Nunca Me Abandones
Nunca Me Abandones читать книгу онлайн
A primera vista, los jovencitos que estudian en el internado de Hailsham son como cualquier otro grupo de adolescentes. Practican deportes, o tienen clases de arte donde sus profesoras se dedican a estimular su creativi-dad. Es un mundo hermйtico, donde los pupilos no tienen otro contacto con el mundo exterior que Madame, como llaman a la mujer que viene a llevarse las obras mбs interesantes de los adolescentes, quizб para una galerнa de arte, o un museo. Kathy, Ruth y Tommy fueron pupilos en Hailsham y tambiйn fueron un triбngulo amoroso. Y ahora, Kathy K. se permite recordar cуmo ella y sus amigos, sus amantes, descubrieron poco a poco la verdad. El lector de esta esplйndida novela, utopнa gуtica, irб descubriendo que en Hailsham todo es una re-presentaciуn donde los jуvenes actores no saben que lo son, y tampoco saben que no son mбs que el secreto terrible de la buena salud de una sociedad.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
Antes nos había hecho la misma pregunta, y de nuevo tuve la impresión de que estaba mirando hacia un punto de mi manga. Pero ahora empezaba a tomar más y más cuerpo la sospecha que me había asaltado vagamente la primera vez que había preguntado: «¿Voy demasiado lejos?». Miré a Madame detenidamente, pero ella pareció acusar mi mirada inquisitiva y se volvió de nuevo hacia Tommy.
– Muy bien -dijo-. Continuemos. ¿Qué era lo que me estabas diciendo?
– El problema -dijo Tommy- es que yo estaba un poco confuso en aquel tiempo.
– Me estabas diciendo algo sobre tu arte. Sobre cómo el arte revela el alma del artista.
– Bueno, lo que trato de decir -insistió Tommy- es que yo estaba tan confuso en aquel tiempo que no llegué a hacer ningún arte. No hice nada. Hoy sé que debería haber creado algo, pero estaba hecho un lío. Así que no tiene nada mío en su Galería. Sé que es culpa mía, y sé que probablemente es demasiado tarde, pero he traído algunas cosas para que las vea. -Levantó la bolsa y empezó a abrir la cremallera-. Algunas las he hecho hace muy poco, pero otras son de hace mucho tiempo. Y seguro que usted ya tiene cosas de Kath. Se llevó muchas para la Galería. ¿No es cierto, Kath?
Durante unos segundos ambos me miraron. Y luego Madame dijo, con voz apenas audible:
– Pobres criaturas. ¿Qué es lo que os hemos hecho? ¿Con todos nuestros planes y proyectos…? -Dejó la última frase en el aire, y creí ver otra vez lágrimas en sus ojos. Luego se volvió hacia mí y preguntó-: ¿Seguimos con esta conversación? ¿Queréis continuar?
Fue al decir esto cuando la idea vaga que me había asaltado antes cobró más entidad. Antes, «¿Voy demasiado lejos?». Y ahora, «¿Seguimos con esta conversación?». Caí en la cuenta, con un pequeño escalofrío, de que aquellas preguntas nunca me las había formulado a mí, ni a Tommy, sino a otra persona, a alguien que estaba detrás de nosotros, en la mitad oscura del salón, escuchando.
Me volví lentamente y escruté la oscuridad. No pude ver nada, pero oí un sonido, un sonido mecánico, asombrosamente lejano, la casa parecía prolongarse hacia lo oscuro mucho más allá de lo que yo había imaginado. Y entonces alcancé a distinguir una forma que venía hacia nosotros, y oí una voz de mujer que decía:
– Sí, Marie-Claude. Continuemos.
Yo seguía mirando la oscuridad cuando oí que Madame dejaba escapar una especie de bufido y se acercaba a grandes zancadas y pasaba a nuestro lado y se adentraba en la oscuridad. Se oyeron más ruidos mecánicos, y Madame surgió de las sombras empujando una silla de ruedas. Pasó de nuevo entre Tommy y yo, y por espacio de otro instante -porque la espalda de Madame nos impedía verla- seguí sin ver a la persona de la silla de ruedas. Pero entonces Madame hizo girar la silla hasta dejarla frente a nosotros, y dijo:
– Háblales. Es contigo con quien han venido a hablar.
– Supongo que sí.
La figura de la silla de ruedas era endeble y contrahecha, y fue su voz, más que cualquier otra cosa, la que me permitió reconocerla.
– Señorita Emily… -dijo Tommy con voz muy suave.
– Háblales -dijo Madame, como lavándose las manos de todo aquel asunto. Pero siguió detrás de la silla de ruedas, con los ojos encendidos clavados en nosotros.
22
– Marie-Claude tiene razón -dijo la señorita Emily-. Es conmigo con quien tendríais que estar hablando. Marie-Claude trabajó duro en nuestro proyecto. Y la forma en que terminó todo la ha dejado un poco desilusionada. En cuanto a mí, sean cuales sean mis decepciones, no me siento tan mal respecto de ello. Creo que lo que hemos conseguido merece cierto respeto. Vosotros dos, por ejemplo. Habéis salido bien. Estoy segura de que podéis contarme muchas cosas que me harían sentirme orgullosa. ¿Cómo habéis dicho que os llamáis? No, no, esperad. Creo que puedo acordarme. Tú eres el chico con mal genio. Con mal genio, pero con un gran corazón. ¿No me equivoco? Y tú, por supuesto, eres Kathy H. Has hecho un buen trabajo como cuidadora. Hemos oído hablar mucho de ti. He podido recordar, ya veis. Me atrevería a decir que podría recordaros a todos.
– ¿Y eso qué bien te hace a ti, o a ellos? -preguntó Madame, e inmediatamente después se apartó de la silla de ruedas, pasó junto a nosotros y fue a perderse en la oscuridad, tal vez para ocupar el sitio en el que la señorita Emily había estado antes.
– Señorita Emily -dije-. Me alegro mucho de volver a verla.
– Qué amable de tu parte. Te reconocí, pero tú seguramente no me habrías reconocido. De hecho, Kathy H., no hace mucho pasé por delante del banco en el que estabas sentada y no me reconociste. Miraste a George, el nigeriano corpulento que empujaba la silla. Oh, sí, le echaste una buena mirada, y él a ti. Yo no dije ni una palabra, y no pudiste saber que era yo. Pero esta noche, en que hay, por así decir, «contexto», nos reconocemos. Parecéis bastante impresionados al ver cómo estoy. No he estado bien últimamente, pero espero que este aparato no se convierta en un elemento permanente. Desgraciadamente, queridos, no voy a poder atenderos tanto como me gustaría, porque dentro de un rato van a venir unos hombres para llevarse la cómoda de mi alcoba. Es un mueble maravilloso. George lo ha acolchado para que no se dañe, pero he insistido en ir yo también, porque nunca se sabe con estos mozos. Manejan las cosas con rudeza, las tiran de cualquier manera dentro de la furgoneta, y luego su patrón dice que venían ya dañadas. Nos ha pasado ya antes, así que esta vez he insistido en ir con mi mueble durante todo el trayecto. Es un objeto bello, y lo tenía ya en Hailsham, así que he decidido venderlo por un buen precio. Me temo, pues, que cuando vengan tendré que dejaros. Pero veo, queridos míos, que os ha traído una misión muy cara a vuestro corazón. Debo decir que me alegro mucho de veros. Y que Marie-Claude se alegra también, aunque jamás lo diríais por su expresión. ¿No es cierto, queridos? Oh, ella finge que no, pero sí se alegra. Le emociona que hayáis venido a vernos. Está enfurruñada, pero no le hagáis caso, alumnos míos, no le hagáis caso. Bien, ahora trataré de responder a vuestras preguntas lo mejor que pueda. Yo también he oído ese rumor incontables veces. Cuando aún teníamos Hailsham, había dos o tres parejas al año que querían venir a hablarnos de eso. Una se dirigió a nosotros por escrito. Supongo que no era tan difícil dar con una gran finca como aquélla si se estaba dispuesto a infringir las normas. Así que ya veis, es un rumor que viene de mucho antes que vosotros.
Dejó de hablar, y yo dije:
– Lo que queremos saber, señorita Emily, es si ese rumor es cierto o no.
La mujer siguió mirándonos durante un instante, y aspiró profundamente.
– Dentro del mismo Hailsham, siempre que empezaba este rumor, yo me apresuraba a cortarlo de raíz. Pero sobre lo que los alumnos pudieran decir cuando se marchaban, ¿qué podía hacer yo? Al final llegué a creer, y Marie-Claude también, ¿verdad, querida?, llegué a creer que tal rumor no era sólo un rumor. Lo que quiero decir es que es algo que surge de la nada una y otra vez. Vas a la fuente, la ciegas, y con eso no evitas que vuelva a surgir en otra parte. Cuando llegué a esta conclusión, dejé de preocuparme. A Marie-Claude nunca le ha preocupado. Su modo de verlo era el siguiente: «Si son tan necios, déjales que lo crean». Oh, sí, y no pongas esa cara. Ésa fue tu opinión desde el principio. Y después de muchos años no es que yo llegara a la misma conclusión, pero empecé a pensar que, bueno, que quizá no debería preocuparme. No era obra mía, de todas formas. Habrá unas cuantas parejas que se sientan decepcionadas, pero la inmensa mayoría nunca llegará a intentar averiguarlo. Es algo que les hace soñar, una pequeña fantasía. ¿Qué daño puede hacer? Pero comprendo que para vosotros dos la cosa es diferente. Vosotros sois serios. Lo habéis pensado detenidamente. Habéis acariciado detenidamente esa esperanza. Y siento verdadero pesar por los alumnos como vosotros. No me complace en absoluto desilusionaros. Pero así son las cosas.
No quise mirar a Tommy. Yo me sentía asombrosamente en calma, y aunque las palabras de la señorita Emily deberían habernos destrozado, había en ellas un tono que implicaba algo más, algo aún no revelado, que dejaba entrever que no habíamos llegado aún al fondo del asunto. Existía incluso la posibilidad de que no estuviera diciendo la verdad. Así que pregunté:
– ¿La cuestión, pues, es que los aplazamientos no existen? ¿No hay nada que ustedes puedan hacer?
La señorita Emily sacudió la cabeza de un lado a otro, despacio.
– No hay nada de verdad en ese rumor. Lo siento. Lo siento de verdad.
Tommy, de pronto, preguntó:
– ¿Alguna vez fue verdad? ¿Antes de que cerraran Hailsham?
La señorita Emily siguió negando con la cabeza.
– Nunca fue verdad. Ni antes del escándalo Morningdale, ni antes de que Hailsham fuera considerado como un modelo en su género, un ejemplo de cómo podíamos conseguir un modo mejor y más humano de hacer las cosas. Ni siquiera entonces hubo tal cosa. Es mejor aclararlo rotundamente. Era un rumor cargado de buenas intenciones. Y eso es todo lo que siempre ha sido. Oh, ¿serán ésos los hombres que vienen por la cómoda?
Sonó el timbre, y se oyeron unos pasos que bajaban las escaleras para ir a abrir. Llegaron unas voces masculinas desde el pasillo estrecho, y Madame salió de la oscuridad a nuestra espalda, pasó por delante de nosotros y salió del salón. La señorita Emily se inclinó hacia delante en la silla de ruedas, aguzando el oído. Y luego dijo:
– No son ellos. Es otra vez ese hombre horrible de la casa de decoración. Marie-Claude se encargará de hablar con él. Así que, queridos míos, tenemos unos minutos más. ¿Hay alguna otra cosa de la que queráis hablarme? Esto, por supuesto, va en contra de todas las reglas, y Marie-Claude no debería haberos hecho pasar. Y, naturalmente, yo debería haber hecho que os despidiera en cuanto he sabido que estabais aquí. Pero Marie-Claude no hace mucho caso de las reglas últimamente, y debo decir que yo tampoco. Así que si queréis quedaros un rato más, podéis hacerlo.
– Si el rumor no fue nunca cierto -dijo Tommy-, ¿por qué se llevaban todos nuestros trabajos de arte? ¿Tampoco existía la Galería, entonces?
– ¿La Galería? Bien, en ese rumor sí había algo de verdad. Hubo una Galería. Y, en cierto modo, aún la hay. Hoy día está aquí, en esta casa. Y tuve que reducir el número de piezas, lo cual lamento. Pero no había sitio para todas. ¿Para qué nos llevábamos vuestros trabajos? Es ésa vuestra pregunta, ¿no es cierto?