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Conversaci?n En La Catedral

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Conversaci?n En La Catedral
Название: Conversaci?n En La Catedral
Автор: Llosa Mario Vargas
Дата добавления: 16 январь 2020
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Conversaci?n En La Catedral - читать бесплатно онлайн , автор Llosa Mario Vargas

Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Per?, durante el ochenio dictatorial del general Manuel A. Odr?a. Unas cuantas cervezas y un r?o de palabras en libertad para responder a la palabra amordazada por la dictadura.Los personajes, las historias que ?stos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripci?n minuciosa de un envilecimiento colectivo, el repaso de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustraci?n.

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– Y por supuesto que te convenció, Zavalita -dijo Carlitos.

– Me convenció de que creía en lo que nos decía -dijo Santiago-. Y, además, se notaba que le gustaba lo que hacía.

– ¿Cuál es la posición del Partido sobre la unidad de acción con las otras organizaciones fuera de la ley? -dijo Jacobo-. El Apra, los trozkistas.

– No vacilaba, tenía fe -dijo Santiago-. Yo ya envidiaba a la gente que creía ciegamente en algo, Carlitos.

– Estaríamos dispuestos a trabajar con el Apra contra la dictadura -dijo Llaque-. Pero los apristas no quieren que la derecha los siga acusando de extremistas y hacen todo por demostrar su anticomunismo.

Y los trozkistas no son más de diez, y seguramente agentes de la policía.

– Es lo mejor que le puede ocurrir a un tipo, Ambrosio -dice Santiago-. Creer en lo que dice, gustarle lo que hace.

– ¿Por qué el Apra que se ha vuelto pro-imperialista sigue teniendo respaldo en el pueblo? -dijo Aída.

– Por el peso de la costumbre y por su demagogia y por los mártires apristas -dijo Llaque-. Sobre todo, por la derecha peruana. No entiende que el Apra ya no es su enemiga sino su aliada, y la sigue persiguiendo y así la prestigia ante el pueblo.

– Es verdad, la estupidez de la derecha ha convertido al Apra en un gran partido -dijo Carlitos-. Pero si la izquierda no ha pasado de una masonería no ha sido por el Apra, sino por falta de gente capaz.

– Es que los capaces como tú y yo no nos metemos a la candela -dijo Santiago-. Nos contentamos con criticar a los incapaces que sí se meten. ¿Te parece justo, Carlitos?

– Me parece que no y por eso no hablo nunca de política -dijo Carlitos-. Tú me obligas con tus masoquismos asquerosos de cada noche, Zavalita.

– Ahora me toca preguntar a mí, camaradas -sonrió Llaque, como avergonzado-. ¿Quieren entrar a Cahuide? Pueden trabajar como simpatizantes, no necesitan inscribirse en el Partido todavía.

– Yo quiero entrar al Partido ahora mismo. -dijo Aída.

– No hay apuro, pueden tomarse tiempo para reflexionar -dijo Llaque.

– En el círculo hemos tenido de sobra para eso -dijo Jacobo-. Yo también quiero inscribirme.

– Yo prefiero seguir como simpatizante -el gusanito, el cuchillo, la culebra-. Tengo algunas dudas, me gustaría estudiar un poco más antes de inscribirme.

– Muy bien, camarada, no te inscribas hasta que superes todas las dudas -dijo Llaque-. Como simpatizante se puede desarrollar también un trabajo muy útil:

– Ahí quedó demostrado que Zavalita ya no era puro, Ambrosio -dice Santiago-. Que Jacobo y Aída eran más puros que Zavalita.

¿Y si te inscribías ese día, Zavalita, piensa? ¿La militancia te habría arrastrado, comprometido cada vez más, habría barrido las dudas y en unos meses o años te habría vuelto un hombre de fe, un optimista, un oscuro puro heroico más? Habrías vivido mal, Zavalita, como habrán Jacobo y Aída piensa, entrado a y salido de la cárcel unas veces, sido aceptado en y despedido de sórdidos empleos, y en vez de editoriales en “La Crónica” contra los perros rabiosos escribirías en las paginitas mal impresas de “Unidad”, cuando hubiera dinero y no lo impidiera la policía piensa, sobre los avances científicos de la patria del socialismo y la victoria en el sindicato de panificadores de Lurín de la lista revolucionaria sobre la entreguista aprista propatronal, o en las peor impresas de “Bandera Roja”, contra el revisionismo soviético y los traidores de “Unidad” piensa, o habrías sido más generoso y entrado a un grupo insurreccional y soñado y actuado y fracasado en las guerrillas y estarías en la cárcel, como Héctor piensa, o muerto y fermentando en la selva, como el cholo Martínez piensa, y hecho viajes semiclandestinos a Congresos de la Juventud, piensa Moscú, llevado saludos fraternales a Encuentros de Periodistas, piensa Budapest, o recibido adiestramiento militar, piensa la Habana o Pekín. ¿Te habrías recibido de abogado, casado, sido asesor de un sindicato, diputado, más desgraciado o lo mismo o más feliz? Piensa: ay, Zavalita.

– No fue horror al dogma, fue un reflejo de niñito anarquista que no quiere recibir órdenes- dijo Carlitos-. Fue que en el fondo tenías miedo de romper con la gente que come y se viste y huele bien.

– Pero si yo detestaba esa gente, si la sigo detestando -dijo Santiago-. Si eso es de lo único que estoy seguro, Carlitos.

– Entonces fue espíritu de contradicción, afán de buscarle tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro -dijo Carlitos-. Debiste dedicarte a la literatura y no a la revolución, Zavalita.

– Yo sabía que si todos se dedicaran a ser inteligentes y a dudar, el Perú andaría siempre jodido -dijo Santiago-. Yo sabía que hacían falta dogmáticos, Carlitos.

– Con dogmáticos o con inteligentes, el Perú estará siempre jodido -dijo Carlitos-. Este país empezó mal y acabará mal. Como nosotros, Zavalita.

– ¿Nosotros los capitalistas? -dijo Santiago.

– Nosotros los cacógrafos -dijo Carlitos-. Todos reventaremos echando espuma, como Becerrita. A tu salud, Zavalita.

– Meses, años soñando con inscribirme en el Partido, y cuando se presenta la ocasión me echo atrás -dijo Santiago-. No lo voy a entender nunca, Carlitos.

– Doctor, doctor, tengo algo que se me sube y se me baja y no sé lo que es -dijo Carlitos-Es un pedito loco, señora, usted tiene carita de poto y el pobre pedito no sabe por donde salir. Lo que te friega la vida es un pedito loco, Zavalita.

¿Juran consagrar su vida a la causa del socialismo y de la clase obrera?, había preguntado Llaque, y Aída y Jacobo sí juro, mientras Santiago observaba; después eligieron sus seudónimos.

– No te sientas disminuido -le dijo Llaque a Santiago-. En la Fracción Universitaria, simpatizantes y militantes son iguales.

Les dio la mano, adiós camaradas, que salieran diez minutos después que él. La mañana estaba nublada y húmeda cuando dejaron atrás la librería de Matías y entraron al "Bransa" de la Colmena y pidieron cafés con leche.

– ¿Te puedo hacer una pregunta? -dijo Aída-. ¿Por qué no te inscribiste? ¿Qué dudas tienes?

– Ya te hablé una vez -dijo Santiago-. Todavía no estoy convencido de algunas cosas. Quisiera…

– ¿Todavía no estás convencido de que Dios no existe? -se rió Aída.

– Nadie tiene por qué discutir su decisión -dijo Jacobo-. Déjalo que se tome su tiempo.

– No se la discuto, pero te voy a decir una cosa -dijo Aída, riéndose-. Nunca te inscribirás, y cuando termines San Marcos te olvidarás de la revolución, y serás abogado de la International Petroleum y socio del Club Nacional.

Jacobo levantó la mano.

– En la Fracción preparábamos esas reuniones como un ballet -dijo Santiago-. Turnarse, desarrollar cada uno un argumento distinto, no dejar sin rebatir ninguna opinión contraria.

Estaba con la corbata caída, despeinado, hablaba en voz baja: la huelga era una ocasión magnífica para provocar una toma de conciencia política en el estudiantado. Las manos caídas a lo largo del cuerpo para desarrollar la alianza obrero-estudiantil. Mirando a Saldívar muy serio: iniciar un movimiento que podía extenderse a reivindicaciones como liberación de estudiantes presos y amnistía política. Calló y Huamán levantó la mano.

– Yo había estado contra la idea de la huelga por las mismas razones que expuso Huamán, un aprista -dijo Santiago-. Pero como la Fracción había acordado la huelga, me tocó defenderla contra Huamán. Eso es el centralismo democrático, Carlitos.

Huamán era pequeñito y amanerado, nos había costado tres años reconstituir los Centros y la Federación de San Marcos después de la represión, sus gestos eran elegantes, ¿cómo íbamos a lanzar una huelga, por razones extra-universitarias, que podía ser rechazada por las bases?, y hablaba con una mano en la solapa y revoloteando la otra como una mariposa, si las bases rechazaban la huelga perderíamos la confianza de los estudiantes, y su voz era impostada, florida y. por momentos chillona, y además vendría la represión y los Centros y la Federación serían desmantelados antes de que hubieran podido actuar.

– Ya sé que la disciplina de un partido tiene que ser así -dijo Santiago-. Ya sé que si no, sería un caos. No me estoy defendiendo, Carlitos.

– No te vayas por las ramas, Ochoa -dijo Saldívar-. Cíñete al tema en debate.

– Justamente, precisamente -dijo Ochoa-. Yo pregunto: ¿está la Federación de San Marcos lo bastante fuerte para lanzarse a una acción frontal contra la dictadura?

– Pronúnciate de una vez, que no tenemos tiempo -dijo Héctor.

– Y si no está lo bastante fuerte y se lanza a la huelga -dijo Ochoa- ¿qué sería la actitud de la Federación? Yo pregunto.

– ¿Por qué no te vas a dirigir el programa Kolynos pregunta por veinte mil soles? -dijo Washington.

– ¿Sería o no sería una actitud de provocación? -dijo Ochoa, imperturbable-. Yo pregunto, y constructivamente respondo: sí sería. ¿Qué? Una provocación.

– Era en medio de esas reuniones que de repente sentía que nunca sería un revolucionario, un militante de verdad -dijo Santiago-. De repente una angustia, un mareo, una sensación de estar malgastando horriblemente el tiempo.

– El joven romántico no quería discusiones -dijo Carlitos-. Quería acciones epónimas, bombas, disparos, asaltos a cuarteles. Muchas novelas, Zavalita.

– Ya sé que te fastidia hablar para defender la huelga -dijo Aída-. Pero consuélate, a ves que todos los apristas están en contra. Y sin esos, la Federación rechazará nuestra moción.

– Debían inventar una pastilla, un supositorio contra las dudas, Ambrosio -dice Santiago-Fíjate qué lindo, te lo enchufas y ya está: creo.

Levantó la mano y comenzó a hablar antes que Saldívar le diera la palabra: la huelga consolidaría los Centros, foguearía a los delegados, las bases apoyarían porque ¿acaso no habían demostrado su confianza en ellos eligiéndolos? Tenía las manos en los bolsillos y se clavaba las uñas.

– Igual que cuando hacía el examen de conciencia, los jueves, antes de la confesión -dijo Santiago-. ¿Había soñado con calatas porque había querido soñar con ellas o porque quiso el diablo y no pude impedirlo? ¿Estaban ahí en la oscuridad como intrusas o como invitadas?

– Estás equivocado, sí tenías pasta de militante -dijo Carlitos-. Si tuviera que defender ideas contrarias a las mías, me saldrían rebuznos o gruñidos o píos.

– ¿Qué es lo que haces en "La Crónica”? -dijo Santiago-. ¿Qué es lo que hacemos a diario, Carlitos?

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