Nunca Me Abandones
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A primera vista, los jovencitos que estudian en el internado de Hailsham son como cualquier otro grupo de adolescentes. Practican deportes, o tienen clases de arte donde sus profesoras se dedican a estimular su creativi-dad. Es un mundo hermйtico, donde los pupilos no tienen otro contacto con el mundo exterior que Madame, como llaman a la mujer que viene a llevarse las obras mбs interesantes de los adolescentes, quizб para una galerнa de arte, o un museo. Kathy, Ruth y Tommy fueron pupilos en Hailsham y tambiйn fueron un triбngulo amoroso. Y ahora, Kathy K. se permite recordar cуmo ella y sus amigos, sus amantes, descubrieron poco a poco la verdad. El lector de esta esplйndida novela, utopнa gуtica, irб descubriendo que en Hailsham todo es una re-presentaciуn donde los jуvenes actores no saben que lo son, y tampoco saben que no son mбs que el secreto terrible de la buena salud de una sociedad.
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Siguiendo el ejemplo de Madame, me puse a escuchar. Pero en la casa reinaba el silencio. Luego, quizá de algún lugar del piso de arriba, llegó un débil golpe sordo. Aquel pequeño ruido pareció significar algo para ella, porque se volvió hacia nosotros y señaló el pasaje oscuro y dijo:
– Id ahí dentro y esperadme. Bajaré enseguida.
Empezó a subir las escaleras, y, al ver nuestra indecisión, se inclinó sobre el pasamanos y señaló de nuevo la oscuridad.
Tommy y yo nos dirigimos hacia ella y enseguida nos encontramos en lo que debía de ser el salón de la casa. Era como si un sirviente hubiera dispuesto el lugar para la noche y se hubiera marchado: las cortinas estaban echadas y había unas débiles lámparas de mesa encendidas. Olí el viejo mobiliario, probablemente Victoriano. La chimenea estaba cegada con un tablero, y donde debía haber estado el fuego había una especie de tapiz: una extraña ave -parecida a un búho- que te miraba fijamente. Tommy me tocó el brazo y apuntó con el dedo hacia un cuadro enmarcado que colgaba de un rincón, sobre una pequeña mesa redonda.
– Es Hailsham -susurró.
Nos acercamos a mirarlo. Yo no estaba tan segura de que fuera Hailsham. Era una bonita acuarela, pero la lámpara de mesa de debajo tenía la tulipa arrugada y con restos de telarañas, y en lugar de iluminar el cuadro imprimía una especie de brillo sobre su cristal velado, de forma que apenas podías apreciar lo que éste representaba.
– Es lo que rodeaba la parte de atrás del estanque de los patos -dijo Tommy.
– ¿A qué te refieres? -le respondí en un susurro-. Ahí no hay ningún estanque. Es sólo un trozo de campo.
– No, el estanque estaría detrás de ti. -Tommy parecía increíblemente irritado-. Tienes que acordarte. Si rodeas la parte de atrás del estanque, con el estanque a tu espalda, y miras hacia el Campo de Deportes Norte…
Volvimos a guardar silencio, porque llegaba ruido de voces desde alguna parte de la casa. Parecía la voz de un hombre, y quizá venía de arriba. Entonces oímos una voz, que sin ninguna duda era la de Madame bajando las escaleras, que decía:
– Sí, tienes razón. Toda la razón.
Esperamos a que Madame entrara en el salón, pero sus pasos no se detuvieron y siguieron hacia el fondo de la casa. Me vino repentinamente a la cabeza que se disponía a preparar té y bollitos, que traería al salón en un carrito, pero luego pensé que era una tontería, que seguramente hasta había olvidado que la esperábamos, y que en cuanto se acordara vendría a decirnos que nos marcháramos. Entonces una bronca voz de varón dijo algo arriba, pero nos llegó tan amortiguada que deduje que vendría del segundo piso. Los pasos de Madame volvieron al pasillo, y le oímos decir:
– Ya te he dicho lo que tienes que hacer. Hazlo como te he dicho.
Tommy y yo esperamos unos minutos más. Entonces la pared de la parte de atrás del salón empezó a moverse, y casi inmediatamente vi que no era en realidad una pared sino unas puertas correderas que separaban la parte frontal, donde estábamos, de lo que de otro modo sería una gran estancia alargada y diáfana. Madame había descorrido las puertas sólo a medias, y ahora estaba allí en el hueco, mirándonos con fijeza. Traté de ver lo que había a su espalda, pero era todo oscuridad. Pensé que quizá esperaba a que le explicáramos por qué estábamos allí, pero al final dijo:
– Me habéis dicho que sois Kathy H. y Tommy D. ¿Estoy en lo cierto? Y estuvisteis en Hailsham ¿hace cuánto?
Se lo dije, pero su expresión no dejaba traslucir si nos recordaba o no. Siguió en el umbral, como dudando si pasar a la parte donde estábamos nosotros. Pero entonces Tommy dijo:
– No queremos robarle mucho tiempo. Pero hay algo de lo que tenemos que hablar con usted.
– Así parece. Muy bien, pues. Será mejor que os pongáis cómodos.
Alargó las manos y las puso sobre los respaldos de dos sillones gemelos que tenía enfrente. Había algo extraño en sus maneras, como si en realidad no nos estuviera invitando a tomar asiento. Me dio la sensación de que si hacíamos lo que nos estaba sugiriendo y nos sentábamos en aquellos sillones, ella iba a seguir allí de pie, a nuestra espalda, sin siquiera quitar las manos de los respaldos. Pero cuando empezamos a movernos hacia los sillones ella también echó a andar hacia delante, y al pasar entre nosotros creí ver que encogía los hombros como en un respingo, aunque puede ser que sólo lo imaginara. Cuando nos volvimos para sentarnos, ella ya estaba junto a las ventanas, enfrente de las pesadas cortinas de terciopelo, mirándonos con dureza, como si estuviéramos en una clase y ella fuera la profesora. Al menos eso fue lo que me pareció en ese momento. Tommy, más tarde, diría que pensó que estaba a punto de ponerse a cantar, y que las cortinas se abrirían y, en lugar de la calle y el descampado lleno de hierba que conducía hasta el mar, aparecería ante nuestros ojos un escenario con un gran decorado -como los que solíamos montar en Hailsham- y todo un coro para secundarla. Cuando me lo dijo me hizo mucha gracia, y pude imaginarla otra vez, con las manos juntas y los codos hacia fuera, en ademán de ponerse a cantar. Pero dudo que Tommy pudiera estar pensando eso realmente cuando la teníamos frente a frente. Recuerdo que noté lo tensa que se ponía, y que temí que Tommy fuera a decir alguna tontería. Por eso, cuando nos preguntó, sin indelicadeza, qué es lo que queríamos, me apresuré a intervenir.
Es muy probable que al principio me saliera todo un tanto embarullado, pero al cabo de un rato, en cuanto fui convenciéndome de que iba a escucharme hasta el final, me tranquilicé y continué mi exposición con mucha más claridad. Durante semanas y semanas había estado dándole vueltas a lo que le diría cuando llegara el momento. Pensaba en ello en el curso de mis largos viajes en coche, y mientras estaba sentada a las mesas tranquilas de las cafeterías de las gasolineras. Y me parecía tan difícil. Y al final había pergeñado un plan: memorizaría palabra por palabra unos cuantos puntos básicos y trazaría un mapa mental del camino a seguir para pasar de un punto a otro. Pero ahora que la tenía allí enfrente la mayor parte de lo que había preparado se me antojaba bien innecesario, bien completamente equivocado. Lo extraño -y Tommy estuvo de acuerdo cuando lo hablamos después- era que, por mucho que en Hailsham no hubiera sido sino una figura hostil del mundo exterior, ahora que la teníamos de nuevo frente a frente, y aunque no había dicho o hecho nada que pudiera sugerir la menor calidez hacia nosotros, Madame me parecía alguien mucho más cercano a nosotros, más íntimo que cualquiera de las personas que había conocido en los últimos años. Por eso, en un momento dado, todo lo que llevaba preparado en la cabeza desapareció de repente, y le hablé sencilla y sinceramente, casi como lo hubiera hecho en el pasado a cualquiera de nuestros custodios. Le conté lo que habíamos oído, los rumores sobre los alumnos de Hailsham y sobre los aplazamientos; le expliqué que nos dábamos cuenta de que tales rumores podían muy bien no ser ciertos, y que no nos hacíamos vanas ilusiones al respecto.
– Y aun en caso de ser ciertos -dije-, nos hacemos cargo de que usted estará más que cansada del asunto, de todas esas parejas acudiendo a usted para declarar rotundamente que están enamoradas. Tommy y yo jamás habríamos venido a molestarla si no estuviéramos totalmente seguros.
– ¿Seguros? -Fue la primera vez que habló en todo el rato, y Tommy y yo dimos un respingo hacia atrás a un tiempo-. ¿Dices que estáis seguros? ¿Seguros de estar enamorados? ¿Cómo se puede saber eso? ¿Creéis que el amor es tan sencillo? Así que estáis enamorados… Profundamente enamorados. ¿Es lo que me estáis diciendo?
Su tono era casi sarcástico, pero entonces, con una especie de conmoción, vi que, mientras nos miraba primero a uno y luego al otro, pequeñas lágrimas le caían por las mejillas.
– ¿Creéis de veras eso? ¿Que estáis profundamente enamorados? ¿Y, por tanto, venís a verme para un… aplazamiento? ¿Por qué? ¿Por qué a mí?
Si esto lo hubiera dicho de un modo determinado, como dando por sentado que la idea era totalmente descabellada, estoy segura de que me habría sentido por completo desolada. Pero no lo había dicho así. Había formulado las preguntas como si fueran parte de un examen y ella supiera las respuestas; incluso como si hubiera hecho pasar a muchas parejas por esa prueba multitud de veces. Y eso es lo que hizo que no perdiera la esperanza. Pero Tommy debía de estar muy inquieto, porque de pronto dijo:
– Hemos venido a verla por la Galería. Creemos saber para qué es su Galería.
– ¿Mi Galería? -Se apoyó en el alféizar de la ventana, y las cortinas se balancearon un poco a su espalda. Aspiró despacio y dijo-: Mi Galería. Querrás decir mi colección. Todas esas pinturas y poemas, todas esas cosas vuestras que he ido reuniendo año tras año. Fue un trabajo duro, pero creía en él. Todos creíamos en él en aquel tiempo. Así que crees que sabes para qué ha sido todo ese esfuerzo, por qué lo hice. Bien, pues sin duda será enormemente interesante oírlo. Porque he de decir que es algo que yo misma me pregunto continuamente. -De pronto desplazó la mirada de Tommy a mí, y añadió-: ¿Voy demasiado lejos?
No sabía qué decir, así que dije:
– No, no.
– Sí, voy demasiado lejos -dijo-. Lo siento. Siempre suelo ir demasiado lejos cuando se trata de este asunto. Olvidad lo que acabo de decir. Joven, ibas a decirme algo sobre mi Galería. Adelante, por favor.
– Así es como usted lo sabría -dijo Tommy-. Tendría algo en lo que basarse para decidir. Porque, de otro modo, ¿cómo lo iba a saber cuando los alumnos vinieran a usted diciendo que estaban enamorados?
La mirada de Madame había vuelto a fijarse en mí, pero me dio la sensación de que estaba mirando hacia algún punto de mi brazo. De hecho, yo misma me lo miré para ver si tenía alguna caca de pájaro o algo parecido en la manga. Y luego la oí decir:
– ¿Y por eso piensas que he reunido todas esas cosas vuestras? Mi Galería, como siempre la llamasteis vosotros. Cuando me enteré de que la llamabais así me eché a reír. Pero con el tiempo yo también llegué a pensar en ella con ese apelativo. Mi Galería. Bien, ahora, muchacho, explícamelo. Explícame por qué mi Galería podría ayudarme a discernir quiénes de vosotros estabais realmente enamorados.
– Porque le ayudaría a mostrarle cómo somos -dijo Tommy-. Porque…
– ¡Porque, por supuesto -le interrumpió de pronto Madame-, vuestro arte revelaría vuestro ser más íntimo! Es eso, ¿no? ¡Porque vuestro arte mostraría vuestra alma ! -Se volvió bruscamente hacia mí, y dijo-: ¿Voy demasiado lejos?