Siete D?as Para Una Eternidad
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Por primera vez, Dios y el diablo est?n de acuerdo. Cansados de sus eternas disputas y deseosos de determinar de una vez por todas qui?n de los dos debe reinar en el mundo, deciden entablar una ?ltima batalla. Las reglas son las siguientes: cada uno de ellos enviar? a la Tierra un emisario que contar? con siete d?as para decantar el destino de la humanidad hacia el Bien o el Mal. Dios y Lucifer establecen que el enfrentamiento se producir? en la ciudad de San Francisco y eligen a sus mediadores. Dios escoge a Zofia, una joven competente, con el encanto de un ?ngel. Lucifer se decide por Lucas, un hombre atractivo sin ning?n tipo de escr?pulos. La tarde de su primer d?a en la Tierra, los destinos de Zofia y Lucas se cruzan, pero para consternaci?n de Dios y el diablo, el encuentro, lejos de provocar un altercado, toma unos derroteros insospechados.
Marc Levy nos ofrece una irresistible comedia rom?ntica protagonizada por dos seres procedentes de mundos dispares que nunca deber?an haberse encontrado, pero irremediablemente predestinados a hacerlo.
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Zofia vaciló un instante y luego preguntó si el Señor estaba disponible.
– En principio sí, pero es posible que sea un poco difícil verlo.
Al ver la expresión intrigada de Zofia, la recepcionista no pudo resistirse a la tentación de darle una explicación.
– ¡A usted puedo decírselo! El Señor tiene una manía una afición, si prefiere llamarlo así: los cohetes. ¡Le chiflan! Le entusiasma la idea de que los hombres lancen tantos al cielo. No se pierde nunca un lanzamiento. Se encierra en su despacho, enciende todas las pantallas y nadie puede hablar con Él. La verdad es que está resultando un poco problemático desde que los chinos también se dedican a esto.
– ¿Y en este momento hay un lanzamiento? -preguntó Zofia, impasible.
– Salvo que se presente algún problema técnico, el despegue está previsto para dentro de treinta y siete minutos y veinticuatro segundos. ¿Quiere que le transmita un mensaje? ¿Se trata de algo importante?
– No, no lo moleste, sólo quería preguntarle una cosa, pero ya volveré.
– ¿Dónde estará dentro de un rato? Cuando dejo incompleto un memorando, siempre me cae un pequeño rapapolvo.
– Probablemente iré a pasear por los muelles…, bueno, creo. Buenas noches occidentales, o buenos días orientales, como prefiera.
Zofia salió de la torre. Caía una fina lluvia. Anduvo sin prisa hasta el coche y se puso al volante para dirigirse al muelle 80, el otro lugar de la ciudad que era su refugio.
Por el camino, sintió deseos de respirar aire puro, de ver árboles, y se encaminó hacia el norte. Entró en el parque Golden Gate por Martin Luther King hasta el lago central. A lo largo del paseo, las farolas dibujaban miríadas de halos en la noche estrellada. Sus faros iluminaron la pequeña cabaña de madera donde los paseantes alquilaban barcas los días de buen tiempo. El aparcamiento estaba vacío; dejó el Ford, caminó hasta un banco que quedaba bajo una farola y se sentó. Un gran cisne blanco que, impulsado por una ligera brisa, se desplazaba sobre el agua con los ojos cerrados, pasó junto a una rana dormida sobre un nenúfar. Zofia suspiró.
Lo vio avanzar por el final del paseo. El Señor caminaba indolentemente, con las manos en los bolsillos. Pasó por encima de la pequeña verja y atajó por el césped, evitando los macizos de flores. Se acercó y se sentó a su lado.
– ;Has solicitado verme?
– No quería molestarlo, Señor.
– Tú no me molestas nunca. ¿Tienes algún problema?
– No, una pregunta.
Los ojos del Señor se iluminaron un poco más.
– Te escucho, hija mía.
– Los ángeles nos pasamos el tiempo predicando el amor, pero nuestros conocimientos son sólo teóricos, así que quisiera saber qué es realmente el amor en la Tierra.
Él miró hacia el cielo y rodeó a Zofia por los hombros.
– ¡Es lo más bello que he inventado! El amor es una parcela de esperanza, la renovación perpetua del mundo, el camino de la tierra prometida. Creé la diferencia para que la humanidad cultivara la inteligencia. ¡Un mundo homogéneo habría sido mortalmente triste! Además, la muerte no es más que un instante de la vida para quien ha sabido amar y ser amado.
Zofia, nerviosa, trazó un círculo en la grava con la punta del pie.
– Pero la historia del Bachert ¿es cierta?
Dios sonrió y le tomó la mano.
– Hermosa idea la de que quien encuentra a su otra mitad llega a ser más completo que la humanidad entera, ¿verdad? El hombre en sí no es único…, si hubiera querido que fuera así, sólo habría creado uno. Cuando empieza a amar es cuando consigue serlo. Quizá la creación humana sea imperfecta, pero no hay nada más perfecto en el universo que dos seres que se aman.
– Ahora lo entiendo mejor -dijo Zofia, trazando una línea recta justo en el centro del círculo.
El Señor se levantó y se metió de nuevo las manos en los bolsillos. Ya se disponía a irse cuando puso una mano sobre la cabeza de Zofia y le dijo en un tono dulce y de complicidad:
– Voy a revelarte un secreto. La única pregunta que me hago desde el primer día es: ¿he sido realmente yo quien ha inventado el amor, o ha sido el amor el que me ha inventado a mí?
Mientras se alejaba a paso ligero, Dios miró su reflejo en el agua y Zofia lo oyó mascullar:
– Señor por aquí, Señor por allá… Tengo que buscarme de una vez un nombre…, ya me envejecen bastante en esta casa con la barba…
Se volvió y le preguntó a Zofia:
– ¿Qué te parece Houston como nombre?
Zofia, desconcertada, lo miró marcharse. Llevaba las sublimes manos cruzadas tras la espalda y continuaba barbotando solo.
– Tal vez señor Houston… No, no, Houston a secas, es perfecto.
Y la voz se perdió detrás del gran árbol.
Zofia permaneció sola un buen rato. La rana encaramada en el nenúfar la miraba fijamente. Croó dos veces y Zofia se inclinó y le dijo:
– ¿Croac qué?
Zofia se levantó, fue hasta el coche y se marchó del parque Golden Gate. En la colina de Nob Hill, una campana daba las once.
Las ruedas delanteras dejaron de girar a unos centímetros del borde y la rejilla del radiador del Aston Martin quedó en la vertical del agua. Lucas bajó y dejó la portezuela abierta. Apoyó el pie derecho en el parachoques trasero, suspiró profundamente y bajó el pie. Se alejó unos pasos notando que la cabeza le daba vueltas. Se inclinó sobre el agua y vomitó.
– No parece que te encuentres muy bien.
Lucas se incorporó y miró al viejo vagabundo que le tendía un paquete de tabaco.
– Es negro. Un poco fuerte, pero dadas las circunstancias… -dijo Jules.
Lucas aceptó uno; Jules acercó el encendedor y la llama iluminó los dos rostros un breve instante. El joven dio una profunda calada e inmediatamente se puso a toser.
– Es bueno -dijo, arrojando la colilla a lo lejos.
– ¿El estómago revuelto? -preguntó Jules.
– No -respondió Lucas.
– Entonces debe de haber sido una contrariedad.
– ¿Y usted, Jules? ¿Qué tal la pierna?
– Como lo demás. Cojea.
– Pues cámbiese el vendaje antes de que se le infecte -dijo Lucas alejándose.
Jules lo miró dirigirse hacia los viejos edificios que había a un centenar de metros de allí. Lucas subió los peldaños de la escalera herrumbrosa y avanzó por la galería que recorría la fachada del primer piso.
– ¿Esa contrariedad es rubia o morena? -le gritó Jules.
Pero Lucas no lo oyó. La puerta del único despacho con la ventana iluminada se cerró tras él.
Zofia no tenía ningunas ganas de volver a su casa. Pese a que estaba encantada de acoger a Mathilde, echaba en falta cierta intimidad. Caminaba bajo la vieja torre de ladrillo rojo que dominaba los muelles desiertos. El reloj empotrado en el capitel cónico dio la media. Se acercó al borde del muelle. La proa del viejo carguero cabeceaba a la luz de una luna apenas enturbiada por un ligero velo de bruma.
– Le tengo mucho cariño a ese barcucho. Somos de la misma edad. Él también se tambalea al moverse, y está más oxidado aún que yo.
Zofia se volvió y sonrió a Jules.
– Yo no tengo nada contra él -dijo-, pero lo querría más si sus escalas estuvieran en mejor estado.
– El material no ha tenido nada que ver con este accidente.
– ¿Cómo lo sabe?
– Las paredes de los muelles tienen oídos, fragmentos de palabras por aquí forman fragmentos de frase por allá…
– ¿Sabe cómo se cayó Gómez?
– Ahí reside todo el misterio. Si hubiera sido un hombre joven, podría creerse que se había tratado de un descuido. Desde que oímos decir en la tele que los jóvenes están más chochos que los viejos… Pero yo no tengo tele y el cargador era un veterano. Nadie va a tragarse que resbaló solo al pisar un barrote.
– Quizá le dio un mareo.
– Es una posibilidad, pero falta saber qué le causó ese mareo.
– Usted tiene una teoría, ¿verdad?
– Yo tengo sobre todo un poco de frío; esta asquerosa humedad se me mete hasta en los huesos. Me gustaría proseguir la conversación, pero un poco más lejos, junto a la escalera que lleva a las oficinas, allí hay una especie de microclima. ¿Te molesta que andemos unos metros juntos?
Zofia le ofreció un brazo al anciano. Se refugiaron bajo la galería que recorría la fachada. Jules dio unos pasos para instalarse justo debajo de la única ventana todavía iluminada a aquella hora tardía. Zofia sabía que todas las personas mayores tienen sus manías y que para quererlas hay que saber no contravenir sus hábitos.
– ¿Ves? Aquí estamos bien -dijo Jules-. ¡Es donde mejor se está!
Se sentaron al pie del muro. Jules alisó las arrugas de su eterno pantalón príncipe de Gales.
– ¿Y respecto a Gómez? -dijo Zofia.
– ¡Ah, yo no sé nada! Pero si escuchas, es muy posible que esta ligera brisa nos cuente algo.
Zofia frunció el entrecejo, pero Jules le puso un dedo sobre los labios. En el silencio de la noche, Zofia oyó la voz grave de Lucas dentro del despacho, justo encima de su cabeza.
Heurt, sentado en una esquina de la mesa de fórmica, empujó un pequeño paquete envuelto en papel de embalar hacia el director de los servicios inmobiliarios del puerto. Terence Wallace estaba sentado frente a Lucas.
– Un tercio ahora, otro cuando el consejo de administración haya votado a favor de la expropiación de los muelles, y el último en cuanto firme el contrato exclusivo de comercialización de los terrenos -dijo el vicepresidente.
– Sus administradores tendrán que reunirse antes de que acabe la semana, ¿de acuerdo? -añadió Lucas.
– Es un plazo excesivamente corto -protestó el hombre, que aún no se había atrevido a recoger el paquete marrón.
– Las elecciones se acercan. El Ayuntamiento estará encantado de anunciar la transformación de una zona contaminante en bonitas y limpias residencias. Será como un regalo caído del cielo -insistió Lucas, empujando el paquete hacia las manos de Wallace-. ¡Su trabajo no es tan complicado! -Lucas se levantó para acercarse a la ventana y la entornó antes de añadir-: Y como muy pronto ya no tendrá necesidad de trabajar, incluso podrá rechazar el ascenso que le ofrezcan para darle las gracias por haberlos enriquecido…
– ¡Por haber encontrado una solución para una crisis anunciada! -dijo Wallace con afectación, tendiéndole un gran sobre blanco a Ed-. En este informe confidencial se indica el valor de cada parcela -prosiguió-. Suban los precios el diez por ciento y mis administradores no podrán rechazar su oferta. -Wallace tomó el paquete y lo sacudió alegremente-. Los habré reunido a todos el viernes como muy tarde -añadió.