La Telara?a China
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Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.
Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.
El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.
H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`
En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…
Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.
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– ¿Y Guang Mingyun?
Los dos hermanos intercambiaron una mirada.
– No lo conocemos. El no nos conoce. Ahora es hombre importante. Nosotros somos… -Harry Guang busco la palabra apropiada-: insignificantes.
– Pero la familia…
Harry Guang interrumpió a Hulan.
– Mi hermano mayor cuidó de mí cuando mi madre murió. Me envió a California para ponerme a salvo. Siempre estaré en deuda con él por ello. Pero lo que ocurrió después, ¿quién puede saberlo? Usted es de China, señorita Liu, quizá pueda usted decirnos qué lo cambió.
David sabía la respuesta, dura pero sincera, y la había oído de labios de otro inmigrante chino. Guang Mingyun se había convertido en un Ave fénix. Sus dos hermanos eran topos.
Bajaban por la estrecha carretera, cuando David paro el coche y apagó el motor.
– ¿Qué vendían esos chicos? ¿Drogas?
– Encajaría en la teoría de las tríadas -dijo Hulan.
– Sí, pero no me imagino a Sammy vendiendo heroína a viejos inmigrantes en Chinatown.
– Quizá vendían las drogas en Montana -sugirió Hulan.
– Entonces ¿cómo explicas lo de Sammy? ¿Para qué quería usarlo Henglai?
– Los chinos no sólo confían en sus parientes, sino que intentan ayudarles. Es nuestro deber ocuparnos de nuestros mayores.
– Pero no creo que Henglai fuera muy altruísta que digamos, ¿no te parece? No, creo que tenga algo que ver con el producto. Si no son drogas, ¿jade?, ¿oro? ¿Qué querría comprar un viejo de Chinatown?
Hulan meneó la cabeza.
– ¿Y qué es esa historia de los vaqueros de Montana? -preguntó David, tamborileando sobre el volante con los dedos mientras reflexionaba-. Henglai era un Príncipe Rojo. Ese chaval estaba acostumbrado a la vida nocturna de Pekín, la Rumours Disco, el karaoke, Remy Martin y todo lo demás. ¿Para qué ir a aquel rancho? ¿Para qué aquellas fiestas?
– Fácil. ¿Crees que no hemos oído hablar de los vaqueros y de la fascinación de la vida en el Oeste? Seguramente quería alardear de haber conocido el auténtico Oeste delante de sus amigos de Pekín.
David siguió tamborileando mientras repasaba los hechos una vez más.
– Billy Watson mintió a sus padres. En lugar de estudiar en la universidad, estaba en Montana dando fiestas, mostrando a su amigo la auténtica vida del Oeste. -Hulan asintió y David continuó-: Tenemos a dos chavales ricos de veintipocos años, ¿no? Veo chicas guapas. De hecho, veo montones de chicas del Oeste alimentadas con maíz.
– Billy y Henglai eran hombres jóvenes. Es normal.
– Entonces ¿por qué invitaban siempre a los vaqueros? ¿No hubiera bastado con una fiesta? ¿No hubieran preferido tener a todas esas chicas guapas para ellos solos?
– Dímelo tú. Tú eres el hombre.
– Ese es el problema, Hulan. No puedo explicártelo, porque no consigo quitarme a esos vaqueros de la cabeza. -David lanzó al aire otra posibilidad-. ¿Crees que Billy y Henglai eran homosexuales?
– No; lo hubiera visto en el expediente personal de Henglai. Créeme, mi gobierno no habría pasado por alto una cosa así.
– Pero ¿y si fue así?
– Entonces nos lo habrían dicho Bo Yun o Li Nan, o incluso Nixon Chen.
– De acuerdo -admitió David-, pero sigo sin creer que Billy y Henglai estuvieran interesados en las chicas. Esos dos eran unos mentirosos y eran cómplices. Querían algo de esos vaqueros igual que querían algo del tío de Henglai. La relación, y no me preguntes qué es porque no lo sé, tiene que ser el producto.
– Con suerte la encontraremos mañana en el aeropuerto. -Hulan puso la mano sobre la rodilla de David y la deslizó lentamente hacia su entrepierna-. Vamos, hoy ya no podemos hacer nada más. Volvamos al hotel.
Era la sugerencia más brillante que él hubiera oído jamás.