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Crimen y castigo

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Crimen y castigo
Название: Crimen y castigo
Дата добавления: 15 январь 2020
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Crimen y castigo - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

La novela nos cuenta un crimen. Un crimen cometido por un joven y su subsecuente lucha interna con sus emociones y delirios. La madre y hermana del asesino, tan pobres o m?s que ?l, se debaten entre la duda y la desesperaci?n. Un dudoso pretendiente de la hija, y su antiguo patr?n, conformaran una acci?n f?sica dentro de la novela sin perder un ?pice de su contenido psicol?gico. Los hechos se muestran sin ning?n tipo de enjuiciamiento. El autor deja ser a los personajes pues sabe que la credibilidad se logra con la honestidad. El flujo de conciencia de Raskolnikov a lo largo de la novela, es una prueba de ello.

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»—Mientras trabajaba usted con Mitri en tal casa, ¿no vio a nadie en la escalera a tal hora?

»Respuesta:

»—Subía y bajaba bastante gente, pero yo no me fijé en nadie.

»—¿Y no oyó usted ningún ruido?

»—No oí nada de particular.

»—¿Sabía usted que tal día y a tal hora mataron y desvalijaron a la vieja del cuarto piso y a su hermana?

»—No lo sabía en absoluto. Me lo dijo Atanasio Pavlovitch anteayer en su taberna.

»—¿De dónde sacó los pendientes?

»—Me los encontré en la calle.

»—¿Por qué no fue a trabajar al día siguiente con su compañero Mitri?

»—Tenía ganas de divertirme.

»—¿Adónde fue?

»—De un lado a otro.

»—¿Por qué huyó usted de la taberna de Duchkhine?

»—Tenía miedo.

»—¿De qué?

»—De que me condenaran.

»—¿Cómo explica usted ese temor si tenía la conciencia tranquila?

»Aunque parezca mentira, Zosimof —continuó Rasumikhine—, se le hizo esta pregunta y con estas mismas palabras. Lo sé de buena fuente... ¿Qué te parece? Dime: ¿qué te parece?

—Las pruebas son abrumadoras.

—Yo no te hablo de las pruebas, sino de la pregunta que se le hizo, del concepto que tiene de su deber esa gente, esos policías... En fin, dejemos esto... Desde luego, presionaron al detenido de tal modo, que acabó por declarar:

«—No fue en la calle donde encontré los pendientes, sino en el piso donde trabajaba con Mitri.

»—¿Cómo se produjo el hallazgo?

»—;Lo voy a explicar. Mitri y yo estuvimos todo el día trabajando y, cuando nos íbamos a marchar, Mitri cogió un pincel empapado de pintura y me lo pasó por la cara. Después echó a correr escaleras abajo y yo fui tras él, bajando los escalones de cuatro en cuatro y lanzando juramentos. Cuando llegué a la entrada, tropecé con el portero y con unos señores que estaban con él y que no recuerdo cómo eran. El portero empezó a insultarme, el segundo portero hizo lo mismo; luego salió de la garita la mujer del primer portero y se sumó a los insultos. Finalmente, un caballero que en aquel momento entraba en la casa acompañado de una señora nos puso también de vuelta y media porque no los dejábamos pasar. Cogí a Mitri del pelo, lo derribé y empecé a atizarle. El, aunque estaba debajo, consiguió también asirme por el pelo y noté que me devolvía los golpes. Pero todo era broma. Al fin, Mitri consiguió libertarse y echó a correr por la calle. Yo le perseguí, pero, al ver que no le podía alcanzar, volví al piso donde trabajábamos para poner en orden las cosas que habíamos dejado de cualquier modo. Mientras las arreglaba, esperaba a Mitri. Creía que volvería de un momento a otro. De pronto, en un rincón del vestíbulo, detrás de la puerta, piso una cosa. La recojo, quito el papel que la envuelve y veo un estuche, y en el estuche los pendientes.

—¿Detrás de la puerta? ¿Has dicho detrás de la puerta? —preguntó de súbito Raskolnikof, fijando en Rasumikhine una mirada llena de espanto. Seguidamente, haciendo un gran esfuerzo, se incorporó y apoyó el codo en el diván.

—Sí, ¿y qué? ¿Por qué te pones así? ¿Qué té ha pasado? preguntó Rasumikhine levantándose de su asiento.

—No, nada —balbuceó Raskolnikof penosamente, dejando caer la cabeza en la almohada y volviéndose de nuevo hacia la pared.

Hubo un momento de silencio.

—Debía de estar medio dormido, ¿verdad? —preguntó Rasumikhine, dirigiendo a Zosimof una mirada interrogadora.

El doctor movió negativamente la cabeza.

Bueno —dijo—, continúa. ¿Qué ocurrió después?

—¿Después? Pues ocurrió que, apenas vio los pendientes, se olvidó de su trabajo y de Mitri, cogió su gorro y corrió a la taberna de Duchkhine. Éste le dio, como ya sabemos, un rublo, y Mikolai le mintió diciendo que se había encontrado los pendientes en la calle. Luego se fue a divertirse. En lo que concierne al crimen, mantiene sus primeras declaraciones.»—Yo no sabía nada —insiste—, no supe nada hasta dos días después.

»—¿Y por qué se ocultó?

»—Por miedo.

»—;¿Por qué quería ahorcarse?

»—Por temor.

»—¿Temor de qué?

»—De que me condenaran.

»Y esto es todo —terminó Rasumikhine—. ¿Qué conclusiones crees que han sacado?

—No sé qué decirte. Existe una sospecha, discutible tal vez pero fundada. No podían dejar en libertad a tu pintor de fachadas.

—¡Pero es que le atribuyen el asesinato! ¡No les cabe la menor duda!

—Óyeme. No te acalores. Has de convenir que si el día y a la hora del crimen, unos pendientes que estaban en el arca de la víctima pasaron a manos de Nicolás [24], es natural que se le pregunte cómo se los procuró. Es un detalle importante para la instrucción del sumario.

—¿Que cómo se los procuró? ——exclamó Rasumikhine—. Pero ¿es posible que tú, doctor en medicina y, por lo tanto, más obligado que nadie a estudiar la naturaleza humana, y que has podido profundizar en ella gracias a tu profesión, no hayas comprendido el carácter de Nicolás basándote en los datos que te he dado? ¿Es posible que no estés convencido de que sus declaraciones en los interrogatorios que ha sufrido son la pura verdad? Los pendientes llegaron a sus manos exactamente como él ha dicho: pisó el estuche y lo recogió.

—Podrá decir la pura verdad; pero él mismo ha reconocido que mintió la primera vez.

—Oye, escúchame con atención. El portero, Koch, Pestriakof, el segundo portero, la mujer del primero, otra mujer que estaba en aquel momento en la portería con la portera, el consejero Krukof, que acababa de bajar de un coche y entraba en la casa con una dama cogida a su brazo; todas estas personas, es decir, ocho, afirman que Nicolás tiró a Mitri al suelo y lo mantuvo debajo de él, golpeándole, mientras Mitri cogía a su camarada por el pelo y le devolvía los golpes con creces. Están ante la puerta y dificultan el paso. Se les insulta desde todas partes, y ellos, como dos chiquillos (éstas son las palabras de los testigos), gritan, disputan, lanzan carcajadas, se hacen guiños y se persiguen por la calle. Como verdaderos chiquillos, ¿comprendes? Ten en cuenta que arriba hay dos cadáveres que todavía conservan calor en el cuerpo; sí, calor; no estaban todavía fríos cuando los encontraron... Supongamos que los autores del crimen son los dos pintores, o que sólo lo ha cometido Nicolás, y que han robado, forzando la cerradura del arca, o simplemente participado en el robo. Ahora, admitido esto, permíteme una pregunta. ¿Se puede concebir la indiferencia, la tranquilidad de espíritu que demuestran esos gritos, esas risas, esa riña infantil en personas que acaban de cometer un crimen y están ante la misma casa en que lo han cometido? ¿Es esta conducta compatible con el hacha, la sangre, la astucia criminal y la prudencia que forzosamente han de acompañar a semejante acto? Cinco o diez minutos después de haber cometido el asesinato (no puede haber transcurrido más tiempo, ya que los cuerpos no se han enfriado todavía), salen del piso, dejando la puerta abierta y, aun sabiendo que sube gente a casa de la vieja, se ponen a juguetear ante la puerta de la casa, en vez de huir a toda prisa, y ríen y llaman la atención de la gente, cosa que confirman ocho testigos... ¡Qué absurdo!

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