverlake
De pésimo humor, David condujo el coche zigzagueando por entre el tráfico en dirección a la Universidad del Sur de California. Hulan interpretó su silencio como frustración, por lo que, cuando dejaron el coche en el aparcamiento, se abstuvo de comentar lo extraño que era volver a su alma máter, y tampoco preguntó si podía ir a ver su antigua habitación o visitar a sus profesores predilectos. Una vez en la universidad, fueron directamente al edificio de administración.
Hulan recordaba a la mujer que se hallaba tras el mostrador. En veinte años, desde la época en que ella había empezado a estudiar en la USC, la señora Feltzer no había cambiado de aspecto. Su cabello seguía de un absurdo tono rojo, seguía teniendo una descomunal cintura y el vestido que la ceñía seguía siendo de los años cincuenta. Se suponía que el trabajo de la señora Feltzer consistía en ayudar a la gente, pero en lo que realmente sobresalía era en obligar a los alumnos a rellenar impresos incomprensibles o enviarlos a realizar extravagantes campañas para conseguir las inalcanzables firmas de los profesores. Hulan pensó que la señora Meltzer habría encajado perfectamente en la burocracia de Pekín.
– ¿En que puedo ayudarles?
– Trabajo para la fiscalía del Estado -dijo David-. Estamos realizando una investigación sobre las muertes de dos chicos que estudiaban aquí.
La señora Feltzer no se dejó impresionar.
– Nos sería de gran ayuda que nos permitiera echar una ojeada a los registros.
– No creo que sea posible -respondió la mujer.
David apoyó los codos sobre el mostrador, adoptó una leve sonrisa, nada aparatosa, amigable. Ella se convirtió en el centro de su atención, y Hulan sabía lo agradable que podía ser David.
– Vamos, señora Feltzer, apuesto a que no hay nada aquí que no pueda usted hacer -dijo con tono zalamero-. Apuesto a que sabe dónde está hasta el trozo más pequeño de papel de esta oficina.
Así había sido la primera experiencia de Hulan con David. Durante su primer año en Phillips, MacKenzie y Stout, ella se hallaba en la habitación de la fotocopiadora intentando conseguir que la encargada acabara de fotocopiar y encuadernar los documentos finales para una fusión. Los documentos llevaban media hora de retraso y el socio que los necesitaba había gritado a Hulan, asegurándole que la suya sería la carrera más corta en la historia de la abogacía si no tenía esos documentos sobre su mesa antes de media hora. La encargada de la fotocopiadora tenía otro punto de vista. «¡Ese idiota tendrá que esperar! Tengo otros cinco encargos antes que el suyo y a mediodía me voy a comer. Más vale que se siente.» Hulan rogó, suplicó, incluso le saltaron las lágrimas, pero la mujer permaneció impasible. De hecho, parecía disfrutar atormentando a la muchacha.
Entonces entró David, que era asociado del bufete, para fotocopiar un par de casos del socio para el que trabajaba. Al cabo de tres minutos la encargada lo dejaba todo por los documentos de Hulan. David y Hulan quedaron para ayudarla. Veinte minutos después habían concluido, David había pedido a Hulan que saliera con él y ella le había rechazado. Tuvo que pasar un año (el siguiente verano Hulan en Phillips, MacKenzie y Stout) para que aceptara salir a cenar con él, y sólo porque pareció la única manera de que la dejara en paz. No fue ése el resultado. El mostró el mismo encanto y la misma persistencia con Hulan que con la encargada de la fotocopiadora y ahora con la señora Feltzer.
– Esos chicos están muertos, señora Feltzer -insistía-. El mejor modo de ayudarles es descubrir lo que ocurrió. Podría haber algo de vital importancia en sus expedientes. Estoy seguro de que no querrá usted entorpecer una investigación del gobierno.
El expediente de Guang Henglai fue fácil de hallar, puesto que se encontraba en el archivo de alumnos que habían abandonado la universidad. Durante su único año en la USC había estudiado las asignaturas típicas de los novatos, y sus notas habían sido bajas, como cabía esperar. Durante el primer semestre se había alojado en una habitación de la residencia de estudiantes, pero había
abandonado el campus en el segundo.
Mientras repasaban el expediente sin descubrir nada importante, Esther Feltzer seguía buscando el expediente de William Watson hijo en el archivo de alumnos en activo. La señora Feltzer era realmente meticulosa y no estaba acostumbrada a que las cosas no estuvieran donde ella esperaba encontrarlas.
– Alguien ha archivado mal el expediente -dijo severamente-. 0 eso, o su información no es correcta.
Resultaba difícil imaginar que la señora Feltzer permitiera un error como aquél en su oficina, por lo que David decidió probar la alternativa.
– ¿Podría buscar en el archivo de alumnos que han abandonado la universidad?
– Creía que había dicho que estaba estudiando aquí -dijo la señora Feltzer recuperando su tono gruñón.
– Solo quisiera comprobar su excelente sugerencia -repuso David-. No tengo palabras para expresar lo mucho que agradecemos todo lo que está haciendo por la víctima y su familia.
Pese a sus palabras, su encanto empezaba a disminuir. Tras refunfuñar un poco, la mujer se alejó. Volvió unos minutos más tarde, dejó caer un expediente sobre el mostrador y dijo con aire disgustado:
– Lo que me temía, ya no estudia aquí.
La carrera académica de Billy Watson había sido tan corta y mediocre como la de su amigo. Prácticamente habían hecho las mismas asignaturas con idénticos resultados. Les habían asignado la misma residencia, pero no habían compartido habitación. Al final del primer semestre, Billy Watson había permanecido en su residencia y, también al contrario que Henglai, el resto de su expediente estaba lleno de quejas formales que ponían de manifiesto la problemática estancia del joven estadounidense en la universidad.
Durante su primera semana, lo habían pillado arrojando latas de cerveza llenas a los asistentes de la fiesta de una hermandad universitaria. El decano de estudiantes había escrito una nota comprensiva afirmando que aquel episodio demostraba cierta falta de buen juicio, pero que, Billy lo había prometido, no volvería a repetirse. Dos cartas de profesoras informaban que Billy interrumpía sus clases con comentarios inoportunos y que no había hecho ninguno de los trabajos obligatorios. Al final del primer semestre, la deuda de Billy por tiques de aparcamiento impagados ascendía a quinientos dólares, suma que su padre había satisfecho antes del inicio del segundo semestre. Aparentemente eso no le había servido para aprender la lección, puesto que el total de tiques impagados en el segundo semestre ascendía a seiscientos veinticinco dólares.
Universidades privadas como la USC cobraban grandes sumas de dinero como matrícula, y aceptaban donativos de familias ricas e influyentes como los Watson. También se concedían becas. No obstante, Billy Watson había decidido abandonar la universidad voluntariamente. En una carta del 14 de agosto comunicaba a la dirección que no regresaría en septiembre y solicitaba que se le devolviera el importe de la matrícula mediante cheque a su nombre. De eso hacía dos años.
– Bien, ¿qué hacía entonces? -preguntó David cuando volvieron al coche-. ¿Dónde vivía?
– Me extraña que sus padres no supieran lo que ocurría. El embajador Watson dijo que enviaba un cheque para pagar la matrícula cada año. Pero ¿cómo es posible? ¿Cómo es posible que no supiera que su hijo no estaba en la universidad?
– No lo sé, Hulan. Hace un año más o menos, hubo un caso que ocupó las portadas de todos los periódicos. Durante cuatro años, unos padres de Fort Lauderdale pagaron la matrícula de su hijo en la Universidad de Michigan y le enviaron dinero para gastos. El les escribía cada mes, comentando las asignaturas que estudiaba, las notas que obtenía y dando detalles de sus planes de futuro. Entonces llegó el día de la graduación. Los padres fueron a Michigan para asistir a la ceremonia. El nombre de su hijo no estaba en el programa. Después lo buscaron entre la multitud, sin resultado. Fueron a la secretaría de la universidad y descubrieron que hacía tres años que su hijo no estudiaba allí. Tampoco vivía donde les había dicho que vivía. De hecho, el chico no aparecía por ninguna parte. No recuerdo qué ocurrió después, si al chico le había pasado algo o si era todo un montaje de él mismo para embaucar a sus padres.
– ¿Crees que eso le pasó a Watson? -preguntó Hulan con tono dubitativo.
– Empiezo a creer que todo es posible.
David condujo mientras Hulan aprendía a utilizar el teléfono del coche. La inspectora llamó a información para pedir el número de la oficina del sheriff de Butte, Montana, lo marcó y apretó el botón del altavoz. Por supuesto, el sheriff Waters conocía a la familia Watson. De hecho, conocía a Big Bill desde el instituto y había trabajado en todas sus campañas. Cuando Hulan preguntó por Billy, se produjo una pausa al otro lado del hilo telefónico.
– Claro que conocíamos a Billy -dijo el sheriff al fin con cautela.
– ¿Sabe que ha muerto?
– Sí, y es una tragedia. Bill y Elizabeth deben de estar pasándolo muy mal.
– Escuche, sheriff -dijo David al tiempo que tomaba la autopista de Hollywood-, intentamos reunir la mayor cantidad de información posible sobre Billy. Si llegamos a comprenderle, quizá podramos descubrir quién pudo asesinarlo…
– Ya, ya, incluso un agente de la ley de un pueblo perdido como yo ha estado en el laboratorio de ciencias de la conducta que el FBI tiene en Quántico.
– Así pues, ¿puede ayudarnos?
Por un momento, David pensó que la comunicación se había cortado, pero la voz del sheriff Waters volvió a sonar con tono cansado.
– Tiene usted que comprender que los Watson son buena gente. No merecían tener un hijo como Billy. Era problemático de nacimiento, y supongo que también murió así.
– Háblenos de él.
– ¿Cómo un tipo como yo va a meterse con un pobre e inocente niño? Eso era lo que yo solía pensar cuando los Watson traían a Billy a las reuniones infantiles y él hacía alguna burrada como volcar la mesa de los helados o hacer caer a la pequeña Amy Scott en la fuente. La gente de por aquí solía decir que Billy no era más que un niño mimado; yo solía decir que se le pasaría cuando creciera. Pero, ese chico llegó al instituto y no dejó de meterse en líos. Nada peligroso, nada por lo que pudiera encerrarle, sólo travesuras estúpidas, tentando siempre los límites hasta los que podía llegar.