Nunca Me Abandones
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A primera vista, los jovencitos que estudian en el internado de Hailsham son como cualquier otro grupo de adolescentes. Practican deportes, o tienen clases de arte donde sus profesoras se dedican a estimular su creativi-dad. Es un mundo hermйtico, donde los pupilos no tienen otro contacto con el mundo exterior que Madame, como llaman a la mujer que viene a llevarse las obras mбs interesantes de los adolescentes, quizб para una galerнa de arte, o un museo. Kathy, Ruth y Tommy fueron pupilos en Hailsham y tambiйn fueron un triбngulo amoroso. Y ahora, Kathy K. se permite recordar cуmo ella y sus amigos, sus amantes, descubrieron poco a poco la verdad. El lector de esta esplйndida novela, utopнa gуtica, irб descubriendo que en Hailsham todo es una re-presentaciуn donde los jуvenes actores no saben que lo son, y tampoco saben que no son mбs que el secreto terrible de la buena salud de una sociedad.
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– No es sólo eso -dije en voz baja-. Para empezar, ¿para qué hacíamos todos aquellos trabajos artísticos? ¿Por qué enseñarnos, y animarnos, y hacernos producir todo aquello? Si lo único que vamos a hacer en la vida es donar, y luego morirnos, ¿para qué todas aquellas clases? ¿Para qué todos aquellos libros y debates?
– ¿Y por qué Hailsham, en primer lugar? -dijo Madame desde el pasillo. Volvió a pasar por nuestro lado y se adentró de nuevo en la parte oscura-. Una buena pregunta por vuestra parte.
La mirada de la señorita Emily la buscó en la oscuridad, y por espacio de un momento quedó fija en algún punto a nuestra espalda. Sentí deseos de darme la vuelta para ver qué podían estar diciéndose con la mirada, pero casi había vuelto a ser como cuando estábamos en Hailsham, y teníamos que seguir mirando hacia el frente y con una atención plena. Y al final la señorita Emily dijo:
– Sí, antes que nada, ¿por qué Hailsham? A Marie-Claude le gusta preguntar eso a menudo últimamente. Pero no hace tanto, antes del escándalo Morningdale, jamás se le habría ocurrido formular una pregunta semejante. No le habría cabido en la cabeza. ¡Sabes que es verdad, no me mires así! En aquel tiempo sólo había una persona capaz de formular una pregunta así, y esa persona era yo. Me lo pregunté mucho antes de Morningdale, desde el principio mismo. Y eso les facilitó las cosas al resto de mis colegas de Hailsham; todos podían seguir con lo que hacían sin preocuparse. Y también vosotros los alumnos. Mientras yo me mantuviera firme, ninguna duda os pasaría por la cabeza a ninguno de vosotros. Pero tú has hecho tus preguntas, querido muchacho. Contestemos a la más sencilla, y ello quizá responda también a las demás. ¿Por qué nos llevábamos vuestros trabajos artísticos? ¿Por qué hacíamos tal cosa? Has dicho algo muy interesante antes, Tommy. Cuando estabas hablando de esto con Marie-Claude. Has dicho que era porque la obra de arte revelaba cómo era su autor. Cómo era en su interior. Eso es lo que has dicho, ¿no es cierto? Bien, no estabas en absoluto errado en eso. Nos llevábamos vuestros trabajos artísticos porque pensábamos que nos permitirían ver vuestra alma. O, para decirlo de un modo más sutil, para demostrar que teníais alma.
Hizo una pausa. Y Tommy y yo nos miramos por primera vez en un largo rato. Y entonces pregunté:
– ¿Por qué tenían que demostrar una cosa así, señorita Emily? ¿Es que alguien creía que no la teníamos?
Una fina sonrisa se dibujó en su semblante.
– Es conmovedor, Kathy, verte tan desconcertada. Demuestra, en cierto modo, que hicimos bien nuestro trabajo. Como dices, ¿por qué habría alguien de dudar que teníais alma? Pero tengo que decirte, querida mía, que no era algo comúnmente admitido cuando empezamos nuestra andadura hace tantos años. Y aunque hayamos recorrido un largo camino desde entonces, no es aún una idea universalmente aceptada, ni siquiera hoy día. Vosotros, alumnos de Hailsham, por mucho que llevéis ya tiempo en el mundo, seguís sin saber casi nada. En este mismo momento, en todo el país, hay alumnos que se educan en condiciones deplorables, condiciones que vosotros los alumnos de Hailsham difícilmente podríais imaginar. Y ahora que nosotros ya no estamos, las cosas no van a hacer sino empeorar.
Volvió a callar, y durante un instante pareció examinarnos detenidamente a través de sus ojos entrecerrados. Y luego continuó:
– Nosotros, al menos, nos preocupamos de que todos quienes estabais a nuestro cuidado crecierais en un medio maravilloso. Y procuramos también que, después de que nos dejarais, pudierais manteneros lejos de lo peor de esos horrores. Como mínimo pudimos hacer eso por vosotros. Pero ese sueño vuestro, ese sueño de poder llegar a aplazar… Conceder tal cosa siempre ha estado fuera de nuestro alcance, incluso cuando estuvimos en la cima de nuestra influencia. Lo siento. Sé que lo que estoy diciendo no va a ser bien recibido por vosotros. Pero no debéis abatiros. Confío en que sepáis apreciar lo mucho que fuimos capaces de ofreceros. ¡Miraos ahora! Habéis llevado una buena vida; sois educados y cultos. Siento que no pudiéramos conseguiros más de lo que os conseguimos, pero tendríais que daros cuenta de que un día las cosas fueron mucho peor. Cuando Marie-Claude y yo empezamos, no había sitios como Hailsham. Fuimos los primeros, junto con Glenmorgan House. Luego, unos años después, vino Saunders Trust. Juntos formamos un pequeño pero influyente movimiento que desafiaba frontalmente la forma en que se estaban llevando los programas de donaciones. Y, lo que es más importante, demostramos al mundo que si los alumnos crecían en un medio humano y cultivado, podían llegar a ser tan sensibles e inteligentes como los seres humanos normales. Antes de eso, los clones (o alumnos, como nosotros preferíamos llamaros) no tenían otra finalidad que la de abastecer a la ciencia médica. En los primeros tiempos, después de la guerra, eso es lo que erais para la mayoría de la gente. Objetos oscuros en tubos de ensayo. ¿Estás de acuerdo, Marie-Claude? Está muy callada. Normalmente, cuando se habla de este tema, no hay quien la haga callar. Vuestra presencia, queridos míos, parece que le ha sellado la boca. Muy bien. En fin, respondiendo a tu pregunta, Tommy: por eso nos llevábamos vuestros trabajos artísticos. Seleccionábamos los mejores y organizábamos exposiciones. A finales de los setenta, cuando mayor era nuestra influencia, organizábamos grandes actos por todo el país. Asistían ministros, obispos, todo tipo de gente famosa. Se pronunciaban discursos, se prometían cuantiosos fondos. «¡Eh, mirad!», decían. «¡Mirad estas obras de arte! ¿Cómo puede atreverse alguien a afirmar que estos chicos son seres inferiores a los humanos?» Oh, sí, en aquella época hubo un gran apoyo a nuestro movimiento; estábamos con el aire de los tiempos.
Durante los minutos siguientes, la señorita Emily siguió rememorando distintos acontecimientos de aquel tiempo, haciendo mención de numerosas personas cuyos nombres no significaban nada para nosotros. De hecho, hubo breves instantes en los que fue como si estuviéramos de nuevo escuchándola en una de sus charlas matinales de aquel tiempo, cuando se iba por las ramas y ninguno de nosotros podíamos seguirla. Parecía disfrutar del momento, y alrededor de sus ojos se instaló una sonrisa amable. Entonces, de pronto, salió de su remembranza y dijo en un tono nuevo:
– Pero nunca perdimos el contacto con la realidad, ¿no es así, Marie-Claude? No como nuestros colegas de Saunders Trust. Incluso en nuestros mejores tiempos sabíamos lo difícil que era la batalla que estábamos librando. Y entonces vino el escándalo Morningdale, y luego un par de cosas más, y antes de que pudiéramos darnos cuenta todo nuestro duro trabajo se había ido al traste.
– Pero lo que no entiendo -dije- es cómo la gente podía querer que se tratase tan mal a los alumnos…
– Desde la perspectiva de hoy, Kathy, tu extrañeza es perfectamente razonable. Pero tienes que tratar de entenderlo desde un punto de vista histórico. Después de la guerra, a comienzos de los años cincuenta, cuando los grandes avances científicos se sucedían rápidamente uno tras otro, no había tiempo para hacer balance, para formularse las preguntas pertinentes. De pronto se abrían ante nosotros todas aquellas posibilidades nuevas, todas aquellas vías para curar tantas enfermedades antes incurables. Esto fue lo que más atrajo la atención del mundo, lo más ambicionado por todas sus gentes. Y durante una larga etapa el mundo prefirió creer que los órganos surgían de la nada, o cuando menos que se creaban en una especie de vacío. Sí, hubo debates. Pero cuando la gente empezó a preocuparse de…, de los alumnos, cuando se paró a pensar en cómo se os criaba, o si siquiera tendríais que haber sido creados, entonces, digo, ya era demasiado tarde.
No había forma de volver atrás. A un mundo que había llegado a ver el cáncer como una enfermedad curable, ¿cómo podía pedírsele que renunciase a esa cura, que volviese a la era oscura? No se podía volver atrás. Por incómoda que pudiera sentirse la gente en relación con vuestra existencia, lo que le preocupaba abrumadoramente era que sus hijos, sus esposas, sus padres, sus amigos, no murieran de cáncer, de enfermedades neuromotoras o del corazón. De forma que durante mucho tiempo se os mantuvo en la sombra, y la gente hacía todo lo posible para no pensar en vuestra existencia. Y si lo hacían, trataban de convencerse a sí mismos de que no erais realmente como nosotros. De que erais menos que humanos, y por tanto no había que preocuparse. Y así es como estaban las cosas hasta que irrumpió en escena nuestro pequeño movimiento. Pero ¿os dais cuenta de a qué nos estábamos enfrentando? Prácticamente estábamos intentando la cuadratura del círculo. Porque el mundo necesitaba alumnos que donaran. Y, mientras siguiera necesitándolos, siempre existiría una barrera que impediría veros como realmente humanos. Bien, peleamos por nuestra causa durante muchos años, y lo que conseguimos para vosotros, al menos, fue numerosas mejoras, aunque, por supuesto, ese «vosotros» no fuisteis más que un puñado de elegidos. Pero llegó el escándalo Morningdale, y luego otras cosas, y antes de que pudiéramos darnos cuenta la situación había cambiado por completo. Ya nadie quería verse relacionado con ningún tipo de apoyo a nuestra causa, y nuestro pequeño movimiento (Hailsham, Glenmorgan, Saunders Trust) pronto fue barrido de la escena.
– ¿Qué es el escándalo Morningdale que menciona usted una y otra vez, señorita Emily? -pregunté-. Tendrá que contárnoslo, porque jamás habíamos oído hablar de él.
– Bueno, supongo que no hay ninguna razón para no hacerlo. En el mundo exterior nunca tuvo un gran eco. El nombre viene del científico James Morningdale, hombre de mucho talento en su campo. Llevó a cabo su trabajo en un remoto rincón de Escocia, donde supongo que pensó qué llamaría menos la atención. Lo que quería era ofrecer a la gente la posibilidad de tener hijos con características mejoradas. Inteligencia superior, superiores dotes atléticas, ese tipo de cosas. Por supuesto, había habido otros con similares ambiciones, pero Morningdale llevó sus investigaciones mucho más lejos que ninguno de sus precursores, mucho más allá de los límites legales. Bien, fue descubierto y se puso fin a sus investigaciones, y aquí pareció zanjarse la cuestión. Sólo que, por supuesto, la cuestión no estaba zanjada, al menos no para nosotros. Como he dicho, el caso jamás llegó a tener un gran eco, aunque sí creó cierta atmósfera, ¿entendéis? Hizo que la gente recordara; le hizo recordar un miedo que siempre había sentido. Una cosa es crear alumnos, como vosotros, para el programa de donaciones. Pero ¿una generación de niños creados que luego ocuparía su puesto en la sociedad? ¿Unos niños palmariamente superiores a nosotros? Oh, no. Eso asustaba a la gente. Y la gente retrocedió ante ello.