Crimen y castigo
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La novela nos cuenta un crimen. Un crimen cometido por un joven y su subsecuente lucha interna con sus emociones y delirios. La madre y hermana del asesino, tan pobres o m?s que ?l, se debaten entre la duda y la desesperaci?n. Un dudoso pretendiente de la hija, y su antiguo patr?n, conformaran una acci?n f?sica dentro de la novela sin perder un ?pice de su contenido psicol?gico. Los hechos se muestran sin ning?n tipo de enjuiciamiento. El autor deja ser a los personajes pues sabe que la credibilidad se logra con la honestidad. El flujo de conciencia de Raskolnikov a lo largo de la novela, es una prueba de ello.
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—Muy bien, la cosa va muy bien —dijo en tono negligente—. ¿Ha comido algo hoy?
Rasumikhine le explicó lo que había comido y le preguntó qué se le podía dar.
—Eso tiene poca importancia... Té, sopa... Nada de setas ni de cohombros, por supuesto... Ni carnes fuertes...
Cambió una mirada con Rasumikhine y continuó:
—Pero, como ya he dicho, eso tiene poca importancia... Nada de pociones, nada de medicamentos. Ya veremos si mañana... El caso es que hoy hubiéramos podido... En fin, lo importante es que todo va bien.
—Mañana por la tarde me lo llevaré a dar un paseo —dijo Rasumikhine—. Iremos a los jardines Iusupof y luego al Palacio de Cristal.
—Mañana tal vez no convenga todavía... Aunque un paseo cortito... En fin, ya veremos.
—Lo que me contraría es que hoy estreno un nuevo alojamiento cerca de aquí y quisiera que estuviese con nosotros, aunque fuera echado en un diván... Tú sí que vendrás, ¿eh? —preguntó de improviso a Zosimof—. No lo olvides; tienes que venir.
—Procuraré ir, pero hasta última hora me será imposible. ¿Has organizado una fiesta?
—No, simplemente una reunión íntima. Habrá arenques, vodka, té, un pastel.
—¿Quién asistirá?
—Camaradas, gente joven, nuevas amistades en su mayoría. También estará un tío mío, ya viejo, que ha venido por asuntos de negocio a Petersburgo. Nos vemos una vez cada cinco años.
—¿A qué se dedica?
—Ha pasado su vida vegetando como jefe de correos en una pequeña población. Tiene una modesta remuneración y ha cumplido ya los sesenta y cinco. No vale la pena hablar de él, aunque te aseguro que lo aprecio. También vendrá Porfirio Simonovitch [23], juez de instrucción y antiguo alumno de la Escuela de Derecho. Creo que tú lo conoces.
—¿Es también pariente tuyo?
—¡Bah, muy lejano...! Pero ¿qué te pasa? Pareces disgustado. ¿Serás capaz de no venir porque un día disputaste con él?
—Eso me importa muy poco.
—¡Mejor que mejor! También asistirán algunos estudiantes, un profesor, un funcionario, un músico, un oficial, Zamiotof...
—¿Zamiotof? Te agradeceré que me digas lo que tú o él —indicó al enfermo con un movimiento de cabeza— tenéis que ver con ese Zamiotof.
—¡Ya salió aquello! Los principios... Tú estás sentado sobre tus principios como sobre muelles, y no te atreves a hacer el menor movimiento. Mi principio es que todo depende del modo de ser del hombre. Lo demás me importa un comino. Y Zamiotof es un excelente muchacho.
—Pero no demasiado escrupuloso en cuanto a los medios para enriquecerse.
—Admitamos que sea así. Eso a mí no me importa. ¿Qué importancia tiene? —exclamó Rasumikhine con una especie de afectada indignación—. ¿Acaso he alabado yo este rasgo suyo? Yo sólo digo que es un buen hombre en su género. Además, si vamos a juzgar a los hombres aplicándoles las reglas generales, ¿cuántos quedarían verdaderamente puros? Apostaría cualquier cosa a que si se mostraran tan exigentes conmigo, resultaría que no valgo un bledo... ni aunque té englobaran a ti con mi persona.
—No exageres: yo daría dos bledos por ti.
—Pues a mí me parece que tú no vales más de uno... Bueno, continúo. Zamiotof no es todavía más que un muchacho, y yo le tiro de las orejas. Siempre es mejor tirar que rechazar. Si rechazas a un hombre, no podrás obligarlo a enmendarse, y menos si se trata de un muchacho. Debemos ser muy comprensivos con estos mozalbetes... Pero vosotros, estúpidos progresistas, vivís en las nubes. Despreciáis a la gente y no veis que así os perjudicáis a vosotros mismos... Y té voy a decir una cosa: Zamiotof y yo tenemos entre manos un asunto que nos interesa a los dos por igual.
—Me gustaría saber qué asunto es ése.
—Se trata del pintor, de ese pintor de brocha gorda. Conseguiremos que lo pongan en libertad. No será difícil, porque el asunto está clarísimo. Nos bastará presionar un poco para que quede la cosa resuelta.
—No sé a qué pintor te refieres.
—¿No? ¿Es posible que no té haya hablado de esto...? Se trata de la muerte de la vieja usurera. Hay un pintor mezclado en el suceso.
—Ya tenía noticias de ese asunto. Me enteré por los periódicos. Por eso sólo me interesó hasta cierto punto. Bueno, explícame.
—También asesinaron a Lisbeth —dijo de pronto Nastasia dirigiéndose a Raskolnikof. (Se había quedado en la habitación, apoyada en la pared, escuchando el diálogo.)
—¿Lisbeth? —murmuró Raskolnikof, con voz apenas perceptible.
—Sí, Lisbeth, la vendedora de ropas usadas. ¿No la conocías? Venía a esta casa. Incluso arregló una de tus camisas.
Raskolnikof se volvió hacia la pared. Escogió del empapelado, de un amarillo sucio, una de las numerosas florecillas aureoladas de rayitas oscuras que había en él y se dedicó a examinarla atentamente. Observó los pétalos. ¿Cuántos había? Y todos los trazos, hasta los menores dentículos de la corola. Sus miembros se entumecían, pero él no hacía el menor movimiento. Su mirada permanecía obstinadamente fija en la menuda flor.
—Bueno, ¿qué me estabas diciendo de ese pintor? —preguntó Zosimof, interrumpiendo con viva impaciencia la palabrería de Nastasia, que suspiró y se detuvo.
—Que se sospecha que es el autor del asesinato —dijo Rasumikhine, acalorado.
—¿Hay cargos contra él?
—Sí, y, fundándose en ellos, se le ha detenido. Pero, en realidad, estos cargos no son tales cargos, y esto es lo que pretendemos demostrar. La policía sigue ahora una falsa pista, como la siguió al principio con..., ¿cómo se llaman...? Koch y Pestriakof... Por muy poco que le afecte a uno el asunto, uno no puede menos de sublevarse ante una investigación conducida tan torpemente. Es posible que Pestriakof pase dentro de un rato por mi casa... A propósito, Rodia. Tú debes de estar enterado de todo esto, pues ocurrió antes de tu enfermedad, precisamente la víspera del día en que té desmayaste en la comisaría cuando se estaba hablando de ello.
—¿Quieres que te diga una cosa, Rasumikhine? —dijo Zosimof—. Te estoy observando desde hace un momento y veo que té alteras con una facilidad asombrosa.
—¡Qué importa! Eso no cambia en nada la cuestión —exclamó Rasumikhine dando un puñetazo en la mesa—. Lo más indignante de este asunto no son los errores de esa gente: uno puede equivocarse; las equivocaciones conducen a la verdad. Lo que me saca de mis casillas es que, aún equivocándose, se creen infalibles. Yo aprecio a Porfirio, pero... ¿Sabes lo que les desorientó al principio? Que la puerta estaba cerrada, y cuando Koch y Pestriakof volvieron a subir con el portero, la encontraron abierta. Entonces dedujeron que Pestriakof y Koch eran los asesinos de la vieja. Así razonan.