Siete D?as Para Una Eternidad
Siete D?as Para Una Eternidad читать книгу онлайн
Por primera vez, Dios y el diablo est?n de acuerdo. Cansados de sus eternas disputas y deseosos de determinar de una vez por todas qui?n de los dos debe reinar en el mundo, deciden entablar una ?ltima batalla. Las reglas son las siguientes: cada uno de ellos enviar? a la Tierra un emisario que contar? con siete d?as para decantar el destino de la humanidad hacia el Bien o el Mal. Dios y Lucifer establecen que el enfrentamiento se producir? en la ciudad de San Francisco y eligen a sus mediadores. Dios escoge a Zofia, una joven competente, con el encanto de un ?ngel. Lucifer se decide por Lucas, un hombre atractivo sin ning?n tipo de escr?pulos. La tarde de su primer d?a en la Tierra, los destinos de Zofia y Lucas se cruzan, pero para consternaci?n de Dios y el diablo, el encuentro, lejos de provocar un altercado, toma unos derroteros insospechados.
Marc Levy nos ofrece una irresistible comedia rom?ntica protagonizada por dos seres procedentes de mundos dispares que nunca deber?an haberse encontrado, pero irremediablemente predestinados a hacerlo.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
– Voy a buscar lo que necesita.
Regresó al cabo de tres minutos al volante de un espacioso Chrysler y lo aparcó delante del arco. Jules empujó el carrito; Pilguez y Zofia ayudaron a Heurt a salir. El vicepresidente se tumbó en el asiento trasero y Jules lo tapó por completo con una de sus mantas.
– ¡Y haced el favor de llevarla a limpiar antes de devolvérmela! -dijo éste al cerrar la portezuela.
Zofia se sentó al lado de Lucas y Pilguez se asomó a la ventanilla.
– No se entretengan.
– ¿Lo dejamos en la comisaría? -preguntó Lucas.
– ¿Para qué? -repuso el policía, contrariado.
– ¿Va a dejarlo libre? -preguntó Zofia.
– La única prueba que tenía era un pequeño cilindro de cobre de dos centímetros de largo, y he tenido que desprenderme de él para sacarla del apuro. Después de todo -añadió el inspector, encogiéndose de hombros-, los fusibles sirven precisamente para eso, ¿no?…, para evitar las sobrecargas de tensión… ¡Vamos, lárguense!
Lucas puso la primera y el coche se alejó entre una nube de polvo. Mientras todavía circulaba por los muelles, se oyó la voz amortiguada de Ed:
– ¡Me las pagará, Lucas!
Zofia levantó un extremo de la manta, destapando el rostro congestionado de Heurt.
– No creo que haya escogido el momento más oportuno -dijo en un tono circunspecto.
Pero el vicepresidente, que pestañeaba de un modo incontrolable, añadió:
– ¡Está acabado, Lucas! ¡No tiene ni idea del poder que tengo!
Lucas frenó en seco y el coche patinó a lo largo de varios metros. Con las dos manos apoyadas en el volante, Lucas se volvió hacia Zofia.
– ¡Baja!
– ¿Qué vas a hacer? -repuso ella, inquieta.
El tono en el que el joven repitió la orden no admitía réplica. Zofia bajó y la ventanilla se cerró con un chirrido. Heurt vio en el retrovisor los ojos oscuros de Lucas, que parecían tornarse negros.
– ¡Es usted el que no conoce mi poder, amigo! -dijo Lucas-. Pero tranquilo, voy a hacerle una demostración ahora mismo.
Retiró la llave de contacto y salió también del vehículo. Antes de que hubiera dado un paso, todas las puertas se bloquearon. El régimen del motor subió progresivamente, y cuando Ed Heurt se incorporó, la aguja de la esfera que estaba en el centro del salpicadero ya marcaba 4.500 revoluciones por minuto. Los neumáticos patinaban sobre el asfalto sin que el coche se moviera. Lucas cruzó los brazos con cara de preocupación y murmuró:
– Algo no funciona, pero ¿qué es?
Zofia se acercó a él y lo zarandeó sin contemplaciones.
– ¿Qué estás haciendo?
En el interior del habitáculo, Ed se sintió atrapado por una fuerza invisible que lo aplastaba contra el asiento. El respaldo fue brutalmente arrancado y propulsado contra el cristal posterior. Para resistirse a la fuerza que tiraba de él hacia atrás, Heurt se agarró a la correa de piel del sillón; la costura se desgarró y la correa cedió. Se asió desesperadamente a la empuñadura de la puerta, pero la aspiración era tan fuerte que las articulaciones se le amorataron antes de abandonar su vana resistencia. Cuanto más luchaba Ed, más retrocedía. Con el cuerpo comprimido por un peso desmesurado, se hundía inexorablemente hacia el interior del maletero. Sus uñas arañaron la piel del asiento sin más éxito; en cuanto estuvo en el interior del portaequipajes, el respaldo del asiento volvió a ocupar su lugar y la fuerza cesó. Ed estaba a oscuras. En el salpicadero, la aguja del cuentarrevoluciones rebotaba contra el tope de la esfera. En el exterior, el rugido del motor se había vuelto ensordecedor. Bajo las ruedas humeantes, la goma dejaba grasientas marcas negras. Todo el coche temblaba. Zofia, angustiada, se precipitó para liberar al pasajero; al ver que el habitáculo estaba vacío, se asustó y se volvió hacia Lucas, que toqueteaba la llave de contacto con expresión preocupada.
– ¿Qué has hecho con él? -preguntó Zofia.
– Está en el maletero -respondió él, absorto-. Algo funciona mal… ¿Qué he olvidado hacer?
– ¡Estás completamente loco! Si se sueltan los frenos…
Zofia no tuvo tiempo de acabar la frase. Lucas, visiblemente aliviado, meneó la cabeza e hizo chascar los dedos. En el interior del vehículo, la palanca del freno de mano se liberó y el coche se precipitó hacia el mar. Zofia corrió hasta el borde del muelle y se concentró en la parte trasera del vehículo, que aún sobresalía del agua: el maletero se abrió y el vicepresidente apareció dando manotadas en las sucias aguas que bordeaban el muelle 80. Ed Heurt se alejó como un tapón de corcho a la deriva, dando torpes brazadas hacia la escalera de piedra y escupiendo cuanto podía. El coche se hundió, arrastrando con él los grandes proyectos inmobiliarios de Lucas, en cuyos ojos se leía el apuro de un niño al que han pillado con las manos en la masa.
– ¿No tienes un poco de hambre? -le dijo a Zofia, que se acercaba a él con paso decidido-. Con todo este lío, nos hemos saltado la comida.
Ella lo fulminó con la mirada.
– ¿Quién eres?
– Resulta un poco difícil de explicar -respondió él, incómodo.
Zofia le arrebató la llave de las manos.
– ¡Debes de ser el hijo del diablo o su mejor discípulo, para conseguir hacer esas cosas!
Con la punta del pie, Lucas trazó una línea recta justo en el centro del círculo que había dibujado en el polvo. Agachó la cabeza y contestó, como avergonzado:
– Entonces, ¿aún no te has dado cuenta?
Zofia retrocedió un paso, luego dos.
– Soy su enviado…, su agente de elite.
Ella se tapó la boca con la mano para ahogar el grito que escapaba de su garganta.
– No, tú no… -murmuró, mirando a Lucas por última vez antes de alejarse corriendo.
Lo oyó gritar su nombre, pero las palabras de Lucas ya no eran más que unas sílabas entrecortadas por el viento.
– ¡Mierda, tú tampoco me habías dicho la verdad! -dijo Lucas, borrando furiosamente el círculo con el pie.
En su inmenso despacho, Lucifer apagó la pantalla de control y el rostro de Lucas se convirtió en un ínfimo punto blanco que desapareció en el centro del monitor. Satán hizo girar el sillón y pulsó el botón del interfono.
– ¡Haga venir a Blaise inmediatamente!
Lucas fue andando hasta el aparcamiento y abandonó los muelles a bordo de un Dodge gris claro. Una vez cruzada la barrera, buscó en el fondo de sus bolsillos una pequeña tarjeta de visita y la introdujo en la visera. Cogió el teléfono móvil y marcó el número de la única periodista a la que conocía bíblicamente. Amy descolgó después de la tercera señal.
– Sigo sin saber por qué te fuiste enfadada -dijo Lucas.
– No esperaba que me llamaras. Has marcado un punto.
– Tengo que pedirte un favor.
– Acabas de perder el punto. ¿Y yo qué gano?
– Digamos que tengo un regalo para ti.
– ¡Si son flores, guárdatelas!
– Es una exclusiva.
– Que te interesa que publique, supongo.
– Sí, algo así.
– Sólo si la noticia va acompañada de una noche tan ardiente como la última.
– No, Amy, no puede ser.
– Y si renuncio a la ducha, ¿la respuesta sigue siendo no?
– Sí.
– Es desesperante que tipos como tú se enamoren.
– Conecta el magnetófono. Es sobre un magnate del mundo inmobiliario, cuyas contrariedades van a convertirte en la más feliz de las periodistas.
El Dodge circulaba por la calle Tercera. Lucas cortó la comunicación y giró en Van Ness camino de Pacific Heights.
Blaise dio tres golpes con los nudillos, se secó las manos húmedas en el pantalón y entró.
– ¿Quería verme, Presidente?
– ¿Tienes que hacer siempre preguntas idiotas cuya respuesta conoces? ¡Quédate de pie!
Blaise se irguió, terriblemente inquieto. El Presidente abrió un cajón, sacó una carpeta roja y la empujó para que se deslizara hasta el otro extremo de la mesa. Blaise fue a buscarla dando pequeñas zancadas, regresó inmediatamente y se quedó plantado delante de su jefe.
– ¿Crees que te he hecho venir para mirar cómo das vueltas por mi despacho, imbécil? ¡Abre la carpeta, cretino!
Blaise levantó con nerviosismo la solapa de cartón y reconoció en el acto la foto en que Lucas tenía a Zofia entre los brazos.
– Me encantaría utilizarla para hacer la tarjeta de felicitación de fin de año, pero me falta una leyenda -añadió Lucifer, dando un puñetazo en la mesa-. Supongo que tú me la encontrarás, puesto que eres tú quien ha elegido a nuestro mejor agente.
– Una foto sensacional, ¿verdad? -balbució Blaise, al que le sudaba todo el cuerpo.
– A ver -dijo Satán, apagando el cigarrillo en la bandeja de mármol-, o tu sentido del humor es incomprensible, o a mí se me escapa algún detalle.
– No pensará que…, en fin, Presidente…, ¡por favor! -repuso Blaise con afectación-. Todo esto estaba previsto y está absolutamente controlado. Lucas tiene recursos insospechados, decididamente es increíble.
Satanás sacó otro cigarrillo del bolsillo y lo encendió.
Aspiró una profunda bocanada y expulsó el humo delante de la cara de Blaise.
– Ten mucho cuidado con lo que dices.
– Vamos a por el jaque mate y…, bueno, ahora estamos comiéndonos a la reina del adversario.
Lucifer se levantó y se acercó al ventanal. Con las dos manos apoyadas en el cristal, se quedó unos instantes pensativo.
– Déjate de metáforas, me horrorizan. Esperemos que digas la verdad, porque las consecuencias de una mentira serían infernales para ti.
– ¡No tiene que preocuparse por nada! -dijo Blaise, retirándose de puntillas.
En cuanto se hubo quedado solo, Satán volvió a sentarse en un extremo de la larga mesa y encendió la pantalla de control.
– De todas formas, vamos a comprobar dos o tres cosas -masculló, pulsando de nuevo el botón del interfono.
Lucas circulaba por Van Ness. Aminoró la marcha para volver la cabeza en la intersección con la calle Pacific, abrió la ventanilla, encendió la radio y un cigarrillo. Al pasar bajo los pilares del Golden Gate, apagó la radio, tiró el cigarrillo, cerró la ventanilla y se dirigió en silencio hacia Sausalito.
Zofia había estacionado el Ford al final del aparcamiento. Había subido por la escalera y salido a la superficie en Union Square. Atravesó el pequeño parque y caminó sin rumbo. En el paseo que cruzaba en diagonal, se sentó en un banco junto a una muchacha que estaba llorando. Le preguntó qué le pasaba, pero antes de poder oír su respuesta, sintió que se le hacía un nudo en la garganta.