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Nunca Me Abandones

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Nunca Me Abandones
Название: Nunca Me Abandones
Автор: Ishiguro Kazuo
Дата добавления: 16 январь 2020
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Nunca Me Abandones - читать бесплатно онлайн , автор Ishiguro Kazuo

A primera vista, los jovencitos que estudian en el internado de Hailsham son como cualquier otro grupo de adolescentes. Practican deportes, o tienen clases de arte donde sus profesoras se dedican a estimular su creativi-dad. Es un mundo hermйtico, donde los pupilos no tienen otro contacto con el mundo exterior que Madame, como llaman a la mujer que viene a llevarse las obras mбs interesantes de los adolescentes, quizб para una galerнa de arte, o un museo. Kathy, Ruth y Tommy fueron pupilos en Hailsham y tambiйn fueron un triбngulo amoroso. Y ahora, Kathy K. se permite recordar cуmo ella y sus amigos, sus amantes, descubrieron poco a poco la verdad. El lector de esta esplйndida novela, utopнa gуtica, irб descubriendo que en Hailsham todo es una re-presentaciуn donde los jуvenes actores no saben que lo son, y tampoco saben que no son mбs que el secreto terrible de la buena salud de una sociedad.

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– Pero señorita Emily -dije-, ¿qué tiene que ver todo eso con nosotros? ¿Por qué tuvo que cerrar Hailsham por algo como lo que está diciendo?

– Tampoco nosotros vimos ninguna relación clara, Kathy. No al principio, al menos. Y ahora pienso a menudo que somos culpables por no haberla visto a tiempo. Si hubiéramos estado más alerta, menos absortos en nosotros mismos; si hubiéramos trabajado duro en aquella fase, cuando nos llegaron por primera vez las noticias de Morningdale, tal vez habríamos podido impedirlo. Oh, Marie-Claude no está de acuerdo. Ella piensa que todo habría sucedido de igual forma con independencia de lo que nosotros hubiéramos hecho, y puede que tenga algo de razón. Después de todo, no fue sólo Morningdale. En aquella misma etapa hubo otras cosas. Aquella horrible serie de televisión, por ejemplo. Todo ello contribuyó al cambio en el aire de los tiempos. Pero supongo que, bien mirado, el error fundamental fue ése. Nuestro pequeño movimiento era siempre demasiado frágil, siempre demasiado dependiente del humor de quienes nos apoyaban. Mientras el talante general se inclinara a nuestro favor, mientras tal sociedad anónima o tal político vislumbrara un beneficio en el hecho de apoyarnos, nos manteníamos a flote. Pero siempre fue una verdadera lucha, y después de Morningdale, después de que el talante general cambiara, ya no tuvimos ninguna oportunidad. El mundo no quería que se le recordase cómo funcionaba realmente el programa de donaciones. No quería pensar en vosotros, los alumnos, o en las condiciones en que fuisteis traídos a este mundo. En otras palabras, queridos míos, quería que volvierais a las sombras. A esas sombras en las que habíais estado antes de que personas como Marie-Claude y yo apareciéramos en escena. Y toda aquella gente influyente que un día se había mostrado tan deseosa de ayudarnos, bueno, pues toda esa gente no tardó en desaparecer. Perdimos a nuestros patrocinadores, uno tras otro, en poco más de un año. Seguimos con nuestra tarea todo el tiempo que pudimos; resistimos dos años más que Glenmorgan. Pero al final, como sabéis, nos vimos obligados a cerrar, y hoy apenas queda rastro del trabajo que llevamos a cabo. Ya nadie podrá encontrar un lugar como Hailsham en ninguna parte del país. Todo lo que se podrá encontrar, como de costumbre, son esos vastos «hogares» del gobierno, y aunque hoy son mucho mejores de lo que solían ser en un tiempo, dejadme deciros, queridos míos, que si llegarais a ver cómo son aún las cosas en algunos de esos centros no lograríais conciliar el sueño en varios días. Y en lo que se refiere a Marie-Claude y a mí, aquí nos tenéis, retiradas en esta casa, con una montaña de trabajos vuestros ahí arriba. Es lo que nos queda para recordarnos lo que hicimos. Y una montaña de deudas, también, que como es lógico no nos resultan en absoluto agradables. Y los recuerdos, supongo, de todos vosotros. Y el saber que os hemos brindado una vida mejor que la que habríais tenido en otras circunstancias.

– No trates de pedirles que te den las gracias -se oyó decir a Madame a nuestra espalda-. ¿Por qué iban a estar agradecidos? Han venido aquí en busca de mucho más. Lo que nosotros les dimos, todos esos años, todas esas luchas en su beneficio… ¿Qué saben ellos de eso? Creen que es una dádiva divina. Hasta que han venido a esta casa, no sabían nada de esto. Lo único que ahora sienten es desencanto, porque no les hemos dado todo lo que creían posible.

Nadie dijo nada durante un rato. Luego se oyó un ruido en la calle, y el timbre volvió a sonar. Madame surgió de nuevo de la oscuridad y salió al pasillo.

– Esta vez seguro que son esos hombres -dijo la señorita Emily-. Tendré que prepararme. Pero podéis quedaros un poco más. Tienen que bajar el mueble dos tramos de escaleras. Marie-Claude cuidará de que no lo dañen.

Tommy y yo no podíamos creer que aquello fuera el final. Ninguno de los dos se levantó para irse, aunque, de todas formas, no parecía haber nadie para ayudar a la señorita Emily a dejar la silla de ruedas. Por espacio de un instante me pregunté si no se levantaría ella sola, pero vi que se quedaba inmóvil, inclinada hacia delante, como antes, escuchando atentamente. Y Tommy dijo:

– Así que definitivamente no hay nada. Ni aplazamientos, ni nada de nada.

– Tommy -susurré, y lo fulminé con la mirada.

Pero la señorita Emily dijo con voz suave:

– No, Tommy. No hay nada. Vuestra vida debe seguir ahora el rumbo que tenía prefijado.

– ¿Lo que nos está diciendo, señorita Emily -dijo Tommy-, es que todo lo que hicimos, todas las clases, todo…, no era más que para lo que nos acaba de contar? ¿No había nada más en todo aquello?

– Veo -dijo la señorita Emily- que puede parecer que no erais más que simples peones. Y no hay duda de que es posible mirarlo de ese modo. Pero pensad en ello. Erais peones muy afortunados. Entonces había cierto clima que hoy ha desaparecido por completo. Tendréis que reconocer que a veces es así como funcionan las cosas en este mundo. Las opiniones de la gente, sus sentimientos, un día van en una dirección, y otro día en otra. Y coincide que vosotros crecisteis en un momento concreto de ese proceso.

– Puede que fuera sólo una corriente que vino y se fue -dije yo-. Pero para nosotros es nuestra vida.

– Sí, es cierto. Pero pensad en ello. Estabais mucho mejor que muchos que vinieron antes que vosotros. Y quién sabe lo que van a tener que afrontar los que vengan después. Lo siento, alumnos míos, pero ahora tenéis que marcharos. ¡George! ¡George!

Llegaba mucho ruido del pasillo, y quizá por eso George no podía oírla y no respondió.

– ¿La señorita Lucy se fue por eso? -preguntó Tommy.

Durante un instante pensé que la señorita Emily, cuya atención se había centrado en el trajín del pasillo, no le había oído. Pero se inclinó en la silla de ruedas y empezó a moverse despacio hacia la puerta. Había tantas mesitas de café y sillas en su camino que parecía imposible que llegara a conseguir abrirse paso entre ellas. Me disponía ya a levantarme para hacerle un hueco cuando vi que se detenía bruscamente.

– Lucy Wainright -dijo-. Ah, sí. Tuvimos un pequeño problema con ella. -Hizo una pausa, e hizo girar la silla de ruedas para encarar a Tommy-. Sí, tuvimos un pequeño problema con ella. Un pequeño desacuerdo. Pero respondo a tu pregunta, Tommy: el desacuerdo con Lucy Wainright no tuvo nada que ver con lo que acabo de contaros. No directamente, en todo caso. No, fue más…, digamos, un asunto interno.

Pensé que iba a dejarlo ahí, así que pregunté:

– Señorita Emily, si no le importa nos gustaría saber la razón. ¿Qué sucedió con la señorita Lucy?

La señorita Emily enarcó las cejas.

– ¿Lucy Wainright? ¿Era importante para vosotros? Perdonadme, queridos alumnos, olvido ciertas cosas. Lucy no estuvo con nosotros mucho tiempo, así que para nosotros no es sino un personaje secundario en nuestra memoria de Hailsham. Y nuestro recuerdo de ella no es en absoluto feliz. Pero si estuvisteis precisamente en aquellos años, entiendo que… -Rió para sí misma, y pareció recordar algo. En el pasillo, Madame estaba reprendiendo a gritos a los hombres, pero la señorita Emily parecía haber perdido interés en ese asunto. Estaba rastreando en sus recuerdos con expresión absorta. Y al cabo dijo-: Una chica estupenda, Lucy Wainright. Pero después de estar con nosotros un tiempo, empezó a tener esas ideas. Pensaba que teníamos que haceros más conscientes. Más conscientes de lo que os esperaba en la vida: quiénes erais, para qué habíais sido concebidos. Creía que había que daros una imagen lo más vivida posible de vuestra situación. Que cualquier cosa menos que eso era casi como engañaros. Y nosotros lo estudiamos y llegamos a la conclusión de que estaba equivocada.

– ¿Por qué? -preguntó Tommy-. ¿Por qué llegaron a esa conclusión?

– ¿Por qué? Su intención era buena, estoy segura. Y veo que le teníais afecto. Era una excelente custodia. Pero lo que quería hacer era demasiado teórico. Llevábamos muchos años dirigiendo Hailsham, y sabíamos ya lo que podía funcionar, y lo que era mejor para los alumnos a la larga, en su futuro después de Hailsham. Lucy Wainright era una idealista, y no hay nada malo en ello. Pero no tenía sentido práctico. Nosotros podíamos daros algo, ¿comprendéis?, algo que ni siquiera hoy nadie puede arrebataros, y para poder hacerlo en primer lugar teníamos que protegeros. Hailsham no habría sido Hailsham si no lo hubiéramos hecho. Muy bien, a veces ello requería que os ocultáramos cosas, que os mintiéramos. Sí, en cierto sentido os engañamos. Supongo que hasta podríais decir eso. Pero os protegimos durante todos aquellos años, y de ese modo os dimos una infancia. La intención de Lucy era sin duda inmejorable, aunque si hubiera puesto en práctica lo que quería, vuestra felicidad en Hailsham habría corrido grave riesgo. ¡Miraos hoy! Estoy tan orgullosa de ver lo que sois. Habéis construido vuestras vidas sobre lo que nosotros os dimos. No seríais quienes hoy sois si no os hubiéramos protegido. No os habríais centrado en vuestras clases, no os habríais ensimismado en vuestro arte y en vuestra escritura. ¿Por qué ibais a hacerlo, de haber sabido lo que os aguardaba fuera? Nos habríais dicho que nada tenía sentido, y ¿con qué argumentos íbamos nosotros a discutíroslo? Así que Lucy tenía que irse.

Ahora Madame gritaba a los hombres. No era exactamente que hubiera perdido los estribos, pero su voz retumbaba con una severidad pavorosa, y los hombres -que hasta ese momento habían estado discutiendo con ella- callaron por completo.

– Quizá haya sido mejor que me haya quedado aquí con vosotros -dijo la señorita Emily-. Marie-Claude, en este tipo de cosas, es mucho más eficiente que yo.

No sé lo que me hizo decirlo. Tal vez el hecho de saber que nuestra visita estaba a punto de acabarse; tal vez el que sintiera una viva curiosidad acerca de cuáles eran los sentimientos mutuos de la señorita Emily y de Madame. El caso es que bajé la voz y, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta, dije:

– A Madame nunca le gustamos. Siempre tenía miedo de nosotros. De esa forma en que a la gente le dan miedo las arañas y otros bichos.

Aguardé a ver si la señorita Emily se ponía furiosa (sin importarme ya gran cosa si lo hacía o no). Y, en efecto, se volvió hacia mí bruscamente, como si le hubiera arrojado una bolita de papel, y sus ojos fulguraron de un modo que me recordó sus días de Hailsham. Pero su voz era calma y suave cuando replicó:

– Marie-Claude lo ha dado todo por vosotros. No ha hecho más que trabajar y trabajar y trabajar. No te equivoques en eso, niña mía. Marie-Claude está de vuestro lado, y siempre estará de vuestro lado. ¿Os tiene miedo? Todos os tenemos miedo. Mientras estuve en Hailsham, yo misma tenía que vencer casi todos los días el miedo que me inspirabais. Había veces en que os miraba desde la ventana de mi estudio y sentía tal grima… -calló, y de nuevo vi aquel brillo en sus ojos-. Pero estaba decidida a que esos sentimientos no me impidieran hacer lo que era justo. Luché contra esos sentimientos, y salí victoriosa. Ahora, si sois tan amables de ayudarme a levantarme de la silla… George me estará esperando con las muletas.

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